La batalla de Moscú: un comentario

Frans van den Broek

La lectura de un libro sobre la batalla de Moscú en 1941-1942 es, si hubiera necesidad, el mejor antídoto contra un exceso de optimismo (o pesimismo) en la naturaleza humana y en la objetividad de las ciencias históricas. Ambos puntos merecen poca discusión –poca discusión trivial, quiero decir, por quien, como el que escribe, sabe poco del asunto-, pero un repaso de las razones por las que se han convertido en tan obvios depositarios de escepticismo intelectual siempre puede ser útil como ayuda en la relativización de nuestros triunfos y nuestras miserias.

El libro que agobia mis noches –he llegado a soñar con algunos de sus pasajes más acerbos- lo ha escrito Andrew Nagorski, y hace uso de material nuevo, hecho disponible después de la caída del imperio soviético. ‘The Greatest Battle’ combina una visión general de los momentos más críticos de dicha campaña con testimonios personales de algunos supervivientes, cartas interceptadas por la NKVD (antigua KGB) o por los servicios secretos alemanes, memorias de algunos participantes y documentos varios de toda laya, para crear una narrativa de lectura ágil y hasta podría decir que apasionante, si es que el espectáculo de la abominación humana puede consentir dicho epíteto.

La escala de esta batalla –o, mejor dicho, serie de batallas por la posesión de Moscú- es inimaginable. Si uno repasa las grandes batallas de la historia de la humanidad y los compara con las batallas de la segunda guerra mundial, lo primero que le sorprenderá son los simples números involucrados. Algunas de las más famosas no superan los cien mil, doscientos mil hombres. En cualquier momento de la batalla de Moscú el número de combatientes involucrados fue de unos nueve millones de hombres. Este número, trasladado a seres humanos de carne y hueso, a soldados llenos de sudor, tierra, piojos, gangrenas, frío, odio, miedo, determinación, cobardía, estupefacción, desespero, rehúye la conciencia más imaginativa. Y todavía hay que contar los civiles, quienes tuvieron que huir con lo puesto, quienes lo perdieron todo y aún se vieron obligados a defender su ciudad, por ardor patriótico o amenazas del estado, quienes cayeron por las bombas, las balas o los exterminios de ambos bandos. Como comentara Ernst Junger a su lacónica manera, el despliegue de energía bruta que la guerra pone en movimiento es una experiencia que no puede relatarse, que es necesario ser vivida para comprenderla y que se sitúa al nivel de los grandes cataclismos naturales, más afín con las manchas solares que con las preocupaciones u ocupaciones humanas.

El libro narra con habilidad los eventos que llevaron a dicha batalla, desde el infame pacto Ribbentrop-Molotov de agosto de 1939, que permitió desmembrar Polonia y el inicio de la segunda guerra mundial, hasta la serie de errores que, al final, permitieron a los soviéticos sobrevivir el momento más álgido de su historia y ganar la guerra contra los nazis. Los seres demoníacos al frente de esta batalla, Hitler y Stalin, compitieron desde el inicio en infamia y en imbecilidad. Stalin se negó hasta el último segundo en creer que los alemanes se atreverían a romper el pacto de no agresión, a pesar de los muchos indicios que indicaban lo contrario. Pero Stalin no era persona habituada a descreer de sí misma, y su aparato burocrático se encargó casi siempre de mantener su mundo ilusorio en pie, so pena de represalia y hasta de muerte, a menos que ya no hubiera otra alternativa. Por ello, Stalin no pudo creer los reportes de ataques que oía, hasta horas después de haberse iniciado, bajo la ilusión de que se trataría de maniobras de provocación que era imperativo no responder.

