Objeción de conciencia: la última coartada

Barañain

Ha sido noticia días atrás el nacimiento en un hospital público sevillano del primer niño concebido al amparo de la Ley de Reproducción Asistida mediante un proceso de selección genética de embriones que permitirá salvar la vida, previo trasplante celular, a su hermano grave e incurablemente enfermo.

Los obispos se lanzaron en seguida al ataque, con la piedad y contención que les caracteriza, porque para lograr que viniera al mundo un ser genéticamente compatible con el hermano desahuciado y a salvo de su enfermedad, “se  ha privado de su derecho a la vida a  sus hermanos” en alusión a los embriones descartados. La respuesta obvia, de los afectados y de la inmensa mayoría de la gente es cuestionar esa moral que pretende anteponerse al legítimo interés de unos padres por salvar la vida de su hijo, del hijo realmente existente.

Perdida la batalla mayor, la pretensión de los clérigos es conseguir que lo que técnica y jurídicamente ya es posible en nuestro país – la selección genética de embriones por motivos médicos-, se convierta en una carrera de obstáculos que haga desistir a la mayoría de sus potenciales beneficiarios. Probablemente es a su poder de intimidación a lo que obedecen tantas cautelas y exigencias de controles previos al visto bueno a cada solicitud, como existen en la norma aprobada por la mayoría progresista en la pasada legislatura  (con el voto en contra de PP y UDC).

La otra baza con que juegan los opositores a esta norma, a la que me quiero referir aquí,  es su atrincheramiento en el mundo sanitario, mediante la generalización  de la denominada  “objeción de conciencia” de los profesionales que han de llevar a la práctica los tratamientos que irritan a la jerarquía católica. El mundo médico, el de las batas blancas, se convierte así en uno de sus terrenos favoritos (otro es el educativo)  para la defensa de unas determinadas convicciones morales o religiosas, las propias de los de las sotanas negras. Invocando el supuesto derecho de los profesionales a hacer valer sus particulares convicciones “frente a la imposición del Estado”, tratan de limitar el acceso a los beneficios que esta legislación progresista otorga a los ciudadanos. Convertirlos en letra muerta.

Es la misma batalla –en torno a las mismas obsesiones-, que se libra contra la investigación con “células madre”. La misma que explica –junto con otros factores, desde luego-, que en España el  uso de los cuidados paliativos esté  aún muy por debajo de las posibilidades técnicas existentes,  que  el  justamente llamado “encarnizamiento terapéutico” siga siendo una lamentable realidad,  que hablar de derecho a una muerte digna sea todavía tabú. O que, por poner el ejemplo más conocido,  la imposibilidad material de someterse, en numerosas zonas del país, a una interrupción voluntaria de embarazo sea una realidad verdaderamente escandalosa. Es la misma historia  que hace  que, especialmente cada fin de semana, sea habitual en muchas localidades españolas la «peregrinación» de chicas jóvenes, por diversos  servicios de urgencias, hasta conseguir la píldora post coital. 

Con la «objeción de conciencia» hay una tendencia a la generalización abusiva e interesada de su defensa, como forma de resistencia frente a las políticas progresistas de gobiernos legítimos,  que se proyecta especialmente sobre los ámbitos de la sanidad y la educación públicas (como estamos viendo, a propósito de la negativa a impartir Educación para la Ciudadanía, alentada por el PP en las Comunidades que gobierna). Esta abusiva utilización de un concepto tan etéreo –por no decir inconsistente-, ha ido creciendo porque, en general, quienes apuestan por esas políticas progresistas  han rehuido la discusión, abordando la cuestión de manera timorata, a la defensiva, como si pisaran un terreno resbaladizo. Y sin embargo debería tenerse claro que sólo una regulación muy restrictiva de la “objeción de conciencia” – de servidores públicos o de ciudadanos-, es coherente con el sistema democrático. 

Desde luego, la objeción de conciencia no es ningún derecho reconocido por las leyes como tal, con ese sentido expansivo que se le pretende dar, como si bastara el disgusto que tal o cual norma provoca a un servidor público (o aun contribuyente)para eximirlo de su cumplimiento. Mucho menos puede hablarse – como se ha llegado a escuchar a algún obispo o político conservador-, de que se trate de uno de los «derechos humanos» cuyo ejercicio  sólo quepa respetar. Como si de algo evidente se tratase. 

En realidad, no hay norma internacional alguna  –ni convenio o tratado en materia de derechos humanos-, que reconozcan un derecho a la objeción de conciencia.  En el ordenamiento jurídico español no existe una regulación general al respecto ni para los  profesionales sanitarios ni para los demás ciudadanos. La Constitución  recoge la objeción de conciencia  a un único y concreto deber legal: el antiguo servicio militar obligatorio.

