La fiesta y la humillación: The Paris Wife de Paula McLain

Frans van den Broek 

Ciertas actividades sociales, como la de los clubes de lectores, nos obligan a veces a visitar obras que de otra manera no tocaríamos. Este fue mi caso con la novela que comento, en la que la novelista Paula McLain ficcionaliza la relación de Ernest Hemingway con su primera esposa, Hadley Richardson. Decidirse a hacer algo así ya requiere de cierto nervio editorial y narrativo, pues sobre Hemingway se han escrito miles de páginas y la propia Hadley contó los hechos en sus memorias. Me imagino que con esta obra se ha buscado interesar al lector femenino, mayoritario hoy en día, en la vida de quien es considerado en general como un epítome del escritor masculino y corajudo.

 La obra está escrita en lenguaje sencillo que sólo a ratos busca la poeticidad, más en la descripción de la naturaleza que del mundo interior de sus personajes. Por el contrario, la vida interior de Hadley está expuesta con cierta progresión hacia la parquedad clínica, pues narra los primeros años del matrimonio en París, la sempiterna fiesta y constante pose en que se sumergieron los americanos exiliados, como Fitzgerald o Stein, y luego el progresivo deterioro de la relación hasta la separación y la depresión de Hadley. Los méritos de la novela no son muchos, pero tendrá el mérito de acercar al lector medio al proceso de reevaluación de Hemingway que tiene lugar en el mundo académico y editorial. Junto a las nuevas biografías y análisis históricos y hasta psiquiátricos sobre Hemingway que se publican, forma un adecuado complemento desde el punto de vista de una mujer y una esposa convencional de los años veinte.

La historia fue también contada, con los debidos sesgos, por el propio escritor, y forma la base de su novela The Sun Also Rises, pero McLain decide concentrarse por largo tiempo en el período que antecede a la partida a París, para así explicar la peculiar relación que se estableció entre ellos. Hadley tenía 8 años más que Hemingway, pero había sido educada en un ambiente tradicional que la hacía inmadura con relación a los hombres. Curiosamente, ambas madres, la suya y la de Hemingway, constituyeron una presencia opresiva en sus respectivas familias, lo que, dice la psicología popular y no tan popular, puede haber contribuido a la mutua atracción y ulterior separación. Como fuera, la atracción floreció por encima de la aprobación familiar y se fueron a la rimbombante París de la entreguerra. Al principio, como todo lector de Hemingway sabe, todo fue brillantez intelectual, esnobismo, borrachera y viajes. Los americanos de dicha generación se comportaron como adolescentes sueltos en Disneylandia, sin esquivar la estupidez o incluso la crueldad. Ezra Pound, por ejemplo, quien acabaría de rabioso fascista escribiendo programas de radio para Mussolini y metido en una jaula a la intemperie al finalizar la guerra, es retratado en esta novela como el profeta enloquecido que se creía que era, dando un niño suyo en adopción porque aquello de los niños no iba con él, por principio. Otros aparecen simplemente como idiotas.

Hemingway, por supuesto, se portó de manera canalla, seduciendo a una belleza del círculo de intelectuales, Pauline Pfeiffer, y pretendiendo que Hadley aceptara vivir en triunvirato bajo el mismo techo, incluso molestándose cuando esta última presentara objeciones o se atreviera a inquirir en el asunto. Este parece haber sido un patrón en su vida, utilizar a la gente de manera inescrupulosa, para luego abandonarla sin remilgos. En otras palabras, un soberbio hijo de puta, a cuyo genio literario quiso atribuir toda excusa o redención. Poco a poco, Hadley, quien ya tiene un hijo de Hemingway, empieza a disolver la dependencia psíquica con el escritor y acepta la separación. Poco más tarde encuentra al tranquilo y estable hombre con el que tendría un matrimonio serenamente feliz. La novela demora mucho, quizá, en llegar a los hechos cruciales del argumento y se hace por ello melosa y pesada. Pero no deja de incitar a la reflexión. ¿Cómo pudo Hadley aceptar tanta humillación, aguantar tanto capricho de su esposo? En estos tiempos, casi nadie en Europa o América indulgiría a su pareja de tal modo, por lo que el comportamiento de estos personajes se le hará hasta cierto punto incomprensible al lector moderno. Pero no a todo el mundo, pues incluso en nuestros tiempos vemos a mujeres y hombres atados a una relación destructiva que puede derivar en trágica. Al parecer, ni los intelectuales se salvan de ser presas en ocasiones de tal destino.

