La hora de los patriotas

Alfonso Salmerón

Nunca imaginamos que viviríamos una situación como ésta. Hay que ir muy atrás en el tiempo para encontrar una crisis de las dimensiones de esta pandemia. Las comparaciones con episodios bélicos y el lenguaje de guerra del que se ha hecho abuso estos días, especialmente desde el gobierno, hemos de entenderlas en ese sentido. Nuestra memoria histórica más reciente nos remonta seguramente a la guerra civil para encontrar referencias que nos permitan simbolizar lo que estamos viviendo. En apenas dos semanas, pasamos de una expectante normalidad a la declaración del estado de alarma que confinó a millones de personas en sus hogares paralizando buena parte de la actividad económica, extendiéndose a toda la actividad a excepción de los servicios esenciales quince días después. Cuando se cumplen casi cuatro semanas de la declaración de alarma, el confinamiento va dejando huella en todos nosotros.

Cada uno de nosotros y de nosotras hemos ido comprobando cómo el maldito virus ha ido alcanzando a alguna persona cercana. Seguramente que todos hemos sufrido ya algún fallecimiento más o menos cercano, algún ingreso hospitalario o alguna persona con síntomas relativamente leves.

Por otra parte, quien más y quien menos, conoce personas que trabajan en el ámbito sanitario y por tanto, todos tenemos información de primerísima mano acerca de lo que están sufriendo en la tarea ingente de paliar los efectos de esta pandemia en el contexto de unos servicios hospitalarios absolutamente colapsados sin el material médico necesario para hacerle frente.

Además, todos y todas vamos sufriendo, aunque con diferente intensidad, los daños colaterales que la emergencia sanitaria están causando en nuestras economías personales, daños que se presumen especialmente importantes para los trabajadores precarios, los autónomos y no digamos ya las personas que trabajan en el servicio doméstico, los temporeros o los trabajadores de la economía sumergida.

A las puertas de cumplirse un mes de confinamiento, nos vamos haciendo a la idea, de la extrema gravedad de la situación y de las consecuencias que esta pandemia ocasionará a medio y a largo plazo y de qué manera cambiará nuestras vidas para siempre. Ya nada volverá ser como antes.

Todavía no alcanzamos a imaginarnos de qué manera concreta esta crisis nos va a cambiar personal y colectivamente, tanto a nivel económico, político y sociocultural. Se trata de la primera pandemia en tiempos de la globalización económica y eso sin duda explica aspectos concretos como la velocidad de propagación y el impacto mundial. Habrá tiempo para analizar con detalle todas sus dimensiones y hacer escenarios de futuro, pero lo que hoy podemos afirmar es que el coronavirus ha enseñado las miserias de nuestro sistema económico. El neoliberalismo económico se ha revelado como inoperante en situaciones de emergencia humanitaria como la actual. El mercado, como se ha visto, no puede dar respuesta a esta crisis, tal y como nos explicaba Stiglitz en El País el pasado sábado, en un artículo en el que iba más allá al referirse a Europa cuando afirmaba que éste era “un momento crítico para el futuro de Europa” abogando, en ese sentido, por el final de la doctrina del déficit cero como una condición necesaria para la salida de esta crisis. Ése y no otro, como apuntaba también recientemente la OIT, es el debate que ha de resolver la Unión Europea de manera urgente si quiere garantizar la viabilidad de su proyecto político y económico. Si no supera la dinámica insolidaria Norte-Sur que volvió a operar el pasado miércoles en reunión de ministros de economía, la misma que asfixiara a Grecia, si no se impone al fin, la solidaridad a la competencia, Europa se irá al garete.

Son momentos de una absoluta incertidumbre. Nadie sabe respondernos con exactitud cuándo, cómo ni de qué manera podremos volver a una cierta normalidad. Una incertidumbre que se filtra hoy en todos los hogares de nuestro país, en todos centros de trabajo, en las instituciones políticas, en el IBEX 35 y en los pasillos de los hospitales donde unos conciudadanos se juegan la vida para salvar la nuestra.

