Alfonso Salmerón
Que la política española había entrado en un extraño proceso de aceleración es algo que ya habíamos comentado por aquí, pero lo ocurrido durante la última semana supera casi todo lo que habíamos visto hasta ahora. Hace apenas un mes, cuando valorábamos las consecuencias de las elecciones catalanas, qué lejos estábamos de imaginar que Ayuso fuera a disolver la Asamblea y convocar elecciones en Madrid, acaso ni ella misma.
Los hechos son de sobra conocidos, en una semana, PSOE y Ciudadanos llegan a un acuerdo para desalojar a los populares del gobierno en Murcia, Ayuso responde con un golpe de efecto anticipándose a un movimiento similar en su comunidad y convoca elecciones, sorprendiendo a propios y a extraños. La operación, que según algunos analistas se fraguó en Moncloa para salvar a los de Arrimadas, queda desactivada en pocas horas con el movimiento tránsfuga de tres diputados ciudadanos hacia las filas populares, ahormando el gobierno murciano.
De nuevo, un movimiento táctico, muy al gusto de la nueva política, que silencia los problemas de fondo que atraviesan el país. El período abierto tras las elecciones catalanas empieza a cerrarse sin que se haya intentado al menos un mínimo acercamiento. La amenaza derechista paraliza a Sánchez en Catalunya, el valor simbólico de Puigdemont, hace lo propio con ERC, la elección de Borràs como presidenta del Parlament augura una legislatura que tratará de volver a la vía unilateral. Puigdemont manda desde Waterloo, Ayuso controla a Sánchez desde Madrid.
En las semanas posteriores a la aprobación de los presupuestos generales empezaron a ponerse en tensión como nunca hasta entonces, las costuras del gobierno de coalición. La gestión de los fondos covid, la ley de vivienda o la controvertida Ley trans, con el mar de fondo de la reforma laboral, son todavía cuestiones sin resolver. Todas ellas de enorme calado, donde se calibra la naturaleza del gobierno y se pone a prueba su estabilidad. De cómo se resuelvan dependerá en buena medida la legislatura. Sánchez, que nunca ha dejado de mirar hacia su derecha, intentaba colocar un respirador a Ciudadanos quizás para explorar alianzas alternativas, anhelando una geometría variable que la aritmética de las Cortes hace en realidad, imposible. Redondo mueve ficha, MAR coloca a su dama en el tablero y pone en jaque al rey.
Y en esas andábamos cuando el lunes por la mañana, el vicepresidente segundo del gobierno anunció su intención de dimitir para presentarse como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid. Chúpate esa. En el video que publicó en las redes para argumentar su decisión vino a decir que la batalla de Madrid trasciende de la comunidad y su desenlace va a ser decisivo para la próxima década, las próximas generaciones, dijo él. La tensión entre los polos izquierda y derecha se ha trasladado a Madrid, nudo gordiano de todos los debates pendientes y que confluyen en uno, la caracterización del nuevo régimen saliente de lo que él considera una nueva transición. Se puede o no compartir su decisión pero es de justicia reconocer la audacia de su análisis y lo sagaz de su decisión, atributos que, por otra parte, siempre le han caracterizado.
Por supuesto, la decisión de Iglesias tiene muchas lecturas y derivadas entre las que no hay que obviar en clave interna el relevo de su liderazgo al frente de la organización, o la conflictiva relación con Más Madrid, a quien le hizo un envite de difícil solución. Si aceptaban su propuesta, asumían un carácter subalterno en pos de la unidad. Rechazándolo, como han hecho, se arriesgan a asumir un coste que no podrán pagar: ser los señalados de haberles dado por segunda vez consecutiva la mayoría absoluta a la derecha en Madrid.
Con todo, estas cuestiones de índole interno no me parecen ni mucho menos lo más relevante ni lo más determinante en su decisión. En la alocución de poco más de ocho minutos que hace Iglesias en el video señala algunas cuestiones de fondo que creo no deben pasar desapercibidas. En ella, defiende el carácter transformador del primer gobierno de coalición desde la restauración democrática y denuncia la injerencia de los poderes económicos para tratar de quebrarlo, así como la enorme influencia de un “ Estado profundo perfectamente instalado en el poder judicial”. Son palabras gruesas, pero nada artificiosas ni efectistas que el todavía vicepresidente segundo parece decir desde el conocimiento vital de estos meses en el gobierno, en el que ha podido comprobar los “límites” y “las contradicciones” de un ejecutivo de esta índole todavía en nuestra España de hoy.
