La partida de cinquillo

Julio Embid

 Cuando la chica ecuatoriana que ayudaba en casa de Piluca trajo el café y las pastas, nosotras ya habíamos comenzado con nuestra partida de cinquillo. Aquella partida iba a ser difícil con aquel caballo de espadas suelto sin ninguna espada que le acompañase. Pero a nosotras nos servía para pasar la tarde y conversar. 

Carlota, la más moderna, comenzó quejándose del dineral que había tenido que pagar tras fallecer su prima Clotilde, la soltera. Entre el tanatorio, las flores, la misa y el impuesto de sucesiones por un piso en Quevedo, que le vendría muy bien a su hija pequeña, y una pequeña casita en Santillana del Mar, que fue de sus abuelos y donde iban a veranear de pequeñas, le iba a salir por un pico. Encima, por ser de una «autonomía» diferente, la tocaba pagar allí para mantener sus chiringuitos de coros y danzas. Menos mal que cuando ganasen los nuestros eso se iba a acabar. 

Vicky jugó el cinco de copas. Se veía que llevaba buenas cartas pero era de sonreír poco. Siempre arisca y huraña, no le gustaba nada perder. A su padre lo mataron los rojos en la guerra en Brunete y, por eso, les dieron un estanco en Chamberí que llevó su madre, después ella y luego sus hijos. Pensaban traspasarlo pronto porque ninguno de sus nietos quería seguir con la tradición. Un millón de euros pedían. Nos dijo que ya no compraba cava catalán, ni fuet catalán, ni nada que viniera de esa tierra. Un día le salió un brick de leche en ¡El Cortinglés de Generalísimo! etiquetado en catalán y puso una reclamación para que le devolviesen el dinero. Habrase visto. 

Era el turno de Piluca, que miro sus cartas y jugó el seis de copas. Me daba pena porque era la única viuda de las cuatro. Su marido, don Manuel, había sido un empresario de éxito. Se dedicó a las inmobiliarias y a las infraestructuras y siempre sabía dónde invertir y donde guardar el dinero. Su buena relación con los políticos y su palco en el Bernabeu le habían hecho muy popular. Era un ganador y había logrado hacer mucho  dinero desde que vino a estudiar Derecho a Madrid procedente de Zamora y lo dejase para montar su primera empresa. Lástima que un mal abogado y los inspectores de Hacienda le hicieran la vida imposible y que terminará falleciendo de repente, el verano pasado, de un infarto.  

Fue mi turno y abrí otro palo con el cinco de bastos. Jugábamos a diez céntimos por entrar a la partida y a céntimo cada pase. A veces perdíamos mucho. Un día perdí yo tres euros y pico. Vicky le preguntó a Piluca por qué no tenía una chica española como ella, que a ella ni le gustaban ni las indias ni las paraguayas. Piluca le dijo que todas exigían cotizar y entonces salían demasiado caras. Lo que no nos había salido caro eran las entradas para las cuatro para ir a los toros a ver a Cayetano Rivera en Las Ventas el próximo jueves. Y un día es un día. Piluca nos contó que su hijo José María el cura iba a ser ascendido a vicario. Ya cada vez quedaban menos vocaciones, una pena. Y a sus nietos los habían admitido en los Escolapios del barrio a pesar de vivir en Pozuelo, obviamente. Siendo sobrinos de un sacerdote, sólo faltaba. Ya no había valores ni quedaba nada, sólo faltaba que los mandasen a la pública con los chicos de la calle. Vicky nos dijo que se puso enferma esa mañana cuando vio a dos mariquitas de la mano. A ninguna nos parecía muy bien eso del matrimonio gay, por mucho que lo dijesen en la tele, pero si te sale un hijo así, pues habrá que quererlo. Carlota, era más moderna, más liberal y no lo veía tan mal. A fin de cuentas ella tenía una sobrina marimacho que vivía con otra mujer y, de joven, había tenido muchos pretendientes. Como no podía jugar ninguna carta, Carlota pasó turno y a poner. Hoy iba a salir trasquilada. 

Las tres tenían muy claro que iban a votar en las próximas elecciones del 28 de abril y yo aún no lo tenía decidido. Lo que estaba segura es que ninguna de nosotras cuatro iba a faltar ese día. Ya estaba bien la broma. Y por fin, Vicky jugó la sota de espadas y yo sonriendo pude poner el caballo. Esa partida no se me podía escapar.

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