Oscar L. González-Castán
Desde que comenzó a nivel mundial la pandemia del SARS-CoV-2 y los gobiernos de muchos países urgieron a sus ciudadanos a tomar medidas que han alterado, con distintos grados de extensión y profundidad, su vida cotidiana, ha aparecido una nueva forma de vida para muchos de ellos. Es la forma de vida que surge como consecuencia de la necesidad y conveniencia de que permanezcamos en casa todos los que podamos y durante todo el tiempo que podamos mientras dure la pandemia. Dado que la duración de esta última es indefinida, esta nueva forma de vida también es indefinida. Esta es una de sus características. Muchos de estos ciudadanos van a tener que vivir así sin saber por cuánto tiempo van a tener que hacerlo. Tampoco saben sí va a ser una forma de vida “permanente discontinua”, como lo son muchos contratos basura. Cuando las cosas vayan bien dejarán de vivir así, cuando no lo hagan porque la pandemia rebrote, volverán a vivir así.En general, todos sabemos que nuestra manera de vivir es frágil y vulnerable, sujeta a muchas contingencias que no decidimos nosotros. ¿Tendremos pareja, trabajo o que cuidar de alguien en el futuro? ¿Contraeremos una enfermedad? Estas contingencias nos obligarán a cambiar aspectos más o menos arraigados de nuestra forma de vida normal. Muchas de estas contingencias dependen de decisiones que tomen los demás. Tener trabajo o pareja depende en parte de las decisiones que adopte la empresa o la persona con quien compartimos nuestra vida. Otras dependen de cosas que, sin nuestra intermediación, les pase a los demás. Pueden contraer una enfermedad y, como consecuencia de ello, nos podemos sentir responsables de su cuidado y, así, vernos llevados a alterar, generalmente con fastidio, nuestra rutina diaria. Sin embargo, otras contingencias no dependen de decisiones que tomen los demás o de problemas que tengan y nos afecten y de los que nos tengamos que hacer cargo, sino de lo que nos pase a nosotros. Es el caso de contraer una enfermedad que nos cambie la forma de vida. Un catarro nos obliga a sacar un pañuelo con frecuencia. No es una alteración grave. Sin embargo, un cáncer, la fibromialgia o la esclerosis múltiple nos obliga a cambios profundísimos en nuestra forma de vida que solo son posibles con la ayuda de los demás.
Un aspecto novedoso de nuestra nueva forma de vivir, que podríamos bautizar como si fuera un robot de la Guerra de las Galaxias, SARS-CoV-2, es que es consecuencia de una enfermedad que pueden contraer otros y, por descontado, nosotros también, respecto de los cuales, sin embargo, no nos sentimos en principio responsables porque son un prójimo más o menos lejano. Normalmente, cuando unos de nuestros conciudadanos enferma, no alteramos profundamente nuestra manera de vivir. El vecino de la puerta de al lado puede estar enfermo, incluso un amigo nuestro, y no por eso nos vemos llamados a cambiar radicalmente nuestro día a día. La novedad radical en el caso de la pandemia actual es que lo que les pueda pasar a los demás sí que nos afecta de formas muy directas, alterando el curso de nuestra cotidianidad. Tenemos que responsabilizarnos y que cuidarlos con nuestro comportamiento. Y la única forma de hacerlo es alterando nuestra vida cotidiana de una forma insospechada; quedándonos en casa. Además, la decisión de hacerlo no la toman ni ellos ni nosotros sino el gobierno. Jamás nos había pasado algo así. ¿El último responsable? Un virus.
La forma de vida novedosa a la que me he estado refiriendo consiste en hacer el mayor número de actividades online. En un articulo publicado en la edición digital del ABC, sección de Madrid del 4 de Mayo pasado, profesores de distintas facultades de la Universidad Complutense de Madrid contestaban a la pregunta acerca de cómo veían el mundo después del COVID-19 y cómo el virus afectará a las enseñanza e investigación de distintas ramas del conocimiento. En la respuesta que daba Juan Antonio Valor, Decano de la Facultad de Filosofía, decía que ahora nace una sociedad de individuos que “estudian, trabajan, compran o se relacionan en ningún país en concreto, en ninguna cultura en concreto, sin ninguna restricción en concreto”. Esta es otra característica de esta nueva forma de vida que está relacionada con la anterior. Como nos tenemos que quedar en casa, al menos el que pueda, todo hay que hacerlo desde este lugar con la ayuda de los sistemas tecnológicos actuales. El problema es que, de esta manera, nos convertimos en individuos, por así decir, nómadas pero atados a nuestros ordenadores. Somos personas que cambian constantemente de una página web a otra página web, de un grupo de Whatsapp a otro grupo de Whatsapp, de vídeo a vídeo, de teleconferencia a teleconferencia. Sin embargo, lo hacemos sin salir de nuestra casa. ¡Extraña forma de nomadismo sin movimiento real!
Además, cualquiera de estas cosas la podríamos hacer desde cualquier otro sitio. No hay que estar en ningún país en concreto, en ninguna casa en concreto, en ninguna cultura en concreto, rodeados de nadie en particular para hacerlas. Nada de esto es una restricción para esta nueva forma de vida. Esta situación, por supuesto, ya estaba preparada de antemano. El lugar desde el que ahora vivimos y actuamos es un no-lugar, un lugar que podría ser cualquier otro lugar como lo es el no-lugar desde el que jugamos con otros a un juego de ordenador. Esto hace que nuestra individualidad sea abstracta porque no está acompañada ni constituida por un entorno que no puede ser reemplazado por cualquier otro. Cuando pensamos en nuestra abuela al ver una foto suya, nuestra abuela es sólo ella destacada sobre el fondo que la acompaña. Con otro fondo nos parecería que ha dejado de ser la persona que fue. Sería irreal, no sería ella, si en la foto su casa humilde fuera sustituida por un lujoso palacio, o al revés. Sin embargo, ahora somos individuos sin fondo ni trasfondo alguno porque todos son intercambiables. Es decir, hemos dejado de ser en gran medida individuos para los demás. Somos seres recortados sobre un no-trasfondo, no-individuos.
Lo que es paradójico de esta forma de vida es que a este tipo de individuo se le pide tener responsabilidades con los demás, responsabilidades que uno no a decidido contraer, sino que el gobierno le insta a adoptar. Pero esta responsabilidad no es algo que podamos ejercer fácilmente y, desde luego, no por mucho tiempo en esta nueva forma de vida. ¿Por qué? Porque los demás han dejado de ser también individualidades por la misma razón por la que nosotros hemos dejado también de serlo. Es decir, se nos pide ser responsables por nadie en particular, por un individuo que no está en ningún lugar en particular. Esta es una forma nueva y extraña de responsabilidad y, desde luego, una forma paradójica.
Profundo. Filósofo quizás? 🙂