En esa afirmación, parece intuirse el subtexto de las tensiones existentes en el seno del Estado en cuyo contexto es pertinente interpretar la excarcelación exprés del ex-comisario Villarejo, con la sombra de sospecha sobre la Fiscal General del Estado incluida. Así como también la falta de acuerdo en la elección del Consejo General del Poder Judicial, en un momento político atravesado por la crisis de la Corona, y el proceso judicial contra la corrupción en Partido Popular, sin olvidar la cuestión catalana que lejos de ir extinguiéndose lleva camino de enquistarse peligrosamente, a tenor de los resultados del 14F.
En ese marco, nos dice Iglesias, todos los actores están tomando posiciones para caracterizar el régimen político que salga de esta nueva transición. Sostener el gobierno de coalición deja de ser lo más importante en estos momentos, cuando todas las fuerzas antagonistas se empiezan a colocar en el tablero para la batalla del 4 de Mayo. Con la desintegración del partido naranja, Madrid puede ser la forja de la refundación de la derecha española con Ayuso a la cabeza y el arrope de Vox. Si Ayuso gana, el PP de Rajoy y con él sus herederos habrá quedado definitivamente amortizado. Y con él su corrupción.
Se puede estar de acuerdo o no con Pablo Iglesias, pero me parece que su decisión no es fruto de una frivolidad si no la consecuencia del análisis que realiza del momento político actual. A la consigna fascista enarbolada por Ayuso, comunismo o libertad, el vicepresidente segundo abandona el gobierno, blinda el papel de su formación con el nombramiento de Yolanda Díaz como lugarteniente y se alista en la resistencia partisana entonando el Bella Ciao. Su movimiento, polariza a izquierda y derecha, convierte las elecciones de Madrid en el escenario de la confrontación de dos modelos de sociedad, y de país. Ha sabido leer el momento para actualizar el imaginario colectivo que aupó a la formación morada. Jugada maestra o acto fallido, la respuesta la tendremos el 4 de mayo. Mientras tanto, hay partido.
Lo mío es una pregunta hasta cierto punto periférica. En el caso de Ciudadanos, ¿Qué órgano deciden apoyar a un gobierno murciano u otro? Lo digo por qué si el grupo se te rompe es que eso no está decidido cómo y dónde toca, ¿No?
Y del grueso, no sé me aterra que esto pueda ir de fascismo y antifascismo. Y que una representante institucional diga que el lado bueno es el del descuento, o ella está muy equivocada o lo estoy yo. Más si hablamos de nudos gordianos y su resolución por Alejandro Magno. Aterrado o es todo una broma.
Sobre lo primero, no tengo ni idea. Sobre lo segundo, a mi también me inquieta e incluso, aterra. Desconozco el contexto real. Realidad o delirio?
El debate social y democrático,ha muerto.
¡¡Vivan los zascas!!
Pues si!
Jugarse X a la baza de ganarle el gobierno en Madrid a la derecha es que te guste el riesgo, porque lo más probable es que eso no lo consigas. Las segundas y terceras derivadas a mí se me escapan. Habrá partido hasta el 4 de mayo, el 5 el partido se habrá acabado, el escenario más probable es el que me gustaría a mi que me explicaran. Por curiosidad sobre todo, la verdad. No atisbo yo como los problemas políticos y económicos que existen , se enuncien como se enuncien, van a cambiar con Ayuso + Vox en la casa de correos -escenario que parece el mas probable-. O sin ellos. Yo no veo cual es la jugada larga.
Creo que él piensa que estamos a las puertas de un nuevo ciclo politico que de ha precipitado con lo de Murcia y hace el movimiento en clave de toma de posiciones para tratar de relanzar a Unidas Podemos y sacar del foco a las tensiones que habrá en los próximos en el gobierno de coalición y que necesariamente obligará a una gestión de tomo más bajo