Iliberales no concluyentes

Arthur Mulligan

Francia y el mundo literario celebran el bicentenario del nacimiento de Flaubert y Baudelaire quienes en 1857 fueron atacados por Ernest Pinard, un ambicioso procurador imperial de 34 años que intentó ocupar el cargo de ministro del Interior a través de postularse como administrador de la literatura, de la moral y de las buenas costumbres.

El tal Pinard pensaba que «Madame Bovary» y «Las Flores del mal», a pesar de su excelencia, merecían un correctivo, una sanción pública porque sus autores deberían de concebir la literatura en su forma y expresión como formando parte de una misión orientada a preservar la castidad y la pureza (de las mujeres se entiende) en una sociedad sana.

«Reaccionen con una sentencia contra esta fiebre insalubre que tiende a dibujar todo, a explicarlo todo, a decirlo todo, como si la moral pública no existiera», dijo al final del proceso dirigiéndose a los jueces quienes, a pesar del brío de su dedo acusador, se inclinaron a favor de un Flaubert (Madame Bovary c’est moi!) admirablemente defendido en un vibrante alegato de más de cuatro horas por su abogado, Jules Senard.

Baudelaire no tuvo tanta suerte debido a la bisoñez de su joven abogado de 25 años y tuvo que amputar 6 poemas relacionados con el amor lésbico de su obra maestra.

Pero aún con todo, la extrema pudibundez de su argumentación y más allá de sus veladas ambiciones, el procurador estaba amparado por una legislación de 1819 que sin llegar a derogar «todos los delitos imaginarios», como la blasfemia, del primer código penal (1791) de la Revolución Francesa, incidía en el ultraje a «la moral pública y religiosa».

La derecha católica protestaba de este modo contra las heridas que podrían infligirse a las convicciones íntimas de las personas creyentes si el legislador rechazaba la protección de aquello más augusto y más sagrado que hay en el mundo, es decir Dios.

No fue hasta años más tarde (julio de 1881) cuando se aprobaría finalmente y de una vez para siempre la ley sobre la libertad de la prensa dando a Clemenceau la oportunidad de lanzar su célebre sarcasmo: «Dios se defenderá bien él mismo; no necesita la Cámara de Diputados».

A partir de entonces todo el mundo admitió que la religiones pueden ser defendidas o criticadas libremente, sin que esta crítica pueda ser asimilada a una discriminación hacia los creyentes.

Pero mira tú por donde ha hecho falta más de un siglo para que los argumentos del partido conservador católico del XIX reaparezcan asociados a movimientos y autores «progresistas» o de «izquierdas» (cabalgar contradicciones lo llama el ínclito creyendo descubrir el Mediterráneo ).

El movimiento principal proviene -como casi siempre que ocurren estas rarezas- de las ciencias sociales americanas, en forma de crítica a nuestra libertad de expresión «ilimitada», concluyendo que «la blasfemia referida a la imagen de Mahoma es una ofensa contra el estatuto de la persona en el seno del Islam», uniendo sibilinamente algunas caricaturas a significantes racistas, mediante contorsiones dialécticas que mezclan la historia colonial, la «islamofobia», etc., para obtener conclusiones que animen la aceptación y extensión de su indisimulada intención de prohibir «denigrar una creencia».

Como es habitual en estos casos (hemos tenido varios recientes en España) se obliga a la parroquia a preguntarse algo que ya ha sido cosa juzgada, es decir ¿dónde ponemos el término medio entre una eventual intención denigratoria de una creencia y la crítica a los fundamentos de la misma?

Volviendo al momento de los debates de la ley de 1881, la Asamblea fue marcadamente inspirada por uno de los textos más célebres de Tocqueville sobre la libertad de prensa.

El autor de la democracia en América precisaba al respecto: «Confieso que no encuentro en la libertad de la prensa ese gusto completo e instantáneo que acordamos a las cosas soberanamente buenas por su naturaleza. Me gusta por la consideración de los males que impide. Si alguien me mostrara, entre la independencia completa y la esclavitud total del pensamiento, una posición intermedia en donde pueda sujetarme, tal vez me quedaría allí ¿pero quien descubrirá esta posición intermedia?»

