Las políticas sociales del PP y la libertad de ser tan pobre como uno quiera

Albert Sales

Recogía El Plural el dia 17 de diciembre que el concejal responsable del àrea de Atención a las Personas del Ayuntamiento de Cuenca, José María Martínez, en el último pleno municipal afirmaba que hay que respetar la libertad de la gente que duerme en la calle. Segun el edil, dormir en bancos, parques o portales, es una opción libremente escogida, puesto que existe un albergue en la ciudad, gestionado por Cáritas donde encontrarían cobijo.Pasa por alto el concejal, que el albergue de Cuenca (como la mayor parte de los centros de emergencia para personas sin techo repartidos por la geografía española) ofrecen una cama para un màximo de tres días y que están diseñados para la personas a las que muchos todavía denominan transeuntes. Gente de paso, siempre sospechosas de mala vida, a las que se da una cama para evitar su presencia en el espacio público, pero de los que se espera que se marchen cuanto antes. De hecho, en muchos municipios, la cartera de servicios sociales a transeuntes se completa con el billete a Madrid o Barcelona y un bocadillo.

Martínez no está sólo en su concepción de la libertad para pernoctar en el espacio público. En 2014, la entonces alcaldesa de Madrid, Ana Botella afirmaba que no había nadie en Madrid que no pudiera dormir bajo techo, y que quién dormía en las calles de la ciudad lo hacía por opción.

Al menos, el concejal Martínez sostiene que hay que garantizar la libertad de las personas que duermen en la calle para permanecer ahí. Porque de la afirmación “quién duerme en la calle es porque quiere” a perseguir a las personas sin techo expulsarlas de las ciudades va un paso muy corto. Sobre todo cuando una parte del vecindario identifica a las personas sin techo como intrusos en la vía pública y se exigen a la administración actuaciones para restaurar el orden cívico en las calles.

Hay experiencias normativas y de aplicación de políticas públicas pioneras en Europa que van en este sentido: utilizar la libertad para descargar responsabilidades y justificar una “limpieza social de las calles” en lugar de asumir que el derecho a la vivienda está siendo vulnerado de manera sistemática. Viktor Orbán, primer ministro de Hungría, defendió una polémica ley que abrió la puerta a convertir la pernocta en el espacio público en delito, afirmando que en los albergues había sitio de sobras y que quien dormía en la calle lo hacía por opción, no por obligación. Desde noviembre de 2012, los Ayuntamientos Hungaros pueden declarar areas donde quede terminantemente prohibida la pernocta bajo pena de trabajos comunitarios o prisión. La organización húngara de apoyo a las personas sin hogar A Város Mindenkié (La ciudad es para todos) declaraba en su web a finales de 2012: “A pesar de años de activismo y protestas, el sinhogarismo se ha convertido en un delito punible en Hungría. En noviembre de 2012, el Tribunal Constitucional revocó una ley que criminalizaba las personas sin hogar, con el argumento de que el Estado debe considerar la exclusión de la vivienda como un problema social no como un hecho punible. En respuesta, el partido en el gobierno decidió cambiar la Constitución lo que permite a los gobiernos locales castigar la “residencia habitual en el espacio público”. Las personas sin hogar ya pueden ser sometidas a trabajo comunitario obligatorio, multa y encarcelamiento en la mayor parte de Budapest, y varias autoridades locales fuera de la capital también están criminalizando y penalizando la falta de vivienda”.

En abril de 2011, el entonces alcalde de Madrid, Aberto Ruiz Gallardón, también pidió públicamente una ley que habilitara a la policía municipal para sacar a las personas sin hogar de la vía pública por la fuerza. Gallardón argumentaba que en su ciudad había recursos de pernocta suficientes para que nadie durmiera en la calle pero que no disponía de la autoridad legal para obligar a nadie a utilizarlos. Se trata del mismo argumento utilizado en repetidas ocasiones por el Secretario de Estado húngaro; una simplificación de la realidad con la que se intenta alimentar el mito de que todo el que duerme en la calle lo hace porque quiere.

Es más que cuestionable que siempre haya una cama esperando a las personas sin techo que quieran dirigirse a un albergue. Más aún con el aumento desmesurado de los precios de pensiones y habitaciones realquiladas en ciudades como Madrid o Barcelona. Pero, aún suponiendo que hubiera plazas, hay personas que no aceptan este tipo de apoyo. Entonces… ¿quién puede preferir dormir al raso que en una cama de un edificio con calefacción? Sin duda, es complicado comprender las decisiones ligadas a la supervivencia que toman las personas que viven situaciones de pobreza extrema desde los marcos de referencia de quien nunca ha vivido dichas situaciones. Aunque podamos imaginar cómo nos comportaríamos si una noche nos quedáramos en la calle, difícilmente podemos saber qué decisiones tomaríamos tras pasar semanas o meses sin hogar. Al centrarse en el momento concreto en el que alguien rechaza la asistencia de los servicios sociales obviando el proceso de deterioro de la situación personal que le ha llevado a quedarse sin techo, se simplifican en exceso tanto las causas como las consecuencias de la exclusión de la vivienda que padecen millones de personas en el Estado español.

Sin techo no es lo mismo que sin hogar, pero quedarse sin techo es el estadio más grave del sinhogarismo. En la mayoría de ocasiones se trata del final de una prolongada caída en el transcurso de la cual se pasa por situaciones de exclusión residencial muy duras: el hacinamiento en viviendas de familiares o amigos con todas sus tensiones, el alojamiento en habitaciones subarrendadas o en pensiones, el paso por centros de acogida o albergues, los constantes cambios de domicilio, traslados y mudanzas, durante las cuales no sólo se pierden propiedades y recuerdos, sino también relaciones sociales y sensación de arraigo. La imposibilidad de plantear objetivos vitales a largo plazo y la acumulación de frustraciones hace que las decisiones se centren en lo inmediato. Cuando se percibe imposible encontrar un empleo, ¿qué sentido puede tener destinar tiempo y recursos a formarse?, cuando la capacidad de ahorro es mínima y los imprevistos dejan la cuenta corriente en números rojos, ¿qué sentido tiene contener impulsos de consumo para ahorrar?

En cualquier caso, es digno de celebrar, que el concejal de Cuenca considere que la libertad de usar el espacio público para pernoctar debe ser respetada. Esperemos que caiga en la cuenta de lo incoherente que resulta usar la libertad para dormir en la calle como excusa para evitar destinar más recursos a dispositivos sociales de atención y a políticas de vivienda, mientras se secundan propuestas com la de Gallardón en 2011 o los discursos de Botella en 2014.

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