“No corras mucho, papá”

Ángel Ramos

https://youtu.be/1ZDzVdYoEps

Muy bien le vendría al periodismo, así en general, hacerle caso a la inmortal Perlita de Huelva y darle un repaso a la letra de su “precaución, amigo conductor”. El temazo, protagonista de una de las campañas de tráfico más presentes en la cultura popular española pese a haber sido lanzada a finales de los años 60, podría servir para una campaña de concienciación del periodista medio que le advirtiera de los malos hábitos de pisar demasiado el acelerador.

No voy a descubrir el fuego si les cuento que vivimos, profesionales y público en general, bajo la dictadura del cronómetro. Hace unos años, cuando las redacciones olían a tinta, tabaco y a sobremesa larga, nuestros relojes estaban ajustados con algo llamado “cierre”: unas horas determinadas del día que servían para entregar el periódico del día siguiente si trabajabas en un periódico y unos días a la semana o al mes en caso de publicaciones o semanales. El proceso de composición de la noticia era más largo, claro. Se maquetaba y se editaban los textos en esos últimos momentos y, en el caso de algunas publicaciones, incluso se podían permitir el lujo de rehacer páginas completas, eliminar textos, reconducir líneas, suavizar o endurecer opiniones en el caso de las columnas, acabar de verificar los hechos etc. Eran esas horas y esos días los que enamoraban de la profesión, sí. Era entonces cuando el ambiente se ponía peliculero y llegabas a pensar que estabas haciendo algo que importaba a alguien. Se vivía una solemnidad para enanos donde se veían camisas arremangadas, nudos de corbata aflojados, poses de hacerse el periodista de tomo y lomo…en definitiva, de comernos un poco las pollas porque, coño, un poquito si te lo venías mereciendo, ¿no?

Ha habido periódicos en nuestro país, y muchísimos profesionales, que han cultivado su imagen en esas horas mágicas, directores de semanales y mensuales que reverdecían su prestigio en esas decisiones acertadas de última hora.

Ni que decir tiene que los que siempre hemos sido unos cínicos asquerosos y nos hemos sentido, la mayoría de las veces, como unos trabajadores poco esenciales, unos estafadores o unos turistas accidentales en ese viaje de informar, aparcábamos todos esos sentimientos de estar ahí de paso en esos momentos cruciales para unirnos en ese periodo de redención que te decía que no estábamos perdiendo el tiempo y cobrando un sueldo que, seguro, no merecíamos.

Recuerdo con especial cariño la visita de un editor británico a una redacción en la que trabajaba: aquel pedazo de pan se sorprendió de que este que escribe fuera capaz de teclear mientras sujetaba un puro entre los dedos corazón y anular de su mano izquierda. “Solo se lo había visto hacer a periodistas muy mayores y pensaba que nadie trabajaba ya así”.  Sí, amigos, me sentí un poco como el tipo ese que promociona un restaurante de la Plaza Mayor de Madrid disfrazado de Luis Candelas. “España is the place where the time stood still, señor”.

En la actualidad los cierres no existen y han sido sustituidos por un “deadline” que nos impone la intuición. La información viaja por internet a velocidades antes desconocidas para el hombre (y la mujer) y se sirve en bruto. Lo correcto sería arreglarla y prepararla antes de ofrecerla, confirmarla, pesarla adecuadamente para saber su importancia, verificar las fuentes, contrastarla, limpiar el texto de incoherencias, ajustar la crónica pero… ¿quién tiene tiempo real para hacerlo?

¿Se acuerdan de Marshal McLuhan soltando aquella cosa de que el medio es el mensaje? Pues sí, tenía razón. Los rasgos de internet (rápido y accesible para todos) son los que han marcado la forma en la que ahora se sirve la información. Es más, ha puesto a competir al periodista con el consumidor final que, dotado de los medios de producción para componer su propia información (un móvil con grabadora de voz, cámara de video y fotos y un canal de comunicación), ya no necesita el concurso de un medio profesional o de profesionales de la información (o eso cree).