A falta de tal regulación, a  nivel judicial sí  se han dado pronunciamientos, tanto del Tribunal Constitucional como del Tribunal Supremo. El  Tribunal Constitucional al pronunciarse por vez primera sobre la despenalización del aborto (para resolver sobre una cuestión de inconstitucionalidad) configuró un derecho a la objeción de conciencia del profesional sanitario que derivaría del artículo 16.1 de la Constitución Española, el que ”garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto” (STC 53/1985).  Esta Sentencia ha sido muy utilizada para argumentar, en el entorno sanitario, que existe ese derecho íntimo del profesional  a ser objetor de conciencia invocando el citado artículo 16. Más tarde, el TC cambió de posicionamiento (STC 161/1987) declarando que la objeción de conciencia no es un derecho fundamental, sino, en todo caso,  un derecho constitucional de naturaleza excepcional, cuyo reconocimiento frente a la obligación de una norma legal concreta tiene que ser expresamente reconocido por dicha norma legal.

En base a este criterio que el TC  ha ido consolidando con el paso de los años, algunas CCAA –la de Madrid, por ejemplo-,  a la vez que regulan, por ejemplo,  el derecho del paciente a dejar por escrito sus  “últimas voluntades” (o “testamento vital”) con  Instrucciones previas para que no se le someta a determinados tratamientos cuando esté en situación terminal, lo acotan  declarando el derecho del profesional a objetar y no cumplir así la voluntad del paciente.  

Al rechazar el TC, en base a ese criterio suyo actual, la solicitud de amparo de una enfermera de Prisiones sancionada por negarse  a facilitar metadona a reclusos heroinómanos  invocando su objeción de conciencia, el alto tribunal dejaba caer que  “su negativa a realizar la conducta que se le ordenó no es equiparable a la objeción de conciencia de los médicos a practicar abortos”, entre otras cosas, porque  “no existen creencias religiosas implicadas” en la actitud de esa profesional.  En esta curiosa observación –no sé si llamarla “lapsus”-, del TC está, en mi opinión,  la clave de la inconsistencia del concepto:

¿Por qué deben tener una consideración especial las creencias religiosas frente a otro tipo de convicciones? Si la libertad religiosa o de culto está al mismo nivel de protección constitucional que la libertad ideológica, es evidente que cualquier objeción fundada en motivos ideológicos (políticos, por ejemplo),  tendría que ser igualmente reconocida por las normas que impusieran obligaciones legales.  

La «prueba del nueve» del sinsentido de esa concepción extensiva de la objeción de conciencia  es que nadie aceptaría que, en todos los ámbitos de la vida social, cada cual se aplicara esa objeción ante cualesquiera obligaciones por los más variados motivos, pretendiendo, sin más,  su aceptación social. Lo que ocurre es que quienes arguyen en favor del reconocimiento de esa objeción dan por hecho que se refiere sólo a «sus» particulares concepciones morales -casi siempre del mismo signo-, algo no generalizable. Es fácil de imaginar el vértigo que provocaría un reconocimiento generalizado de cuantas objeciones individuales a las leyes se plantearan, algo socialmente inmanejable e incompatible con una convivencia organizada sobre bases democráticas. 

Lo que debe preocupar a los poderes públicos –y especialmente a las autoridades sanitarias-,  no es cómo garantizar que la ideología, o el criterio moral, o la pertenencia a una secta -por importante y numerosa que sea-,  de unos empleados públicos prevalezcan sobre sus obligaciones – esas por las que les pagan todos los contribuyentes, compartan o no sus obsesiones y prejuicios-, sino, muy al contrario, cómo garantizar que los ciudadanos/pacientes vean garantizada la asistencia a la que tienen derecho,  en toda su extensión.

11 comentarios en “Objeción de conciencia: la última coartada

  1. Gracias, Barañain. Nada que objetar.

    No haré sino abundar en lo que ya dices con más elocuencia. A mí lo que me parece clave es la conexión que haces entre este asunto y servicio público. El funcionario, el que recibe una retribución del contribuyente por su trabajo, actúa dentro de un marco establecido por el legislador en beneficio de la comunidad. Ese marco, legal y legítimo (porque, de no serlo, los mecanismos correctores del sistema actuarían), no debe conceder ningún juego a los criterios personales del empleado. El ginecólogo que no quiera practicar abortos en un hospital público, que se dedique a recomedar el ogino en clínicas privadas o que se haga reumatólogo; las mujeres tienen un derecho sobre su salud que, en mi opinión, debería prevalecer sobre los escrúpulos oscurantistas del funcionario del que se trate.

    Abrazos para todos.

  2. » ……… Y sin embargo debería tenerse claro que sólo una regulación muy restrictiva de la “objeción de conciencia” – de servidores públicos o de ciudadanos-, es coherente con el sistema democrático. ……….»

    Tambien se puede tener claro lo contrario.

