Mi 2022 en Debate Callejero: un año de furia

Juanjo Cáceres

Cuando llega el final de año, hay gente que elige echar la vista atrás y otros que prefieren mirar hacia adelante. En mi caso me siento en la necesidad de hacer diversos balances y de los mismos no está excluido Debate Callejero, espacio al que he contribuido durante 2022 con 24 textos, que culminan con el que tienen ante ustedes, el vigésimo quinto. En mi caso, mirar hacia atrás me sirve para revisar cuáles han sido los ejes temáticos que me han llamado la atención y para comprobar en primera persona si lo aquí redactado han sido ocurrencias puntuales, simples disparates o bien ha quedado alguna idea relevante sobre el papel.

Creo que la guerra de Ucrania ha sido en buena medida el centro de gravedad sobre el que ha basculado todo. En El mundo después de Putin y Paradojas bélicas la he abordado como tema central, pero cuando la guerra reaparece en Europa, creo que lo más necesario es recuperar la perspectiva histórica (quizás debido a un sesgo de itinerario, dados los numerosísimos años que dediqué a formarme en la materia). Este 2022 lo he hecho en varias ocasiones: en Miradas 104 años después (Primera Guerra Mundial), El último soviético (Imperio soviético) y, fuera de la temática ucraniana, en Exilio a cuerpo de rey (sobre la monarquía borbónica). También en otro texto más reciente, Una vida cualquiera, donde recurriendo a la falsa biografía y con escaso eco, traté de poner en perspectiva algo más de cuarenta años de historia reciente, para evocar lo que para mí es una de las claves del presente: un profundo, impreciso y a veces intangible malestar civilizatorio.

Precisamente ese malestar, en uno de los textos de este año, lo ponía en relación de forma clara con Ucrania: El dolor, Ucrania y la Semana Santa. También al mismo me he referido relacionándolo con situaciones de actualidad: así ha sido en la pregunta olvidada y algo tenía también que ver con ello una de las ficciones literarias del presente año, Yo cambié el mundo por Twitter: una historia de ficción, si bien este último incidía más en lo parodiable que puede ser la confianza que algunos muestran en la incidencia política desde las redes sociales. Porque de política hablamos mucho por aquí, sobre todo de política española. Mi trilogía dedicada a las elecciones andaluzas así lo demuestra también: ampliando el frente andaluz, sobre las elecciones andaluzas: una mirada hacia adelante y el fin de las ilusiones. Todos ellos fueron precedidos de una valoración de los comicios de Castilla y León (Crónica sentimental castellano-leonesa) y de una reflexión sobre las incógnitas que se iban abriendo (Terror electoral). Pero seguramente es el devenir de la política nacional lo que propiamente más atención me ha generado: ejemplos de ello lo tenemos en Fin de curso y fin de época , Tirada de dados a la italiana , El primer otoño y Reformas o barbarie. A ello hay que añadir el texto dedicado a la polémica de la carne (Vacas cerdos guerras y granjas) y tan solo uno dedicado a cuestiones catalanas (Melodía catalana), lo que también es un síntoma de irrelevancia.

De estas líneas generales me he separado poco. Sirva como excepción Todos somos Will Smith; otra trilogía, en este caso dedicada al fútbol: Gerard Piqué no tiene quien le escriba, El pesar de disfrutar del Mundial de Qatar, y la penúltima aportación del año, Los personajes y las personas. Si bien este último, de hecho, se relaciona con diferentes cuestiones abordadas con anterioridad en el ámbito de la política nacional y en el de la comunicación actual, con lo que también recuperaba algunos de los hilos conductores de ese 2022.

