Aida Dos Santos
Aquí va un texto sobre la mujer en política. Sobre por qué la mujer está o no está en política. Sobre la mujer harta de la política, sobre la perversión de los partidos políticos y sobre los señores que en ellos se hallan.
Estas últimas semanas, estos últimos meses, voy hablando con un montón de mujeres de la periferia de distintas ciudades del país sobre sus vidas, sus experiencias, quiénes son y sus inquietudes. Entre otras cosas, les pregunto por el voto y su activismo o militancia política, otras veces, confesar sus filias y fobias partidistas es parte de la conversación. Parece mentira lo fácil que es saber de la vida de desconocidas, por teléfono, tan sólo con preguntarle si se siente identificada con Carmen Machi en el papel de Aída. Hijas del Hormigón será un libro sobre lo hartas que estamos las mujeres de barrio de los señores de barrio que no hacen los baños, pero también de las señoras del centro a las que les fregamos los baños y nos pagan en negro.
Este es un texto para Debate Callejero, para tirar con arrogancia a la cara en la barra de un bar cuando nos pregunta el señor de turno que qué más queremos las tías, si ya lo tenemos todo, mientras nos miran a las tetas más que a los ojos, mientras tenemos que estar pendientes de dónde hemos dejado la copa y qué nos pueden echar en ella. Porque sí, nos pasa. Estamos en el siglo XXI y hay señores que compran burundanga para drogar a chavalas y poder someterlas. No es sexo, es dominizaición. Y tengo clarísimo que esto lo seguirán haciendo los señores hasta que un parguela no controle la dosis, ni lo que lleva en la papelina, le eche de más a una chavala de cincuenta kilos con arritmia y se la cargue, en medio del antro de mierda que ha permitido esa noche a media docena de tíos antes que a él abusar de chicas inconscientes en el baño. Y entonces se armará un kilombo gordo y se reunirán un montón de señores vistiendo sotanas con puñetas a hablar de jolgorio.
De distintos colores, alturas y pensamiento eran las mujeres que coincidimos hace varios años en los grupos no mixtos del Consejo de la Juventud de España. Allí, mujeres de distintas organizaciones juveniles, como las secciones de los partidos políticos, los scouts, las entidades del tercer sector o las asociaciones que representan las diversidades étnicas, compartimos experiencias de discriminación sexual dentro de nuestras entidades. Por lo que entre nosotras, ya fuimos viendo que lo que pasa en tu entidad no es propio de que sea una entidad política, sindical, cristiana o evangélica. Sino que a todas nos había tocado lidiar con comentarios y encerronas. Que prácticamente en todas las entidades había actitudes machistas, cuasi misóginas. También en aquellas que sostienen las pancartas del ocho de marzo o del veinticinco de noviembre. También por parte de aquellos señores que diseñan los carteles y firman manifiestos virales en las redes sociales.
Las mujeres podemos aparecer por la sede del partido por distintos motivos, citaré algunos extremos donde quien milita se verá reconocido, y quien no se espantará, o viceversa. Desde los más idealistas “para cambiar el mundo” a los propios de la mercadotecnia política respondiendo a la llamada del líder, siempre el líder, que hace un llamamiento al activismo frente al enemigo. También puede ser que aparezcamos por colmar la necesidad de tribu, por pasar las tardes con un grupo de gente de nuestra edad que comparta inquietudes y de vez en cuando se va de viaje a cualquier otra provincia a hacer campaña por, de nuevo, señores, que solo imaginabas ver por la tele, o simplemente, puedes aparecer en la sede de la mano de tu padre, que la niña está afiliada para salvarme la asamblea, y al final, resulta que hasta le gusta esto.
Pero los motivos por los que nos vamos son menos variados, hay menos chanza. Nos vamos hartas. Nos vamos después de ver que nuestras relaciones no funcionan. Nos vamos después de divorcios y separaciones avocados por una conciliación imposible de vida laboral, personal y activismo. Hay muy pocos, pero que muy pocos hombres preparados para que su pareja pase menos tiempo que él en casa, gane más dinero o tenga más seguidores en Instagram.
Nos vamos agotadas de ocupar cargos simbólicos, sin presupuesto, sin capacidad de acción y con la mera herramienta transformadora que te proporciona tener las claves de la cuenta de Twitter de la agrupación. Nos vamos hartas de oír que tenemos ese cargo de mierda que no quería nadie por habérsela chupado al último tonto que tuvo la clave de Twitter, y que ha tenido que resetearla antes de dártela porque tenía el inicio de sesión automático y ni se acordaba de ella. Siete semanas sin un tuit propio, el gurú de la comunicación. Hay un lugar especial en el infierno para quien habla de las destrezas del sexo oral como un insulto.
Nos vamos porque no podemos conciliar, concretamente, no podemos ni queremos conciliar con gilipollas. Nos vamos porque nos cansamos de señores que nos explican cosas. Porque descubrimos otros espacios en los que crecer, en los que transformar, o simplemente porque encontramos un sitio donde dedicar las tardes al torno, a hacer jarrones de barro o pintar platos hondos. Nos vamos a rodearnos de mujeres, yo me fui a tejer, por si creéis que esto no es biográfico.
Nos vamos de la política para escapar de señores que te doblan la edad y te preguntan qué te da tu novio para seguir con él, mientras debates enmiendas para una ponencia que no se va a leer nadie y a la que el líder no hará ni puñetero caso. Nos vamos de la política para evitar las puertas de despacho cerradas, las noches fuera en Congresos, en hoteles, que vaya, solo tiene una habitación doble. Nos vamos porque no le tenemos que agradecer ser delegadas a nadie que nos coja de los hombros.