Cada vez que el poder habla de salud pública o de moral pública hay que preocuparse; también con las tentaciones totalitarias provenientes del mundo intelectual que generalmente preceden a las anteriores.

Recordemos al Roland Barthes de 1977 cuando en la lección inaugural en el Collège de France lanzaba esta sentencia que hoy en día podría pasar por algo atribuible a cualquiera de la pareja de Galapagar: «Y la lengua no es ni reaccionaria ni progresista; es sobre todo simplemente fascista; porque el fascismo no trata tanto de impedir decir cuanto de obligar a decir»

Según los partidarios de la escritura inclusiva la lengua es fascista y la gramática una forma insidiosa de dominación de los dominados por la violencia simbólica; es más, el patriarcado capitalista, racista y blanco no se contenta solo con aplastar al obrero bajo su bota fascistizante sino también a las mujeres y a los/las racializados/das parcializados/das; la escritura inclusiva como pasaje obligado no solamente por los descolonizados, los eco feministas y los verdes, pero también los veganos. Hay quien considera estos discursos con bastante aprensión, pero no cabe duda de que tienen consecuencias prácticas inquietantes por rayar en la necedad.

Así, no es de extrañar noticias del tipo siguiente:

«Holanda acaba de censurar al gran Dante Alighieri en el setecientos aniversario de su muerte. La cultura de la cancelación consiste, al parecer, en terminar con la cultura. En el fondo, es un reconocimiento de que La Divina Comedia sigue siendo un clásico, y mantiene vigente su desafío.

Acaba de aparecer en neerlandés una nueva traducción de Infierno (De Hel), la primera y más lograda sección de esa obra del poeta florentino del renacimiento. Según trascendió en la prensa holandesa, no solo el estilo se ha adaptado para hacerla más accesible a niños y jóvenes (algo habitual aunque reprochable en la práctica editorial), sino que también se efectuaron algunos «recortes» al poema. El más despiadado es que el pasaje en el que aparece el profeta Mahoma ha sido retocado “para no herir susceptibilidades innecesariamente”, según informó la editorial Blossom Books. En otras palabras, los activistas de lo políticamente correcto han sacado a Mahoma del Infierno de la Divina Comedia y han enmendado la plana a Dante.»

O esta otra:

«La censura retrospectiva de Agatha Christie también llega a Francia. La nueva traducción de «Ten Little Niggers» (Los diez negritos) se llamará «Ils étaient dix» (Eran diez). Editor y traductor han cedido a la presión -no solo económica- de los herederos de la legendaria escritora.

«Ten Little Niggers» se tradujo por vez primera al francés en 1940, con su título exacto, «Dix petits nègres» (Diez negritos). Con ese título, justo y original, se han publicado setenta y cuatro ediciones francesas.

James Prichard, biznieto de Agatha Christie, ha explicado a la opinión pública la decisión inapelable de los herederos de la legendaria escritora, de este modo: «Hace años que se había suprimido la palabra negro en las ediciones inglesas, americanas y de muchos otros países. A nuestro modo de ver, no debemos utilizar términos que corren el riesgo de herir a muchos lectores. De ahí la decisión de sugerir un nuevo título, más adaptado a nuestro tiempo».

«The Little Niggers» nunca se publicó en los EE. UU. con su título original, sustituido por otros como «Ten Little Indians» («Diez pequeños indios»). Desde la «óptica» editorial norteamericana, la sustitución de negros por indios parecía «aconsejable».

Las tribulaciones del título original de la obra de Agatha Christie fueron muy diversas. En Francia, traductor y editores decidieron respetar el título original. Hasta que las presiones de los herederos han terminado imponiendo la censura retrospectiva.»

Volvamos a Tocqueville en un comentario de Pablo Simón sobre el vizconde publicado en la revista Jot Down (*):

«Para él hay una inevitable tendencia hacia un mundo en el que la pasión por la igualdad estará para siempre en el centro de todas las cosas. A caballo entre filosofía y sociología, su pregunta central es si esa pasión nos arrastra inevitablemente a un tiránico egoísmo individualista o la democracia podrá tener redención que nos haga ser a todos ciudadanos libres.»

