Macron

Arthur Mulligan

En su edición del domingo, el diario EL PAIS dedicaba dos páginas a la figura del presidente francés Emmanuel Macron y su endiablado programa de reformas, tanto las prometidas en su programa electoral como otras nuevas que tocan a vacas sagradas de las instituciones francesas, como la SNCF. 
En muy breve espacio de tiempo y frente a populismos de distinto signo Macron ha sido capaz de formar un movimiento capaz de elaborar un ambicioso programa de reformas dentro del sistema rodeándose de las élites de la ENA , los intocables de la república, en expresión periodística.

No se entiende el sistema Macron- se decía –  sin entender el sistema del alto funcionariado de la V República, cuyos prácticas denuncia el periodista Vincent Jauvert en el recién publicado Les intouchables de l’État (Los intocables del Estado). Macron está rodeado de altos funcionarios y de miembros de los grandes cuerpos del Estado: el Consejo de Estado, el Tribunal de Cuentas y la Inspección de finanzas. El acceso a esta élite republicana está muy pautada: acceden a los tres grandes cuerpos los quince primeros clasificados de cada promoción de la ENA.

Sean de izquierdas o derechas, los miembros de los grandes cuerpos y los enarcas —altos funcionarios salidos de la ENA— forman una especie de partido, una casta que comparte referencias culturales, visión del mundo, modo de vida y hasta un vocabulario y una manera de hablar y razonar.
“Es un gobierno de altos funcionarios. Es el sueño francés, el sueño del gaullismo”, dice Jauvert. “Se habla mucho de monarquía republicana, y en general se aplica al rey, al presidente. No pensamos en los príncipes, en la corte. Los príncipes son ellos, gente que no rinde cuentas, que se consideran por encima de todo, sin transparencia. Son intocables”.

Naturalmente es una exageración propia de periodistas agrios, como ese burdo oxímoron de la monarquía republicana que persigue denigrar un símbolo bonapartista por excelencia, la abeja que se repite en las decoraciones de sesgo republicano para enfatizar con su laboriosidad el mérito y el ascenso social no hereditario, sin acudir a titulaciones creativas de morcón ibérico, inimaginables en uno de los cuerpos de funcionarios más serios del mundo.

Los franceses, por amplia mayoría, han decidido ensayar ese programa que fueron incapaces de llevar a término los partidos tradicionales de Sarkozy y Hollande durante sus dos legislaturas y sin entregar el gobierno a populismos extremistas.

El objetivo es quebrar la resistencia al liberalismo social en un país que representa junto con Alemania la quintaesencia del proyecto de la Unión.

Es claro que un objetivo tan ambicioso no puede llevarse a cabo sin problemas y que se logrará antes con la colaboración -ya comprometida – de grupos y personalidades socialdemócratas que no pueden esperar la perezosa travesía del desierto de su partido de origen.

Sin embargo, y con ser relevantes estas reformas, la verdadera prueba de fuego se juega en el frente europeo, que puede cerrarse en un nuevo fracaso si, como parece, continúa la perversa espiral del tipo-propuesta de Macron , pusilánime reacción de Angela Merkel y ascenso en las encuestas de Víktor Orban, mientras el resto de Europa mira desconcertada.

La onda de choque populista ha retomado su pulso con un zarpazo del grupo AfD en Alemania, una Italia que aparece ingobernable, el triunfo de la democracia iliberal en las elecciones de Chequia y Hungría y actitudes de otro tiempo en Polonia.

Para que todo encuentre su encaje más o menos aceptable con los propósitos reformistas de Macron  (y de otros líderes que lamentablemente no gobiernan ) haría falta afrontar cinco problemas que afectan en primer lugar al perímetro y a la identidad de la Unión Europea, como son las incoherencias en la negociación del Brexit o la recepción hostil al engendro islámico de Erdogan y la propuesta de apertura de conversaciones para la adhesión de Albania y Macedonia en medio del caos que reina en los Balcanes.

En segundo lugar, se acentúan las tensiones en la zona euro entre aquellos que, como Macron, tratan de reforzarla con un presupuesto, un ministro de finanzas, ampliación del mecanismo de solidaridad con un Fondo Monetario Europeo, convergencia fiscal y social, cierre de un modelo de unión bancaria, entre otras medidas, y esos otros que encuentran motivos permanentes para rechazos dispares y cruzados entre el Norte y el Sur, sobre todo en normas fiscales.

La circulación de personas y la crisis de migrantes que divide a los países miembros de la Unión y alimentan el populismo, forman parte de un tercer y muy importante problema  que necesita de reglas claras y efectivas en materia de inmigración y asilo, imposibles hoy en día sin el control estricto de las fronteras exteriores.

En cuarto lugar, una política de seguridad que exige unificar la coordinación de la lucha contra el terrorismo, la protección de las infraestructuras críticas , el control de las fronteras exteriores y la ciberdefensa.

Los hechos de Siria demuestran que solo Francia tiene una potencia militar propiamente europea, pero solo puede encontrar en el Reino Unido (después del Brexit) un verdadero socio ya que Alemania no tiene ni la voluntad ni los medios para actuar en este terreno.

Por último, y no por ello menos importante, la Unión deberá reforzar la democracia y sus valores genuinos frente a los desafíos de un Orban o de un Puigdemont enfebrecido cualquiera.

El fracaso de Macron en sus esfuerzos para la refundación de la Unión será el fracaso de todos , porque de ello dependerá nuestra capacidad para figurar entre los actores del siglo XXI .

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