Melancolía

Lobisón

Durante décadas hemos leído historias del período de entreguerras y de la crisis del 29 que nos daban la ilusión de que aquellos desastres podían haberse evitado fácilmente. El héroe de la época era John Maynard Keynes, y el problema era explicar por qué sólo en un lugar tan improbable como Suecia se había adoptado un programa keynesiano. El New Deal de Roosevelt había sido también inicialmente una respuesta adecuada, pero el giro hacia el ajuste fiscal en 1937 había vuelto a hundir la economía.

Para explicar por qué no hubo más gobiernos keynesianos se ha recurrido a las instituciones de gobierno de la época, que habrían bloqueado la adopción e incluso la discusión de las políticas de expansión. Por ejemplo en Gran Bretaña, donde no se puede decir que tales ideas fueran desconocidas: el partido liberal —ya entonces minoritario—las había llevado en su programa electoral. Pero no se habla normalmente de la necesidad de convencer a los electores o de los efectos laterales sobre la moneda nacional.

Bueno, pues aquí estamos ahora, más de ochenta años después, atrapados por problemas monetarios e institucionales que impiden aplicar consecuentemente políticas de expansión, en medio de unas cifras de paro y un descontento social sin precedentes. Claro, los problemas son distintos —las instituciones que no funcionan son las de la Unión Europea—, pero el problema central es político.

Muchos electores no apoyan las políticas de expansión porque las consideran un despilfarro, y los partidos que defienden políticas de ajuste van ganando a los que defendían políticas keynesianas, especialmente cuando las instituciones europeas y la dinámica mal regulada de los mercados obligan a estos últimos a tomar la consolidación social por bandera. Con ello estamos entrando en una crisis de representación política espectacular. No es que el sistema democrático no funcione, el problema es que muchos electores no se identifican con ninguna de las opciones que se les ofrecen.

Esto no tiene por qué continuar así: es muy posible que las próximas elecciones en Francia y Alemania cambien el signo de los gobiernos, y puede que Obama consiga la reelección en 2012. Pero el espectáculo es dramático: la visión neoliberal de la economía y de los mercados, responsable de la dinámica financiera que condujo a la crisis en 2008, sigue vigente, la derecha dura mantiene contra las cuerdas —en la elevación del techo de gasto en el Congreso— al gobierno de Obama, y el riesgo de una recaída en 2012 sigue ahí a la vista de la debilidad de la demanda y las políticas de ajuste en Europa y en Estados Unidos.

Reflexionar sobre la situación presente puede ser bueno para la humildad a la hora de juzgar a los gobernantes de los años treinta, para comprender que el mundo es y ha sido siempre muy complicado, y que dar soluciones a los grandes problemas exige algo más que tener buenas ideas y voluntad de aplicarlas. Pero también produce una gran melancolía, y la duda de si los indignados, cuando sobrepasen esta fase inicial de buscar chivos expiatorios en los coches oficiales, la ley electoral y la SGAE —‘queremos la cabeza del Bautista’—, serán la punta de lanza de una nueva época y juzgarán a la generación anterior con la misma dureza que (algunos de) nosotros dedicábamos al presidente Herbert Hoover y al primer ministro Ramsay McDonald.

8 comentarios en “Melancolía

  1. Lo que está en cuestión no es el estado del bienestar, sino el estado del bienestar a costa de otros. Hay que aclarar quienes son los otros y si esos otros estan de acuerdo.

  2. Muchas gracias Lobisión. Como punto de comparación y sobre, la acción de Suecia en ESTA crisis, ys su recuperación, hay un muy interesante artículo de hace unos días en el Washington Post, que no es precisamente un órgano de la socialdemocracia:
    http://www.washingtonpost.com/business/economy/five-economic-lessons-from-sweden-the-rock-star-of-the-recovery/2011/06/21/AGyuJ3iH_story.html

    Del artículo me quedo con esto: las políticas de estímulo fiscal son buenas si son automáticas. Es decir, estado del bienestar sí, arreones a la economía no. Hemos visto demasiado de lo segundo, y eso contribuye naturalmente a la mala imagen de la intervención pública.
    Quedan, de este artículo, otras dudas en el aire, como el papel de NO estar en el Euro, etc.

