En la despedida de Trump

Arthur Mulligan

“Los prejuicios son mallas de hierro o de oropel. No tenemos el prejuicio republicano ni el monárquico, no tenemos el prejuicio católico, socialista o anti socialista. Somos cuestionadores, activistas, realizadores. Me he convencido de que la primacía le corresponde a la acción, aún cuando esté equivocada. Lo negativo, el eterno inmóvil, es condenación. Yo estoy de parte del movimiento. Yo soy un marchista.”

(Mussolini)

“Perón me ha enseñado -proclama Eva Duarte- que para conseguir algo no es necesario, como cree la mayor parte de la gente, hacer grandes planes. Si los planes existen tanto mejor, pero si no existen, no importa: lo que importa es comenzar a actuar. Los planes vendrán después.”

(Eva Perón)

“America First”

(Donald Trump)

«Sinceramente, ¿alguien puede imaginarse que sin el franquismo hubiéramos llegado a tener un presidente que se llama José y no Josep?.»

(Quim Torra)

Así, con esta claridad prístina se expresan los fascistas de ayer y de hoy, se consideren así mismos o no, como tales.

Fuera de rigideces clásicas, los fascistas -pero no solamente ellos- nunca apelan a la uniformidad de condiciones de las clases políticas a las que se dirigen sino a la igualdad y a la unidad de los sentimientos, de fácil aceptación por una sociedad en crisis que ansía con todas sus fuerzas una alternativa mesiánica y que se pone en marcha hacia el poder político con eslóganes mínimos y discursos imprecisos en donde solo impera una voluntad que va a describir una trayectoria en el ejercicio del poder, desde el autoritarismo hasta el totalitarismo, combinando un motivo nacionalista con un motivo socialista, el racismo, la coexistencia contradictoria de una tendencia particular y de una tendencia universal, el sustrato social proporcionado por la clase media y al mismo tiempo la aparición de dirigentes relativamente sin pertenencia de clase.

La violencia y una ideología irracional operativa puede llegar a satisfacer con sus resultados provisionales las demandas de capas sociales que persiguen un lugar en la distribución de la renta de la que se sienten excluidos, vindicar de algún modo esa anomia que no creen merecer, subordinando las ideas a la acción en ambos casos.

El fascismo es un organizador de la tensión, que es su combustible para mantener una movilización permanente.

Anecdótico o claramente oculto en circunstancias habituales de bonanza en cualquier sociedad occidental, sólo espera la formación de una crisis generalizada y un jefe carismático con la intención de romper el entramado de las barreras legales, comportándose como la lava de un volcán en erupción: allí en donde encuentra suficiente resistencia, se detiene; donde no, continúa su marcha impredecible.

Las sociedades basadas en el derecho y la promesa de justicia que conlleva su racionalidad explícita y moderna, se revuelven contra la fragilidad que incorpora su incumplimiento, criticando desde una common law ignorante de la potestad legislativa de los poderes públicos, la validez de la sistematicidad y el deductivismo de un aparato legislativo sólido y estable.

En consecuencia se cuestiona la importancia primordial del marco constitucionalista en el que se inscriben todas las leyes cuyos caracteres se derivan de este rasgo fundamental, a saber: el estatismo centralizador, el ordenamiento deductivista de las reglas legislativas e infra legislativas bajo la Constitución, la separación de la legalidad jurídica y de la legalidad moral, la autonomización de la ley que debe prescindir, en su formalismo, de toda referencia a un horizonte de valor.

Pues bien, estos rasgos fundamentales de los procesos en los que las leyes toman luz y eficacia por muy nobles que sean sus orígenes, históricamente no pueden ser tratados por el modo de lo que propone la experiencia de una legalidad con intención cibernética.

No es racionalizando las técnicas del establecimiento y de la puesta en marcha de las leyes jurídicas como se captará su naturaleza: las leyes jurídicas no pueden ser tratadas como leyes científicas ya que el hombre, en la medida en que se propone fines que la naturaleza no le ha dado, es irreductible a la naturalidad.