Las redes sociales dichosas que son a la vez escenario de talentos, entorno donde nos desenvolvemos a diario y canal de información, han malacostumbrado el apetito del antiguo lector/espectador/oyente (el medio ofrece la posibilidad de ser esas tres cosas de forma simultánea) y lo ha convertido en un pajarito que demanda continuamente a mamá pájaro que lo alimente con información. Lo hace con tanta intensidad que, la verdad, a veces la mamá pájaro alimenta a su exigente parentela con la primera mierda que encuentra por ahí con tal de no escucharla. La inmediatez y la necesidad de acallar el “pío-pío” obliga al profesional a no pensársela dos veces. Es más, la velocidad anima a competir y las bases del concurso no tienen que ver con hacerlo bien si no con hacerlo antes que nadie. Primero porque eso asegura los primeros RT/FAV de twitter que sirven para el clic y los “me gusta” en FB que son necesarios para que el asunto circule y cobrar algo de la publicidad online. Y, ojo, es un concurso que solo premia esto y nada más porque no hay segundo premio. El primero es un coche y un apartamento en Torrevieja (Alicante). El segundo es este sonoro abucheo del público y una acusación formal de estar ocultando información “vital” por tener algún tipo de acuerdo con un ente económico o político que quiere mantener esa información fuera del ojo público. No hay más.

Confundir la velocidad a la que circula la información con informar es el peor error en el que ha caído el periodismo y, seguramente, lo que lo está matando. Más allá de la necesidad de convertir el ejercicio profesional en algo que permita sobrevivir a profesionales y a medios y la “sinergia” entre el trabajo de redacción y el del departamento de marketing (que antes trabajaban de forma paralela y ahora se entorpecen el uno al otro confundiéndose lo que es información y publicidad/propaganda) este es el peor error.

Un ejemplo clásico: La revista Playboy se mantuvo durante años sin prestar atención a sus anunciantes. Eran estos anunciantes los que llamaban a la puerta de Hugh Heffner para usar su revista como escaparate. Los beneficios de la venta directa eran tan grandes que daba igual llevar publicidad o no porque eran suficientes para pagar bien a su plantilla, contratar a cualquier firma de prestigio a la que pagar una morterada y, lo mejor de todo, a que fuera el editor el que decidiera sobre lo que iba a publicar o no. Es más, era Playboy la que decidía sobre la calidad de sus anunciantes y sobre si le venía bien asociarse a esta o a otra marca. Desde que la inclusión de espacios publicitarios se hizo imprescindible para sobrevivir lo cierto es que cualquier anunciante puede amenazar a una publicación con dejar de usar sus páginas si se publica un contenido que cree dañino para su imagen.

La necesidad, por un lado, de contentar al departamento de marketing de turno que es el que trae el dinero de tener felices a sus marcas que son las que pagan hace que las líneas editoriales se alteren y, por otro lado, la misión de mantener altos los niveles de audiencia a golpe de click ha empobrecido el contenido y convertido los titulares en basura para llamar la atención.

Otro día, si quieren, podemos hablar de lo mal que le ha sentado la literatura al periodismo (una relación asincrónica y desequilibrada donde, sin embargo, la literatura se ha llevado un gran beneficio) y, claro está, en el ejercicio pirata del noble arte de informar, oportunismo, conexiones ideológicas, diferenciar la opinión y la información, y los otros miles de males y enfermedades endémicas y transitorias que, vaya, se sufren también en otras profesiones.

Ahora hablemos de Ceuta. Ciudad crisol de razas, religiones, culturas y encrucijada de civilizaciones. Honestamente: deberían ustedes de hacerse un favor y dejarse caer por Ceuta y Melilla porque, efectivamente, son completamente diferentes a cualquier otra cosa que hayan visto en la España peninsular. Y lo digo sin atisbo de cinismo: hay ahí una España exótica y acojonante que es digna de disfrutarse.

