Magallanes
Este es el título de un excelente artículo publicado en el INYT del 26 de diciembre de 2014 y escrito por Kai Bird. Su claridad expositiva me ha animado a traducirlo pensando que puede ayudar a comprender mejor lo que está en juego con el concepto de Estado Judío. Lo expongo a continuación.
“Israel tiene un problema de identidad. ¿Es un estado judío que ofrece preferencias legales y materiales a los ciudadanos de ascendencia judía?, o ¿es un estado laico, pero que tiene sus raíces en la cultura judía y el idioma hebreo? Durante más de 6 décadas los políticos israelíes han mantenido una cómoda ambigüedad sobre esta profunda cuestión existencial. Pero ya no más.
En las elecciones de marzo, los votantes israelíes se verán forzados a elegir entre alternativas excluyentes sobre la identidad nacional de su país. En ausencia de una constitución formal escrita, el primer ministro Netanyahu ha propuesto una ley que garantizaría “derechos nacionales” solo a ciudadanos judíos.
El resultado de estas elecciones no está nada claro. Inicialmente, las encuestas sugieren que Netanyahu podrá cimentar mejor su liderazgo y acelerar la derechización de Israel. Pero la reciente coalición entre Isaac Herzog, líder del partido laborista de centro izquierda, y Tzipi Livni, líder del partido Hatnua de centro derecha – que, al convocar Netanyahu nuevas elecciones, fue cesada de su cargo de ministra del gobierno –, permite suponer que dicha coalición puede constituir una alternativa electoral con posibilidades.
Herzog y Livni se oponen a una nación-estado judía. Son sionistas anticuados, ligados al concepto de que todos los ciudadanos de Israel, sean judíos o no judíos, deben tener los mismos derechos democráticos. Y, al contrario de Netanyahu, comprenden que el control continuo de los territorios ocupados por Israel después de 1967 amenaza su carácter democrático.
La Declaración de Independencia de Israel de 1948 garantiza “la completa igualdad de derechos políticos y sociales de todos sus habitantes independientemente de su religión, raza o sexo”. De manera que Israel puede ser un “estado judío” en sentido cultural, pero por lo menos no en mayor medida que EE. UU. puede ser un “estado cristiano”. Nunca se intentó que Israel fuese una teocracia.
Israel alberga menos de la mitad de las personas que en el mundo reivindican su ascendencia judía. Un 20% de su población no es judía, sino musulmana, cristiana y drusa. Y esta minoría está creciendo.
Además, la mayoría de ciudadanos israelíes que reivindican su ascendencia judía, no son de hecho practicantes de su religión. Una gran mayoría del millón y pico de inmigrantes de origen ruso no son reconocidos como judíos por los tribunales rabínicos ortodoxos.
Una ley de nación-estado judío discriminaría en contra de estos ciudadanos no judíos, pero además podría ser el pretexto jurídico para denegar la ciudadanía a los palestinos si la ultraderecha consigue su propósito de anexionar los territorios ocupados. Desde cualquier punto de vista es una mala idea.
La realidad es que Israel es una sociedad civil multiétnica, vibrante y en gran parte no confesional. Esto no constituye una tragedia. De hecho, es lo que la mayoría de los padres fundadores sionistas idearon – un nuevo y moderno estado en la antigua Palestina donde aquellos judíos que así lo quisieran pudiesen convertirse en ciudadanos en iguales condiciones que los ciudadanos de cualquier otra nación. Los “israelíes” no serían considerados miembros de la diáspora judía sino ciudadanos de su propio estado.
Hillel Kook (1915-2001), un líder sionista del ala revisionista, concibió al nuevo estado israelí como una “República Hebrea” – un lugar donde los judíos podrían olvidarse de la diáspora. En vez de ser judíos norteamericanos o judíos franceses, su identidad se definiría en primera instancia por su nueva identidad de ciudadanos del nuevo Israel – y no por su raza o religión. Serían israelíes antes que otra cosa y podrían practicar o no practicar su religión, al igual que la mayoría de franceses es católica pero no es practicante.
A lo largo de 6 décadas y pico los israelíes han creado una cultura nacional propia, apoyada por su idioma – siempre un ingrediente básico para cualquier identidad nacional. Y esta identidad cultural está separada de la religiosidad.
Esta definición de la identidad israelí – una basada en el idioma y cultura hebrea en vez de en la religión – es una noción muy útil para consolidar la perspectiva de paz.
La OLP y la mayoría de los líderes árabes reconocen actualmente la realidad del estado israelí. Por tanto, ¿por qué los líderes israelíes quieren ahora definir su identidad frente a sus vecinos en términos religiosos?
¿Por qué Netanyahu quiere definir su nación-estado con precisamente las mismas frases que Hamás, un partido confesional y extremista dedicado a la formación de una república islámica? El mismo Netanyahu es un político laico. Su insistencia en un “estado judío” parece ser una receta para un conflicto interminable con sus vecinos musulmanes – y quizás hoy en día una táctica para posponer las negociaciones sobre la creación de un estado palestino.
El concepto de un estado judío es en último término un veneno político para la diáspora judía y específicamente para los judíos norteamericanos. Si Israel es visto como un estado judío, entonces existe la implicación de que algunos o todos los 7 millones de judíos norteamericanos “tienen como patria” a Israel. No es así. Su patria es EE.UU. y no se van a ir a ningún otro sitio.
Por todas estas razones, hablar de un “estado judío” destruye una útil e inteligente ambigüedad. En vez de ello, los israelíes deberían celebrar su identidad nacional israelí. Y deberían hablar también de su futuro y donde deben estar sus fronteras definitivas para poner fin al interminable conflicto entre palestinos e israelíes.”
