Juanjo Cáceres
La prevención es sin duda el mejor mecanismo para asegurar un buen estado de salud en la población. Por eso se invierten infinitos esfuerzos en recomendar estilos de vida saludables, en desincentivar el consumo de tabaco y alcohol, en promover una alimentación sana y en estimular la actividad física. Pero ello cobra especial importancia en contextos epidemiológicos, en que el impacto de una enfermedad sobre la población depende estrictamente de la capacidad que tengamos de evitar que se transmita.Estos días estamos viendo cómo el coronavirus se extiende por el mundo y cómo las autoridades sanitarias están tomando medidas efectivas para intentar controlar la expansión de la epidemia.
Ayer eran 30 los muertos causados en España por el coronavirus y 1200 las personas diagnosticadas. Una cifra todavía baja, teniendo en cuenta la densidad demográfica de nuestro país y todavía lejos de los países de la Unión Europea más afectados: Francia (1695) y sobre todo Italia, el segundo país más afectado de mundo (10.100). En el conjunto del planeta estaríamos situados en los 119.000 casos detectados y en unos 4.200 muertos, unas cifras que vistas en su globalidad nos da la medida de la gravedad de la epidemia y evidencia los graves riesgos que afrontamos de una extensión exponencial en el número de casos si no se adoptan medidas rigurosas. Ello incluye, fundamentalmente, reducir los riesgos de contagio mediante las denominadas medidas de “distanciamiento social”, aislar las personas afectadas del resto de la población y ofrecerles un atención sanitaria proporcional a su cuadro clínico.
Desde el punto de vista epidemiológico, la gestión de la epidemia es simple en sus criterios aunque compleja en su gestión, pero debajo de los hechos estrictamente epidemiológicos está el impacto social de las medidas de prevención, que podríamos situar en dos planos: en lo individual, actitudes de incomodidad y rechazo; en un sentido más amplio, desajustes que dejan claro la rigidez de nuestra estructura social, una rigidez que está dificultando enormemente nuestra capacidad de adaptación a situaciones inesperadas, que no imprevisibles.
De entrada recordar que hace años que se alerta de que estas crisis epidemiológicas globales pueden producirse. No hay que remontarse a la gripe española de 1918 para situar un precedente equivalente, pues hace una década tuvimos que enfrentarnos a la pandemia de gripe A. Deberíamos ser algo más sensibles ante estas situaciones y disponer de mejores medidas adaptativas, pero no se está dando ni una cosa ni la otra.
Decisiones como el cierre de escuelas en la Comunidad de Madrid ponen en estado de pánico a las familias, que por un lado no saben qué hacer con sus hijos por las mañanas sin los centros escolares y que por el otro ven un incremento de riesgos para nuestros mayores. En parte ello se debe a que las empresas no disponen de medidas de adaptación al teletrabajo en situaciones excepcionales, que podrían facilitar la conciliación, dejando para cuando ello no es posible el articular otro tipo de soluciones que minimicen los riesgos en el periodo de contención y vigilancia.
Decisiones como la cancelación de desplazamientos y viajes, ponen en evidencia lo abusivas que son las cláusulas que ponen las agencias sobre sus clientes, o lo habituados que estamos a las nuevas tecnologías, así como lo incómodos y desamparados que no sentimos cuando debemos adaptarnos a formatos de reuniones y eventos no presenciales.
Decisiones como las cancelaciones de competiciones populares, tanto maratones y carreras de menor distancia, así como la decisión de disputar los partidos a puerta cerrada, están causando no poco malestar en deportistas y aficionados. Ello denota una cierta falta de empatía social, puesto que muestran las dificultades que tenemos para entender los riesgos y para poner por delante de nuestros intereses particulares la salud pública y la seguridad de las personas vulnerables.
En definitiva, en un marco en que las autoridades sanitarias y gubernamentales han reaccionado, al menos en nuestro país (claramente no en Italia), con bastante proporcionalidad y con la contundencia necesaria para frenar la propagación del virus, otras epidemias también se manifiestan y frente a las mismas también deberíamos empezar a aplicar algún tipo de medida. Ni que sea el hacer algún tipo de reflexión personal al respecto y articular medidas de más largo recorrido para desarrollar nuestra vida de una forma mejor adaptada a las necesidades de todas y todos.
Hoy se comenta (con acierto) el retorno a casa de estudiantes universitarios etc ante la suspensión de las calases y como esto puede ser vector de contagio. Curioso como tenemos el sesgo cognitivo de pensar que lo que es agradable o conveniente para nosotros , puede hacerse aunque sea irracional . Como en las dietas impuestas «Pero si me gusta, no me puede hacer daño».
También se oyen casos de niños facturados con los abuelos al pueblo. Justo lo contrario de lo que se quiere conseguir…pero como la solución coherente con el escenario acarrearía mayor coste…
Meternos en un logica defensiva y de cuarentena es, sobre todo, incómodo. No nos gusta estar incómodos. Vaticino, eso si, que mientars haya redes sociales y netflix y aledaños funcionen, no preveo un colapso social. Eso si, dos días sin internet y podemos ponernos en un escenario Mad Max. (aclararé que las dos ultimas frases son en broma, por si acaso)
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Off Topic. Lo de VOX
Pocas veces un partido político reconoce abiertamente que es incapaz de prever las consecuencias de sus acciones, o que previendolas, no es capaz de reorientar su curso aún viendo que pueden ser un peligro para ellos mismos y los que les rodean, pidiendo, logicamente, que una autoridad superior tome la medida adecuada de suspenderles las actividades.
Yo creo que nunca han estado mas acertados que en ese «Por favor, inhabilitennos que no sabemos muy bien lo que estamos haciendo»