Visto todo en perspectiva, ¿qué nos queda? ¿Han aportado algo? ¿Ha servido de algo? Para aquellos que nos enfrentamos a la periodicidad de las entregas, hay días que realizarlas quizás nos resulte una sobrecarga y otros un cierto desahogo terapéutico, con el riesgo que ello tiene de aburrir, pero creo que al menos en la mayoría de las ocasiones tratamos, con más o menos acierto, de poner alguna idea relevante sobre la mesa. A veces lo hacemos de forma sutil, porque hay cosas que si se dicen demasiado a las claras pueden causar rechazo o cerrazón, y en cambio si se sugieren, si se inducen o incluso si se envuelven de una narrativa de ficción, pueden llegar a apreciarse en su justa medida: “Cuando la vida se ha convertido en una pesadilla, te importan menos los personajes y los papeles que interpretan” (Una vida cualquiera, cuestión mucho más desarrollada en Los personajes y las personas).

Otras veces se puede ser muy claro y decir las cosas de forma muy literal, como por ejemplo: “Seguramente el problema sea que los partidos leen poco Debate Callejero y por eso no comprenden cómo es de importante analizar la evolución de las cosas y no dar vueltas en círculos… No hay demasiada gente con capacidad de incidir pensando, porque durante demasiado tiempo y de forma demasiado generalizada se han premiado otras cosas. Hay demasiadas estructuras fallidas, demasiada pereza para crear en lugar de copiar. Demasiada pereza, en definitiva, que, por cierto, no es otra cosa que eso que llamamos desafección” (El primer otoño). Se podrá estar de acuerdo o no, pero si se está, creo yo que habría de resultar bastante alarmante el que no tengamos las miradas, ni quizás tampoco las herramientas necesarias para enfrentarnos a un presente lleno de complejidad y confusión.

Pero tampoco es un día hoy para inquietarse más de la cuenta, sino para poner sobre la mesa todo lo depositado este año en Debate Callejero, sobre todo por si se han perdido algo que les llame la atención. Y también es un día, al menos por la parte que me toca, para lanzar  la mirada hacia adelante, hacia el ya cercano 2023. Y no lo digo con el ánimo de evocar nada en concreto de lo que pasará en ese intenso año electoral, sino con el convencimiento de que a medida que pasen los meses será más fácil responder a algunas cuestiones o a algunas dudas que el 2022 nos ha planteado. Porque creo sinceramente que muchas de las premisas y tesis que manejamos van a ser puestas a prueba. Y mi opinión, a día de hoy, es que 2023 va a ser un año muy largo y que no va a resultar necesariamente bueno para todos.

No obstante, feliz Navidad y feliz 2023.

6 comentarios en “Mi 2022 en Debate Callejero: un año de furia

  1. Muchas gracias y feliz navidad para usted también!

    Aprovechen para leer todo lo que no han leido, releer lo que les dejó un grato recuerdo y no se olviden de celebrar la Nochebuena con un brindis por el Tribunal Constitucional.

  2. Por estas fechas ,siempre releo y vuelvo a releer «Bartleby el escribiente» de Herman Melville.
    Aunque pueda considerarse una contradicción siempre me planteo
    si » Preferiría no hacerlo «.

  3. El Senado ha hablado alto y claro:
    La Cámara Alta da el visto bueno a la norma que modifica el Código Penal sin los apartados paralizados por el Constitucional.
    El Senado da el aval definitivo a la derogación de la sedición y la rebaja de la malversación
    …¡Rabia rapiña que tengo una piña con muchos piñones!..
    …JAJAJA…que nervios.