Como complemento al artículo anterior, me gustaría comentar que en una reciente entrevista del periodista Roger Cohen a Tzipi Livni, ella declaró: “ Para aquellos que creen en la idea del Gran Israel, un día más que pase sin negociaciones es otro día victorioso en su consecución, mientras que para mí es otro día perdido para alcanzar la paz.”
Totalmente de acuerdo con el artículo de Kai Bird.
Totalmente en desacuerdo con el articulo de Kai Bird, desde el primero hasta el último párrafo.
A mí me parece que el artículo que traduce Magallanes -con esfuerzo que es de agradecer- repite los tópicos que ha venido reiterando The New York Times, en multitud de artículos de opinión (opinión monolítica, como suele serlo en ese medio la que tiene que ver con Israel y el conflicto en Oriente Medio) y sesgadas crónicas informativas sobre el debate existente en ese país sobre esa cuestión, tópicos y falsedades que solo reflejan el punto de vista de la izquierda israelí (y no toda) y sus frustraciones: las que explican su desconexión creciente con la sociedad israelí y su cada vez menor peso electoral y político. Nada nuevo, la izquierda se empeña en mostrarse impermeable a la realidad, lo mismo en Israel que en Europa. Así le va. Y creo (y es lo que deseo) que le seguirá yendo mal tras las próximas elecciones en aquel país.
Para ampliar el enfoque sobre esa ley aquí van retazos de un artículo de Yoram Hazony (Jerusalem Letters).
POR QUÉ NECESITAMOS LA LEY DEL ESTADO JUDIO
“Cuando rugen las guerras civiles en Siria e Irak, Libia y Yemen, y las tensiones entre judíos y árabes en Jerusalén alcanzan niveles no vistos en más de una década, el gobierno israelí ha aprobado una propuesta de «Ley del Estado judío” que confirmará la jerarquía constitucional de Israel como «el Estado-nación del pueblo judío». El primer ministro Benjamin Netanyahu ha dedicado una gran cantidad de tiempo y de atención a esta parte de la legislación, que para los extranjeros podría ser incongruente. También algunos en la izquierda israelí, apoyados por personalidades importantes en los medios estadounidenses, han insistido en que la ley es una provocación innecesaria, si no es simplemente «racista».
De hecho, sin embargo, la Ley del Estado judío es muy necesaria en estos momentos, no sólo para asegurar la viabilidad a largo plazo de Israel, sino también como presagio de una futura solución a la crisis más amplia de legitimidad que ha paralizado todo el sistema estatal en el Oriente Medio. No obstante, para algunos Israel no necesitaría una Ley del Estado judío. Hasta hace poco, el estatus de Israel como el Estado del pueblo judío nunca había sido seriamente cuestionado. La idea de Israel como un «Estado judío» tiene una historia que comienza con Theodor Herzl, el padre del sionismo moderno, quien había dado este título a su obra de 1896 donde pedía la independencia nacional judía. En las propuestas presentadas posteriormente al gobierno británico, Herzl pidió la ayuda del imperio británico para el establecimiento de un territorio «que deberá ser judío en su carácter, y fundado en las leyes y regulaciones aprobadas para el bienestar del pueblo judío», con un nombre judío y una bandera judía.
Este concepto fue incorporado más adelante en las propuestas británicas y en la ONU para el establecimiento de un Estado judío en Palestina, las cuales culminaron en el plan de partición aprobado por la ONU en 1947. Entre los judíos, el apoyo a tal estado se convirtió virtualmente en universal durante el Holocausto, ya que quedó claro que ni los Estados Unidos ni Gran Bretaña actuarían para salvar a los judíos de Europa (de hecho, Gran Bretaña usó la fuerza para impedir que los judíos escaparan hacia Palestina durante la guerra). En 1948, la Declaración de Independencia de Israel, redactada bajo David Ben-Gurion, utilizó el término «Estado judío» en varias ocasiones. Mucha de la legislación israelí, incluyendo la Ley de Retorno que ofrecía la ciudadanía automática a los judíos de todo el mundo, se basaba en la visión de Herzl del propósito de Israel, la cual fue abrazada junto con el firme compromiso de defender los mismos derechos civiles para los ciudadanos no judíos.”
A continuación, el autor explica por qué la mayoría en Israel considera necesario declarar formalmente lo que parecería una obviedad, que Israel es el Estado-nación del pueblo judío, y no de cualquier otro, por más que cualquier ciudadano de ese país, sea o no judío, tiene absolutamente garantizados todos sus derechos civiles (antes, ahora y con este proyecto de ley, que no les afecta lo más mínimo)? Pero para entenderlo fuera del contexto político israelí hay que tener en cuenta que en Israel – que, como Gran Bretaña, carece de constitución escrita, formal-, en los últimos años ha sido cada vez más evidente la contradicción entre la mayoría de los ciudadanos y las élites que monopolizan algunas estructuras del país, principalmente la Justicia, producto de la época -felizmente superada- en la que la izquierda (laborismo) construyó muy “a su medida” el estado (la única época en la que, por cierto, eran patentes las discriminaciones hacia las minorías).
Prosigue el artículo de Yoram Hazony: “En la década de 1990 el “post-sionismo» se convirtió en el término de moda entre esas élites. En este contexto, el entonces presidente de la Corte Suprema de Israel declaró que el carácter judío del país estaba «en tensión» con la democracia israelí, y procedió a embarcar a la Corte Suprema en una serie de decisiones encaminadas a erosionar gradualmente la situación legal de Israel como un Estado judío. Este proceso llegó a su clímax en la decisión Ka’adan 2000, que declaraba que ciertas políticas propuestas por el gobierno israelí y la Agencia Judía serían ilegales si no estaban en conformidad con el principio de igualdad..
