Arthur Mulligan
Disponer de una teoría todoterreno, como es el liberalismo para Mario Vargas Llosa, debe proporcionar un ambiente de seguridad intelectual y moral muy reconfortante en estos tiempos de cambios acelerados, sin obviar su innegable contribución al sostenimiento de los valores democráticos allí en donde más peligran, a menudo las naciones latinoamericanas en donde el populismo echó raíz.En su Piedra de Toque del 11 de Noviembre se refería a la marcha del hambre que partió desde San Pedro de Sula en Honduras hacia EE.UU y mantenía que «las migraciones masivas sólo se reducirán cuando la cultura democrática se haya extendido.»
Pero más allá de su habitual prosa seductora con la que envuelve tesis y profecías desconcertantes, el autor sostiene en esta ocasión: «La única solución posible es que los países de los que los migrantes huyen fueran prósperos, algo que está hoy día al alcance de cualquier nación, pero que los países africanos, centroamericanos y de buena parte del tercer mundo han rechazado por ceguera, corrupción y fanatismo político», a la vez que se protege de sus posibles críticos ensalzando el valor de la libertad: «La fórmula no ha caducado en absoluto como quisieran hacernos creer ciertos ideólogos catastrofistas. Los países que la aplican, progresan. Los que la rechazan, retroceden.»
Mezclando factores históricos desiguales en el tiempo y en el espacio, concluye con la bondad del único camino posible, no sin antes insinuar contradicciones en el puente de mando como sucede en China.
Este tipo de análisis que, al igual que su gemela mano invisible del mercado ofrece rasgos mecanicistas, sucumbe en general ante los embates que presionan sus fundamentos por la velocidad del impulso que experimenta un combinado de tecnología, historia y tradición política.
La esperanza en las compensaciones que gradualmente ofrecería la globalización liberal en los años 80 mediante la deslocalización de la producción en base a criterios de rentabilidad y la asignación de la responsabilidad de una armoniosa continuidad al sector servicios, dan muestra de agotamiento.
Se expulsa del mercado a grandes masas, en las que la clase media aparece de forma significativa como la más perjudicada, porque su trabajo de intermediación ya no es necesario y el mercado, a la vez que se reduce, aumenta su incorporación de valor.
Con bajos salarios en un mundo laboral que recibe como encargo producir y distribuir los bienes de fácil sustitución y menor valor añadido, el mundo tradicional capitalista que había convivido felizmente abrazado al liberalismo sufre una convulsión cuya mejor expresión es la China actual.
El modelo migratorio del que nos habla Vargas Llosa está en crisis, es el mundo que él ha conocido y en el que sus recetas son marginales por afectar a los últimos vagones del tren de la historia.
Nuevamente nos encontramos como en toda gran crisis ante un enorme problema para el que carecemos de recetas. Va de suyo que nadie juzga a nuestro Nobel por su pericia como economista ni como político sino como publicista de una religión sin dios que procura consuelo escaso en un mundo descreído aunque necesitado de ritos de paso necesarios para defender una vida civilizada.
Si el liberalismo es el Libro de un Job que espera, la realidad se envuelve en la ceniza de un Eclesiastés en lo que tiene de universal.
Un pensamiento incorregiblemente optimista, que confía a la autonomía personal la esencia última de sus valores transformadores desde Adam Smith, no atraviesa sus mejores momentos.
Toda la sofisticada elaboración de la Teoría de la justicia que con tanto vigor se extendió por las escuelas americanas salta por los aires con la aceleración bronca de las nuevas tecnologías.
El diablo aguarda en los detalles, en la réplica mortal de virus hemorrágicos cuyos reservorios en la sangre de murciélagos que cuelgan en húmedas cuevas del interior del Zaire añaden un clavo más a su desarrollo económico; en la gélida mirada de un Putín incierto que respira polonio (no confundir con nuestro articulista); en una madrastra tóxica cualquiera que envenena el cerebro de los niños.
En realidad volvemos a la carrera de Aquiles y la tortuga pero sin sofistas: el primero vuela y la tortuga se encadena con la bola de hierro de su historia; el primero se transforma en Dios y la tortuga no para de poner huevos, pero cada vez menos porque apenas quedan playas.
El diablo no migra, es universal y carece de contención, aunque, es verdad, en este aspecto Rufián le supera.