James Bond y la intervención del Estado

Carlos Hidalgo

No es ningún secreto a estas alturas que siento una culpable predilección por las novelas de James Bond. Las novelas escritas por el aristócrata, machista y borrachín Ian Fleming tienen algo que me engancha. Ya sea su atención por los detalles o su capacidad para describirte cómo es bajar del avión en Jamaica en los años 50. Muchas de las cosas que en su día describió, como un deportivo Aston Martin lleno de accesorios como un localizador, han pasado de fantasía de espías a ser tecnología habitual. Tanto que Aston Martin ha aprovechado para lanzar una edición especial de su modelo DB5 con los mismos accesorios que en la película de Goldfinger. Incluido un localizador de GPS. Lo que usamos para rastrear móviles perdidos rutinariamente.

Pero hay otras cosas, dentro de las sádicas fantasías de Fleming que también han terminado por hacerse realidad. Por ejemplo, en la novela “Moonraker”, un magnate llamado Hugo Drax, que compró el título de “Sir” a golpe de billetes, decide poner en marcha su propio programa de cohetes, pagado de su bolsillo, desarrollado por sus técnicos y bendecido por el Gobierno de Su Majestad tras una exitosa campaña de relaciones públicas. Curiosamente, hoy hay tres personas – de momento – con su propio programa de cohetes privado: Elon Musk, con Space X, Jeff Bezos, con Blue Origin y Richard Branson, con Virgin Galactic, el menos exitoso de los tres.

También describe en otros libros a Le Chiffre, un sindicalista-mafioso francés que se juega los fondos del sindicato al bacarrá, Auric Goldfinger, el hombre más rico de Inglaterra pero que no paga impuestos porque tiene a todas sus empresas en paraísos fiscales o a su gran villano, Ernst Stavro Blofeld, que ha montado una multinacional del crimen (SPECTRE) y lo mismo vende información de alto secreto al mejor postor (como hace el magnate Peter Thiel con su empresa Palantir), que juguetea con un virus para contaminar cosechas.

Obviamente todos estos tipos nos suenan a personas que existen en la realidad. Aunque Fleming en su momento los planteara como grotescas exageraciones. Incluso una de las frases usadas por Goldfinger para justificar miles de muertes en su asalto planeado a Fort Knox (usando una cabeza nuclear comprada en Alemania del Este), ha sido usada recientemente por políticos para justificar no tomar medidas adicionales contra la pandemia, pese a las muertes que pudieran causar. La frase de Goldfinger era “muere más gente en accidentes de tráfico” y una de las personas que la ha usado es Isabel Díaz Ayuso, actual presidenta de la Comunidad de Madrid.

En todas las novelas el Estado, encarnado en M, el jefe del idealizado servicio secreto británico, envía a James Bond a comprobar las intenciones de estos personajes y, una vez descubierto que no son buenas, poner fin a sus planes, si no a las mismas vidas de estos villanos. Bond es tan estatal que no es más que un funcionario designado con un número (007) y su “licencia para matar” no es más que el monopolio estatal de la violencia enunciado por Max Weber llevado a sus últimas consecuencias.

Resulta curioso que las en su momento exóticas novelas de Fleming hayan terminado haciéndose realidad, excepto en la parte de la intervención estatal para desbaratar los delirios y los abusos de plutócratas fuera de control. Obviamente no hablo de la existencia de un James Bond, pero sí de otros mecanismos del Estado para evitar la existencia de supervillanos tan exagerados. Son mucho más prosaicas que un agente 007 y consisten en inspectores de hacienda, inspectores de trabajo, leyes antimonopolio y convenios internacionales que regulen el fraude fiscal, el tráfico de divisas o las transacciones financieras. Todas cosas que, en su mayoría ya estaban inventadas en los tiempos de Fleming -no en vano es el Banco de Inglaterra quien pide que Bond investigue a Goldfinger- y que, siendo reales en su momento, parecen tenues fantasías hoy en día.

Resulta curioso que el conservador Fleming asumiera tranquilamente que las reglas de la economía mundial firmadas en Bretton Woods o del Estado de Bienestar nacido tras la II Guerra Mundial tuvieran que ser protegidas, por la fuerza si fuera necesario y que hoy en día no sólo sean un recuerdo, sino que además tengamos a personajes capaces de lanzar sus propios cohetes a la Luna haciendo que sus trabajadores tengan que orinar en botellas de plástico, porque ir al baño es una pérdida de tiempo que puede poner en peligro su modelo de negocio.

4 comentarios en “James Bond y la intervención del Estado

  1. Ni Bond ni Astérix ni Supermán . Nunca he apreciado los superpoderes ; tampoco los héroes ayudados por dioses. Prefiero , y no mucho , a Ulises con sus astucias de compromiso.
    Sin embargo me ha gustado su artículo – muy bien escrito- y su creativa relación diacrónica.

  2. Bueno yo soy más de Philip K. Dick.
    Una de sus primeras novelas es «Lotería Solar.»
    (Atención,Spoilers»)
    La historia transcurre en un futuro en el que la sociedad se basa en la teoría de juegos o Minimax, con una técnica al azar llamada la botella que hace imposible prever los acontecimientos futuros.

    Ted Benteley, un ingeniero, jura lealtad a Reese Verrick, el Gran Presentador, que ya sabe que la botella ha saltado y el nuevo presentador es Leon Cartwright, un prestonita. Cartwright pasa a estar protegido por las Brigadas Telepáticas, mientras que Verrick convoca la convención, una petición legal de asesinato. El asesino elegido es Keith Pellig, un androide controlado por varios técnicos a las órdenes de Herb Moore, que va introduciendo a los técnicos por turnos en la mente de Pellig para evitar que las Brigadas le localicen.

    Llevan a Cartwright a la Luna, pero Pellig lo descubre y les sigue. Mientras, el resto de prestonitas está embarcado en una nave para encontrar el legendario Disco de Fuego, un planeta defendido por John Preston, el cual les guía desde una nave. En la Luna, Benteley, dentro del cuerpo de Pellig, descubre por los telépatas que lleva una bomba dentro. Al cambiar, se levanta y mata a Moore, que está en Pellig. Moore, desesperado, parte buscando a Preston y estalla cerca de su nave. Mientras, Verrick negocia con Cartwright, pero éste le mata de forma legal, aunque pierde el título. No obstante, ha modificado la botella, por lo que conoce los próximos saltos, y le da la tarjeta agraciada a Benteley. Los prestonitas descubren que en realidad han sido guiados al planeta no por Preston, sino por mensajes que éste dejó a modo de boyas….ejem.
    ……
    En ningún momento se describe el mecanismo de la misteriosa botella que elige a los Presentadores y sólo se dice que salta al azar. Nos preguntamos ¿donde salta? ¿cómo es esa botella? etc… ¿Como Davis, el amigo de Bentley asume de pronto una de las personalidades de Pellig? La trama que es muy vertiginosa salta constantemente y nos perdemos con frecuencia….vaya…como en la actualidad política española:
    ¿Quien gobierna en el Partido Popular?.

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