Por supuesto, la igualdad ha sido siempre un valor crucial en Israel. Pero la desaparición de la autodeterminación nacional judía de la lista de objetivos legítimos de la política israelí según la Corte Suprema ponía en entredicho muchos de los objetivos básicos para los que se había fundado el estado. ¿Dentro de cuanto sería ilegal enviar a los servicios de seguridad de Israel a proteger a las comunidades judías en otros países? ¿Se mantendría una Ley del Retorno que ofreciera la ciudadanía automática a los judíos de otras tierras? ¿Se podría enseñar el judaísmo en las escuelas públicas? Estas y otras preocupaciones son las que están detrás de la actualidad propuesta de «Ley del Estado judío», cuyo objetivo es restablecer el statu quo anterior sobre cuestiones de la autodeterminación nacional judía.
(…) El modelo político de Herzl ha tenido un éxito espectacular. El Estado judío de Israel ha absorbido a millones de refugiados judíos indigentes de las tierras árabes y de la antigua Unión Soviética, ofreciéndoles libertad en vez de persecución, además de oportunidades económicas y escuelas públicas donde sus hijos puedan aprender el hebreo, la historia judía y la Biblia (algo solamente disponible en los EEUU para aquellos judíos que puedan pagarse la matrícula de una escuela privada). Lejos de crear un régimen xenófobo y racista, el Estado judío se ha convertido en una vibrante democracia liberal, el único país del Oriente Medio en el que los cristianos, drusos y otras minorías gozan de libertad de culto y no deben temer por sus vidas.
Este éxito no se ha logrado a pesar del carácter de Israel como Estado del pueblo judío, sino gracias a él. Para comprobar esto, sólo es necesario comparar la trayectoria de Israel y la de otros estados establecidos en la región en torno a la misma época, pero en base a un modelo «multinacional»: Siria (independiente en 1946) fue montada por los franceses al forzar la convivencia en un mismo lugar de alauitas, drusos, kurdos, asirios, cristianos y árabes sunitas, ignorando deliberadamente las fronteras nacionales, culturales y religiosas, así como las exigencias de algunos líderes de estos pueblos de poseer sus propios estados independientes. Iraq (independiente 1932) fue una construcción británica similar, imponiendo en un solo estado a pueblos tan radicalmente dispares como los kurdos, los asirios, los árabes sunitas y los árabes chiítas, entre otros. La mayoría de los estados en el Oriente Medio – «pan-árabes» sólo de nombre – fueron construidos por las potencias occidentales bajo esta forma (…) Israel, construido alrededor de una mayoría judía cohesiva y abrumadora, fue capaz de establecer una estabilidad interna y desarrollarse rápidamente como una democracia que funciona plenamente (…) Los demás estados de la región han sido capaces de mantener su integridad, sólo a través de la brutalidad y del terror estatal. La destrucción de la ciudad sunita de Hama por el régimen alauita de Siria en 1982, y el gaseamiento de los kurdos en Halabja por el régimen suní de Irak en 1988, son sólo los ejemplos más conocidos de lo que ha sido un dilema crónico de estos regímenes: una mayor represión o el colapso.
La idea de un Estado-nación propio dedicado al bienestar y los intereses de su pueblo, con una «Ley del Retorno» que ofrezca un lugar de refugio y de ciudadanía automática a los miembros dispersos y perseguidos de su pueblo… es una visión claramente israelí que surge de la experiencia de “sufrimiento y redención” que experimentaron los judíos en el siglo pasado. Pero también es una visión humana y universal, la única que puede ofrecer una verdadera esperanza para los pueblos devastados de nuestra región. La propuesta de Ley del Estado judío reafirma el compromiso de Israel con el principio político de autodeterminación nacional, el cual ha posibilitado que la existencia de una nación judía libre sea una auténtica realidad de nuestro tiempo. Y creemos que este concepto es un modelo y un faro para los pueblos perseguidos de todo el Oriente Medio, los cuales anhelan alcanzar para sus propios hijos lo que nuestros abuelos lograron para nosotros logrando que Israel pudiera existir.”
Otro artículo, este de Adam Levick en el blog CifWatch:
ISRAEL ES EL UNICO ESTADO QUE FAVORECE UNA TRADICION RELIGIOSA … A EXCEPCION CLARO ESTÁ DE TODOS LOS DEMAS.
“Si The Guardian o The New York Times publicaran un largo ensayo sobre alguna pequeña y oscura tribu indígena de África con una lengua, cultura y tradición religiosa única en la región, y cuya historia se extendiera varios miles de años y estuviera en peligro de extinción, seguro que sus lectores casi seguro lamentarían su situación. Además, parece ciertamente poco probable que muchos de sus lectores criticaran y desafiaran la vigilancia y protección por parte de la tribu de sus antiguas tradiciones, o su declarado deseo de prevenir la erosión de su identidad étnica y religiosa única.
Aunque este blog ya ha tratado la falsa acusación de que la nueva «ley del Estado-nación judío» propuesto por el gobierno de Israel hará de los no judíos unos «ciudadanos de segunda clase», el debate más amplio sobre el derecho de Israel a identificarse con una tradición religiosa específica es el subtexto que subyace en muchos de los debates en línea sobre el conflicto israelo-palestino.
