La nueva era prodigiosa

Juanjo Cáceres

Al igual que en 2008, muchos han sido los que han dibujado el futuro postpandémico como un futuro de transformación, en que habrá que asimilar muchas cosas que hasta ahora estaba costando asumir: los riesgos pandémicos son ya una realidad constatada, los pros y contras del teletrabajo han podido experimentarse en toda su dimensión, nuestra capacidad de adaptación a la reducción de libertades que habitualmente disfrutamos también ha sido puesta a prueba… Las consecuencias de la COVID19 son múltiples y diversas, nos saca los colores respecto a todo lo que no estábamos comprendiendo ni interiorizando, pero, sobre todo, uno de sus grandes legados es el replanteamiento del futuro social y económico de nuestros países.

Si en 2008 Sarkozy proponía refundar el capitalismo desde una bases éticas –que, por cierto, hemos visto que en su caso no eran muy sólidas-, hoy son muchos los que ponen sobre la mesa retos de calibre parecido. La nueva normalidad es un escenario para el aterrizaje de viejos debates sobre cómo afrontar el desarrollo económico y la gestión de los riesgos climáticos durante las próximas décadas. Y valga el concepto de “aterrizar”, porque justamente estos días ha irrumpido el proyecto de AENA de ampliación de la tercera pista del Aeropuerto del Prat. Un proyecto que supone la afectación de 45 hectáreas de un espacio protegido, la laguna de la Ricarda, situada en una zona fuertemente impactada por el aeropuerto: el Delta del Llobregat.

Sin entrar en el choque de trenes entre las administraciones implicadas, señalar que en mi opinión buena parte de los argumentos aducidos por cada actor permiten constatar que todo cambia para que todo siga igual. Pese a la caída pandémica del tráfico aéreo y la explosión de la teleconferencia, AENA no tiene problema alguno en señalar las grandes oportunidades que ofrece esa ampliación para consolidar Barcelona como hub aeronáutico internacional. Por su parte, los oponentes agitan la agenda ambiental, recuerdan los serios impactos que ya sufre el Delta gracias al aeropuerto, se acuerdan de las aves y hablan de cosas etéreas como nuevo modelo productivo. También señalan las oportunidades existentes de reforzar el papel de los aeropuertos próximos, especialmente el de Girona, para el que además existiría ya un estudio informativo que permitiría hacer efectiva la conexión de dicho lugar con el AVE en los próximos años. Unas alternativas que son consideradas por AENA insuficientes o incomparablemente peores.

Otro de los debates que sobrevuelan la polémica, además del ya manido de la necesidad de renovar el modelo de turismo masivo (como si eso dependiera tanto de la voluntad política de la administración de turno), es el potenciar el papel del tren en detrimento del avión. Se habla de la necesidad de eliminar trayectos aéreos que un tren pueda realizar en un menos de 7 horas o al menos conexiones tan irrisorias como Barcelona – Valencia o Barcelona – Zaragoza, para las que la alta velocidad es altamente competitiva, porque se sitúan en la franja de 300 – 400 km. Pero no me pasa desapercibido el hecho de que tiempo atrás esa defensa del AVE era mucho más difícil de asumir desde posiciones “no desarrollistas”, ni tampoco todo el problemático debate de fondo que implica transicionar del tren al avión, cuando la “electrificación” de la economía no avanza al ritmo deseado y lo hace de la mano de oligopolios.

Tampoco es que tengamos demasiado bien resuelto cómo reconducir la cuestión del tráfico aéreo, a medida que la necesidad de reducir las emisiones se vuelve acuciante y que la disponibilidad de energías de origen fósil es cada vez más escasa. Hay un horizonte que hace creer en un futuro más amable para la aviación y sus externalidades en forma de contaminación, que es el de los aviones eléctricos, una tipología que cada vez está más cerca de ser una realidad y que podría acabar suscitando en unas décadas nuevas dudas respecto al futuro del AVE y del tren, un tren que, por cierto, es bueno olvidar que no circula por el aire, sino sobre vías que hacen trizas también el territorio por donde pasan.

Sin ánimo de discernir cuál sería la solución más deseable, para lo cual yo me sumo a la petición de ponerlo en primera instancia en manos de un comité plural de expertos –pero ojo con los expertos que lo forman- y ya lo iremos viendo, sí que creo que vale la pena subrayar algunas cuestiones. La primera, que la transición energética es algo que está pasando y evolucionará cada vez más deprisa por pura necesidad, porque seguir como hasta ahora no es una opción eficiente y porque la tecnología avanza en la buena dirección para hacer efectivo un futuro energético distinto. Pero no lo hacen al mismo ritmo los debates ni la forma de afrontarlos. De hecho la forma de proceder y de argumentar de las diferentes partes parece en gran medida más propia de 1991 que de 2021.

No me cabe duda que AENA todavía vive en la era dorada del Capitalismo del segundo tercio del siglo XX, pero las posiciones conservacionistas y ambientalistas tampoco han madurado mucho en las últimas décadas y siguen pecando de un defecto conocido: la inconcreción. Si realmente otro modelo de afrontar ciertos retos es posible, no basta con enunciarlo: hay que acreditar de forma inequívoca su validez y sus beneficios. Cualquiera puede formular alternativas pero una propuesta alternativa solo es útil si realmente se evidencia que es mejor. Ya no podemos discutir sobre el futuro tan solo desde posicionamientos ideológicos, porque en tal caso la realidad nos pasará por encima, como ya sucedió de hecho hace algo más de una década con propuestas de estaciones y aeropuertos que han acabado convertidas en infraestructuras fantasmas.

Vivimos en un mundo pandémico pero a la vez estamos de lleno en una nueva Revolución Industrial, basada en tecnologías muy punteras con una enorme capacidad de transformar la economía y, con ella, las relaciones sociales. No hay nada que cambie más el mundo que eso, lo que nos obliga  a nosotros a cambiar con él al mismo tiempo y a asentar premisas de la forma más coherente posible sobre esa realidad cambiante. Solo una lectura inteligente y sensata del presente nos permitirá ganar el futuro.

Un comentario en «La nueva era prodigiosa»

  1. Los retos a corto son la creación de empleo, que ha de venir de la mano de nuevas empresas ya que las existentes seguirán siendo poco generadoras de puestos de trabajo , por lo que el desempleo se mantendrá muy por encima que el resto de países industrializados, así como evitar el crecimiento de la inflación, que en parte vendría como resultado, no sólo por el desajuste que se observa en el abastecimiento de primeras materias, sino que también sería el resultado de un endurecimiento del mercado laboral que pueda encarecer y restar flexibilidad al mismo. Veo más riesgo en que las decisiones en la industria actual no pasen por incremento de plantillas sino más bien por el lado de reducir actividad en favor de mejorar precios y resultados. La estanflacion no es descartable como riesgo a medio plazo.

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