Hitler, a su vez, se convenció a sí mismo –y su entorno siguió el mismo patrón que Stalin, no contradecir demasiado el reino de fantasía morbosa en que vivía- de que una posible guerra con Rusia se acabaría en semanas, a lo más unos cuantos meses, y en todo caso, antes del invierno, a pesar de múltiples advertencias al contrario, de generales o asesores. El resultado es conocido y es una de los más dramáticos ejemplos de hasta dónde pueden llevar, sin importar los costes humanos o materiales, las delusiones de un maniático. Lo que no fue tan conocido hasta hace relativamente poco fue lo cerca que estuvo el estado soviético del colapso total al inicio de aquella batalla. Hasta entonces la versión oficial o más o menos asequible de los hechos nos mostraba a una Rusia valerosa decidida a defender la patria y el comunismo hasta la última gota de sangre con unánime fortaleza de espíritu. El día de octubre 16 de 1941, cuando los alemanes habían avanzado hasta unas cuantas decenas de kilómetros de la ciudad, el rumor se extendió de que los alemanes ya habrían ingresado en los suburbios y de que la toma de Moscú era inevitable. Entonces, el pánico se apoderó de casi todos y sólo quedaron el caos y el instinto de supervivencia. Miles de miles intentaron abandonar la ciudad, la mayoría sin éxito, la autoridad policial o militar desapareció, los atemorizados ciudadanos empezaron a quemar imágenes de Lenin o Stalin junto a las obras completas de Lenin, Marx o Stalin, por odio al régimen o por temor a ser descubiertos con ellas por los alemanes, reaparecieron escenas de anti-semitismo larvado, viejos o mujeres fueron arrastrados a golpes de sus vehículos para arrebatárselos o despeñarlos, tiendas, hogares y fábricas fueron saqueados o incinerados, aparecieron esvásticas pintadas por quienes querían, tal vez, congraciarse con los ocupantes, miles de trabajadores se rebelaron o pusieron en huelga, por sus salarios, por la desinformación, por puro miedo. Y durante varios días Stalin no pudo decidir si se quedaría en Moscú o se iría a Kuibyshev, donde se instalaría el gobierno, mientras los ciudadanos esperaban a que dijera algo, que decidiera algo, que diera algún signo de vida en la hora de la derrota o la defensa. Y mientras tanto, los aviones alemanes seguían bombardeando la ciudad, sobre civiles o soldados, y ni siquiera el Kremlin pudo evitar que algunas bombas cayeran en su recinto.

Es verdad, miles de soviéticos también se enlistaron en la defensa, y el esfuerzo de las mujeres cavando trincheras, atendiendo a los heridos o arrojando bombas incendiarias del techo de los edificios para evitar que los quemaran es sencillamente conmovedor. Muchos más ciudadanos de los que la propaganda oficial reconoció jamás se prepararon a pelear no por salvar un régimen que en aquel momento, sino antes, les importaba un bledo, o un líder en el que habían dejado de creer o del que no sabían nada en aquel instante, sino por defender la patria, su ciudad, sus familias. Los testigos de aquellos días aseveran no haber visto jamás la ciudad en un estado semejante, ni haber visto nada igual antes o después, y algunos de los testigos ya habían peleado en otras guerras y servirían incluso en Stalingrado. La batalla por esta última ciudad se ha convertido en emblemática de la resistencia soviética al ataque nazi, mientras que la batalla de Moscú, en estrictos términos militares y políticos, fue mucho más trágica, más peligrosa para el curso de la guerra, pero también más controversial para los líderes soviéticos, precisamente por la cercanía del colapso y la indecisión de sus líderes. Jamás ha habido una batalla de igual calibre en la historia, ni un momento histórico tan preñado de contradicciones y, sin embargo, no se le ha concedido el lugar que merecería en la memoria de los grandes eventos humanos. De manera comprensible, tal vez, pues ¿quién desea recordar la hora más angustiosa de la propia existencia?