Mientras que parece fuera de discusión que los árabes israelíes – si el actual proyecto de ley llegara a pasar la evaluación de la Knesset (Parlamento de Israel)- continuarían disfrutando el tipo de los derechos políticos democráticos que sus hermanos étnicos en la región sólo podrían soñar, el debate sobre la ética judía de Israel se ve a menudo nublada por la sugerencia implícita de que el resto del mundo se ha alejado de tales nociones particularistas de la estatalidad.
Esto no es cierto.
Incluso en el Occidente democrático, por ejemplo, las naciones mantienen sistemas codificados de preferencia por los que reclaman o afirman alguna conexión histórica, étnica o lingüística con el estado. Muchos países ofrecen privilegios de inmigración para individuos con lazos étnicos o familiares a esos países – un sistema de preferencia en la inmigración conocido como «jus sanguinis», un «derecho de retorno» de esas personas decididas a compartir los rasgos comunes preferidos y vigentes.
Además, un tercio de los 196 países del mundo, según el Centro de Investigación Pew, tienen banderas nacionales que incluyen los símbolos religiosos.
De los 64 países que entran en esa categoría, según el Pew, casi la mitad tienen símbolos cristianos y alrededor de un tercio incluyen símbolos islámicos. En cuanto al nacionalismo y el Islam, también hay que señalar que no menos de 57 países se autoidentifican como únicamente estados musulmanes.
Israel es, por supuesto, el único país que se autoidentifica como un Estado judío, el único con una mayoría judía, y el único con un símbolo judío en su bandera.
La existencia de un sistema de gobierno judío soberano – con los medios económicos, militares y diplomáticos para proteger a los judíos en su hogar y en el extranjero -, no es un simple deseo religioso, abstracto o ideológico. Más bien, es un enfoque racional para garantizar la seguridad de una pequeña minoría históricamente perseguida que ya no puede correr el riesgo de depender de la buena voluntad de las naciones ilustradas para asegurar su bienestar, y de hecho su propia supervivencia.
Mientras el debate sobre la mejor manera de lograr el equilibrio correcto entre el carácter judío y democrático de Israel es de hecho legítimo, es necesario recordar que los judíos no son la única excepción en su deseo de mantener una ciudadanía mayoritaria unida por una memoria histórica similar y por un destino político y moral común.”
Al final de su post, Magallanes añade “como complemento al artículo anterior” lo que en una reciente entrevista del periodista Roger Cohen (uno de los impartidores de doctrina en The New York Times a los que me refería al principio) a Tzipi Livni, ella declaró: “Para aquellos que creen en la idea del Gran Israel, un día más que pase sin negociaciones es otro día victorioso en su consecución, mientras que para mí es otro día perdido para alcanzar la paz.” Para evitar equívocos conviene tener presente todo lo que manifestó Livni (del centro izquierda, que ahora se ha aliado con los laboristas para las próximas elecciones) en esa entrevista, y para eso reproduzco cómo lo contaba un analista muy conocido de la propia izquierda israelí (aún queda gente decente en ese mundo) como es Ben-Dror Yemini en un artículo titulado “¿QUE DEBEMOS ESPERAR DEL CENTRO-IZQUIERDA TRAS EL RECHAZO A NEGOCIAR DE LOS PALESTINOS?”.
Refiriendose a Tzipi Livni, dice Ben-Dror Yemini que “se suponía que debía haber hablado mal de Netanyahu. Se suponía que debería haber argumentado que él es un adversario de la paz. Podía incluso haberlo culpado del fracaso de la última ronda de conversaciones con los palestinos. Pero, para su crédito, ella hizo algo completamente diferente. Hace una semana, Roger Cohen en el New York Times publicó una serie de detalles de una conversación que tuvo con Livni. Y el informe estaba lleno de sorpresas. El tema, por supuesto, era el proceso de paz. ¿Quién tiene la culpa?, le preguntó Cohen. La posición estándar de cualquier persona que no forma parte del círculo íntimo del primer ministro israelí es que Netanyahu tiene la culpa. Fuentes estadounidenses de muy alto rango también han hecho su parte señalando con el dedo a Netanyahu. Y he aquí que Livni ahora se niega a subirse al carro. La persona responsable del tropiezo de las conversaciones de paz, aclara Livni, fue Mahmoud Abbas.
La fórmula para futuras conversaciones ya estaba preparándose. Era un acuerdo que incluía la liberación de otros prisioneros palestinos, de un congelamiento total o parcial de la construcción en Judea y Samaria, y la liberación de Jonathan Pollard. Pero los palestinos llevaron todo a derrumbarse con su apelación ante la ONU, lo cual contradecía todos sus acuerdos con la administración estadounidense.
Livni también menciona la reunión en la Casa Blanca, el 17 de marzo de 2014, con Abbas y Saeb Erekat. De acuerdo con un informe publicado en The New Republic, Obama aprovechó la oportunidad para presentar el borrador de la propuesta estadounidense al equipo palestino. No es que Netanyahu hubiera dicho a todo que sí; tenía sus reservas. Pero él al menos no había dicho que no. Se había acordado continuar las negociaciones sobre la base de ese mismo proyecto de propuesta. ¿Y los palestinos? Según Livni, evadieron el tema. De acuerdo con The New Republic, los palestinos respondieron de forma negativa, a pesar de que el proyecto que Obama presentó a Abbas incluía la división de Jerusalén.