Finalmente, algo que explica muchas actitudes:

«Sin embargo, la principal tesis de Tocqueville consiste en definir la igualdad de condiciones como base de la estructura de deseos del humano democrático. Pero cuidado, porque esa igualdad no es un estado real de las cosas, es una percepción. Lo nuevo no es tanto la movilidad social como que las personas que viven en condiciones desigualitarias se sientan iguales. Ello genera la tensión; la inquietud derivada de las expectativas sociales creadas por la democracia y las posibilidades reales de cumplirlas. Como llega a decir Alexis de Tocqueville con rotundidad, en América hay muchas personas ambiciosas y ninguna gran ambición.»

Mucho se discute en estos días acerca de la falta de reacción ante escándalos notorios como Plus Ultra, Marlaska, un Parlamento sin vida noble, un Senado que vota absurdos, una pandemia y su gestión asimétrica o la desnaturalización de las elecciones a la CA de Madrid con su versos sueltos: Ángel Gabilondo y Pablo Iglesias, en donde lo importante no son las ideas, ni los hechos, ni la trayectoria. Lo importante son las palabras. Vivir en Vallecas, tres salarios mínimos, feminismo, libertad de expresión, agenda 2030; o verso suelto, serio, moderado, dialogante que transformará Madrid de paraíso fiscal en otra cosa (?) subiendo impuestos.

Salir del bucle de propaganda, pandemia, tú la llevas, Cataluña, dame dinero, 24 ministros, 1000 asesores y unos estados financieros que hielan la sangre.

Y a más a más, ya puestos, nada mejor que meter proyectos broncos, coriáceos, elefantiásicos y utópicos como la abolición de la prostitución que propugna la Vicepresidenta Calvo, de quien escribe Rubén Amón :

«se ha propuesto salvar a las prostitutas de su profesión. Ha reaparecido la utopía de la abolición, reproduciendo el conflicto con el ministerio de igualdad y entre las feministas senior y las junior; conflicto generacional, conceptual y tan político que Calvo aspira a condecorarse con la medalla del abolicionismo, una fantasía legislativa no ya inaplicable sino discutible, porque más que prohibir la prostitución debería legalizarse, normalizar la profesión, fiscalizarla, proporcionarle garantías sanitarias, rescatarla del limbo normativo en la que se encuentra y romper el tabú, la hipocresía y preservar un principio sagrado de la libertad individual, lo que naturalmente no significa que no se persigan los delitos de trata, de abuso y de proxenetismo pero la derivada criminal de una actividad no implica que deban enmendarse integralmente; no tendría sentido quemar los algodonales del sur de Estados Unidos para combatir la esclavitud, ni procedería suspender el sistema de adopciones por mucho que haya un mercado clandestino y unas cuantas mafias. La prostitución es casi siempre un trabajo ingrato y duro como los hay otros cuya reputación no requiere la venta del sexo; y el sexo ha puesto de acuerdo a la Iglesia y a la progresía, la una y la otra aceptan poner en venta las piernas de una modelo, los abdominales de un futbolista y las escasas neuronas de un tertuliano pero el clero, Carmen calvo y el PP no admiten profanar el origen del mundo por mucho que Rómulo y Remo fueran amamantados por una puta.»

(*) https://t.co/uAnUXFNZvf

2 comentarios en “Iliberales no concluyentes

  1. Gobierno, hace 4 semanas: solo se recomienda AstraZeneca para menores de 55 años.
    Hace tres semanas: para menores de 65.
    Hace dos semana:para nadie.
    La semana pasada: para todos.
    Esta semana: para mayores de 60.
    La próxima semana:para los Aries, Piscis y Sagitario.

    ( Ignacio Varela )

  2. Lujo de artículo.
    Lo de Astrazeneca es igual en todo el mundo, no tiene sentido apuntar al gobierno, pero en fin.

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