Nietos de la guerra civil

Senyor_J

Los nacidos en la década de los 70 tuvimos todavía abuelas y abuelos que participaron activamente en los acontecimientos de la década de 1930, particularmente en la Guerra Civil. Yo nací en un hogar compuesto por padres y abuelos, en número de dos en cada caso, lo que daba lugar a un hogar de cinco miembros y tres generaciones. Generaciones que correspondían respectivamente a las gentes de la guerra, a los activistas de la clandestinidad y la Transición y, finalmente, a la mía, que será una generación que todavía hoy sigue buscando su momento en la historia (últimamente, en las tierras barcelonesas, a través de la simpatía o oposición a la fractura nacional catalana).

Esta situación de convivir con personas contemporáneas de los episodios determinantes de nuestra historia reciente, tan atractiva para toda persona sensible a los hechos históricos trascendentales, no tiene nada de singular, pero parece que a esta generación nuestra, la de los 70, ello no le ha impresionado ni marcado de forma significativa, excepto en aquellos casos en que, de algún modo, el vivir dominado por adultos politizados les encuadró en organizaciones afines a una temprana edad. No obstante, en el caso de las generaciones de la Guerra Civil, me temo  que el ejercicio de desmemoria que observamos políticamente en estas décadas de democracia, débilmente paliado por la Ley de Memoria Histórica en su momento, oculta un ejercicio mucho mayor de renuncia individual al conocimiento y reconocimiento del pasado familiar. Sea por traumático, por decepcionante o por la indiferencia que causa a los que ya no lo vivieron, parece que cuando hablamos de desmemoria solo pensamos en las fosas comunes, jamás en la ausencia de memoria familiar y por supuesto, aun menos, en la socialización de dicha experiencia, que entiendo que debería de ser importante para nosotros y sobre todo haber sido mucho más frecuente. Pero no ha sido así y las vivencias de la guerra raramente se han convertido en relatos transmitidos de padres a hijos y de hijos a nietos

No es extraño, así, que, por ejemplo, la reconstrucción de mi memoria familiar se componga de fragmentos bastante deshilvanados. Me consuela pensar, al menos, que lo que fue la Guerra Civil no lo aprendí en la escuela, aunque no me lo pusieran fácil al principio. Recuerdo una anécdota infantil de cuando yo tenía 6 o 7 años, en que durante un viaje en coche, mi abuela por parte de padre, que siempre residió (y de hecho aun reside) en Extremadura, describía, no sé si con demasiada precisión, que en el lugar por donde pasábamos se habían enfrentado nacionales y republicanos. Y curiosamente dejó caer dos ideas en la conversación con mi yo infantil: que ambos bandos empataron (considerémoslo una forma de restar dramatismo a la historia real) y que los buenos eran los nacionales (afirmación que por cierto no despertó reacción alguna en mis comunistas padres, allí presentes). Respecto a la segunda idea, tengo bien agarrado el recuerdo de lo que dije a continuación, sin comerlo ni beberlo: “Pues a mí me parece que los buenos eran los republicanos”. Será cierto eso de que no hay mayor verdad que la que surge de la inocencia de un niño.

Sin embargo, no fue esa la vía por la que penetraron en mí las primeras nociones precisas sobre los convulsos años 30, sino a través de mi abuelo materno, el que vivía en casa. Fallecido cuando yo contaba con 13 años, si algo me quedó claro a lo largo de los años de convivencia es que esa década de los 30 fue clave en su vida. Nacido en un pueblo turolense, me consta que emigró a Barcelona a trabajar, seguramente a finales de la década de 1920, ya que aseguraba haber trabajado en la edificación de esas dos torres venecianas que marcan el paso de la Plaza a España a la Avenida Maria Cristina de Barcelona y fueron construidas para la Exposición Internacional de 1929. Para entonces tendría unos 20 años y se había librado del servicio militar por ser excedente de cupo. Vivió la proclamación de la II República y siempre hablaba con entusiasmo de la obra republicana, poniendo el énfasis, como es habitual, en la creación de escuelas. A través de algunas explicaciones sobre el periodo republicano cuyo contenido escasamente recuerdo, penetraron ya en mí nombres como Alcalá-Zamora, Azaña, Largo Caballero, Negrín o Companys, que en mi bastante incipiente interés por la historia no tardaría demasiados años en intentar ubicar con precisión en el devenir histórico español. Sería, por cierto, durante la República cuando establecería algún tipo de noviazgo mi abuela, pero el conflicto armado separó sus destinos, mandándolo a él a la guerra y a ella de regreso a su propio pueblo, también turolense.

