Frans van den Broek
En un bello poema Thom Gunn compara a la ciudad con una mujer, ‘indiferente a la indiferencia que la concibió’, desordenada, llena de acrecencias, ‘casual, pero urgente, en su manera de hacer el amor’, afirmando siempre su independencia, y uno saluda en ella lo que permanece en uno, incitando una pasión sin razón por lo extraño e incompleto, y sus duros ornamentos nos presionan, una arcada, una película de noche, una tienda de sobras, ‘extrema, material, hechura del hombre’. El poema, ‘In praise of cities’, se ha analizado tanto que ya parece la ciudad misma, llena de adherencias hermenéuticas que no siempre la embellecen, pero misterioso no obstante, lleno de sugerencias, de las cuales recojo el tema de la indiferencia, del acogimiento distante, de lo extremo y material, del amor urgente y casual.
Leerlo me trajo a la memoria el no menos famoso texto de Simmel sobre la ciudad, ‘The metropolis and mental life’, donde delinea los fundamentos de lo que podría llamarse una fenomenología de la experiencia urbana, caracterizada por la resistencia del individuo a dejarse absorber y avasallar por los procesos tecnológicos y sociales que signan la ciudad moderna, y que le obligan a una suerte de retraimiento en la abstracción. La variedad e intensidad de los estímulos citadinos fuerzan al individuo a una filtración cognitiva y emocional que resulta en indiferencia y anonimidad, incluso en aquel estado de estupor conocido entonces como Blaisé. Las transacciones comerciales del capitalismo moderno se adaptan bien a este modo de conciencia, dada su impersonalidad y distancia afectiva. El habitante del agro realiza sus transacciones cara a cara, presencialmente, mientras que el flujo de capitales y de objetos tiene según Simmel un carácter más abstracto en la nueva ciudad capitalista. Como la mujer de Gunn, la ciudad moderna es indiferente y urgente, capaz de acogerlo todo y transformarlo de modo casi casual, de seducirnos con su ubérrima belleza, de extrema sensorialidad, a la medida y desmedida del ser humano.
Las ciudades son mucho más que esto, por supuesto, pero ambos textos y sus imágenes acudieron a mi memoria hace poco cuando tuve la oportunidad de visitar muy en breve la India y de conocer un poco al garete dos de sus ciudades, Bangalore y Mysore, y de experimentar en carne viva -nunca mejor dicho- el asalto sensorial y forma extrema de vida que representan. Si una ciudad como Bangalore no logra avivarle los sentidos a alguien, dejárselos como pelados y a la intemperie, es que está muerto o es un yogui avanzado, mucho más allá del Nirvana. Decir que el tráfico es terrible es como describir el Big Bang como un cohetito de noche vieja. Bangalore es hiperbólica hasta desafiar toda metáfora, metonimia, sinécdoque o epíteto conocidos. Es un tsunami constante de estímulos sensoriales, que hacen comprensible al instante las palabras de Simmel y de Gunn, sin necesidad de explicaciones ulteriores. Sé que es un cliché hablar de asalto a los sentidos para referirse a la India, pero si alguna vez un cliché tuvo razón, es en este caso, si bien cabe recordar que antaño el cliché se utilizaba para referirse a estímulos tan tibios en comparación con los actuales como los aromas, colores y sabores de la India estereotipada que han propalado la literatura y los medios de comunicación. Si antes se hablaba del sabor agreste y delicado del mango, hoy la turbamulta de cualquier calle de Bangalore es como una estampida de elefantes tronando en el mismísimo centro del cerebro. Gentes, motos, coches, polvo, humo, tiendas, sol, cláxones, sobre todo cláxones todo el tiempo tipifican cualquier ciudad más o menos grande de la India. Los atascos son monumentales y según me cuentan los locales uno puede tardarse media hora sólo en cruzar una avenida en hora punta. Así es, yo también pregunté en serio si no se estaba exagerando un poco, pero no, me lo aseguraron con la mano en el pecho: cruzar una sola calle puede tardar media hora, por lo que los habitantes de Bangalore saben que si quieren hacer algo –ir a pagar una cuenta, recoger algún encargo, gestionar algún papel- deben planear por si acaso todo un día, con un poco de suerte.