Decir estas cosas en el período previo a las elecciones es sin duda un acto de valentía por parte de Livni, que ahora parece no unirse a la danza de los demonios contra Netanyahu. Al mismo tiempo, lo que se ha sabido requiere un examen de conciencia de Livni y de su aliado, Isaac Herzog (laborista). Después de todo, ellos no van a ofrecer a Abbas más que lo que le ofrecieron Obama y Kerry. Y todos sabemos cual será su respuesta. Ellos sin duda elevarán la posición internacional de Israel, lo que es importante. Pero ellos también se encontrarán con una posición de rechazo de los palestino. Y entonces, ¿a dónde irán ellos?”
Barañain, una democracia liberal, permite q las personas de diferente religión (o q no confesan ninguna) puedan casarse entre sí. No veo la ventaja de definir, por tanto, a Israel como un estado nación judío para avanzar en esa democracia liberal donde quepan todos y donde todos tengan los derechos de una democracia liberal abierta.
Muchas gracias Magallanes, no puedo estar más de acuerdo con Kai Bird, por los mismos motivos que expone. Saludos!
Me alegro mucho que Barañaín haya traducido 2 artículos sobre la conveniencia de un Estado Judio. No hay que olvidar que Debate Callejero es para eso, para que todos aportemos pros y contras de un asunto polémico.
La cita de una entrevista de Roger Cohen a Tzipi Livni de Barañaín es la misma entrevista en que ella al final hace esa frase que yo cito.
parece que, aunque ella echa la culpa del fracaso a Abbas, no quiere que la identifiquen con laderecha israelí. Del primer artículo que traduce Barañaín copio lo siguiente: «Y creemos que este concepto es un modelo y un faro para los pueblos perseguidos de todo el Oriente Medio, los cuales anhelan alcanzar para sus propios hijos lo que nuestros abuelos lograron para nosotros logrando que Israel pudiera existir.” ¿Se podría aplicar a los palestinos también esto? Me parece que el articulista no ha pensado en ellos.
Un Estado verdaderamente moderno no se enroca en cuestiones identitarias ni culturales y, menos aún, religiosas para autoafirmarse como tal. La verdadera democracia liberal, que tanto se apela a ella cuando conviene, es aquella donde todos los residentes que la habitan tienen los mismos derechos fundamentales y gozan de las mismas libertades. Apelar a un Estado de índole religioso, étnico o cultural es retroceder en la evolución de esa democracia liberal. Apelar al conflicto o a la protección de no sé qué protección de derechos de los judíos en su hogar y en el extranjero para enrocarse en posiciones teocráticas, étnicas o culturales, es una excusa antigua para lo de siempre: retroceder en la verdadera democracia liberal y aconfesional.
Desde mi punto de vista, ésta es la cuestión fundamental y no otra.
Supongo que Barañaín estaría de acuerdo con quienes, durante el debate sobre la posteriormente malograda Constitución Europea, abogaban por que reconociera las raíces cristianas de Europa. No se incluyó y supongo que Barañaín habrá votado en contra en el referendum que tuvo lugar en España.
Es evidente que Israel es un estado tensionado entre su vocación democrática y por tanto igualitaria entre sus ciudadanos, y su origen histórico, para satisfacer el ansia de un estado propio del movimiento sionista y resolver tras la gran tragedia del holocausto, las consecuencias del problema del persistente antisemitismo europeo. Tan evidente como las raíces cristianas de Europa.
Laico y demócrata como soy, no tengo ningún interés en que el origen judeo-cristiano de nuestra «civilización» se sacralice en nuestra Constitución, española o europea. Tengo mucho interés, por contra, en que los principios básicos de orden público – igualdad, libertad, libertad de credo, libertad de opinión, de prensa, etc – sí estén sacralizados, a prueba de potenciales talibanes o ultraordoxos futuros, también católicos o evangélicos.
Así que no tengo problema si Israel quiere adoptar una Constitución escrita que sacralice el status quo, incluida la ley de «retorno» que permite que cualquier persona del mundo con al menos un abuelo judío pueda emigrar a Israel con facilidades pagadas por el Estado, lo que es una evidente discriminación positiva respecto de los «parientes» de los ciudadanos no judíos de Israel y sobre todo respecto de los pobladores árabes que fueron expulsados o se fueron tras la guerra de 1948 o después.
Pero yerra Barañaín cuando considera que el NYT y otros reflejan exclusivamente el punto de vista de la izquierda israelí. Para empezar, la izquierda israelí no está tan equivocada. Habría muchos argumentos que dar pero baste citar la evolución «hacia la izquierda», tanto en temas del conflicto con los palestinos como en asuntos religiosos, de la inmensa mayoría de los dirigentes políticos derechistas, incluidos Livni y Lieberman, en cuanto llegan al poder. Pero lo más importante es que el NYT refleja sobre todo el punto de vista de la diáspora judía en el mundo, que no es baladí, ni en términos numéricos (hasta hace muy poco tiempo había más judíos en USA que en Israel) ni cualitativamente, precisamente sobre esta cuestión. En efecto, Israel nació también con la vocación de dar cobijo a los judíos no israelíes del mundo, de ahí la ley de «retorno», y ha venido manteniendo relaciones especiales con las comunidades judías del mundo, como es lógico. Pero hay una fuerte tensión soterrada que la ley en cuestión saca a la luz, y no en interés ni de Israel ni de las principales comunidades judías no israelíes.
Pensemos en los judíos españoles. Son absolutamente españoles, por los cuatro costados. A la gran mayoría no se les ocurre inmigrar a Israel y cuando lo hacen se sienten en gran medida extranjeros, como es lógico. Mantienen, como pueden, su condición judía, en ocasiones articulada a través de la religiosidad y las más de las veces desde el ángulo cultural. Definir a Israel como un Estado judío evidencia su contradicción. Si no emigran a Israel son malos judíos. Eso es lo que pensaban de ellos los sionistas del principio y en parte por ello las víctimas del Holocausto fueron más o menos culpadas por su trágico destino: si hubieran sido buenos judíos, habrían emigrado a la tierra prometida a principios del siglo pasado.