Ceuta y Melilla (como Canarias) se han convertido en eso que el periodista rimbombante vende como “puntos calientes”. El ceutí y el melillense viven, con más o menos normalidad, no solo la convivencia de cuatro culturas (cristianos, hindúes, judíos y musulmanes), también las curiosidades del funcionamiento de nuestro estamento militar o del cuerpo funcionarial. Las ciudades de frontera como estas o Ciudad Juárez (por poner un ejemplo llamativo aunque no tenga nada que ver) tienen una fuerte presencia militar o policial. Ayer se insistía mucho en todos los medios de la “fuerte” presencia policial o militar que, repito, es bastante normal ver en ambas ciudades, como es muy normal ver en Canarias. Lo que es corriente por esos andurriales no lo es tanto para el espectador/lector/oyente peninsular que desea, además, sorprenderse y ser entretenido todo el tiempo. Sí, es cierto: no es normal que Marruecos decida abrir un agujero en su frontera y permitir que todo aquel que quiera pase al otro lado. De hecho, la maniobra es tan burda y diplomáticamente tan idiota que no hace falta explicarla más que nada porque, cuando estoy escribiendo esto, ya cientos de plumillas, youtubers y opinadores varios se han atribuido el honor de haber sido los primeros en darse cuenta de las motivaciones de Mohamed VI).

VOX habló de “invasión de España”, por ejemplo. Casado de la necesidad de arreglar las relaciones diplomáticas con Marruecos sin explicar cómo una postura más laxa nos iba a ayudar y de qué manera cuando las posturas más ligeras con respecto a Marruecos nos han llevado a varios “¡Oh, Sorpresa!” históricos.

Por si fuera poco, y porque vamos a mucha velocidad, el Juez Pedraz reabría la causa contra el hospitalizado Brahim Gali, líder del Frente Polisario, por Genocidio que elevó el bloguero saharaui Fadel Mihdi Breica que acusó a la organización de haberlo detenido ilegalmente y torturado.

Usemos otra frase hecha: “Las redes sociales ardieron”. Las buenas gentes del internet, es decir ustedes y yo, clamaron contra lo que parecía absurdo: traer a un tío para curarle el COVID y, a la vez, tratar de enchironarlo. PIM, PAM, PUM. Según la ideología de cada cual el ejecutivo de Sánchez se comportaba otra vez de forma errática y traicionera o estaba comenzando a intentar amainar la presión marroquí con un gesto circense. En el fondo: la comprensión de la separación de poderes de una democracia es nula y el desconocimiento sobre el propio funcionamiento de la justicia es desolador. La realidad: Pedraz reabre la causa porque el acusado está en suelo español y, antes de ello, la había cerrado porque no se podía contactar con el acusado que por mor de su actividad política y guerrillera suele permanecer en paradero desconocido. Esto, que se incluye en el cuerpo de cualquier redacción o crónica sobre la noticia es demasiado compleja para explicarla en el titular y, por tanto, permanece oculta en el cuerpo del texto que ustedes y yo ya no tenemos tiempo de leer. No se lee, ergo, no se comprende y reaccionamos de manera emocional.

A mi cabeza vienen desde ayer los flashes del recuerdo de lo que se conoció como “Crisis de Perejil”. ¿Se acuerdan?

Perejil es un islote de nombre peregrino y titularidad española ocupado el 11 de julio por una señora y sus cabras. O, mejor, solamente ocupado por las propias cabras. Unas cabras marruecas, por cierto. Marruecos tuvo la ocurrencia de ocupar la isla militarmente. Corría 2002.