De su experiencia en la guerra no sé gran cosa en concreto, lo cual me sorprende, porque no todo es atribuible a mi incapacidad de recordar historias de mi infancia. Me consta que su incorporación no fue tardía, sino que estuvo en ella tiempo, probablemente en el frente aragonés. No existe en mí nada parecido al recuerdo de una anécdota concreta que siempre se reiterara en el entorno familiar, en parte porque no estaba en una familia que diera mucho pie a ello, pero en parte también por una cierta discreción. Ciertamente, cualquier persona con una experiencia dilatada en la guerra no dispone de experiencias precisamente divertidas que narrar en entrañables cenas familiares, pero tal vez en momentos de mayor intimidad, como prueba de comprensión de la necesidad de dar a conocer el horror para prevenirnos del mismo, hubiera sido oportuno y sin duda deseable trasladar esas experiencias que quedaron guardadas para siempre.

Como resultado de ello, ningún conocimiento de cierto empaque me llegó de él ni creo que a mi madre. Todo lo que alcanzo a recordar ahora mismo es su participación en la batalla del Ebro y algunos elementos sueltos de conversaciones mantenidas sobre la guerra con algún vecino. En esa práctica tan entrañable y olvidada de visitar a los vecinos en sus casas, se habían producido conversaciones en que él intercambiaba con otro, que me da la sensación que había pertenecido al bando nacional, alguna anécdota poco trascendente, fundamentalmente dirigida a mostrar que tenía buena imagen entre los oficiales o responsables de pelotón del llamado ejército popular. Pero esto ya son elementos interpretación míos, que nos adentran en la especulación, y no dispongo de otros aspectos llamativos que me permitan completar el cuadro. La guerra aconteció, no fue herido en la misma (lo que a menudo me ha hecho pensar que en buena parte de ella tampoco andaría muy cerca de la línea de frente o en entornos con choques bélicos frecuentes), mientras mi abuela pasaba la misma entre penurias, por las cuales era necesario pasear por los campos al encuentro de algún roedor que echarse a la boca y que no fueron en nada distintas a las que vivieron tantos cientos de miles de personas, cada una a su manera, en función de las circunstancias. Finalizado el conflicto, mi abuelo y mi abuela se reencontraron y según testifica un acta notarial que aún se conserva, contraerían matrimonio en la segunda mitad de 1940, regresando también a esa Barcelona de la posguerra donde costaría ganarse la vida y vivir con alguna dignidad. Con el paso de los años comprarían un piso en el Raval barcelonés y mucho después, en los albores, precisamente, de la década de los 70, otro más confortable.

Me desespera que la memoria familiar de la guerra se reduzca a esto. Los nietos de la Guerra Civil hemos vivido entre fantasmas que ni muchas veces éramos conscientes de que existían. El fantasma del hombre que ha matado a otros hombres por imperativo bélico u otras inclinaciones aun menos confesables, o el que ha visto como su alrededor los hombres caían como moscas. Hemos vivido demasiado a menudo la evocación de la guerra como una desgracia, como un mal recuerdo que se ha querido desterrar, pero no como una actividad de las que tantas personas cercanas fueron protagonistas directos, a la cual necesitaron sobrevivir para que después naciéramos nosotros y que les marcó para siempre. Una guerra que conducía al sufrimiento tanto para lo que la disputaban como para los que la soportaban en sus casas, y cuyos detalles se han ido perdiendo en gran medida por la voluntad de dar por cerrada esa etapa y mirar hacia adelante. Una guerra, además, que sin ser conscientes de que realmente existió, no podemos percibir tampoco hasta que punto algunas batallas de nuestro tiempo entroncan con ese pasado, a causa del cual nuestras madres y padres fueron de una manera y no de otra.

