La igualdad no es un programa, es su posibilidad

Arthur Mulligan

En toda la doctrina propia de una iglesia prima no tanto el contenido intelectual sino el institucional. De modo similar, el término socialista no designa una persona que tiene esta o aquella concepción del mundo, definida por su contenido, sino una persona de una determinada mentalidad, la cual le predispone a adherirse a cualquier concepción prescrita por la autoridad.

Uno deviene socialista (tal y como sucede ahora con especial vigor) por el hecho de declararse dispuesto a aceptar en cada caso el contenido que la autoridad recomiende. Así pues, ahora es socialista todo aquel que acepte la indiscutible autoridad de quien ha liderado un cartel electoral con independencia de la elaboración de la doctrina-programa (algo que poca gente lee), un agregado histórico de generalidades, una suma de buenas intenciones respetables para el gran público y presentes en todo balance de gestión expresado en altos porcentajes de cumplimiento.

Es muy difícil prever con exactitud quién en estas cuestiones será considerado socialista dentro de un año. De hecho, un socialista auténtico se adhiere a opiniones cuyo contenido no necesita entender, comenzando por el líder que recibe la doctrina de manos de sus escribas. [verbigracia: en poco tiempo han pasado de recibir en un puerto a cientos de emigrantes en loor de multitudes a confinarlos en los muelles de otro]

Esta actitud explica el por qué no pasa factura el decir lo uno y su contrario adjudicando igual verosimilitud al juicio con ese garbo panfletario que unos 100 tertulianos reconocidos diseccionan en una manifestación multidireccional de impotencia. Es el decorado del altar mayor de nuestra democracia, no sin el extrañamiento cada vez más recurrente que se pregunta por las consecuencias.

La función social de la ideología consiste en mantener la fe en los valores necesarios para que el grupo pueda actuar eficazmente.

La ideología contiene juicios de valor y también juicios de hecho.

Así, es ideología tanto el patriotismo como el nacionalismo (entendido este no como un sentimiento, sino como la convicción de que la nación es un valor). Y las consignas de la libertad y la igualdad, del honor, de la patria y de la salvación eterna son consignas ideológicas. Las doctrinas socialistas son una ideología tanto como lo son las doctrinas democráticas o liberales y, en general, todos los sistemas de valores políticos.

En el caso de Podemos, como en toda larga convivencia con sus mayores, han aprendido al difundir sus valores de protesta entre amplios sectores de las masas juveniles, que la argumentación científica no basta por sí sola.

Maquiavelo observa acertadamente que todos los profetas bien armados han conseguido victorias, y que los no armados han sufrido derrotas.

El arma de Podemos, su V2 definitiva, es (al menos hasta hace un año) la improbable presencia en un gobierno que no abandonará jamás por la extensa nómina de asesores que debe de atender (en este sentido no nos cansaremos de repetir hasta que les estallen los oídos su envidiable situación desde que están en el poder: residencia de lujo en Galapagar, líder Vicepresidente y cónyuge ministra con una criada funcionaria de alto rango); esa determinación asegura al PSOE la paz y seguridad permanente a la que suma los partidos periféricos que viven de la debilidad del centro y los votos puntuales procedentes de la debilidad mental de la extrema derecha.

En ese terreno se juega el futuro político de los españoles, tanto de los que se consideran a sí mismos como tales y de los que no.

«Somos la izquierda», nos recuerda un cartel sobre fondo rojo por si no lo habíamos notado. Unidas Podemos y Podemos Unidas, aseguran las socias.

Los cambios son una transacción entre el momento utópico del discurso y la realidad histórica. El hecho de que la utopía pase del pensamiento teórico y moral al terreno del pensamiento práctico no significa que pueda ser realizada.

Y aunque tenga detrás de sí la fuerza del movimiento social, más aún, aunque se convierta en la conciencia de ese movimiento, representa, sin embargo, una conciencia inadecuada, una conciencia que sobrepasa en mucho las posibilidades visibles de ese movimiento.

Por lo tanto podemos considerar a Podemos un intento deformador de imponer una finalidad extrahistórica a la realidad histórica del movimiento (movimiento en franca descomposición).

Todo lo cual es conocido perfectamente por el PSOE porque sabe desde el momento en que perdió su inocencia que la izquierda segrega las utopías al igual como el páncreas segrega la insulina, en virtud de una regularidad innata.

El peligro subyacente en la utopía es que se muestre incluso con el mayor esmero en la acción política, muy inadecuada a la realidad, y que el intento de imponerla al mundo asuma la forma de una horrible payasada cuya realización llevaría a una desfiguración monstruosa del mundo; entonces, como el PSOE no quiere dejarse arrastrar a la aprobación de cambios socialmente perjudiciales, peligrosos para la libertad de la ciudadanía (por ejemplo, el derecho a la propiedad y a su administración o el derecho a la patria potestad y a la educación de los hijos según los criterios que permaneciendo respetuosos a un tronco común de contenidos cívicos y científicos permitan perfeccionamientos diferenciados), no tiene más remedio que el trato condescendiente con su socio, a veces permitiendo las indolencias de sus ministros, en ocasiones desarrollos legislativos que se eternizan para llegar a un punto ciego o sencillamente enviándolos a prisión para negociar asuntos feos con presidiarios que comparten la ausencia de responsabilidad sobre sus actos.