Nos vamos de la política porque quien está fuera de ella no entiende los horarios, los ritmos ni los compromisos. Porque nos cansamos de los actos de domingo que no nos dejan tiempo para ir a comer con la abuela, porque llegamos a mesa puesta y tenemos que escuchar al cuñado diciendo que estamos por ahí de pingo.
Nos vamos porque nos cansamos de hacernos hueco a codazos. Porque si tu pareja también está en política, en nombre de la higiene democrática, de la transparencia y de huir de la endogamia te dejarán, a ti, mujer, fuera.
Nos vamos porque dimitir no es un nombre ruso pero se conjuga en femenino. Porque renovación también tiene género femenino, y de unas listas a otras ellos siguen y a ellas las echan. Con lo fácil que está el mercado laboral para las mujeres, vamos a hacerles pasar cuatro años en política, a ver a qué becario de recursos humanos no se le ocurre googlear su nombre.
Y como ya estoy harta de leer y de oír hablar sobre el voto joven, el voto de las mujeres, las cuotas y la afiliación de las mujeres en los partidos, no os voy a dar los datos de cuántas son porque son muchísimas mujeres en política, muchas alcaldesas, muchas concejalas, muchísimas diputadas que se dejan las pestañas, se dejan la piel, la infancia de los hijos o dejan marchitar un vientre vacío en pro de la transformación social. En pro de un cambio en nuestras condiciones de vida que logran a arañazos, ven envejecer a sus padres en provincias mientras ellas hacen carrera en la capital. Miles de mujeres en decenas de partidos siguen pellizcando un puesto que los hombres les recuerdan a diario que no les pertenece. Ellas, que han llegado para quedarse merecen una red feminista a su alrededor que señale y aparte a quien acosa, humilla, agrede y cosifica. Merecen que dejemos de aplaudir las intervenciones de los acosadores, que dejemos de hacernos fotos con ellos, que dejemos de compartir sus publicaciones.
Ellas siguen ahí, eligiendo con mimo la ropa de cada comparecencia para no parecer ni muy sobrias ni muy frívolas, para evitar el pie de foto que, ignorando el contenido de su comparecencia, hable de cuántos botones tiene la camisa. Son muchísimas, deberían ser más, deberían ser más de la mitad. A ver cuántas no tienen lexatín en la mesilla para poder conciliar, concretamente con gilipollas.
¿Qué exagero? Lanzad una encuesta en vuestra organización, a ver por qué si no se han ido.
No es la primera vez que comento que hay textos destinados a dejar a gusto al autor y textos que son analiticos, que tratan de meterse por ahi a decir algo distinto, preferentemente lúcido, que revele algun aspecto del problema desde un angulo diferente etc.
Este es más bien, diria uno, de los primeros que de los segundos, básicamente porque menudea la palabra «gilipollas» y suma un memorial de agravios por mucho que sean ciertos , constituyen una narrativa muy al servicio de las propias conclusiones, sean estas las que sean.
Yo por mi parte prefiero los textos escritos en otro tono, apreciando los matices , escribiendo con mesura, haciendo uso de la humildad, virtud estupenda y omitiendo tacos -para mi imprescindible-. Creo yo que para panfletos y mítines ya hay otras vias de consumo.
Dicho lo cual, es de esperar que , fuera cual fuera el propósito de escribir esta pìeza y así, que haya cumplido bien con su cometido.
PS: Me lo he pensado mas de una y de dos veces si comentar o no en los términos en que lo hago. Pero es que si el autor hubiera sido hombre y/o se tratara cualquier otro tema que no fuera este, me hubiera expresado de manera similar. Ahi está la ejecutoria del que suscribe. Ahora a dar la cara, faltaria más.
Verás, Laertes. Lo que tú ves sólo como “anécdotas personales” son hechos generalizados para las mujeres que están política. Y así se lo han hecho saber a la autora otras mujeres en las redes donde ha enlazado a este artículo.
Entiendo que te “diera miedo opinar”, pero veo que lo has vencido. Espero que venzas también la resistencia a ponerte en el lugar de la autora y de muchas más mujeres. Porque los hechos narrados, que obviamente te parecen intolerables, son generalizados gracias a hombres que sí que los encuentran aceptables.
Aída no narra sólo lo que ha vivido ella, sino lo que viven otras mujeres a las que está entrevistando para un libro.
Si el artículo pretende visos estadísticos como los que analiza Tezanos pues no lo tiene ; si pretende que creamos lo del burundanga , lo creemos , pero en su injusta proporción ; si describe a su pareja , a todos o a unos amigos , pues no sabemos . Ahora bien , sí , claro que es asfixiante el ambiente que describe y lo hace muy bien .
He leído su artículo en Telva y me ha gustado , bastante más que el de aquí.
Me resisto a condenar a un barrio cualquiera de cualquier ciudad y a su población masculina formada por padres , novios hermanos y camaradas porque su protagonista pertenece a una organización rarísima y mal educada.
Por lo visto su partido carece de dirigentas sin ambición , de listas cremallera , y de personas con resentimiento.
Ahora que sabe como son , ¡ huya ! escriba y sea feliz.
No sabía que los artículos de Marie Claire salieran en Telva, Mulligan. Así su infalibilidad se puede cuestionar.
Pues tiene razón pero la verdad es que no leo ninguna de las dos ; la doble página la he obtenido en redes y me ha gustado mucho.
Espero que les vaya muy bien a todos ( Embid y usted incluidos ) .
Y lo siento por la infalibilidad ; daré instrucciones a la guardia suiza para que no me distraigan mientras escribo.