Los rusos sufrieron, además, no sólo a manos de los alemanes, sino de sus propios compatriotas, pues durante todo el curso de esta colosal batalla estuvieron operativos los miserables grupos de disuasión de la NKVD, encargados de asegurarse de que a ningún soldado ruso se le ocurriera retirarse del frente de combate o desertar o rendirse. Los números son debatidos, pero es seguro que miles de soldados rusos perecieron no a manos de las balas nazis, sino de las de estos grupos o de sus superiores militares, también encargados de incitar en sus subordinados tanto temor como el que tendrían a caer en manos de los alemanes.

¿En qué medida esta historia explica el comportamiento actual de los rusos, abocados a una carrera no pocas veces insensata de emulación del capitalismo más sórdido? Difícil decirlo, pero me parece que no ha de ser indiferente a su actual actitud indolente para con los destinos políticos de su patria. En varias ocasiones he podido conversar con rusos o nacionales de antiguas repúblicas soviéticas, y me ha sorprendido su actitud fatalista con relación al régimen semi-dictatorial de su país. La verdad, después de haber sido engañados en esta escala por sus gobiernos, ya desde el tiempo de los zares, y de haber sufrido como lo hicieron en la segunda guerra mundial –los muertos del lado soviético podrían llegar a los veinte millones-, no me extraña dicha actitud, aunque la deploro. Sobre todo porque Rusia y los otros países de la ex Unión Soviética son países de un extraordinario dinamismo social y cultural, y ver que despilfarran dicha energía en materialismo superficial, guerras étnicas, apatía política o litros de vodka, es triste o, al menos, poco esperanzador. Pero si la historia enseña algo, además de los límites cuasi cósmicos a que pueden llegar la imbecilidad o la malevolencia, es que da giros inusuales, no sólo en dirección a las crisis económicas o las debacles nacionales, sino en dirección a la creatividad y el resurgimiento. Una lección que bien viene a cuento recordar en España hoy en día, sin duda. O en cualquier día.

13 comentarios en “La batalla de Moscú: un comentario

  1. Gracias, Frans.

    Yo destacaría algunas cosas.

    Primero, que la guerra se decidió en el frente oriental. En Occidente tenemos la sensación de que todo fue Dunkerque, Normandía, las Ardenas, la «valerosa» resistencia francesa… A base de décadas de películas bélicas estadounidenses, se ha generado la idea de que «nosotros» derrotamos al monstruo. No fue así: desde 1941 y hasta el final, de cada 5 soldados de la Wermacht, 4 combatían en Rusia. Los episodios bélicos que sucedieron en nuestra esquina del mundo fueron casi irrelevantes. Toda nuestra Guerra Civil hubiera cabido en un solo día de la batalla de Kursk (que dudo que le suene a la gente).

    Segundo, aquel fue un mundo verdaderamente cruel. Recuerdas el acuerdo Ribentropp-Molotov. Hay que ponerse en la piel de los militantes comunistas españoles que hubieran huido de la quema y estuvieran en Moscú en agosto del 39. ¿Qué pensarían durante dos años largos, hasta el 41, siendo aliados objetivos de Hitler? El que el único sostén real de la República hubiera sido ni más ni menos que Stalin es, a mi juicio, un antídoto contra cualquier maniqueísmo en el juicio histórico sobre la Guerra Civil.

    Tercero, no hemos reflexionado todavía en España sobre nuestra brillante contribución a la Segunda Gran Guerra. Sí, se habla de las unidades de la resistencia en Francia formadas por ex combatientes españoles, de la entrada en París de los blindados conducidos por republicanos. Pero la aportación más sustancial (hasta 45.000 hombres) la hizo el régimen al frente del Este, con la División Azul y la Escuadrilla Azul, unidades con uniformes de las SS contribuyendo al bloqueo de Leningrado: un millón de muertos por hambre, con nuestra inestimable colaboración. Todavía hay en España (en Madrid, sin ir más lejos) calles dedicadas a los «Caídos de la División Azul», lo que debe de ser un homenaje público al nazismo sin paralelo mundial.
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    ¿Qué pasará con el burka? Yo les animaría a que, por el mismo precio, prohíban también los estrafalarios vestidos con que los cofrades patrios emulan a las gentes del KKK. Aparte de llevar velo integral, asustan a los niños con sus teas encencidas. Claro que tenemos por aquí un capillita que debe de ser miembro de la cofradía del santo prepucio, y tal vez la cosa no le haga tilín…

    Abrazos para todos.