Si la ley se aprueba, el judío español lo tendrá todavía más complicado para seguir sintiéndose tan judío como los israelíes. Por no hablar de los norteamericanos que, siendo mucho más numerosos y mejor organizados, consideran que Israel carece de legitimidad para auto declararse como el verdadero Estado de los judíos.
No olvidemos que una de las virtudes más extraordinarias del pueblo judío ha sido sobrevivir no sólo sin Estado propio sino diseminado a través de múltiples estados. No son como los kurdos, que no tienen Estado propio pero viven todos juntos en unos cuantos países vecinos. No, los judíos se han integrado -todo lo que les han dejado- en otras sociedades sin perder su condición primigenia. Lo de fundar un Estado propio fue consecuencia tanto del antisemitismo como de la fiebre nacionalista del siglo XIX pero en modo alguno una corriente secundada por la mayoría del pueblo judío. Cuando se dice que sin el Holocausto las Naciones Unidas no hubieran aprobado la creación de Israel se olvida que sin el Holocausto, probablemente tampoco Israel hubiera tenido masa crítica de judíos para ser fundado.
No, la ley en cuestión crea muchos más problemas que resuelve – de hecho no resuelve ninguno – y responde puramente a criterios de oportunidad política de Netanyahu, que quería mantener su gobierno pactando con otros partidos más radicales después de despedir a Lapid y Livni.
No se equivoque Barañaín. No hay que seguir a pies juntillas todo lo que dice la izquierda israelí pero no hay razón para vetarlo tampoco y mucho menos seguir ciegamente a la derecha israelí. Tampoco en Europa o España, por más que sea Vd crítico con la izquierda.
Ninguno de los dos articulistas que incorpora Barañaín en su post menciona en que manera puede favorecer la declaración de Estado Judio a las negociaciones con los palestinos. El primero tiene un claro lapsus freudiano al decir:»Y creemos que este concepto es un modelo y un faro para los pueblos perseguidos de todo el Oriente Medio, los cuales anhelan alcanzar para sus propios hijos lo que nuestros abuelos lograron para nosotros logrando que Israel pudiera existir.” No creo que se acordó de los palestinos al hacer esta bella frase. El segundo articulista incide en que Tzipi Livni señala a Abbas como el culpable de que se rompieran las negociaciones. Eso si, omite la posterior reflexión de la misma al entrevistador de que un dia más que pase sin negociación solo favorece a los que aspiran a la idea del Gran Israel. Otro lapsus freudiano que permite aflorar que detrás del Estado Judio se esconde la pretensión de nacionalizar todos los asentamientos y expulsar de Jerusalen Este a los palestinos,dejando a Cisjordania convertida en un bantusland al estilo de Sudafrica o de las reservas de indios en Estado Unidos.
Latinmunich, la cuestión no es que a usted (o a mí o a cualquiera) nos guste más o menos el judaísmo, la identidad judía, el sionismo, las prácticas religiosas judaicas o sus consecuencias en la vida civil, etc. Me parece muy respetable ese punto de vista que plantea pero no es eso lo que está en discusión, creo yo. Lo que se propone esa iniciativa legal concretamente es formalizar lo que de hecho ya existe, que es la existencia de Israel como el estado-nación del pueblo judío. Esa constatación no implica, ni tiene por qué implicar, ninguna diferencia en el disfrute de los derechos democráticos – derechos civiles – de los habitantes de ese país, sean judíos (la mayoría), o de cualquiera de sus minorías, sean religiosos o “seculares”.
De hecho nunca lo ha implicado. No sé si caemos en la cuenta de lo que significa que en ese pequeño gran país se garanticen los derechos de las minorías; y eso pese a las circunstancias tremendas y la guerra continua en que ha vivido; parece que no se es consciente de que eso -que despachamos como si fuera cualquier cosilla o una obviedad en un régimen democrático- es una rareza extraordinaria en el mundo en que vivimos y más en el entorno de Oriente Medio, del mundo árabe y musulmán; pero es tambíen una rareza extraordinaria si pensamos en la trayectoria histórica del resto de democracias liberales (¿de verdad cree que alguna de estas otras democracias -la nuestra o la americana o la alemana, por ejemplo, que es más reciente que la democracia israelí- tiene algo que enseñar a Israel en materia de protección de los derechos de las minorías políticas, étnicas, religiosas, etc.?). No, el respeto a las minorías (cristianos, árabes, drusos, beduinos, etc) en un contexto como el de ese país y con las amenazas que afronta desde su creación es algo que no tiene precedente alguno, no se ha dado algo así jamás, en ninguna otro país a lo largo de su historia, la antigua y la más reciente; en fin, si se quiere podríamos repasar país a país, europeo o americano -¡o asiático! ¡o africano!- lo ocurrido con sus minorías a lo largo de las últimas seis décadas, las que tiene ya cumplidas Israel.
