David Rodríguez
Este fin de semana nos hemos despertado con la trágica noticia de un nuevo incendio en una fábrica asiática, concretamente en Nueva Delhi, en el que han fallecido al menos 43 personas que dormían en el mismo recinto. Por desgracia, no es la primera vez que sucede algo parecido. El hecho más terrible sucedió en Bangladesh, con el derrumbe del complejo del Rana Plaza en el año 2013, que produjo la muerte de 1.130 personas. Pero durante los últimos años se han ido sucediendo catástrofes semejantes en diversas zonas de la región, sin que haya visos de solución a un problema que acaba con la vida de muchas personas trabajadoras.Parece que todo esto sucede a mucha distancia, pero nada más lejos de la realidad, pues las prendas de vestir que se producen en la mayoría de estas factorías pertenecen a marcas muy conocidas y vendidas en Occidente. El Rana Plaza, por ejemplo, fabricaba para Inditex, El Corte Inglés, Cortefiel, Primark, Timberland, Marks & Spencer o C&A, empresas que obtienen cuantiosos beneficios derivados, en gran parte, de la explotación de mano de obra en condiciones cercanas la esclavitud en el Sudeste Asiático y otras zonas del Planeta.
El contraste entre las ganancias acumuladas por los gigantes del textil y las penosas condiciones del trabajo que utilizan en estos países es gigantesco. Amancio Ortega, líder de Inditex, posee una fortuna de 63.000 millones de euros en 2019, mientras en Bangladesh o Camboya se realizan jornadas laborales de hasta 80 horas semanales por sueldos que en ocasiones no alcanzan los 100 euros mensuales y empleando a mano de obra infantil. En Brasil incluso se impuso una multa a esta compañía por utilizar talleres en los que se utilizaba mano de obra esclava.
En el actual modelo de globalización capitalista, se producen diferencias obscenas entre los ganadores y los perdedores de este proceso. Mientras tanto, los adalides del sistema no dudan en alabar las virtudes de esos ‘hombres hechos a sí mismos’ que incluso deben ser homenajeados por generar riqueza, cuando gran parte de su patrimonio tiene por origen la explotación en condiciones infames de otros seres humanos, que llegan a morir en incendios por la falta de seguridad que existe en unas fábricas que no respetan unos mínimos estándares de dignidad.
Durante estos días se celebra la Cumbre del Clima en Madrid. Gran parte de las entidades sociales que asisten llevan tiempo alertando de los riesgos que conlleva para todo el mundo la emergencia climática. Lo paradójico del asunto es que ahora se despiertan algunos creadores de opinión que insisten en que los riesgos ‘también’ afectan a los países ricos, colocando el énfasis en un ‘también’ que pone de manifiesto que lo normal ha sido y debería seguir siendo que los males de la globalización capitalista recaigan siempre sobre los países empobrecidos. Y todavía tendremos que agradecer el clamor de estos conversos, pues por desgracia aún queda un importante reducto de negacionistas y, sobre todo, de grupos de presión que buscan el beneficio a corto plazo a costa de seguir elevando el riesgo para la población mundial, en especial para los pobres (como siempre) que viven en las zonas más vulnerables.
Las víctimas de la globalización siguen padeciendo los efectos de un desorden económico internacional capaz de permitir que 26 multimillonarios acumulen la misma riqueza que los 3.800 millones de personas más pobres del mundo. Es importante que no olvidemos nunca que la existencia de víctimas implica necesariamente la de sus verdugos. Y no me refiero exclusivamente a esos 26 más ricos del Planeta, sino a quiénes promueven con sus políticas que se produzcan semejantes desigualdades y a quiénes, instalados en la comodidad, mantienen el silencio ante semejante barbaridad.