Respecto a estos últimos, tenemos la ventaja del testimonio, de haber estado allí cuando sucedían, al menos, una parte de las cosas importantes de su vida. Nuestra memoria de hijos de la Transición es algo más útil para alumbrar detalles de esas otras vivencias que marcaron el paso del espíritu rebelde de la segunda mitad de los 70 al cada vez más conformista de los 80 y definitivamente derrotado de los 90. Como elementos residuales de todo eso tenemos, quizás, algunas cosas que contar y me gustaría poder hacerlo. En otra ocasión.

9 comentarios en “Nietos de la guerra civil

  1. a) Descendiente de turolenses, primera infancia en el Raval… vaya! y hacía footing de joven…

    b) Mi tía no olvida su p aso por la Escuela republicana. Fué a un cole de los jesuitas necionalizado, las excursiones, las salidas… flipó con lo que vino después.
    TAmbien me habla de un tío suyo hecho prisionero en Anual o por ahí. O si no lo hicieron prisionero se escapó por los pelos (Los Pratxanda siempre en tercera, cuarta o quinta linea del fre… de la Retaguardia)

    Y sí, más recuerdos de la Guerra civil que me contaron… de mayor, depués del 75…

  2. Es razonable lo que escribes, mucho hace falta de aclaraciones y de hablar sin tabús de que esto fué, yo soy hijo de la posguerra y algo se, de todas maneras las cosas no se presentan favorables para aclarar mucho, mucho me temo que que sigan en las cunetas los que no debieron ir a ellas, se está echando mas tierra sobre ellos de manera intencionada. En mi diario de hoy doy mi opinión de la situación actual a mi manera , claro.es lo que yo pienso
    EL DIARIO DE ANDRES
    Como ciudadano hago mis reflexiones sobre cualquier cosa que me atañe como ciudadano con los derechos y obligaciones que esto conlleva.
    En el Congreso de los Diputados los sueldos brutos son de 60.290.42
    Los no residentes en Madrid tienen una asignación mensual de 1823.86 Ambos
    Lo residentes de Madrid 870.56
    Incluidos en el bruto del sueldo.
    En el caso de Duran i LLeida unos de los mejores pagados 78.897 euros
    El señor Presidente del Congreso recibe 104.000 euros
    Los Vicepresidentes reciben un complemento de 13.604 euros
    Todas las comisiones cobran complementos, todo se mueve a base de compensaciones y prebendas por trabajos para los que están cobrando por ser Diputados
    En este lote va incluida la Oposición, reciben los mismos sueldos y compensaciones sin que ninguno renuncie a ellas. Solo Toni Cantó y creo que porque no le pertenece.
    Estos cargos se supone que fueron elegidos por nosotros y por lo tanto nadie les quita legitimidad. Ahora bien no se les cae la cara de vergüenza de subir las pensiones en la cuantía de 1.85, euros es lo que supongo me corresponde de ese 0.25 de suba, los sueldos de ustedes quedan con esas cuantías, después de la bajada que les hacen.
    Están ustedes tirando a la calle la gente, un caso flagrante es el de Burgos, Barrio el Gamonal, un barrio obrero sumido en el paro, con el 30 % que vive de la pensión de los abuelos y a costa de los padres el 60% de los jóvenes, las ONGS no dan abasto. Mientras el Ayuntamiento proyecta gastarse 8.000.000 de euros en cambiar una calle, adjudicando las obras a un presunto corrupto, ¿Qué están haciendo ustedes unos y otros con la corrupción? ¿Esperar que prescriban los casos?, yo ni lo dudo.
    Mientras tanto dedican su tiempo a promulgar leyes para quitar derechos y libertades, unos promulgando y la Oposición consintiendo, justifican leyes represivas obligando a la ciudadanía a tirarse a la calle, (es de dudosa procedencia la violencia callejera) “que no la manifestación”, por la que se pueda justificar una represión fuera de lugar, (deberán averiguarlo).
    Tengo que decir ya que este foro no es de menores que siempre se ha dicho que el mucho joder descompone los cuerpos y ustedes unos y otros me están dando diarrea.
    Han sumido España en una miseria absoluta y lo que es peor de la miseria se sale, pero con ilusión y con políticas que nos amparen y nos protejan y eso ustedes lo están negando, no se le puede pedir al ciudadano sacrificios y ustedes viviendo en la abundancia y el derecho a todo, encima cargando las culpas sobre el ciudadano.
    Están sacando una ley del aborto contra viento y marea y hasta en contra de muchos de su propio partido, obligando a las mujeres, en aras a proteger al no nato, ¿ellas se lo han pedido?, la madre lo protegerá que es la que tiene el derecho y el deber, pero yo señor Ministro le pregunto que ley va usted a sacar para proteger a los ya nacidos, que como estos pasan hambre, ahí los tiene, esos vinieron al mundo ya.

