David Rodríguez
La izquierda española ha transitado durante los últimos años por todos los estados de la materia, del sólido al gaseoso, pasando por el líquido. Ahora mismo nos encontramos con una izquierda prácticamente evaporada, que ha perdido sus referentes ideológicos, que ha dimitido del fortalecimiento de su organización, que ha zozobrado en el diálogo con su base social. Sufrimos de una izquierda incapaz de lanzar a la arena pública los debates que deberían ser centrales en nuestro tiempo, como el reparto de los trabajos, la forma de afrontar la emergencia climática o la manera de caminar hacia la anhelada transformación social. En definitiva, padecemos de una izquierda cuya crisis es el reflejo de la enorme crisis civilizatoria y política en la que estamos inmersos.
La izquierda reciente más cercana al estado sólido se produjo con el nacimiento y los primeros años de Izquierda Unida, fuerza constituida por diversos partidos, movimientos y personas independientes que nace al calor de la movilización contra la pertenencia de España a la OTAN. Una izquierda claramente anticapitalista, que tenía como núcleo ideológico central el PCE pero no renunciaba a las aportaciones del ecologismo, el feminismo y el pacifismo. Una izquierda más fuerte que ahora desde el punto de vista organizativo, con un funcionamiento regular de los órganos de dirección, aunque sin lograr una presencia equilibrada en todo el territorio. Una izquierda que tenía claro su programa, cuyo discurso era coherente y capaz de lanzar debates como la reducción de la jornada laboral.
Unos años más tarde, la hegemonía de la política líquida se extiende a la izquierda. Son los tiempos en los que comienza la deriva ideológica, con flirteos hacia un ecosocialismo mal definido e intentos estériles de desmarcarse de algunos principios comunistas sin debate alguno de cierta profundidad en los órganos de dirección. Una organización que se descompone, se divide y se desintegra territorialmente. Una izquierda que pierde sus principales ejes programáticos y articula un discurso poco claro, espeso y dependiente de las circunstancias tácticas. Una izquierda que no sabe cómo posicionarse y actuar ante la aparición del 15M.
La irrupción de Podemos es el punto culminante del paso a la política líquida. Con graves problemas para gestar una organización consistente desde el primer momento, con un discurso que pasa de la crítica a la casta y al régimen de 1978 al pacto de gobierno con el PSOE, casi sin solución de continuidad. Con unas primarias en las que no se garantiza la igualdad de oportunidades de los candidatos. Con la pérdida de la oportunidad de introducir debates debido al desgaste provocado por el constante marasmo interno. Con el culto al líder (incluyendo las papeletas electorales de Iglesias y Colau) sustituyendo al concepto de lo colectivo. En resumen, una izquierda en crisis que no sabe lo que tiene que conservar de lo viejo y que no aporta gran cosa en la dinámica de lo nuevo.
La creación de Sumar es el paso del estado líquido al estado gaseoso. Se trata de algo que queda reducido a la mínima expresión de una fuerza electoral. Carece de organización, de órganos de dirección, de afiliados, de base social. Tiene un programa electoral realizado por una serie de notables, siguiendo el principio de para el pueblo, pero sin el pueblo. Elabora las listas de manera cupular y tras un grave desgaste de las organizaciones que se integran bajo la marca general. Amenaza con una nueva papeleta electoral con la foto de Yolanda Díaz, elevando el culto a la líder de una manera desconocida en la izquierda clásica. En pocas palabras, la izquierda que se presenta a las próximas elecciones se ha evaporado hasta reducirse a una mera marca electoral cuyo logotipo es el rostro de una sola persona.
No tengo la intención de quedarme en una diatriba destructiva contra Sumar en plena precampaña. Para evitar malentendidos, he de decir que es la mejor opción política y con diferencia de las cuatro que se presentan a nivel estatal con posibilidades de formar grupo parlamentario. Les deseo un gran resultado y espero que puedan formar gobierno con el PSOE. No contemplo la opción de ‘cuanto peor, mejor’, y soy consciente de que un gobierno con la extrema derecha sería infinitamente peor. Pero todo esto no es ni puede ser un obstáculo para la crítica a este nuevo espacio, que nace con unas carencias evidentes y muy alejado de los valores que deberían caracterizar a la izquierda.
En su descripción formal de las carencias de la izquierda creo que acierta David aunque por otra parte ¿ cuándo no ha dejado de tener carencias severas la izquierda de la izquierda ? En mi sincera opinión y con exclusión de todo ápice de ironía creo que la izquierda de la izquierda no deja de ser más que una variación de la experiencia religiosa cercada pero nunca vencida definitivamente por el positivismo de la modernidad .
Su concepto de lo político debe convivir con el sentido trascendente que adjudican a las relaciones sociales como perfeccionamiento de la común animalidad que nos constituye.
La secta es su medio de adoctrinamiento más eficaz porque dispone de la intensidad dramática directa , familiar y repetitiva.
Permite a cada cual permanecer en la inopia y recrear valores solidarios sin exigir obligaciones constatables , como la frase del Papa Francisco cuando dice aquello de – a todas luces insensato – « ¿ quién soy yo para juzgar …etc .etc . ? » y de fácil contestación : ¡ Coño, pues el Papa !
O ya más cercano , cuando dice Sanchez en el estudio televisivo de Ferraz sin mover un músculo de la cara y dentro de las alucinantes entrevistas a sus ministros : « A ver , repite eso Jose Luis , ¿ cuántas semanas de permiso vamos a aprobar próximamente ¿ veinte has dicho ? »
Sin el espíritu de secta no se pueden decir este tipo de cosas tan ridículas sin ofender a la parroquia .
Anda , mira por donde , mira al PSE
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