  2. Muchas gracias, Frans. Efectivamente la batalla de Moscú es a menudo ignorada frente a la de Stalingrado, y parece cierto, como tú subrayas, que el curso de la guerra pudo haber cambiado allí.

    En otro orden de cosas, véase la exasperación de Paul Krugman frente a la irracionalidad de la ideología alemana:

    http://www.nytimes.com/2010/06/18/opinion/18krugman.html?hp

    (Es de suponer que El País publicará el artículo este domingo en el suplemento Negocios.)

  3. El año que renunciamos a la utopía «Hay un video que circula por Internet que tiene algo raro: en él sale un político dando un apasionado discurso. Hace tiempo que los políticos no van más allá de la mera exposición de argumentos, casi siempre leídos de un papel, y eso, claro, no capta la atención del público. Pero este video en cuestión es distinto. En él aparece Daniel Cohn-Bendit, Dani el Rojo, protagonista del 68 francés. Pero su discurso es actual: en su función de portavoz europarlamentario de los verdes, recrimina a Barroso la respuesta que se ha dado a la actual crisis en Europa. Durante unos 6 minutos realiza un encendido discurso – sin mirar un solo papel – y afirma lo que muchos piensan pero pocos dicen: que la respuesta a esta crisis nos llevará a un punto peor que el anterior, que los mercados mandan, que a los griegos se les han exigido condiciones muy duras que ningún país querría para sí… Los ciudadanos tienen hambre de justicia y de políticos que puedan evocar los sueños, pero éstos hace tiempo que se dedican a administrar una derrota: la de los números sobre la política».

    http://www.elplural.com/opinion/detail.php?id=47709

    http://www.youtube.com/watch?v=nqno8H-mjeY&feature=player_embedded

    Saludos

  4. Apreciado Frans:
    Soy abuelo de una preciosa criatura.Los abuelos estamos cambiando nuestroas aportaciones a la infancia.Yo misma-mente no le cuento batallitas de la mili,a mi nietecilla,porque me dieron por inutil total y me «salve» de hacerla,aunque compartí el mundo de las residencias militares ,vivi en un pabellon militar ,mies amigos eran hijos de militares y alrededor mia la vida estaba llena de uniformes.
    A mi nieta ,pues,no le cuento batallitas,le explico lo que me pregunta cuando vemos Bob Esponja,Codico Lioko ,Spiderman Little Einstien,Pocoyó o los miedos que tuvo viendo la ultima version cinematografica de «Alicia en el pais de maravillas» por Tim Burton,que fue a ver con sus padres.
    Soy incapaz de contarle un cuento,aunque le leo todo lo que llega a sus manos y ella me pide que le lea.
    Si los dos supieramos jugar al ajedrez,estoy seguro que nunca llegaria a ganarle.

    ¿Por que hablo tan personalmente de mi funcion como abuelo?

    Sencillamente porque ya tengo la edad de escuchar de boca de «mis abuelos» ,historias de batallitas.

    Gracias Frans,gracias abuelo.

    P.D: Soy un joven abuelo de 53 años….espero que mi abuelo Frans no tenga 33 años,daria mucho de que hablar sobre su «precocidad sexual»…..jeje.