El PSOE es la izquierda según afirman ellos mismos pero de serlo, lo serían en relación a algo y con una intensidad y regularidad en el tiempo poco compatible con la claridad exigible a un movimiento, a un programa, a una actitud.

Se puede ser de izquierda con respecto a un determinado movimiento y a la vez estar a la derecha en relación con otro.

Frente a la izquierda, la derecha es la expresión de la inercia de la realidad histórica.

Ahora bien, en todo caso para dirimir cualquier pertenencia siquiera sea temporal, es necesaria una vida política, algo que no sucede con hiper-liderazgos no colaborativos, temerosos y vigilantes de abrir fisuras en una ideología inexistente en la práctica pero que impide la necesaria libertad de palabra y de discusión para superar los dogmas de un doctrinarismo obtuso y el pensamiento mágico de una vida política impregnada de arbitrariedad.

En este sentido nada distingue a Sánchez de una formación de derechas en su desprecio a una ideología que le permite manejar una praxis extraordinariamente flexible y aprovecharse de cualquier fachada verbal que pueda servir para conquistar el poder o para retenerlo.

Ya hemos visto, por su parte, como las gasta la derecha española al resolver sus propias contradicciones internas, acostumbrada como está a un presidencialismo paralizante en parte gracias a la nefasta y antipática influencia de Aznar.

Las ideologías presentes en el imaginario español no se han deshecho todavía de una historia de bandos improductiva, a pesar de los enormes esfuerzos de la generación que protagonizó la transición y su consecuencia inmediata es una vida parlamentaria dirigida con una impericia que no es propia de un estado moderno.

En esta penumbra limitada por el agotamiento de la vigilancia social transcurren lánguidos los últimos meses de espera en una redención europea de vacunas más resiliencia.

Una etapa de supervivencia, inerte, desesperanzada por la magnitud de los desafíos, encerrada en sí misma y sin ejemplos para emular.Las diatribas históricas apenas sirven como recuerdo.

Un país (la UE) sin energía, sabedor como dice el ensayista Fukuyama, « que este sistema, sobre todo en su fase globalista, ha creado también perdedores: sobre todo, las clases trabajadoras occidentales. Aquellas que en tantos países han ido abandonando a los partidos socialdemócratas para depositar sus esperanzas en los nuevos populismos. »

Como podemos percibir en este momento, los apoyos a nuestro sistema constitucional se tornan quebradizos, como si su éxito anterior fuera un apoyo condicionado a sus resultados más que una adhesión sentida a sus principios. Y así, en cuanto los primeros se han visto comprometidos por la globalización, su legitimidad ha pasado a cuestionarse en forma de llamamientos a crear un mundo nuevo: desde el populismo de derechas y el nacionalismo hasta el de la izquierda radical.

Su promesa encierra una combinación de bienestar material, igualdad social y tradicionalismo cultural: en una palabra, seguridad.

Aún conservamos los restos de un pasado floreciente y de las organizaciones que lo hicieron posible; hemos aprendido en el deterioro de la situación que no es lo mismo defender la libertad ante quienes la reprimen que defenderla de quienes buscan una seguridad que la libertad no les proporciona.

Nuestro sistema político constitucional no admite una regresión histórica y no debe mezclarse con sus enemigos populistas de izquierda y derecha.

Todavía estamos a tiempo y la clave de bóveda de cualquier impulso de progreso debe descansar en primer lugar sobre los hombros del partido socialista que debe soltar sus amarras estériles y populistas aprovechando el viento de cola europeo y también, en segundo lugar, en la lealtad constitucional de una derecha renovada en la crisis.

Esto es lo que deseo para nuestro país porque es posible avanzar dejando atrás el intento sombrío de regresiones posliberales.

Entre 1970 y 2018 la producción global de bienes y servicios se cuadruplicó, sacando a cientos de millones de la pobreza.

Nada nos impide volver a intentarlo sin renunciar a obtener suficiente riqueza y suficiente igualdad.

2 comentarios en “La igualdad no es un programa, es su posibilidad

  1. Pues hombre, yo me considero socialista, es decir, social-demócrata, y no soy para nada de aceptar sin rechistar consignas de partido, o de cualquier tipo. Y si, Redondo es un técnico de comunicación sin ideología, dispuesto a casi todo, pero no creo en absoluto que Sánchez esté dispuesto a todo. Y, sobre todo, los hechos lo demuestran, a mi juicio. Pero lo que hay es lo que hay y no hay mucho con lo que sembrar: ni diputados del PSOE para gobernar en solitario, ni socios indispensables que sean homologables. Así que hay que remar con lo que hay. En su defecto, la alternativa sería peor.

  2. Yo también me considero socialdemócrata pero no encuentro mi conformista sistema de ideas políticas en la practica de una apisonadora burda , sin consensos y urgente.
    Estoy convencido de que no somos distantes y que compartimos valores ; sin embargo considero que lo importante es la exclusión inmediata de los insignificantes.
    Mejor de buen grado que someterlos a violencias innecesarias.

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