No es objeto de este artículo analizar la gestión que está realizando el Gobierno. Esta crisis es de tal dimensión que se escapa a mi capacidad de entendimiento por lo que sería presuntuoso por mi parte intentar siquiera emitir una opinión sobre la idoneidad de las medidas, lo cuál no quiere decir que no vaya formándome una opinión propia al respecto, como comprenderán.

Sin embargo, en estos momentos de terrible incertidumbre, prefiero hacer hincapié en la confianza en las decisiones que se van tomando, no exentas de errores, como no puede ser de otra manera, que buscar consuelo a tanta desgracia señalando con urgencia a un culpable, cual chivo expiatorio. No, la COVID 19 no es culpa de Sánchez, ni de Conte, ni de Xi Jinping, ni tampoco una conspiración estadounidense en el contexto de la guerra comercial con China. La COVID 19 es un virus letal para el que, de momento no existe tratamiento ni vacuna. Una crisis sanitaria, cuya resolución está en manos principalmente de la ciencia. Esa es la cruda realidad a la que tenemos que enfrentarnos: en pleno siglo XXI un virus ha puesto en jaque a todo el Planeta

En estos momentos de emergencia extrema estoy echando enormemente de menos una respuesta política a la altura de las circunstancias, y acorde a la que sí está dando la ciudadanía, y muy especialmente a la altura de la respuesta que está dando el personal sanitario, tras padecer una década de recortes sin precedentes, se enfrenta a esta situación en unas condiciones lamentables.

Porque la crisis del coronavirus ha dejado al descubierto en España los déficits estructurales de nuestra economía, que se vieron agravados con la crisis del 2008, como la desindustrialización, la dependencia del mercado exterior, o la situación de precariedad en la que dejaron los recortes en la sanidad pública, en alguna comunidad autónoma más que en otras, como en el caso, precisamente de Madrid y Catalunya, por citar sólo algunos de los déficits más notorios que convendría tener un cuenta para la ingente tarea de reconstrucción que habrá que hacer el día después. Cómo hemos echado de menos estos día la potente industrial textil que existía en España antes de la deslocalización. Cómo miramos ahora todos hacia una comunidad científica española que lleva décadas trabajando en condiciones de extrema precariedad, ninguneada por todos los gobiernos de diferente signo en las últimas décadas. Nos preguntamos porqué no disponemos de suficientes test para detectar la enfermedad. ¿Qué papel está jugando la industria farmacéutica europea?

Pero también ha dejado al descubierto la intolerable inmadurez, el infantilismo trágico de la política española. Produce auténtica estupefacción comprobar que ante una crisis como ésta, sin parangón en la historia mundial más reciente, algunos partidos, lejos de arrimar el hombro, hayan articulado una estrategia de acoso y derribo del Gobierno. La actitud de los partidos de la extrema derecha con el concurso y la aquiescencia del Partido Popular, está siendo cuando menos, de absoluta irresponsabilidad.

No es sobrero decir que son, precisamente, los líderes de los partidos que hacen del nacionalismo su principal argumento quienes están tomando una actitud en absoluto patriótica. Comparto la opinión de quienes afirman que el término acuñado para hacer un llamamiento a la necesaria unidad que se requiere para abordar esta situación no sea del todo afortunado. Sin embargo, es de una completa temeridad en momentos como éste abrir el fuego contra quienes tienen la responsabilidad de conducir la respuesta a la crisis de la COVID19.

Es de una ceguera colosal y de un cinismo que raya la sociopatía no comprender que cuidarnos en estos momentos también implica no torpedear la acción de nuestros gobernantes. Es propio de personalidades intolerablemente inmaduras no comprender que el momento actual requiere del concurso de todas las fuerzas políticas. Y es especialmente grave cuando esa actitud proviene de partidos que han ostentado, y ostentan, responsabilidades gubernamentales, a nivel central y autonómico, cuya acción de gobierno ha estado en buena medida protagonizada por el debilitamiento del sector público expresada a través de sucesivos recortes y la externalización de servicios de terribles consecuencias como estamos viendo en el sector sanitario o en las residencias geriátricas.

