Carlos Hidalgo
Llevo desde el domingo sin poder dejar de pensar en mi hijo. Tiene seis años, dos menos que el pequeño Gabriel. Traté de vivir con distancia la angustia de su desaparición, porque no podía evitar ver un poco a mi pequeño en las fotos del desaparecido. Cuando finalmente se descubrió que había sido asesinado, me invadió un pánico irracional a que algo así pudiera pasarle a mi hijo. Me pasé todo el domingo encima de él y el pobre lo aguantó con toda la paciencia del mundo.
Puede que sea sólo biología, pero siento un amor fiero, irracional, por mi hijo. Desde el momento en el que me lo pusieron en brazos, recién nacido, algo cambió en mí. Y la posibilidad de que le pase algo horrible me desencaja.
Y no entiendo el morboso tratamiento que los medios le están dando a esto. Lo entiendo a medias, porque se supone que vende. Lo que no entiendo es que la gente lo compre. Es decir: entiendo la oferta pero no la demanda.
No entiendo que Pedro J. Ramírez publique en su diario un asqueroso y rastrero artículo acerca de cómo es morir estrangulado. No entiendo la cantidad de horas de dañinas especulaciones que se han lanzado en programas de televisión matinales. No lo entiendo porque eso no es informar. Y tampoco entiendo cómo han podido casi llegar a arruinar la investigación de la Guardia Civil. No hubiera sido la primera vez.
No entiendo a la gente que quiere linchar a la hija de la asesina confesa, no entiendo el señalamiento a todo su entorno, no entiendo que se use el crimen para desatar mensajes racistas, xenófobos y, en general, tratar de usarlo para arrimar diversas ascuas a la sardina de cada uno.
Yo sólo siento pena. Pena porque una vida tan joven haya sido arrebatada a propósito. Y asco. Asco por el hecho en sí, pero también por el descarado aprovechamiento de la desgracia y por su omnipresencia estos días. Sólo consigue revolverme más el estómago y me parece una falta de respeto a la víctima, a sus seres queridos y a los espectadores. Día tras día -y los que queden- me veo forzado a tragar dosis redundantes de horror relacionadas con el caso.
Y día tras día veo en las redes sociales cómo hay gente que se lanza a por estas dosis de horror con la voracidad de un banco de pirañas. Para luego cada uno de ellos, regurgitar su propio horror: demanda de endurecimiento de penas, de restricción de libertades, mensajes racistas, mensajes machistas culpando a la madre de la muerte y mensajes culpando al padre por el hecho de ser hombre.
Lo menos importante parece ser la tragedia en sí. Lo que me tiene revuelto por miedo y triste por empatía.
En la era en la que tenemos la capacidad de generar y recibir información con un aparato que tenemos en el bolsillo, de acceder a casi todo el conocimiento del mundo, hay demasiada gente que se lanza a decir mentiras para llamar la atención, a insultar y a injuriar a otra gente a la que no conoce.
Hay políticos tan inconsistentes que están dispuestos a cambiar de opinión sobre la prisión permanente revisable porque ahora parece ser popular. Y políticos tan asquerosamente irresponsables y populistas que piden un referéndum en el que se decida si la imponemos o no. Todos queriendo, de nuevo, sacar provecho del horror.
Todas las trágicas payasadas a las que estamos asistiendo estos días no harán nada por solucionar el crimen. Si alguna de ellas prende y coge tracción, puede lograr más males de los que pretende solucionar. Y nada, nada, devolverá al niño a sus padres. Pero el festín de carroña de estos días tampoco hará nada por proteger mejor a nuestros hijos e hijas.
Si recordáis los viejos e idealistas tópicos acerca de la prensa, uno de ellos decía que había que “informar, educar y entretener”. La parte de “informar” y “educar” requieren de cierto valor, para poder plantar cara a opiniones populares o a muchedumbres enfurecidas y explicarles que no tienen razón y por qué. Y de mostrarles mejores alternativas a lo que demandan. Qué curioso, también podría aplicarse a la política, ¿no?
Puede que haya que educar para que el horror deje de ser rentable. Y para que la demagogia y el sensacionalismo sean la lamentable excepción y no la terrible norma.
Estoy bastante de acuerdo con usted , sobre todo en su aspecto sentimental. Creo que nuestro país siente de manera profunda que un adulto arrebate la vida a un ser esencialmente inocente y lo haga con lágrimas sinceras.
Si el /la criminal pertenece a algún grupo diana que requiere protección no significa que esta protección cubra todo.