La Epopeya de Iron Man

Julio Embid

Corría el año 612 a.c. cuando los soldados babilonios, tras un largo asedio, saqueaban la ciudad asiria de Nínive. Allí destruirían todo a su paso incluyendo la famosa biblioteca de Asurbanipal que desde hacía un siglo almacenaba gran parte del conocimiento escrito de Oriente Medio. La ciudad había quedado completamente destruida. Muchos siglos después, en 1847, un arqueólogo británico llamado Austen Henry Layard descubría 22.000 tablillas de arcilla, enterradas bajo las ruinas de la biblioteca de Nínive. Entre esas tablillas escritas en acadio, alguien encontró la Epopeya de Gilgamesh, la primera historia de superhéroes de la humanidad.

En ese cuento el gran Gilgamesh, el rey más poderoso de la tierra, dos terceras partes dios y una tercera parte humano, cansado de violar a sus siervas, decide marchar a recorrer la tierra junto al salvaje Enkidu para derrotar al gigante Humbaba, al “toro del cielo” que le envío la malvada diosa Ishtar y buscar al único superviviente del Diluvio Universal para que le enseñase el secreto de la inmortalidad. Todas esas historias, escritas hace más de tres milenios, sirvieron como inspiración tanto para las mitologías griegas y romanas como para el Antiguo Testamento de la mitología judeocristiana.

Muchos siglos después, en 2008, se estrenó la película “Iron Man” que cuenta la historia de un superhéroe de comic llamado Tony Stark. En dicha película, nuestro nuevo héroe se encuentra en Oriente Medio (posiblemente en Afganistán, aunque no se llega a mencionar) visitando a las tropas norteamericanas a las que provee de armamento y es atacado por unos malvados terroristas llamados Los Diez Anillos. Los gloriosos americanos son derrotados y los terroristas secuestran a Stark para que les fabrique un nuevo misil llamado Jericó (como la ciudad bíblica de Palestina donde Josué condujo a los israelitas). Stark, en nombre de la libertad les engaña, se construye una armadura metálica voladora con misiles y decide marchar a realizar su propia epopeya como la de Gilgamesh bajo el nombre de Iron Man.

Aviso publicitario: en mi último libro titulado “Con capa y antifaz. La ideología de los superhéroes”, publicado por la editorial Los Libros de la Catarata y con prólogo del profesor José Andrés Torres Mora, cuento la historia de Iron Man (y otros muchos superhéroes) y por qué, en este caso, representa perfectamente los valores intervencionistas y militaristas de gran parte del Partido Republicano de los Estados Unidos y como hubiera apoyado a Donald Trump en las últimas elecciones. A fin de cuentas, ambos comparten muchos valores, la misoginia, la megalomanía, el derecho a portar armas, el derecho a cambiar frecuentemente de mujeres cada vez más jóvenes y por supuesto, vivir en un rascacielos que tenga tu nombre, ya sea la Torre Trump o la Torre Stark.

Tony Stark representa la privatización de las Fuerzas Armadas y el que quiera seguridad, que se la pague. En la película “Iron Man 2” es llamado a declarar ante la Comisión de Fuerzas Armadas del Senado de Estados Unidos para que produzca más armaduras voladoras para el ejército norteamericano. Se niega ya que el diseño y la patente son suyas y no quiere que caigan en malas manos. Para contentar al ejército, le cede una al teniente coronel James Rhodes “Warmachine”, pero como favor personal. A fin de cuentas, él sigue siendo el dueño y la Constitución le ampara a poseer armas para defender al país de invasiones, insurrecciones o la llegada de un gobierno anticonstitucional, tal y como se aprobó en 1791. Y “si vis pacem, para bellum” como decían los romanos. Desde luego, la realidad ha demostrado que la posesión de armas por parte de la población civil no aumenta en absoluto la seguridad y son múltiples los homicidios por arma de fuego en cualquier lugar del planeta donde el monopolio de la violencia no lo tienen los cuerpos de seguridad públicos o las fuerzas armadas. Pero eso requeriría otro debate más pausado de naturaleza legislativa. Esperemos que la “Marcha por Nuestras Vidas” que tuvo lugar el pasado 24 de marzo en Washington no caiga en saco roto y pueda reformarse la legislación americana sobre la venta de armas. Eso sí que es una epopeya digna de admiración.

Si os preguntáis qué fue de Nínive, os puedo comentar que volvió a ser arrasada en 2017. Los soldados iraquíes y kurdos, con el apoyo de la aviación norteamericana, avanzaron a sangre y fuego casa por casa para derrotar al Estado Islámico produciendo más de 30.000 bajas en ambos bandos. Se llamó la batalla de Mosul. La historia, en su peor versión, desafortunadamente tiende a repetirse.

2 comentarios en “La Epopeya de Iron Man

  1. Muchas gracias A Julio Embid por el articulo y la reseña del libro. He leído otra más amplia en eldiario y me parece que ha tenido que divertirse haciéndolo.
    En cuanto a si Iron Man es o no, o representa , o no, los valores mas libertarios del republicanismo americano, dicha posición queda en entredicho cuando en la siguiente película «Civil war», es Iron Man el que aboga porque los superhéroes deben estar sometidos a una instancia de control gubernamental, legitimada por los acuerdos multilaterales de Sokovia..uhmm que opina de esto el articulista??
    Es justo lo contrario a la guerra comercial trumpista.

    En otro orden de cosas, respecto al destino de Nínive ya fue madlta por el profeta jonás, según sale en el antiguo testamento «Y tenderá su mano hacia el aquilón, y destruirá a Asur, y hará de Nínive un campo de devastación, árido como desierto.» Y es que Yaveh cuando arrasa, es que arrasa de verdad.

  2. El sustrato ideológico de los superheroes es un entretenido ejercicio humanista, siempre que no se extraigan conclusiones cerradas, ya que como dice Laertes, los enfoques se mueven en función de en manos de quien están. De ahí que las asociaciones entre capitán américa y liberales o entre iron man y conservadores no sean absolutas. Ni siquiera esos sustratos ideológicos son estables a lo largo del tiempo.

    Más interesante sería preguntarse si los superhéroes, además de reproducir sesgos ideológicos, generan ideología. De forma pasiva sin duda, como cualquier otra cosa, de forma activa ya no tanto, con la excepción de las etapas históricas en que se han puesto claramente al servicio de fines patrióticos (como durante la Segunda Guerra Mundial o quizás tras el 11S).

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