Tuve ocasión de preguntarle a un conocido español, arquitecto de profesión, que vive allí desde hace un par de años, obligado a emigrar por la desastrosa situación en España, su opinión sobre su estadía en la misteriosa y espiritual India. Lo primero que me dijo es que cualquier idea que tuviera de la India la tirara por la borda al instante. Aquel mito de la India espiritual y profunda es una babosería inventada por los occidentales orientalistas, pues de aquella India, si alguna vez existió, no queda nada, me enfatizó. Allí la gente era tan materialista como cualquier hijo de vecino en Manhattan o Shangai, adicta al trabajo duro para ganar más y más y comprarse todo lo que pueda, y educar a los hijos en los centros educativos más occidentales que pudiera encontrar a distancia prudente (o sea, a unas dos horas de ida y otras dos de vuelta de promedio mínimo), y allí imperaba una cultura laboral abusiva, autoritaria y exigente, que no conoce de horarios y espera que el empleado trabaje los fines de semana si fuera necesario, sin paga extra, y la India podía describirse como un país maravilloso lleno de ciudades horribles con un tráfico imposible, donde viajar de turista es maravilloso, pero trabajar, espantoso. Me advirtió, de paso, que ni se me ocurriera irme a trabajar allí si acaso lo estuviera pensando, pues beneficios como los de Holanda, ni de broma, a menos que se sea industrial, millonario o artista de Bollywood. Y sí, Simmel tenía razón, para sobrevivir a ciudades como aquellas, uno tenía que ser de hierro abstracto o terminaba uno más Blaisé que Rimbaud sin su absintia. Dice que le tomó seis meses empezar a adaptar su sistema nervioso a dicho ambiente. La verdad, dudo que a mí me tomara menos de seis años, pero nunca se sabe.
¿Cómo dudar de que la vida en ciudades como aquellas tiene que afectar el cerebro y la mente de sus habitantes? No sé si Simmel tendrá del todo razón, y dudo que los indios sean especialmente dados a la abstracción, pero algún mecanismo de defensa tiene que amparar el aparato nervioso de quien haga de tal hábitat su lugar de residencia y trabajo. Tampoco me imagino a todos los indios practicando yoga día y noche para librarse de la abrumadora tensión que debería causar en cualquier ser humano normal el estar expuesto a tal conflagración sensorial. Mecanismo que quizá no esté lejos de lo que Simmel tenía en mente, orientado hacia la indiferencia y la impersonalidad, para lo que incluso sus sistemas teológicos podrían contribuir, con su advocación del desapego y la impersonalidad del ser supremo. De hecho, en el tiempo que estuve allí –poco representativo, es cierto, pero valga por muestra- no tuve ocasión de observar ni un solo incidente de mal trato mutuo de los alocados motoristas y viandantes, de insultos irritados, de mentadas de madre o puños alzados. Todos conducían como enajenados, ganándole centímetros al vecino a fuerza de coraje, atrevimiento y puya, cruzándose sin remilgos, adelantando por el lado contrario, entrometiéndose donde pudieran, saltándose cuanta regla existiera, y nadie se alteraba un pelo. La gente aceptaba como absolutamente normal el caos vial más desaforado del planeta, y todo sin peleas o irritamientos innecesarios, si bien asumo que más de uno se matará en posesión de la calma más apolínea (la persona que fui a visitar, por cierto, casi se mata anteayer cuando un chiquillo con apenas edad de caminar se le cruzó de súbito conduciendo una motocicleta que de seguro era de su hermano mayor y se cayó por evitarlo. El chiquillo, huelga decirlo, ni se paró a ayudarla). ¿No es este un ejemplo perfecto de mentes obligadas a retraerse en cierta abstracción emotiva y cognitiva que les permita sobrevivir sin asesinarse unos a otros o suicidarse en masa? No sé si llamarlo indiferencia, blaisé o Moksha (el término sánscrito que significa liberación espiritual), pero si sé que la ciencia descubrirá algún día que sus cerebros no funcionan igual que los nuestros, los de ciudades más adocenadas y aburridas, pues el nivel de agudeza sensorial y motora que se requiere para sobrevivir allí demanda unos cuantos millones de sinapsis extra solo para sostenerse. No me extraña que de cuando en cuando aparezca algún genio matemático entre los indios, o algún ajedrecista de nota, pues hay que ser capaz de planear miles de pasos imaginarios con antelación si se quiere estar al tanto de las bestialidades que cometerán los muchos ocupantes de caminos y veredas de las ciudades. Otro tanto puedo decir de quienes transitan por las carreteras entre ciudades, capaces de calcular al milímetro –no exagero nada- el espacio necesario para adelantar en carreteras de doble vía sin estrellarse contra coche, búfalo, vaca o persona alguna.