De otro lado, leer la novela le hará preguntarse al lector más curioso por el verdadero valor literario de la obra de Hemingway. ¿Valen tanto sus novelas como la crítica ha querido hasta ahora? No cabe duda de que escribió algunas obras maestras, pero hasta el más apasionado de sus habituales deberá admitir que también dejó páginas mediocres, en las que la técnica por la que se hizo famoso, esto es, la exposición narrativa desnuda de toda interpretación, de adjetivos y adverbios innecesarios, más parece una máscara para llenar papel en blanco que un método para enaltecer el estilo y el argumento y ser fiel a sus personajes.

De otro lado, la novela nos hará preguntarnos, una vez más, por qué el estamento artístico se siente con derecho a obviar las mínimas normas de decencia humana y a considerarse por encima del común de los mortales. A estas alturas, dicho prejuicio debiera haber sido desbancado por completo del panteón de nuestros ídolos de las letras, pero de muchas maneras, persiste todavía y sobrevive en el mundo de la música popular, las celebridades y los periódicos sensacionalistas, cuando no entre los mismos académicos y literatos. Hemingway fue un hombre torturado que, como atestiguan sus biografías, se prendó de su imagen de macho y valiente para tentar la muerte en muchos momentos de su vida, y para olvidar su propio vacío emocional (si se me permite el cliché psicologista). Hasta se lo ha catalogado en alguna parte de medio psicopático, aunque creo que esto es exagerar y medicalizar lo que no era sino un hombre confuso, genial a ratos, tarado muchas veces, y valiente, sin duda, pero que no supo tener el coraje al final de seguir viviendo, cuando todavía podría haber honrado aquel arte que suponía lo colocaría entre los inmortales y le había permitido hacer tantas cosas y sentirse diferente a los demás: se suicidó con una escopeta de caza, siguiendo el destino de varios miembros de su familia, entre ellos su padre, y quizá en lógica conclusión de una vida que quiso ser lo que tal vez no era.

6 comentarios en “La fiesta y la humillación: The Paris Wife de Paula McLain

  1. Muchas gracias por el artículo, Frans. También vuelvo a dar las gracias a todos los comentarios que leí atentamente el sábado y domingo.

    Ya lo sabrán pero han cerrado el único diario de pago redactado íntegramente en gallego. Según el periódico, el motivo es el recorte paulatina de ayudas de la Xunta. En una carta, el director arremete directamente ante Feijóo.

    Cada cierre de un medio es un ataque a la libertad y la democracia se resiente. Llámese Veo7 o Galicia Hoxe.

    Así estamos.

  2. Gracias a Frans por su artículo. Como siempre su lectura sirve como de bálsamo en estos tiempos feos y tristes que vivimos. Su descripción de Hemingway y su fanfarronería me hizo recordar la deliciosa última película de Woody Allen, dónde retrata de forma divertida a todos estos americanos que vivián años felices y locos en París, dónde se «comportaron como adolescentes sueltos en Disneylandia». Impagable la escena en la que Hemingway se levanta fanfarrón gritando «Â¿quién quiere pelear?». Es muy probable que sea cómo dice Frans y sus méritos literarios no sean tan grandes como se le atribuyen. Yo le leí muy joven y me gustó mucho. «The sun also rises» fue la primera novela que leí en inglés al llegar a USA. Probablemente si lo releyera ahora me decepcionaría, prefiero no hacerlo.
    Y gracias a Millán por colgar el artículo de despedida del director de Galicia Hoxe. Lamentable su cierre.
    Por asociación, el otro día vi en La 2 un documental estupendo sobre Álvaro Cunqueiro. Gallego hasta la médula. No sé si alguien lo vio. Impagable la escena en la que coge las 8.000 ptas. que le mandan de París y le dice al chófer, «lléveme a Mondoñedo».

  3. Disociar la calidad de una obra -en este caso, literaria-, de la personalidad del autor, sobre todo si este se muestra tan repelente, no siempre es fácil. Frans menciona, aparte del caso de Hemingway, a Ezra Pound. Hoy en El País, Savater nos ofrece una interesante reflexión sobre el asunto -tan de moda en los últimos meses-, de la dificultad de homenajear a un tipo como L. F. Cèline. Y sin embargo…

  4. Después de ver -en la edición digital de El País-, la imagen de las anotaciones manuscritas de Mariano Rajoy sobre su debate con Zapatero, se comprende el percance que tuvo en un programa de la tele al no poder descifrar lo que había escrito y quedarse en blanco. No me extraña que su discurso se base, sobre todo, en la reiteración de ideas cliché.

  5. 3

    Gracias a vosotros por leerlo.

    Cunqueiro fue un genio y Mondoñedo, una visita obligada en Galicia.

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