  3. Pues por mi parte senyor_Pratxanda, puedo afirmar que un tío de mi madre, cuñado de mi abuela, tras el exilio de 1939, había estado internado en Mathausen, otra experiencia de la que lo único que recuerdo es que fue golpeado con la culata de un arma, dejándole una marca de por vida. Exilio del que se cumplen este año 100 años, por cierto y del que nadie tiene nada que decir…

    Y con el señor_Trigo Limpio no puedo más que ratificar la coincidencia, pues hay demasiados asuntos pendientes y sobre todo, y esta es la idea que quería transmitir, hay que abandonar los tabues. Muy interesante su aportación, por cierto…

    Mientras tanto… escuchar las intervenciones en el Parlament de Rovira, Rivera y Arrufat y el que quiere exiliarse soy yo…. A la Camats, la Camacho o el Turull no los puedo oir por prescripción facultativa.

  4. Lo que yo recuerdo, por testimonio directo, es que la impunidad es muy peligrosa. Mira, entre los compañeros de instituto que hasta ese momento parecían majos y normales, surgieron dos o tres cuyo único interés pasó a ser «pasear» a otros. Y luego fue peor, en el frente, yo conseguí por enchufe quedarme de camillero. Todavía recuerdo el día en que mi compañero de camilla, que iba delante y que era muy buena gente, le pegó una patada en la cabeza a un muerto republicano que nos encontramos en el camino: Cabrón, ya no vas a matar más… La guerra es lo peor, saca lo peor de cada uno y deshumaniza al más pintado.
    De mi abuelo, testimonio directo.

  5. Según mi abuelo materno, que perdió a su único hijo en la guerra enrolado en las filas republicanas, la represión tras la guerra lo que alteró fué el orden de los apellidos de los nacidos posteriormente. Muchos de los varones asesinados por el franquismo hubiesen seguido vivos tras la contienda y posterior purga y se hubiesen podido casar con las hermanas de otros varones que habrían sido represaliados en su lugar por el presunto bando ganador. O sea que, según él, posiblemente yo no hubiese nacido y mi lugar lo habría ocupado el hijo de su hijo.

  6. Nosotros hemos vivido el tema ETA en primera persona. ¿Cual será el relato de nuestros nietos sobre ello? ¿Lo escribirán ellos, o se lo están escribiendo ya otros?

  7. Muy interesantes las últimas aportaciones de los señores LNBL y Fernando. En efecto en la guerra sale lo mejor de cada casa…

    En cuanto a ETA no sé, yo desde luego no me considero testimonio directo, sino solo contemporáneo. Nuestro testimonio puede ser más valioso para relatar la crisis en primera persona…

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