El caso es que los dos gobiernos tuvieron a bien denunciar el hecho ante la administración americana dirigida en ese momento por George Bush y trasladarse a su entonces Secretario de Estado, Colin Powel, la necesidad de que fuera el árbitro de la contienda. Años después el propio Powell dijo en una entrevista a la revista GQ que aquello le sacó de quicio cuando ambas partes le pidieron que si hacía una valoración oficial se refiriera al enclave con la localización geográfica y evitara usar el nombre español de la isla (Perejil) o el nombre marroquí (Laila). Después dijo que aquello de que le importunaran por un problema sobre una isla “estúpida” le pareció de muy mala educación. La opinión de Don Colin, sin embargo, no arredró a los contendientes: Marruecos siguió con su dialéctica nacionalista y el entonces ministro de defensa, Federico Trillo, pasó a la historia por haber escrito una nota oficial sobre la operación de rescate como si aquello hubiera sido la batalla de Lepanto que se encabezaba con su ya famoso: “Al alba y con viento de Levante…”. El propio ejecutivo de Aznar difunde una foto de la izada de la enseña nacional en el islote recuperado que, a nadie se le escapa, es un intento de copiar la foto de la izada de la bandera por parte de unos soldados estadounidenses en Iwo Jima.

En esas apenas 48 horas también fue evidente la burda manipulación diplomática por parte de Marruecos y su interés por mantener vivo el conflicto para formar el aligeramiento, en ese momento, del paso fronterizo de Ceuta y Melilla que se habían tomado tras el 11-S y que habían provocado muchos problemas al pequeño comercio de las zonas aledañas a las ciudades españolas que viven del paso de mercancías minoristas y, claro está, el no menos burdo interés por el ejecutivo de Aznar de mantener una postura dura que incluyera la respuesta militar en caso de ser necesaria para ganarse el derecho a formar parte de la lista de aliados preferentes de Estados Unidos que, luego, culminaría con la famosa foto de la cumbre de Las Azores en 2003. El precio: bajo. Mohamed VI consiguió lo suyo, Aznar lo suyo y, en la operación, solo sufrimos cierta vergüenza ajena por aquello de Trillo. La peor parte la llevó la señora que tenía sus cabras pastando allí que acusó a los militares españoles de haberle matado a 10 para comérselas. Se elevó acusación, pero, a día de hoy, no sabemos si le fueron restablecidas o si eso ocurrió en realidad. Cuando me enteré de lo de las cabras a mi memoria vino la película “Acorralado” (1983, Ted Kotcheff) y la forma en la que el mentor de Rambo, el Coronel Trautman, define a su pupilo ante el sheriff local: “Rambo comería cosas que harían vomitar a una cabra”.

No hay que olvidar que, durante aquellos días, los periódicos según línea editorial adoptaron posturas muy diferentes. El viejo “El País” de aquel entonces optó por la cautela como herramienta de su autoimpuesto papel de sereno defensor de la democracia. El antiguo “El Mundo” por su ya entonces clásico “Alabim, Alabam, Alabim Bom Bam, Aznar, Aznar, y nadie más” y el ABC de hoy, ayer y siempre, por aplaudir la vuelta a las buenas costumbres españolas y darle al ejército de oportunidad de tomar las riendas y protagonismo.

Si creen ustedes en el karma les diré que ambos gobiernos tuvieron la obligación de enfrentarse a una crisis real en la que tendrían que haber trabajado más unidos: El atentado contra la Casa de España de Casablanca el 16 de mayo de 2003 donde fallecieron 41 personas de ambas nacionalidades y que tuvo un tratamiento menos especial desde un punto informativo y no mereció tanto interés por parte de nadie pese a lo mucho que nos hubieran revelado para evitar atentados como los del 11 de marzo de 2004 en Madrid o la extensión del ISIS por el Magreb.

La comprensión de los hechos debería siempre primar sobre eso que se llama “construir la narrativa” que es una falacia dirigida a sentimentalizar los hechos. Un peligro porque todo el mundo sabe que el corazón tiene más fuerza con la cabeza y que más tiran unas fake news y/o el tradicional amarillismo que todos los datos del universo que se digieren de forma más lenta. Posiblemente la salvación de la profesión periodística y de los medios, en general, esté en saber echar el freno a tiempo, dejar de competir por el click y centrarse en hacer un trabajo un poco menos instantáneo y mejor argumentado. Es verdad: no estoy descubriendo nada nuevo.

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