    Abrazos

  3. Fernando! yo tengo un ejemplo claro de ‘unos’ y ‘otros’, aunque no sé si coincidirán con tus ‘unos’ y tus ‘otros’:

    Telefónica: Presi, Vices, Dires, Jetas varios, etc ganando millones al mes (Estado de SuperBienEstar). Beneficios de empresa 10mil millones y pico (Estado de HiperSuperBienEstar). Dejan sin empleo a miles (EstadoDeJodienda) Creo que los del EstadoDeJodienda no están de acuerdo….

    ¿coincidimos?

  4. 3

    No Sarah, no coincidimos.
    Yo distingo que en el estado de bienestar se dan tres opciones y combinaciones de las mismas. Se es: receptor, contribuyente y financiador externo en lo referente a como se participa del tema «estado de bieestar». Además tambien está la clase gestora. Las combinaciones son múltiples y hay quienes pueden der de todo al mismo tiempo. Cada opción y combinación valorará el estado de bienestar de una manera. No siempre coincidirán.

  5. … receptor, contribuyente, financiador externo, clase gestora….. mmmm…. tres son multitud…. jejeje

    a los financiadores externos se la cortamos, y la clase gestora deberían ser los políticos, y ambos son receptores y contribuyentes!!!

  6. Es lo que te digo. Que todos, o casi todos, somos de todo, pero unos más que otros.

  7. En efecto, después de haber conseguido una cierta reactivación de la economía, en 1937 el presidente Roosevelt consideró que se iba a sostener por si sola y decidió cortar el déficit fiscal. Fue prematuro: la economía norteamericana volvió a la depresión. Fue la II Guerra Mundial la que obligó a EEUU e Inglaterra a volver al déficit como algo inevitable, y ello y la reconstrucción europea sacó a Occidente de la depresión. Se impuso el déficit como lo más normal del mundo para ganarla. Gran parte de ese déficit se financió con la impresionante venta de los bonos de guerra que toda la población estadounidense compró a mansalva. No hubo que endeudarse en el extranjero. También es verdad que no había entonces países extranjeros o mercados dónde endeudarse.
    Después de la guerra, el keynesianismo se impuso en todas las democracias occidentales. Keynes fue elevado a los altares por los economistas Samuelson y Hansen, los mayores propagandistas de los beneficios de su obra. Empezó la gran etapa de crecimiento de EEUU y Europa Occidental. Después, también se apuntó Japón.
    Estos 3 focos industriales monopolizaban toda la producción industrial que necesitaba el resto del mundo. El resto no tenía ni la tecnología, ni la capacidad innovadora, ni la tradición industrial de ese grupo. El resultado fue el gran crecimiento económico de ese “núcleo” industrial y su correspondiente acumulación de beneficios o plusvalía que obtenía del resto del mundo. Ello permitió la creación del estado de bienestar en Europa y Japón. En EEUU, en cambio, se decidió que el bienestar no fuese un bien público. Debía adquirirse en el mercado.

    Pero han pasado muchas décadas y ahora la tecnología y una clase media capaz de organizar y llevar a cabo una organización industrial ya no es patrimonio exclusivo del anterior núcleo industrial. En consecuencia, se acabó ese rápido crecimiento de los países avanzados y también su cuantiosa plusvalía. Ahora la producción industrial barata la produce el resto del mundo y ello repercute en mayores tasas de paro en los anteriores países avanzados. Y, por supuesto, el estado de bienestar, necesita para mantenerse de un creciente endeudamiento exterior.

    Por ello Lobisón nos habla de melancolía. Por ello nos habla de la crisis de la representación democrática: “el problema es que muchos electores no se identifican con ninguna de las opciones que se les ofrecen.” No sé si los indignados van a ser capaces de transformar nuestra democracia. Sólo sé que identifican demasiado democracia con un estado de bienestar amplio en bienes y servicios. No creo que sea posible volver al estado de bienestar de las últimas décadas del siglo XX. Tampoco creo que pueda acabarse con la corrupción política tan fácilmente. Por tanto, tenemos crisis de representación democrática para rato. Ello significa confrontaciones públicas y choques con la policía mas frecuentes que en décadas anteriores. Produce melancolía comprobar que el progreso científico y tecnológico no lleva a un mundo mejor con el ritmo que nos gustaría. Cierto

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