Como decía el artículo que he colgado “este éxito no se ha logrado a pesar del carácter de Israel como Estado del pueblo judío, sino gracias a él”. Por eso, aunque les cueste entenderlo a quienes hablan de “apartheid” y disparates semejantes, era árabe el juez israelí que condenó a todo un presidente del Estado de Israel hace bien poco, por un caso de acoso sexual (algo, perdone que le diga, poco imaginable en ninguna otra democracia liberal y menos aun en un régimen no democrático como cualquiera de los árabes y musulmanes) o, por poner otro ejemplo reciente, era un druso el máximo responsable de la principal unidad militar israelí que atacó a Hamás en Gaza hace unos meses. Por eso, las autoridades israelíes llegan incluso al exceso de dejar el control del Monte del Templo en Jerusalém a una entidad religiosa musulmana, algo también inconcebible no sólo en el resto de Oriente Medio o en cualquier país de mayoría musulmana sino en cualquier otro país del mundo, ya sea de mayoría cristiana, hindú o de cualquier otra creencia. Por eso, pese a que Israel es el fruto de la autodeterminación del pueblo judío (derecho reconocido a cualquier otro, aunque por lo visto sólo los judíos lo tienen que justificar), la religión judía no tiene carácter oficial (¿“teocracia”? no debería banalizarse así lo que de verdad es una teocracia, aunque solo fuera por respeto a los súbditos de regímenes como Arabia Saudí, Irán, o a los del flamante “Estado Islámico” tan de actualidad); por eso, la lengua hebrea y la lengua árabe son cooficiales en Israel. Etc.
¿Acaso se trata de minucias, de cosas sin mayor importancia porque son ya habituales a lo largo y ancho de este mundo? ¿De qué mundo estamos hablando? Hoy mismo, leía un excelente artículo de Jon Juaristi en ABC (“Recuerdos”) en el que refiriendose al islamismo decía: “(…) Primero fueron los judíos: no quedan ya judíos en países islámicos, salvo en Túnez y –muy pocos- en Marruecos. Después, los cristianos. Veinte millones han tenido que emigrar de los territorios del antiguo imperio otomano desde las primeras guerras del Líbano, y siguen muriendo por miles a manos de asesinos islamistas en Nigeria, en Sudán, en Egipto, en Irak y en Siria. Y, como ya se les acaban, ahora van a por sus propios herejes: chiitas, yazidíes, lo que se tercie (…)”.
La ley -mejor, el proyecto de ley- al que se refería el post no inventa el derecho de los judíos de todo el mundo a solicitar su ciudadanía israelí (la “ley de retorno”, consustancial al sionismo y al estado de Israel existe logicamente desde su fundación). Y eso implica que yo, judío español, puedo aspirar a ser un ciudadano de ese país, si así lo deseo, pero si soy español no judío o ciudadano no judío de cualquier otro país no tengo ese derecho. Así de sencillo y así de razonable, en eso consiste lo de limitar los “derechos nacionales” a los judíos: claro, para eso se creó Israel, para que fuera el refugio de los judíos.
Y eso no lo convierte en el “verdadero” estado judío como dice LBNL (pues no habiendo más que un sólo estado judío en el mundo, no tiene uno supuestamente “falso” con quien competir) ni eso convierte al judío no israelí que no quiera acogerse a esa posibilidad en “mal judío”, ni le crea ningún problema.
Los problemas de los judíos en Europa, por ejemplo, no vienen del auto-reconocimiento que hagan los israelíes. Los problemas que obligan a emigrar -cada vez en mayor medida- a judíos de Francia o de Gran Bretaña o de Holanda, etc… son otros y tienen que ver entre otras cosas con el antisemitismo rampante que vuelve a florecer en la vieja Europa, de la mano, muy principalmente, del islamismo…. y de la izquierda. Pero esa es otra historia.
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No quiero dejarle con la duda a LBNL que dice al comienzo de su post: “ Supongo que Barañaín estaría de acuerdo con quienes, durante el debate sobre la posteriormente malograda Constitución Europea, abogaban por que reconociera las raíces cristianas de Europa. No se incluyó y supongo que Barañaín habrá votado en contra en el referendum que tuvo lugar en España”. Pues supone medio bien lo primero (visto retrospectivamente creo que Giscard tenía, en eso, más razón que sus críticos) y mal lo segundo, la voté a favor. Lo que no entiendo es por qué ve incompatible ese reconocimiento de la raíz cristiana de Europa con declararse “laico y demócrata”, ni por qué tal reconocimiento, si se hubiera dado, habría de significar que “el origen judeo-cristiano de nuestra “civilización” se sacralice en nuestra Constitución, española o europea”. Ni siquiera se trataba de hacer una mencion como la que abre la (magnífica) Constitución alemana: «En la conciencia de su responsabilidad ante Dios y los hombres, animado por la voluntad de servir a la paz del mundo como miembro de pleno derecho en una Europa unida, el pueblo alemán se ha dado, por la fuerza de su poder constitutivo, la siguiente Ley Fundamental…”
No había leído el útlimo post de Magallanes antes de escribir el mío anterior.
Efectivamente, los artículos que he traído aquí solo abordan alguno de los aspectos suscitados en el del NYT por ese «pájaro Kai». Como sabe Magallanes, una de las cuestiones que viene exigiendo el gobierno israelí es que los árabes reconozcan el derecho a la existencia del estado nación del pueblo judío coexistiendo junto al estado nación de los palestinos, pues el no reconocimiento de eso por los árabes es el origen del conflicto. Para eso, ciertamente, no es preciso la existencia de una ley como la que comentamnos. Pero fijese lo que son las cosas, en el fragor del debate político en Israel desde la izquierda el mejor argumento consistía en decir que los judíos no tenían que depender del reconocimiento como tales por parte de los árabes. Pretendían así desbordar a la derecha israelí por el lado del orgullo nacionalista (“pasarlos por su derecha”, podríamos decir, en el lenguaje al uso en nuestro medio). Pues bien, hete aquí que luego se presenta este proyecto de ley que sólo atañe al auto-reconocimiento de los israelíes como estado nación del pueblo judío y también, descolocados, se revuelven en contra. Esas son las incoherencias de la izquierda israelí.
