David Rodriguez
Durante esta época de confinamiento por el coronavirus, se está repitiendo hasta la saciedad el mensaje de que queremos recuperar la normalidad algún día. Cuando escucho estas esperanzadas apelaciones, quiero entender que se refiere a la normalidad de las relaciones interpersonales y del contacto social, porque hay otras formas de supuesta normalidad que prefiero que queden desterradas para siempre.No quiero recuperar la normalidad de la sangrante desigualdad que genera este despiadado sistema económico. Según el último informe de Oxfam Intermón, en 2019 los 2.153 multimillonarios del mundo acumulan tanta riqueza como el 60% de la población mundial. Además, estas diferencias van creciendo con el paso del tiempo, y más en España, que incluso ha sido reprendida por Bruselas por su elevada desigualdad y pobreza. Tras el coronavirus, es imprescindible atacar de raíz este problema y redistribuir la renta a todos los niveles porque hay margen suficiente para superar la crisis económica. El problema no es la riqueza global, sino su reparto, un hecho bien sencillo que hemos de tener presente cuando se produzcan los debates sobre las medidas para relanzar la economía.
No quiero recuperar la normalidad del calentamiento global y la emergencia climática que está situando al Planeta en un punto de gravedad extrema. Según datos de la OMS, sólo la contaminación atmosférica provoca siete millones de muertes anuales en todo el mundo, más de 10.000 en España. Según ACNUR, en 2018 hubo más de 17 millones de desplazados climáticos en el planeta. Estas tragedias, de las que por fortuna cada vez se habla más, han de evitarse en el futuro más inmediato. Estamos en un momento ideal para entender las consecuencias del cambio climático en clave sanitaria, y tras la crisis del coronavirus procede una rectificación a gran escala en este terreno.
No quiero recuperar la normalidad de la desigualdad de género y de la violencia machista. Es pertinente recordar que las mujeres representan un 51% de las médicas y un 84% de las enfermeras, y que son las que llevan el peso de la atención a la población dependiente. Si hay un momento histórico en el que hay que poner en valor esta realidad es el actual. No podemos regresar a las mediciones clásicas de la producción en términos estrictamente mercantiles, es necesario valorizar todos los trabajos y establecer medidas para su reconocimiento económico y social. Mientras tanto, el drama de la violencia machista se ceba estos días en muchas mujeres que han de convivir con sus maltratadores.
No quiero recuperar la normalidad de una Unión Europea insolidaria y fanática de las políticas ‘austericidas’. La obsesión enfermiza por el equilibrio presupuestario, la absoluta falta de empatía por los refugiados que huyen de conflictos bélicos o el racismo institucional hacia los migrantes más pobres han hecho de Europa un obstáculo para la justicia social y la solidaridad internacional. La actitud de Holanda ante la necesaria propuesta de los ‘coronabonos’ sigue siendo un reflejo de la ceguera ultraliberal que nos invade. Si no queremos destruir definitivamente el modelo europeo, urge un cambio profundo en las prioridades de las instituciones que lo conforman.
No quiero recuperar la normalidad de los constantes recortes en el Estado del Bienestar y de un sistema impositivo injusto. No hace falta ser muy perspicaz para entender que la desinversión en salud ha agravado la situación de crisis actual. Del mismo modo, la falta de atención a las personas mayores y el estado de algunas residencias es una autèntica vergüenza en una nación que pretende ser civilizada. Igualmente, la escasez de recursos digitales de buena parte del alumnado está abriendo una nueva brecha en el sistema educativo. A nadie se le escapa que para salir de la crisis económica que se nos viene encima hay que incrementar el papel del Estado, la inversión pública y el gasto social, y esto sólo podrá hacerse mediante una profunda reforma del sistema fiscal, actuando contra los grandes patrimonios, el sector financiero y las empresas con mayores beneficios.
En resumen, no quiero recuperar una normalidad que, en cierta medida, está haciendo más perversos los efectos de la actual emergencia sanitaria.
La crisis que se nos viene encima es de dimensiones muy graves, y no va ser sólo económica, sino civilizatoria, como de hecho ya venía sucediendo al menos desde 2008. Para salir adelante, ya no cabe debatir en los términos que nos han llevado a la catastrófica normalidad de las desigualdades, los recortes y la emergencia climática. El neoliberalismo, como versión más extrema y cruda del capitalismo, debe ser enterrado y enviado al estercolero de la historia. El momento histórico que nos está tocando vivir está cambiando todos los paradigmas y está situando en el centro del debate, de manera inexorable, que la cooperación social y el papel del sector público son mucho más útiles para la supervivencia que el individualismo competitivo que nos ha impregnado durante las últimas décadas. Actuemos en consecuencia.
Suscribo todas las demandas pero soy bastante escéptico sobre qué se vayan a cumplir. Sobre todo las relacionadas con la desigualdad. Si creo que el neoliberalismo quedará desterrado por, al menos década y media. Pero…
Mete usted tantas cosas en su anáfora que haría falta toda una enciclopedia de Ciencias Políticas para abarcar el tamaño de sus deseos.
El liberalismo como otras doctrinas políticas es un continuo debate para definir sus contornos , contemporáneo del basurero de la historia , un lugar fantástico y maravilloso , al menos tanto como el Infierno de Dante, lleno de detalles y de color ; y qué decir del no menos interesante laberinto del alcantarillado de París o las calles de arabesco trazado , rebosantes de vecinos, que extienden su sombrío dominio por los cementerios de El Cairo.
Trosky , ese poeta armado de hierro y vapor , elaboró una teoría sobre el desarrollo desigual y combinado porque no podía soportar el comportamiento errático de las masas que colonizaban ese humus azaroso y singular de la corteza terrestre. La libertad sin un significado teleológico , le parecía humillante , lo mismo que a la jerarquía de la Iglesia la soberbia de un solo individuo , el despierto Galileo.
En mi opinión , todos encontraremos razones suficientes y no incompatibles para vivir en comunidad los tiempos por venir , autolimitándonos , como hasta ahora, sin prefigurar procesos irreversibles y dramáticos , tal cual podemos observar en otros países- que no nombro – para salvar la concordia.
Hay que saber aprovechar el impulso, pero nos requerirá sacrificios que no sé si seremos capaces de hacer.
Por cierto si homicida es el que mata a un igual, regicida a un rey, fraticida a un hermano… Austericida sería los que matan a la austeridad.