  5. Me alegro que el Gobierno le vaya a meter mano al burka, aunque en España se vean pocos por la calle. Lo que no entiendo es que lo haga en una ley de Libertad Religiosa, pues los ataques a la dignidad de la mujer, y el burka lo es, tienen que ver con la religión lo mismo que la pederastia de algunos curas católicos. Mucho mejor tener estas cosas en el código penal. Tampoco entiendo que *sólo* se prohiba en determinados lugares públicos, como si existieran terrenos de impunidad donde una supuesta libertad individual permitiera atentar contra la dignidad de la mujer. Y lo que no acabo de comprender es esa prudencia extrema de cierta izquierda a la hora de abordar estos temas. Lo claro que tienen que hay que combatir la violencia de género y el machismo y la de vueltas y circunloquios que necesitan para condenar el burka, una prenda que convierte a la mujer en un objeto fungible.

    Y qué decir de nuestra derecha. Proclamando que el estado no debe entrar a regular cuando se trata del catolicismo y promoviendo lo contrario, la regulación, cuando se trata se otras religiones.

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    Yo creo, Teoura, que la cofradía del santo prepucio se manifestó ayer en Jerusalén


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  6. Muere el escritor José Saramago en Lanzarote
    El escritor y Premio Nobel de Literatura José Saramago ha fallecido a los 87 años de edad en su casa de Lanzarote.

  7. AYUDA AL BINIESTAR
    Según informaciones los tentáculos de Aznar van mas allá de hacer oposición a Zapatero, a través de sus fundaciones el buen hombre va desacreditando España en beneficio de los españoles, seguramente según las expectativas lo va a pagar bien caro,
    quien siembra vientos recoge tempestades. Tiempo al Tiempo

    Mis condelencias literarias a ese gran hombre universal Jose Saramago

  8. El le puso nombre a ETA ! Movimiento de liberacion del Pueblo Vasco ! Otra Aznaridad que quedará en la historia. Tiempo al tiempo

  9. El PP no cro que merezca semejante individuo campando por sus respetos, seguramente Rajoy tambien pagará no haber sido capaz de ponerlo en su lugar.

  10. Realmente consternado por la muerte de José Saramago, patrimonio de la Humanidad y un auténtico patriota ibérico. Pese a lo avanzado de su edad, nunca acaba de asumirse una noticia así sin un profundo pesar. Afortunadamente, hemos aprovechado de este hombre, hecho de esa pasta especial como su amigo Francisco Ayala, su potencialidad creadora y su lucidez hasta el final.

    In memoriam.

  11. NO SE LO PIERDA. El filosofo esloveno Zizek reflexiona sobre la necesidad de cambio.

    «En los últimos años, ciertos conceptos que antes podían causar interés y generar movimientos entusiastas para mejorar el sistema se han convertido en viejos fantasmas, ideas peligrosas que, ahora más que nunca, molestan por su inconformismo. Es el caso de los conceptos de verdad y revolución que ya no tienen el mismo sentido, pero también el de comunismo o la simple búsqueda de un sistema alternativo al capitalismo. El reconocido filósofo y psicoanalista esloveno, Slajov Zizek, indaga en estas cuestiones y pone de relieve la necesidad de un esfuerzo colectivo para mejorar y cambiar el sistema.

    Fracaso y concepto de repetición.

    Si los países del bloque socialista eran diabólicos, Zizek subraya que lo que se ha instalado después es igual de diabólico o más. Los regímenes comunistas han quedado descreditados porque han fallado con la consecución de sus principales objetivos. Ahora bien, los problemas generados por el sistema actual obligan a buscar nuevas soluciones. El calentamiento global, los vertidos de crudo (a los que EEUU responde de la manera más equivocada), la emergencia de biotecnologías que amenazan con la seguridad y la privacidad del ser humano, las nuevas formas de exclusión o la especulación desequilibrante son algunos de esos problemas que exigen una solución fuera del marco capitalista.