  4. Contra el pueblo

    KARL MARX, en El dieciocho brumario de Luis Bonaparte, parafraseaba a Hegel cuando afirmaba que «todos los grandes hechos y personajes de la Historia universal aparecen, como si dijéramos, dos veces», a lo que añadía, «una vez como tragedia y la otra como farsa», porque, concluía, «la tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos».
    La Historia se ha acelerado. Ya no necesitamos esperar a la muerte de generaciones para que la pesadilla oprima el cerebro de los vivos. El paralelismo de lo que hoy estamos viviendo y lo vivido en Cataluña en el año 2017 es cada vez más evidente. ¿Estamos en los prolegómenos del golpe de Estado de octubre de 2017? No, pero sí que va calando el mismo lenguaje que lo hizo posible.
    Nos encontramos en un contexto institucional de crisis que afecta a la ley (convertida en pura propaganda y desplazada por el decreto ley y las proposiciones de ley), a la Corona (con los desafueros del rey emérito), los tribunales (con el bloqueo que afecta a su órgano de gobierno), el Gobierno (transformado en ariete político, desinteresado del interés general) y el Parlamento (casa de los insultos). Y cuando las instituciones entran en crisis, siempre sobresale la recurrente «solución» de la llamada a la «soberanía popular» y su expresión: la «voluntad popular».
    El presidente del Gobierno, en su alocución del pasado día 20, como «respuesta» al auto del Tribunal Constitucional que paraliza, de manera cautelar, la tramitación de las dos enmiendas ajenas, incluidas en la proposición de ley que modifica el Código Penal, hace suyo el lenguaje popular, que no democrático. En la comparecencia hizo constantes referencias a la «soberanía popular» y a la «voluntad popular», e incluso a esta como medio del que «deriva la legitimidad de todos los poderes», por lo que en la composición de los órganos constitucionales se debería «respetar» la «voluntad popular expresada en las elecciones generales del año 2019», como si fuesen órganos representativos.
    En primer lugar, no es verdad, como reitera tres veces, que lo que «el Tribunal Constitucional acordó [es] una decisión sin precedentes en 44 años de democracia». Es una falta particularmente sangrante por cuanto la primera fue fruto de la actuación del Partido Socialista, más concretamente, del grupo parlamentario socialista del Parlamento de Cataluña. No sólo interpusieron un recurso de amparo contra la convocatoria del pleno del Parlament, sino que solicitaron su suspensión, y lo consiguieron, además, por el mismo cauce procedimental. Por auto 134/2017, el Tribunal Constitucional, a iniciativa de los socialistas, acordó la suspensión, ya no de la tramitación de unas enmiendas, sino de un acto parlamentario tan central como es el pleno de la Cámara.
    Más preocupante es el lenguaje, que no sólo delimita un marco de la acción política alarmante, sino que quiere «crear» una realidad alternativa basada no en la mentira, sino en el «olvido»; en la capacidad de olvido de los ciudadanos. Se actúa sobre la base de que los ciudadanos, entretenidos en otras preocupaciones más perentorias (reales o inducidas), se olvidarán. ¿Quién se acuerda de la supresión de la sedición y de la reducción de la pena de malversación? ¿O de la rebaja de la penas a los agresores sexuales? El objetivo es colapsar los sentidos. Si la religión era el opio del pueblo, ahora lo es el olvido, alimentado por la adicción del presentismo, el ahora, las emociones del instante, los segundos de los vídeos de Tik Tok. La polarización es uno de los instrumentos más capitales.
    El eje central del nuevo marco es el enfrentamiento entre la «legitimidad democrática» surgida de las urnas y la legalidad. Aquella, soberana, rechaza a esta y a todas las instituciones que la encarnan. Se quiere silenciar que la democracia no es el gobierno del pueblo; es el gobierno de la ley, expresión de la voluntad de los representantes del pueblo, conforme a lo dispuesto, en última instancia, en la Constitución. La democracia o es constitucional o no es democracia, por mucho pueblo, aludido o referido, al que se llame.
    Es significativo que la Constitución habla de la «soberanía nacional» que «reside en el pueblo español», del que «emanan los poderes del Estado» (art. 1.2 CE). Se utiliza, en cambio, la expresión «soberanía popular». No es neutral. Porque la nación es el conjunto de todos los ciudadanos; no es el pueblo al que se refieren las izquierdas. Somos todos, reconocidos en nuestra dignidad, libertad e igualdad. Aún más reaccionario es aderezar a los representantes del pueblo con la idea de la soberanía, como si, contagiados de este atributo, pudiesen colocarse por encima de la Constitución y la ley. El soberano se expresó como «poder constituyente» con la Constitución, y asume su auto-sometimiento a las reglas que ha aprobado. Sus representantes nunca podrán ser soberanos, porque están sometidos.
