Carlos Hidalgo
Estos días la comisión de investigación que hay en el Congreso de los Estados Unidos acerca de los disturbios del 6 de enero se está poniendo interesante O está cogiendo tracción, que dirían los modernos.
Uno tras otro, se suceden testimonios de colaboradores cercanos al expresidente Trump que afirman que la exestrella televisiva era perfectamente consciente de haber perdido las elecciones, pero que aun así se empeñó en mantener la ficción de que las elecciones que le desalojaban de la Casa Blanca eran fraudulentas y que estaba más que dispuesto a valerse de una insurrección armada para permanecer en el poder. Lo que se llama un golpe de Estado, vaya.
Según indican los medios estadounidenses (menos Fox News), aunque lo que indican los testimonios (hasta el de la hija de Trump) es extremadamente grave, parece que habrá más revelaciones contundentes antes de que la comisión se reúna para dictar sus conclusiones.
Las incógnitas que despiertan todo esto es si el trabajo del Congreso será suficiente para poder abrir un juicio a Trump, si ese juicio se celebrará finalmente y si el expresidente será declarado culpable y condenado.
Con el intento de golpe de estado de los Estados Unidos pasa algo parecido a lo que ocurrió con el del 23F, salvando varias distancias. Y me explico: todo el mundo coincide en la gravedad de los hechos y en lo intolerables que son. Pero a la hora de juzgarlo existe el temor de que el enconamiento y la polarización que hicieron posible el golpe se agraven y siembren el camino a otros golpes o algo peor.
A las élites políticas estadounidenses medio sensatas les preocupa eso mismo. Sobre todo porque, si en nuestro país teníamos a unos pocos militares con ganas de sacar los tanques a la calle y de fusilar gente, en Estados Unidos tienen a milicias de tipos armados hasta los dientes con armas que pueden comprar en un supermercado y que, según su propia legislación, hasta pueden portarlas en público sin problemas.
Este mismo fin de semana han detenido a varios camiones de mudanzas en los que unos milicianos de este estilo estaban cruzando de un estado a otro, armados, con la sola intención de causar una masacre en los actos del Orgullo LGTBI.
Y no olvidemos que milicias que participaron en el golpe, como los “Oath Keepers” se componen de miembros de los cuerpos policiales y de militares. Y algo no muy diferente ocurre con los “Proud Boys”, aunque en este caso era al revés: eran ellos los que estaban infiltrados por el FBI y no al revés.
Pero, por otro lado, ¿se puede dejar pasar que un presidente de los Estados Unidos estuviera dispuesto a dar un golpe de Estado para perpetuarse en el poder, independientemente del resultado de unas elecciones? ¿Ha de olvidarse sin más consecuencias que una turba de individuos espoleados y jaleados por Trump asaltaran la sede de la soberanía popular con la intención de linchar a algunos de sus cargos electos? Entre ellos al vicepresidente escogido por el propio Trump: Mike Pence, que parece no querer recordar nada de eso ahora.
¿Es necesaria la impunidad para mantener la paz? ¿En qué grado podemos ceder en una para conservar la otra?