Este drama vale para todos. Colocar la ley fuera de su orden es falsear su sentido.

Weber enunció ya en 1922 que el legalismo positivista cometió, en su frenesí racionalista, un doble error: no solo hizo de la ley el epicentro de todo el derecho, sino que convirtió la legalidad, so pretexto de que es racional, en el criterio de la legitimidad y de la licitud.

Si la ley tiene por función regular la condición concreta de los hombres, puso la razón práctica entre paréntesis, aniquilando en la ley toda posibilidad de eficiencia y de sentido.

Al privar la ley de creatividad práctica, desemboca en una crisis que es a la vez una crisis de la razón y una crisis de la ley.

Así pues, el optimismo jurídico del humanismo racionalista recibe un desmentido cruel y conduce a la constatación de un fracaso.

Por las rendijas de este drama íntimo y recurrente entre legalidad y legitimidad se cuelan propósitos deshonestos que se aprovechan de la ausencia de una cientificidad objetiva del derecho para, con sus mismas técnicas, invalidar construcciones históricas largamente admitidas y reformular sus consensos.

Apropiándose de los lugares comunes que acompañan a palabras como derecho, opinión y legitimidad, ofrecen equilibrios imposibles para describir legitimidades enfrentadas, después de activar el desencadenante de una crisis ajena en principio al debate intelectual propiamente jurídico de la cuestión.

Porque, como afirma Kant, la razón necesita suponer lo que le es inteligible. La ley es una estructuración normativa de la experiencia desde la que se legitima la autoproducción del derecho.

La belleza fecunda de su pensamiento me parece un suelo protector por su capacidad pacificadora.

3 comentarios en “En la despedida de Trump

  1. Echo a faltar algúna indicación a como la fe, como aceptación de lo incomprensible tanto por dificultad o ignorancia, refuerza la afirmación de Kant convirtiendo la suposición en dogma y como con ella se rompen barreras, en cualquier sentido y no siempre en el favorable.
    Gracias por el artículo.

  2. Estoy teniendo la impresión de que en el tema de la vacuna estamos llegando a un punto en el que uno teme que la imagen final va a ser la de una enormidad de cadáveres de ahogados cuando ya llegaban a la orilla.

  3. Gracias por su comentario , Fernando .

    Si algún valor destacable poseen los fundadores de la sociología moderna ( Max Weber , Karl Marx , Emil Durkheim ) es el enriquecimiento doctrinal de la base jurídica que sostiene las sociedades democráticas avanzadas , pacificando la complejidad de su desarrollo y el progreso de sus ciudadanos.

    Entre sus fabulosas y fértiles intuiciones destaco el concepto de consciencia colectiva por Durkheim :

    « El conjunto de creencias y sentimientos comunes al término medio de los miembros de una misma sociedad, forma un sistema determinado que tiene vida propia: podemos llamarlo conciencia colectiva o común. Es, pues, algo completamente distinto a las conciencias particulares aunque sólo se realice en los individuos.»

    Incidir en esta consciencia colectiva de manera brutal como hacen las revoluciones ( aquí no distinguimos sus valores intrínsecos ) es un problema político de primera magnitud porque quiebra la escala del tiempo en que se formó y que en muchos casos era anterior y exterior a la voluntad ( no contraria ) de los individuos que , adquiriéndola , reforzaron su validez moral.

    Los valores democráticos que perfecciona el desarrollo constitucional persiguen una validez que no siendo irreversible dote de estabilidad y continuidad al sistema político , previniendo incluso los mecanismos que resuelvan cualquier crisis futura.

    Pero con ser importante , vivir un régimen constitucional moderno no es nada sin la adhesión ciudadana , sin que la sociedad recree en su seno parte de las virtudes que otorgan a esa consciencia colectiva.

    La fe en nuestra democracia , por decirlo en términos sencillos , produce sentido , es dinámica en sí misma , mejora la calidad de las relaciones sociales y canaliza los conflictos.

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