De que los palestinos no están dispuestos a reconocer el derecho del pueblo judío a su autodeterminación no tengo ninguna duda. Por eso no va a haber ningún acuerdo de paz -quiero decir algo definitivo y resolutivo del conflicto- a corto, medio o largo plazo (¿quizás a larguísimo plazo?). Decía un comentarista israelí: “(…) Tengo que decir que no he visto ninguna cordura destacable entre esas personas que todavía creen en la sinceridad de los palestinos, a pesar de las terribles pruebas que hemos tenido que pasar, y a pesar del hecho de que los palestinos han sido muy abiertos y sinceros acerca de sus verdaderos sentimientos hacia Israel y hacia los judíos. Muéstrenme a un líder árabe dispuesto a decir públicamente su precio para un final absoluto al conflicto, después del cual él abandonaría el derecho a realizar más demandas adicionales. !Muéstrenme uno!”
No hay ningún lapsus freudiano en eso del modelo para otros pueblos. Yo mismo escribí aquí, hace unos meses, un artículo sobre los kurdos que se refería a eso mismo. Se refiere a los pueblos perseguidos. Los palestinos no lo son (Chiitas por los sunitas, sunitas por chiitas, kurdos por los árabes y los turcos, yazidíes por los sunitas, cristianos por los sunitas, etc.).
No hay ninguna relación entre el proyecto de ley que comentamos y la supuesta “pretensión de nacionalizar todos los asentamientos y expulsar de Jerusalen Este a los palestinos,dejando a Cisjordania convertida en un bantusland al estilo de Sudafrica o de las reservas de indios en Estado Unidos”, entre otras cosas, porque para llevar a cabo ese supuesto plan -si alguien tuviera la idea y el poder político para llevarla a cabo- no hace falta esta ley.
Es muy legítimo discutir ese proyecto de ley y considerarlo inútil, contraproducente o lo que sea. A eso se dedican en el Parlamento de Israel (que en unas semanas se renovará). Pero no es necesario buscarle al gato más pies de los que tiene ni hacer juicios de intenciones sobre lo que no dice el proyecto de ley. Con el nuevo parlamento que salga de las elecciones inminentes se verá en qué queda la cosa. Y, por cierto, ¿sabremos para entonces qué piensan o qué discuten en el “parlamento palestino”? Pues, sin no recuerdo mal, en este mes de enero estaban comprometidas elecciones en elacuerdo entre Fatah y Hamás ¿no? ¿O tampoco va a haberlas ahora? Es broma, usted y yo sabemos de sobra la respuesta. Y no hacen falta para eso interpretaciones freudianas.
Barañain habla del indiscutible derecho de autodeterminación del pueblo judío que dió lugar al Estado de Israel y que el antisemitismo rampante que actualmente se da en Europa es debido a los musulmanes y la izquierda.
Oiga, es muy discutible lo del derecho de autodeterminación de un pueblo en la diáspora. lo tienen acaso los gitanos. Ud. Es ciudadano español y es España la que tiene que garantizar que pueda ejercer en libertad sus prácticas religiosas, pero garantizarle presuntos derechos históricos en base a una ascendencia – vaya a saber de cuántas generaciones – es una falacia. Un ciudadno cuyos bisabuelos eran gallegos no tiene el derecho a votar en las elecciones gallegas si su residencia está en Andalucía. Pretender tener unos derechos por su ascendencia me parece a mí de lo más retrógrado y quizá pueda ser un factor por el que unos retrógrados conciudadanos suyos puedan ser antisemitas.
Lo de achacarle a la izquierda el antisemitismo rampante, es una opinión suya que no parece que refleje la realidad. O es que porque Ud. sea de ascendencia judía y seguramente de derechas, no puede ser la derecha más cavernÍcola la sustemtadora del referido antisemitismo. ¿Es que no pueden haber ciudadanos de ascendencia judía de izquierda? Ud. Tiene todo el derecho a practicar la religión mosaica, pero si no es practicante, creo yo que no tiene ningún derecho más que el de cualquier otro ciudadano.
Quiero, en primer lugar, felicitar y agradecer los esfuerzos y alto nivel de los intervinientes, apreciando en todos razones en las que reconozco momentos de verdad universal. Sin embargo, y como principio, hace tiempo que mis simpatías están con aquellos de cada campo que apelan al diálogo permanente y agotador. El concepto de pueblo es uno de los más toxicos que se puede emplear y cuando se combina con identidad y autodeterminación arruina cualquier cena de Navidad. Como las llamadas continuas del resto de países ( ni Israel ni Palestina son autónomos en sus decisiones ) para que adopten posiciones más flexibles ofrecen resultados , soy muy partidario de la imposición de una solución exterior a las partes en base a la racionalidad de la situación actual que contemple la creación de un Estado Palestino , la retirada de Israel de los territorios ocupados y de los asentamientos, de una presencia militar de la ONU en la frontera que proteja a palestinos e israelíes y la creación de un fondo económico que selle la paz y el desarrollo de la region. Esa seria la nueva fuerza de poder constitutivo para ambos bandos , tanto si les gusta como si no , porque incluye perspectiva histórica , racionalidad indulgente, justicia para con los que viven en esos territorios y jerarquía positiva para la inmensa mayoría de habitantes del planeta a los que fatiga la incapacidad de los líderes para encontrar una solución politico militar justa a estas alturas del siglo XXI