De esa crítica no excluyo al Govern de la Generalitat de Catalunya, y a todos los resortes que este gobierno tiene en diversos ámbitos sociales del país y en los medios de comunicación, públicos y privados que, afines al procés, desde el minuto uno ha diseñado una estrategia dirigida a sacar tajada política, amplificando y elevando las diferencias con el gobierno estatal a la categoría de conflicto identitario, con claros tintes supremacistas. Los guionistas del procés, ajenos a la gravedad del momento han sido construyendo su relato para difundirlo a diestro y siniestro a través de las redes sociales. El procesismo ha hecho lo único que sabe hacer. Esto es, parapetarse tras un relato identitario, para eludir toda confrontación con la realidad y con las ideas.

Si algo se revela con notoria claridad en estos momentos es la necesidad de preservar al máximo la buena salud de todas las instituciones democráticas y fortalecer los espacios comunitarios en torno a una idea colectiva. Es el momento de articular más que nunca un nosotros inclusivo capaz de empatizar con todos los sectores de la sociedad, también con aquellos que tienen el deber ciudadano de tomar las decisiones, y de asumir en primera persona del plural la cuota de responsabilidad. Es el momento de arrimar el hombro todos y cada uno de nosotros, sin excepción. Para salir adelante necesitamos reconocernos en ese nosotros, que algunos llamarán patria o pueblo y que otros preferimos llamar ciudadanía para salir juntos de esto. Ése y no otro es el patriotismo que necesitamos aquí y ahora.

Creo que no me equivoco al afirmar que a la mayoría de la ciudadanía de este territorio que llamamos España nos gustaría ver una acción coordinada del Gobierno estatal y autonómico y a su vez de los gobiernos con los partidos de la arco parlamentario.

Es hora de que los responsables políticos de los partidos de este país actúen como personas adultas, tomándole prestada la expresión a Antón Losada, y actúen asumiendo su responsabilidad como representes públicos. Ya es hora de que estén a la altura de la gente común que está demostrando mucha más responsabilidad, madurez y solidaridad que cualquiera de ellos, evidenciando una mayor fortaleza comunitaria de la que muchos ni imaginaban.

Es hora de arrimar el hombro, de verdad. Para atajar la pandemia y sobretodo para diseñar un plan de reconstrucción del país para el día que esta pesadilla se acabe. Ahora que el coronavirus ha reordenado de un zarpazo nuestra escala de valores, es el momento de ponerse a trabajar para un gran pacto en base a la salud y al empleo en el cual la reindustrialización y el fortalecimiento de los servicios públicos jueguen un papel estratégico. Es la hora de una gran pacto para la reconstrucción del país y el relanzamiento del proyecto europeo en base a sus valores fundacionales. Es la hora de poner en el centro el bien común y aquello que nos une. Es la hora de los patriotas de verdad.