India es, me imagino que con todo derecho, uno de los países del BRIC, naciones destinadas –o que se pensaba destinadas- a crecer económicamente hasta niveles cercanos a las naciones occidentales, pero ver la situación in situ me ha convencido de que si las cosas siguen como hasta ahora, India sobrepasará a los occidentales en poder económico, pero seguirá siendo un caos irredento y avasallante hasta que el planeta sea absorbido por el gigante rojo en que se convertirá el sol en unos cuantos millones de años. Es cierto que el crecimiento económico conlleva cambios culturales y materiales que podrían estabilizar el país y ordenar el despelote actual, pero francamente lo dudo. Es más, es probable que muchos otros países le sigan en la misma dirección. La mitad del planeta vive ahora en ciudades y la mayoría de ellas son tan desguazadas como Bangalore o más. ¿Qué puede hacernos pensar que las cosas cambiarán sustancialmente? La gente emigra a las ciudades por las oportunidades que ofrece, y la tendencia aumentará en el futuro inmediato. ¿Habrá algún punto de inflexión que tuerza la tendencia en el sentido contrario, hacia un tipo de habitación más dispersa y conectada tecnológicamente? No lo sé, pero si ocurre, un tipo de ser humano habrá desaparecido, el que han generado estas megalópolis inmisericordes y exultantes, cuyo género y naturaleza están aún por determinar. Le dedicaré una oda desde ultratumba, con olor de curry.
Dice el registrador de la propiedad que vive en La Moncloa que su gobierno ha aceptado la petición de la OLP en la ONU «por coherencia con nuestra historia». Es, sin duda, una observación muy luminosa.
También son muy lúcidas esas referencias de la prensa comparando el nuevo estatus conseguido por la OLP en la ONU con el del Vaticano. Aunque sólo fuera por su condición parasitaria, ambas estructuras tienen mucho mas en común de lo que la apariencia sugiere.
Barañain, preguntado sea con todos lo respestos: ¿qué tienes en contra de los palestinos? A fin de cuentas, son tan personas humanas como los israelíes. Y la salida para unos y otros es llegar a un entendimiento.
Sarah, creo que esta noticia te gustará:
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/11/29/actualidad/1354210739_700089.htm
Por mucho menos de lo dicho sobre Palestina por Barañain, por una tímida crítica al Estado de Israel, a uno le cae encima el cartel de antisemita o de primo hermano de Goebbels. Lo de «parasitarios» es intolerable. Con la Declaración Universal de Derechos Humanos en la mano, no más.
Eran los de siempre y la abuela tenía la menopausia.
http://www.cuartopoder.es/lagatasobreelteclado/eran-los-de-siempre-y-la-abuela-tenia-la-menopausia/2356
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Si es que no se puede estar todo el día en el bar gastándose el PER.
http://politica.elpais.com/politica/2012/11/29/actualidad/1354224138_010101.html
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(Querido Jon, pareces nuevo. Enesteblog unos cardan la lana y otros llevamos la fama)
«Ocho meses después de que el Rey se rompiera la cadera en un inoportuno viaje para cazar elefantes en Botsuana, el ministro de Medio Ambiente del país ha anunciado que prohibirá la caza comercial de animales salvajes —incluidos los elefantes— a partir de 2014 para evitar que la población de estas especies siga cayendo.»
Pues sí Marta, me alegra doblemente: por un lado porque es lo que tiene que ser, y por otro lado porque deja en evidencia a todos los mentirosos asquerosos que defendían (y defienden) las cacerías porque había sobrepoblación de elefantes………….. No hay excusas 🙂
Hola Frans, muchas gracias por el artículo! Es genial, como todos. La idea de la India como país espiritual y budista pierde su encanto cuando se ve la realidad….. Aquello tiene que ser tremendo. Tengo entendido que incluso tiene un olor especial, no como el de Sevilla pero bueno….