    La Constitución utiliza de forma sumamente elocuente unos verbos expresivos de su función: «someter» y «sujetar» a todos los poderes. Son sinónimos, pero el primero es más expresivo. Según el Diccionario de la Lengua Española, significa «sujetar, humillar a una persona, una tropa o una facción»; «conquistar, subyugar, pacificar»; y, por último, «subordinar el juicio, decisión o afecto propios a los de otra persona». Es evidente que ni el Gobierno ni los partidos que lo sostienen entienden que estén sujetos hasta la humillación, ni conquistados, ni subyugados, ni subordinados… a la Constitución. Precisamente porque se quieren liberar de esta sujeción «humillante», quieren controlar los poderes que la administran. El primero, el Tribunal Constitucional; y, por extensión, el poder judicial a través de su órgano de gobierno. No son los únicos que lo han intentado. Es la pulsión de todos los partidos políticos gobernantes: liberarse de ese «sometimiento» esclavizante.
    ¿Por qué después de más de 40 años de democracia no se ha podido consolidar en nuestro país una cultura institucional básica que identifique la naturaleza y funciones esenciales de las instituciones del Estado democrático de derecho? Que los políticos no la quieran practicar lo entiendo, pero que los ciudadanos no la compartan ni estén dispuestos a defenderla es realmente preocupante. Es el déjà vu del que hablaba Marx. El riesgo de volver al pasado, pero como farsa, sin duda. Como la farsa de octubre del 2017 en Cataluña, con la independencia de un minuto.
    LA CATALANIZACIÓN de la política nacional es el peligroso virus que el secesionismo está inoculando en nuestra vida democrática. Es un coste excesivo para «desinflamar» Cataluña. Y la respuesta sólo puede ser aquella que el Tribunal Constitucional articuló con esmero y plena coherencia. Cuando recordó, por ejemplo, en la STC 259/2015 que «en el Estado social y democrático de derecho configurado por la Constitución de 1978 no cabe contraponer legitimidad democrática y legalidad constitucional en detrimento de la segunda: la legitimidad de una actuación o política del poder público consiste básicamente en su conformidad a la Constitución y al ordenamiento jurídico. Sin conformidad con la Constitución no puede predicarse legitimidad alguna. En una concepción democrática del poder no hay más legitimidad que la fundada en la Constitución».
    La crisis institucional, indudable, se está convirtiendo en una crisis constitucional que abocará a una crisis del régimen político, como ya vimos en Cataluña. El salto a la crisis del régimen se está cebando con un lenguaje ya no sólo de crispación y de odio, sino con unas palabras que siembran la posibilidad de una legitimidad democrática que no conoce de límite alguno. El camino ya lo conocemos, porque lo hemos comprobado en Cataluña: llevar la polarización a la calle; que se rompan familias, amistades; que el disidente sea perseguido en el trabajo, acusado en los medios del régimen, señalado, no como castigo, sino como advertencia a los dubitativos sobre lo que les podría suceder; para alinear a la sociedad con el credo del régimen. Inocular en la sociedad el virus del autoritarismo. Se comienza con las instituciones contra-mayoritarias, como el poder judicial y el Tribunal Constitucional, y se continúa con la conversión de la Constitución en maculatura, hasta reducir al adversario en enemigo, o sea, en facha. Cuando en los últimos tiempos, en España, el número de fachas ha crecido exponencialmente, aún nos queda la esperanza de que algo se debe estar haciendo bien. Lo que comenzó como una tragedia ojalá termine como farsa.

    Andrés Betancor es catedrático de Derecho administrativo

    [ Suscribo el brindis por el TC y también por usted y que siga escribiendo tan bien , Sr. Cáceres ]

  5. Gracias por sus buenos deseos, Sr Mulligan, y agradecerle sus múltiples contribuciones a este espacio, muchas veces contrarios a las sensibilidades mayoritarias de DC y que aun siendo a veces duros, siempre incorporan argumentos muy dignos de consideracion. Muy felices fiestas para usted!

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