8 comentarios en “La hora de los patriotas

  1. Gobernar España es pilotar un velero con muchos palos, cada uno con su altura, marineros y jefe de vela correspondiente, y que no siempre trabajan a favor del rumbo que el capitan, que es quien pilota la nave, desea. El despliegue, o no, de velas y su posicionamiento a favor o en contra del rumbo diseñado por el capitán es la constante de la singladura. Hablar de altura de miras está bien, pero tambien hay que entender que el rumbo es una resultante de fuerzas que lo acercan o alejan de la meta que el capitán ha decidido, Por lo tanto, no es sólo una altura de miras lo que hay que pedir a los jefes de velas, sino también a quien decide el rumbo, que tiene que comprender dos cosas: primero, que tiene que dar a conocer a la tripulación la meta que quiere alcanzar, y segundo: que la mayor o menor colaboración vendrá dada por el mayor o menor acuerdo sobre el destino. Si no hay acuerdo sobre el destino, solo habrá colaboración a la hora de sortear una tormenta, si se trata de evitar los arrecifes cercanos, pero en mar abierto, la colaboración vendrá dada en función de las etapas definidas y si éstas se alcanzan con una deriva que satisfaga a los necesarios para mantenerla. Es tarea del capitan no emperrarse en el rumbo hacia la meta final desde el primer momento y con todo el velamen desplegado, que no va a poder hacerlo en una tormenta, sino tratar de navegar a la velocidad requerida y sorteando obstáculos. En ese sentido cuando se habla de «altura de mira» lo que se determina es simplemente que hay que ampliar el horizonte y acordar un rumbo que nunca en el gobierno de una nación tiene final, porque gobernar es eso, estar siempre navegando hacia una tierra prometida, pero nunca alcanzada, y con gran parte de la tripulación amotinada si no tienes mano izquierda.
    Pedro Sánchez lo ha depositado todo a un GPS, aparato que da rumbo pero no define obstáculos, y escucha sólo a los marineros de los púlpitos de los mastiles de su coalición y que tienen una altura de palo limitada al número de escaños que representan, sin parecer que tampoco le importa hacia donde estén mirando, que esa es otra.
    En fin, un lío ….. que diría Rajoy.

  2. Contrariamente a lo que opina el articulista, más allá de la incertidumbre de cualquier evolución de un problema humano, disponemos para su análisis de muchas certezas, no solo sobre la estructura del genoma del covid 19 , sino que éste no alterará significativamente la mortalidad en el mundo.

    60 millones de personas mueren anualmente y a España le corresponden unos 450.000, es decir cerca de 9000 por semana. Entre otras cosas porque la letalidad es muy baja y afecta principalmente a personas mayores y / o el sistema inmunitario debilitado. Según la OMS las bronconeumonías clásicas obstructivas matan ya bastante, y en el 2016 se cifraban en 3 millones. En ese año no se paralizó la economía ni tampoco por la muerte de 1 millón de personas en accidentes de tráfico.

    También sabemos por la experiencia en Corea que el combate a este virus necesita test masivos aislamientos, cuidados en personas infectadas y equipación en los hospitales con respiradores en espera de la ansiada vacuna.

    También sabemos que un confinamiento prolongado general producirá más víctimas que el propio virus en especial en los países del llamado tercer mundo.

    El neoliberalismo, en absoluto es responsable de la crisis ni tampoco el comunismo tercermundista.

    El estilo en el artículo es reiterativo y contiene todos los vicios de un informe clásico ante el presídium de una organización rígida de antaño , ante el Presídium del cogollo del meollo del sanedrín, en la que se reconocen los errores pero nunca se mencionan sino como algo connatural a nuestra imperfección y en consecuencia nada podemos aprender de la experiencia.

    Como no existe nada parecido a la memoria histórica mal que le pese a algunos la situación actual nada tiene que ver ni con la guerra civil y mucho menos , que ésta permita simbolizar lo que estamos viviendo.

    El colapso hospitalario de esta pandemia es producto exclusivo de la imprevisión, muy variable según el país y no consecuencia principal de recortes en la sanidad.