BTW Fernando, gracias, ayer entendiste el mensaje del refrán perfectamente….. 🙂
En linea con el articulo de hoy, recomiendo a los presentes la excelente novela Tigre Blanco, de Adiga Aravind.
Les gustará.
D. José, a mí me suena que Mr. Frans escribió sobre Tigre Blanco (hace un par de años?). Igual era otro tigre, u otra persona…
Escribe Jon Salaberría: «Lo de “parasitarios” es intolerable. Con la Declaración Universal de Derechos Humanos en la mano, no más.»
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parasitario,ria
adj. De los parásitos,relacionado con ellos o provocado por su acción.
parásito, -ta adj./s. m.
1 Se aplica al organismo que vive en el interior o en la superficie de otro de distinta especie y se alimenta de las sustancias que elabora este último, causándole un daño.
2 Persona que vive a costa de otra y se aprovecha de ella sin darle nada a cambio.
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Entiendo perfectamente que uno (o muchos, ¡millones incluso!) no compartan la opinión de que los árabes palestinos viven “a costa de” y que tengan una sensibilidad sobre el asunto de los “refugiados palestinos” muy distinta de la mía. O que no se comparta considerar que el Vaticano también “vive a costa de”. O que se comparta en un caso pero no en el otro. Y eso aunque en ambos, tal consideración sea – o eso creo yo-, dificilmente refutable.
Incluso entiendo que a uno, aunque comparta esa opinión, le pueda disgustar reconocer en voz alta la evidencia y prefiera, por prudencia, acogerse a otro discurso políticamente más correcto o de más consenso social.
Pero aunque entienda cualquier discrepancia -al fin y al cabo basta con asomarse a cualquier medio estos días para ver en qué consiste el “pensamiento único” respecto al afamado conflicto árabe-israelí-, no acabo de entender qué puede tener qué tiene esto que ver con la Declaración Universal de los Derechos Humanos.
El documento GFM33/2516-A/12, desclasificado en 2008, redactado en Berlín en marzo de 1944 e interceptado por los servicios secretos británico, contenía un infame texto denominado «Modelo para 30 tesis antijudías». Con esta bazofia los nazis pretendían dar sustento doctrinal a las acciones antijudías en el extranjero» y fundamentar la necesidad de determinadas «acciones represivas» (sic). Una de los fragmentos determinaba como aspiración suprema del pueblo alemán «una economía nacional a prueba de crisis con la creación del orden nacionalsocialista económico y social (…) sin la participación de los judíos en la vida estatal”, ya que éstos (asi como otras minorías étnicas) se comportaban, respecto de Alemania, como «BACTERIAS PARASITARIAS».
Y sí, la Declaración Universal de Derechos Humanos cuenta mucho. Y toda la legislación internacional derivada al respecto. Y las resoluciones internacionales que no se cumplen sistemáticamente.
Mientras el Gobierno se debate entre recortes y excesos de poder, indultos a mansalva, restringe pensiones, regaña a los jueces Gallardon, los jóvenes se van de España por que son aventureros, la Ministra dice que es un ejercicio de responsabilidad quitarle las tres euros a un jubilado, llenar de millones a los bancos en banca rota y en definitiva cargarse de un plumazo, ilusiones y esperanzas, el país se debate entre la pobreza en unas navidades que seguramente son las mas amargas hace tiempo. La pasividad de la oposición, ese cuando menos grotesco video, ¿Quién pide perdón? Acaso es Rubalcaba, pegado al sillón con súper Glum, la ciudadanía presagia la pérdida de libertades a marchas forzadas y esto es quizás lo más grave que nos está ocurriendo. Tiempo al Tiempo.
¡Pero qué inquina le tiene Barañaín a los palestinos! Parece mentira que una persona capaz de hacer en este blog artículos con fundamento, bien articulados y agradables de leer, sea en cambio tan cruel mentalmente con este pueblo que no ha hecho mas que padecer como le roban sus tierras lenta pero sistemáticamente desde 1967. Les queman sus olivos, les ponen murallas entre sus campos y sus pueblos, les llenan de controles sus vias de comunicación. Claro, no me extraña que acaben pareciendo parásitos sobre todo a los colonos que les observan desde sus viviendas urbanizadas dentro del escaso territorio palestino. Quisieran meterlos en reservas como los indios americanos. Pero como no estamos en el siglo XIX se limitan a condenarlos a no tener Estado.