    Según el filósofo esloveno, el fracaso del comunismo no puede explicar una total aceptación del capitalismo. Soluciones creativas y justas han de buscarse más allá de los límites impuestos por los actuales mecanismos económicos. Así pues, Slajov destaca la importancia de repetir el esfuerzo de mejora. Las grandes revoluciones y los grandes avances se logran gracias a la repetición y el deseo de un desarrollo continuo. Todo esto implica un cuestionamiento constante que Zizek ilustra con una de las más interesantes iniciativas de Lenin en 1922: la NEP (Nueva Política Económica). El líder ruso la presentó en su día como una retirada estratégica para volver a empezar y consolidar las bases. “Hay que repetir una y otra vez, desde el principio”, insiste el filósofo esloveno.

    La revolución francesa también es una fuente de enseñanzas para el pensamiento crítico y la búsqueda de alternativas. Este evento inicialmente centrado en el país galo se convirtió en un acontecimiento universal al repetirse en Haití y otras islas de las Antillas francesas (Guadalupe y Martinica). Era la primera vez que los esclavos se rebelaban con la voluntad de ser mejores que los colonialistas y, para acabar con lo que consideraba un inaceptable precedente, Napoleón mandó a matarlos todos. Más de treinta mil soldados franceses llegaron a la isla caribeña y, al encontrarse con los rebeldes, se dieron cuenta de que cantaban el himno francés (la marsellesa) con tanto o incluso más orgullo que ellos mismos. Ese detalle les llevó a preguntarse si luchaban en el bando correcto y esa fue la primera gran derrota del ejército francés. La moral de quienes querían repetir y mejorar la historia se impuso con una victoria aplastante.

    El cinismo de hoy y el deseo de creer en algo

    Ante una notable desconexión entre el pueblo y la clase dirigente, Zizek clama que, en la actualidad, el pensamiento predominante es el cinismo. No creer en nada, distanciarse de los movimientos críticos está bien visto y es, incluso, marca de sensatez. El conformismo se impone de tal manera que los conservadores de hoy justifican su posición por sus antiguos actos de insubordinación y el desengaño consecuente. Así pues, los que alimentaron el movimiento de 68 con pancartas y manifestaciones son en gran mayoría los defensores del actual sistema consumista.

    Sin embargo, el cinismo de hoy es aprendido, inculcado desde arriba, y Zizek subraya que siempre tenemos a una persona que piensa por nosotros. “Queremos seguir creyendo”, comenta él antes de describir el caso interesante de Santa Claus. Los padres no creen en él pero fingen que sí para que sus hijos también crean en él. Estas situaciones llevan a contradicciones enormes porque así es cómo se perpetuán cadenas de fingimientos que conducen a desilusiones y engaños masivos. En esta misma línea, una experiencia dolorosa es darse cuenta que una persona de nuestro entorno no cree en lo que hace o defiende a diario.

    El cinismo convive con un deseo de creer en algo, así piensa Zizek. “Todos los cínicos tienen un secreto profundo, una creencia escondida que, para ellos, cuenta de verdad”, pronuncia él con contundencia para luego recalcar la necesidad de un cambio y de un compromiso. Lo queremos profundamente pero, por cuestiones externas, ideas prestadas o simple temor, lo disfrazamos de una ingenuidad cotidiana (que nos hace parecer más coherentes y puede ser legada de todos los mensajes de los grandes medios de comunicación). Para ilustrar esta última idea, Zizek pone el dedo sobre un tema interesante: el uso de la palabra “imposible” en los medios de comunicación. Si analizamos bien, comprobaremos que todo lo que se refiere al sistema económico y político actual es casi imposible cambiarlo. Los medios lo dan por hecho. Sin embargo, otras noticias como los viajes al espacio, la creación de maquinarias tecnológicas impresionantes, el cambio de sexo o la selección genética ya son moneda corriente en las noticias y demuestran que, para el ser humano, nada es imposible. Por eso, pregunta Zizek: ¿realmente es imposible revolucionar el sistema actual y cambiar las reglas del juego?!

    http://www.ellibrepensador.com/2010/06/17/el-filosofo-esloveno-zizek-reflexiona-sobre-la-necesidad-de-cambio/

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