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Eso es, más o menos, lo que vinieron a decirle anoche al siniestro Primer Ministro húngaro, Victor Orban, gran parte de los demás líderes europeos. La gota que ha colmado el vaso ha sido la ley húngara que prohíbe toda mención a la homosexualidad en la educación sexual a alumnos de hasta 18 años. El gobierno húngaro se defiende diciendo que es una ley que pretende proteger a los jóvenes de la pedofilia, sin darse cuenta de que cava más profundo el hoyo en el que se ha metido al aparejar homosexualidad con pedofilia. Porque no es aceptable que le preocupen más los pedófilos homos que los heteros que persiguen “lolitas”. Ojalá fuera este el único contencioso pero no, el conflicto viene de lejos y se empozoña cada vez más porque, hasta la fecha, Orban no ha dejado de dar motivos para una creciente y cada vez más extendida animadversión. Es posible que anoche le haya visto las orejas al lobo y recule pero es dudoso porque lleva años haciendo carrera en casa de su oposición a “Bruselas”. Lo que está claro es que la UE ha cruzado el Rubicón: o das marcha atrás o lo vas a pasar tan mal en este club que mejor te piras. Tu mismo. Y no solo tienen motivos sino también medios para materializar la amenaza.
Orban es un retrógrado de tomo y lomo, envalentonado por sus sucesivas mayorías absolutas, que se deben tanto o más a la corrupción e incapacidad de la izquierda húngara que a sus propios méritos. Desde al menos la crisis de los refugiados sirios – 2015 – ha venido manteniendo un pulso creciente con las instituciones europeas. Se negó a aceptar las cuotas de refugiados acordadas por todos los demás y no cejó en su postura pese a que la justicia europea le dio la razón a la Comisión sobre la legalidad de que la decisión al respecto se tomara por mayoría cualificada, frente a la unanimidad que exigía Hungría. Después legisló contra la universidad húngara financiada por George Soros – judío originario de Hungría – sin escatimar estereotipos antisemitas y sin escrúpulo alguno para, al mismo tiempo, venderse a Israel como su mejor quinta columnista dentro de la Unión, vetando cualquier iniciativa crítica a las políticas de Netanyahu. Lo mismo ha hecho con Rusia – aunque no se atrevió a vetar las sanciones económicas al régimen de Putin, con China – ha vetado varias resoluciones contra china, incluida su represión de la democracia en Hong Kong – y hasta con Bielorusia – chantajeó a los otros 26 estados miembros con no prolongar el embargo de armas al dictador bieloruso hasta que no aceptaron eximir los rifles para el exitoso equipo bieloruso de biatlón.
Hace solo unos días Orban explicó su visión del futuro de la Unión, que debería dejar de perseguir un nivel de integración cada vez mayor, centrarse en lo económico y volver a ser una unión de Estados nación sin pretensiones de supranacionalidad, por ejemplo abandonando las elecciones al Parlamento Europeo. Tal visión está superada pero es legítima. Lo que no lo es tanto es su posición ideológica radicalmente en contra de la inmigración, también la legal a no ser que se trate de trabajadores blancos y cristianos de los países vecinos. Es decir, musulmanes y gente de piel oscura no. Orban sostiene que no es racista. Simplemente está en contra del complot de la progresía mundial para importar musulmanes a Europa con el fin de acabar con nuestras sacro-santas raíces cristianas. Solo le falta ser un anti vacunas. Hasta en eso destaca: pactó con Rusia un par de millones de Sputniks no homologadas por la Agencia Europea del Medicamento.
Hace ya algunos años la Comisión Europea puso en marcha el procedimiento del artículo 7 por el cual la Unión puede tomar medidas contra uno de sus estados miembros por mor de su falta de respeto al Estado de Derecho. El problema es que para tomar tales medidas hace falta la unanimidad de los otros 26 estados miembros. Y Polonia vio que podía ser el próximo. Y lo fue por una serie de decisiones atávicas que la Comisión Europea recurrió y ganó ante el Tribunal de Luxemburgo. La primera por talar una reserva forestal contraviniendo el derecho comunitario. Después, por jubilar por decreto a la mayoría de los jueces y reemplazarlos por otros más afines, incluidos los del tribunal constitucional y supremo. Y muy recientemente por cuenta de una mina que atenta medio ambientalmente a los intereses de su vecina Chequia, que la denunció con éxito ante el tribunal de Luxemburgo. Cuando perdieron los gobernantes polacos se desgañitaron comparando la falta de respeto a la soberanía nacional de la UE con la tiranía de la Unión Soviética y demás. Como también ha hecho Orban en repetidas ocasiones.
Pero no están solos. Eslovenia, la próxima presidencia de la UE a partir del 1 de julio, tiene un primer ministro más trumpista que Trump y también se opone a las medidas de orden interno contra los dos anteriores. Como también Bulgaria, Rumanía y en menor medida Chequia y Eslovaquia, todos ellos candidatos a la acción sancionadora de la UE por diferentes faltas domésticas, como también Chipre y Malta.
De ahí que cada vez sean más los que piensen que la macro ampliación de la UE en 2003 fue un error. Es posible pero también ha sido un gran éxito en varios frentes. En primer lugar, corrigió la deuda histórica de haber cedido el control del este de Europa a la URSS en Yalta. Además, ha conseguido que todos esos países no tengan nada que ver con Ucrania, Moldavia o Bielorusia, con los que compartían nivel de desarrollo político, social y económico. Finalmente, son todos miembros de la OTAN y por tanto están con nosotros para lo que más cuenta, como también lo está Turquía: acudir a defender a los demás aliados en caso de ataque ruso. Lo que es la manera más efectiva de disuadir a Rusia de cualquier veleidad agresiva contra “nosotros”. Y aunque en Vigo y en Almería no se sienta con intensidad, los misiles rusos siguen ahí y apuntan contra nosotros, como los nuestros hacia ellos.
Pero sí, el big bang de 2003 ha tenido algunas consecuencias negativas para el proceso de integración europea. Aunque, siendo honestos, la Constitución Europea fracasó en sendos referendos holandés y francés así que no nos hacía falta su participación para tirarnos pedradas contra nuestro propio tejado.
Pero todo eso es pasado y no se puede remediar. Lo que si cabe es acordar lo que es aceptable de aquí en adelante y lo que no. Y la discusión a cara de perro entre nuestros líderes anoche durante la cena del Consejo Europeo es una buena señal. Nadie quería que Reino Unido se fuera. Pero somos legión creciente los que preferiríamos que Hungría se diera el piro, olvida nuestro nombre, nuestra cara, nuestra casa y pegue la vuelta (Pimpinela dixit). Por homófobos, por xenófobos y por tocar ya tanto los cojones cagüen… Y a ver si así los demás “nuevos Estados Miembros” le ven las orejas al lobo y se ponen en fila de uno en uno, que ya va siendo hora.