    Ni el neoliberalismo económico se ha revelado como inoperante en situaciones de emergencia humanitaria ni es misión del mercado , como se afirma , el deber dar respuesta a esta crisis; los heraldos del futuro catastrófico nos anuncian todos los días grandes desgracias. Lo que demuestra esta crisis sanitaria es lo perturbadora que puede llegar a ser para la producción de bienes y servicios, especialmente si se enfoca con una sobre reacción. Por otro lado , los resúmenes en forma de consignas del tipo insolidaridad norte-sur empobrecen sobremanera los análisis especialmente si se fomenta la irresponsabilidad o no se condicionan las ayudas que , al parecer, provienen de una fuente mágica de caudal ilimitado.
    Lo más sorprendente del artículo es cuando finalmente declara que no es su objeto analizar la gestión que está realizando el gobierno porque la crisis es de tal dimensión que se escapa a la capacidad de entendimiento del articulista , e inexplicablemente prefiere hacer hincapié en la confianza en las decisiones que se van tomando, no exentas de errores, como no puede ser de otra manera.
    Por otro lado afirma cosas increíbles: por un lado echa de menos una respuesta política a la altura de las circunstancias y acorde a la que esta dando la ciudadanía que es justamente la solicitada por el gobierno , y éste , como todo el mundo sabe , es políticamente activo.
    Hablar de reconstrucción cuando nada ha sido destruido es una temeridad. Por supuesto, ahora mismo es un deber de la unión europea pensar en términos de reservas estratégicas.
    El articulista, ahora sí, no tiene criterio respecto al gobierno pero si hacia la oposición que por los poderes extraordinarios que la ley concede al ejecutivo, no es responsable de las decisiones tomadas por este. Entiendo y respeto sus filias y fobias pero deben mostrarse sin recurrir a la incertidumbre como un velo protector.
    Tiene razón en su crítica a la dejación del Estado de sus deberes para con nuestros mayores, con una atención cara , no tanto o principalmente por ser privada en su mayoría , cuanto por no poder acogerse a las economías de escala , y en definitiva , de calidad desigual.
    En fin, la muy pobre idea de España que manifiesta como un territorio desvencijado por el que circulan individuos anónimos herederos de la nada , es inquietante .
    Es hora de pensar y de estudiar . Es hora de recuperar el valor verdadero de las palabras verdaderas, nuestro principal bien común , el de los españoles , sean o no patriotas.

  3. Mulligan, ¿cómo que nada ha sido destruido todavía? ¿cómo que la imprevisión es muy variable de país a país? Hay alguna honrosa excepción – Corea con los tests porque pasaron por el SARS – pero confirman la regla. Ni siquiera Alemania estaba bien preparada. Y nadie lo vio venir. Durante muchas semanas pervivió la sensación de que era como una gripe y que se contagiaba al mismo ritmo. Y no, mata más que la gripe – ni siquiera estamos seguros de cuánto más todavía – y desde luego se contagia mucho más rápidamente, de ahí que el colapso sanitario entrara en la ecuación. Las cifras mundiales prueban, a mi juicio, que lo bien o mal que lo haya este Gobierno tiene poco que ver con los juicios que cada uno tenga sobre la valía personal, profesional y política sobre Pedro Sánchez y/o Pablo Iglesias. De nuevo a mi juicio, poner el énfasis en los errores de este Gobierno cuando son palmariamente parecidos a los de todos los demás, es un poco paletada.

  4. Es evidente que por destrucción me refiero a las infraestructuras que unen y desarrollan el conjunto de los complejos industriales y también la inteligencia que permite su funcionamiento. Es el tipo de destrucción material esperable en un conflicto bélico, en una catástrofe natural o ya apurando , con la aparición de una tecnología que deje obsoletas áreas que se creían vitales , aunque tengan una expresión generalmente más local.
    La opinión que tengo sobre Pedro y Pablo la conoce LBNL por intervenciones mías anteriores , no por este post , en el cual no me he referido a mi reconocido trastorno obsesivo compulsivo cada vez que les escucho , ni siquiera a los distintos expertos de las 20 Has. del complejo de La Moncloa.
    No me molesta que me considere – un poco , eso sí – emulo de Paco Martínez Soria , porque sencillamente no hablo del gobierno, sino que quien habla de él y de forma neutra es el articulista , no así de la oposición.

  5. En la muerte de Enrique Múgica mis condolencias a su familia , amigos y compañeros. Un eminente luchador antifranquista y relevante servidor público.

    DEP

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