LBNL
No son buenos tiempos para los europeístas que pensamos que la Unión Europea es el proyecto político democrático más interesante de la historia moderna. Nacido de las cenizas de las dos guerras mundiales y alguna otra anterior, el proyecto integrador de las sociedades europeas ha asegurado la paz continental como nunca antes, ha consolidado la democracia liberal como forma de gobierno para quinientos millones de europeos y ha sentado las bases para una prosperidad sin precedentes en el mayor mercado único del mundo. Y sin embargo…
…la desafección ciudadana es creciente, no tanto contra la UE sino contra sus dirigentes nacionales, optando por populistas de distinto signo, lo que acaba repercutiendo negativamente sobre la Unión a través de sus posiciones en Bruselas. En los próximos meses la Unión tendrá que fijar por unanimidad sus presupuestos plurianuales para el periodo 2021-27 y las perspectivas no son muy halagüeñas: de nuevo se impondrá el límite cicatero del 1% del PIB europeo, lo que impedirá que la Unión pueda acometer con la fuerza necesaria los retos que se ha fijado: cambio climático, revolución digital y una economía más al servicio de los ciudadanos.
En política exterior la situación es mucho peor porque todo se decide por unanimidad. Y en los últimos años han proliferado los líderes nacionales que reniegan de las posiciones tradicionales europeas y se dedican a defender exclusivamente sus intereses nacionales, bien por afinidad bien por dependencia de alguno de los matones internacionales que proliferan (Trump, Putin, Erdogan, Xi Jinping, Netanyahu…).
Los “malos” lo saben y en cuanto hay riesgo de que la UE adopte una declaración o medida que consideran lesiva para sus intereses, mandan a sus diplomáticos a presionar a las diferentes capitales para que la veten. Y estas ceden.
Grecia y Chipre confían en la prosperidad que vendrá de los yacimientos de gas que han encontrado en el Mediterráneo junto con Egipto e Israel y por tanto son muy receptivos a las peticiones de estos.
Hasta 17 de los 27 Estados Miembros de la Unión han aceptado participar en un foro de cooperación montado por China, que les promete ingentes inversiones que no siempre coinciden con los intereses estratégicos europeos. Grecia, Portugal y Hungría, “beneficiarios” ya de algunas inversiones importantes, lideran el pelotón de los remisos a cualquier crítica que pueda enojar a Pekín.
Rusia suscita la animadversión incondicional de gran parte de los antiguos países sometidos al yugo soviético (los tres bálticos) o del Pacto de Varsovia, que apenas permiten cualquier cooperación con uno de los vecinos más importantes, a la par que peligroso e incómodo, de la Unión. Pero otros anteponen su fuerte dependencia del gas ruso (por ejemplo Bulgaria), otros sus intereses económicos en Rusia (por ejemplo Italia) y otros incluso su afinidad ideológica con el Zar moderno (por ejemplo Hungría) que desprecia todas esas bobadas de la progresía internacional como las ONGs y la sociedad civil, los “desviados” sexuales o la igualdad de género, cuando todo el mundo sabe que una mujer siempre ha sido una mujer y su lugar en la sociedad está claro. De forma que no se puede cooperar con Rusia pero la firmeza colectiva brilla por su ausencia.
Lo mismo ocurre con Erdogan. El desenfrenado sultán, que coincide en su desprecio por las formas democráticas y los valores de la Convención Europea de Derechos Humanos, afronta una oposición interna sin precedentes, que podría acabar desalojándole del poder. Entretanto, los gobiernos derechistas de Hungría y Austria, con la anuencia de Polonia, Chequia y Eslovaquia, se oponen a cualquier medida que pueda importunarle no vaya a ser que haga buenas sus amenazas de consentir que los varios millones de refugiados sirios que siguen en Turquía “invadan” Europa de nuevo.
Lo de EE.UU. es más complicado porque es el principal aliado de la Unión Europea. El problema es la administración Trump, con un Presidente que ha dimitido irrevocablemente de sus obligaciones internacionales y desprecia en público a la OTAN mientras sus acólitos se irritan cada vez que la Unión pretende desarrollar una defensa mas autónoma. Mientras Francia, Alemania, Italia y España tratan de navegar la tormenta, los más anti-rusos se ven obligados a escuchar con detenimiento las exigencias de norteamericanas: no necesitan que se les recuerde que solo EE.UU. garantiza su seguridad frente al oso ruso. Y los afines a Putin y Erdogan por motivos ideológicos no tienen empacho en bloquear cualquier crítica a las actuaciones más irresponsables de Trump, como el asesinato de Suleimani o su iniciativa para la paz israelo-palestina cuyo propósito es condonar la anexión israelí de la mitad de Cisjordania.
Así las cosas, poco cabe esperar de la reunión de hoy en Bruselas de los Ministros de Asuntos Exteriores europeos. Pese a los esfuerzos voluntaristas del Alto Representante José Borrell y el empuje de algunos países y la Comisión Europea, es más que probable que la Unión se vea impedida de asumir el liderazgo de la resolución de la guerra civil en Libia, que es también condición indispensable para la estabilidad del Sahel, una de las regiones más paupérrimas del planeta y origen de la mayor parte de los flujos migratorios africanos que llegan a Europa. Y es igualmente poco probable que la Unión pueda consensuar una posición de firmeza contra la posible anexión israelí de la mitad de Cisjordania.
Puede que todo esto no sea tan importante porque la Unión Europea no ha sido nunca un líder en política internacional. Lo malo es que los grandes Estados Miembros – Francia, Alemania, España, Italia – cada vez tienen menos poder por sí solos en un escenario internacional. Además, Reino Unido ya está fuera.
En todo caso, el mayor peligro es que la falta de convergencia estratégica se traslade también a la acción interna. De momento no ha sido así y la Unión sigue liderando los esfuerzos internacionales contra el cambio climático pese a que Trump se haya retirado del Acuerdo de París, la Unión sigue tomando decisiones soberanas sobre competencia, comercio, protección de datos, entre otras cuestiones sensibles, pese a la irritación de muchos. En gran medida porque en todas esas áreas lidera la Comisión Europea y el Consejo decide por mayoría cualificada, pesando mucho más los grandes países. Pero no está de más alertar sobre que la cosa está mucho más cogida con alfileres de lo que parece. Y recordar que si la Unión Europea se va al garete España volvería irremediablemente a ser un país mediano y periférico al albur de sus más bajas pasiones.
Si LBNL, de tradición europeista como pocos, tiene sus dudas, es para preocuparse.
La UE quiere enviar un mensaje unificador sometido a examen nacional.
Es el nacionalismo, una vez más , disolvente de sus propósitos. Con ello hemos de convivir. Muy difícil.