  3. Pues yo tengo clarísimo que si se diera el caso de que me tuvieran que llevar al hospital medio desangrada (espero que no, lagarto-lagarto), no quiero fenecer ante la piadosa mirada de un médico de urgencias testigo de jehová, que considera un pecado nefando hacerme una transfusión de sangre.

  4. Caray con el debate democrático. Están Vds. como las encuestas, queridos compañeros. No me extraña que nuestro articulista opte por hablar del tiempo. Entiéndanme, por hablar de esas fruslerías de las que nos obligan a hablar al haberse ya descubierto el pastel de cómo engañamos a todo el mundo desde mucho antes de que empezase la pasada campaña electoral. Aunque tampoco es para que se pongan así, ¿qué les íbamos a contar? ¿La verdad…? Pero si no la hemos dicho nunca. Y, además, ¿entonces cómo leches pretendían que ganásemos las elecciones? ¿No se dan cuenta de que ésta es una pescadilla que se muerde la cola? Es que hay que explicarlo todo. Que no todos los meses tenemos un Prestige, hombre… O una guerra de Irak. Qué más quisiéramos nosotros. Otras veces lo que nos manda el Señor es una crisis megatrónica y tenemos que capear el temporal como sea y en dos tardes. Fíjense qué rápidamente lo ha entendido el compañero Barañain. Al mal tiempo buena cara que diría el otro. Ya escampará y sacaremos otra vez a pasear los espantajos de la derecha extrema, la Guerra Civil (bueno, éste no hace falta, que ya nos está haciendo el caldo gordo nuestro hombre en la Audiencia Nacional), los procesos de paz, la carcundia gótica y los amigachos del dedo en la ceja. Ahora lo que toca son miembras, aborto y eutanasia.

    Por cierto, ¿han visto qué coche tan bonito que se nos ha comprao el gallego? Y qué reforma se ha preparao el gachó en el despacho, ¿eh…? Para mi taller de bricolage la quisiera yo. Le ha debido quedar casi mejor que el el Penhouse de Mariano (por supuesto me refiero a nuestro muy rojo ministro). Vamos, que entre el despachillo que se nos está diligenciando nuestro querido bellotari, los touriños y bermejos, el Palacio de San Telmo y los asesores de la Diputación Provincial almeriense es hasta para plantearse si de verdad estamos en crisis. Como no sea la de los votantes… Porque desde luego la nuestra yo no la veo por ningún lado. Si es lo que decía Carmen Pixidixie, que el dinero público no es de nadie, contra. Que está más que demostrado.

    Bueno les dejo por hoy, compañeros, que esta noche damos la mariscada mi mujer y yo y tengo que poner el Moët Chandon a refrescar. Sigan así, con el cambio climático y tal, pero con un poco más de vidilla, leches, que no se diga.

  5. Se me olvidaba (qué cabeza la mía). Toquen también cuando puedan lo de los neocon esos y el ultraliberrimismo. ¿Cómo lo llama Pepe, coño? Refundación de la política, o del capitalismo del mercado. No sé. Es que este hombre habla tan raro… Es igual. Que le den estopa a eso del capitalismo, vaya. Se sobreentiende que al de los demás, que es el malo, claro. Porque lo nuestro es otra cosa, «inherente al cargo» creo que lo han llamado con gran juicio nuestros amigos de La Psoe andaluza.

    Ahora sí que les dejo que creo que me he quedado sin Royal Beluga y me da que voy a tener que mandar a Bautista al Sánchez Romero. Que le abran aunque sea alguien en pijama que si no mi señora me cruje. No se imaginan lo buena anfitriona que es. Y solidaria como nadie, no se vayan a creer, que luego les bajamos las sobras a unos homeless que hay abajo y las chupan que da gusto verles.

    Lo dicho, queden con Dios y con Gaspar Zarrías.

  6. Una vez más, guzmán intenta ser irónico y no pasa de sarcástico.
    El coche, es idéntico a los que usaba Fraga, querido merlucillo pirrónico. Y si cuesta ese dinero es porque en este país hay un grupo terrorista que mata a gente. Lamentablemente el presi tiene que ir en un coche blindado.
    Y no, no ha reformado su despacho. Reformó toda un ala de las oficinas de la xunta de Galicia. Y lo hizo en el 2007. Otra cosa es que quieran sacarlo ahora los del PP-Upyd-cope (tanto monta monta tanto) para hacer ruido.

    Pero tiene usted razón en otra cosa. No tenemos todos los meses un prestige o una guerra de Irak. Y todavía tardaremos como mínimo 3 años en tener posibilidad de tenerlos. Por ahora estamos blindados, gobierna gente razonable.

    De todos modos, tiene usted razón. ¿cómo se nos ocurre hablar hoy de la objeción de conciencia con la que está cayendo? Es mucho más razonable hablar de lo que habla hoy Rosa de España, que es un tema mucho más actual.
    El sáhara.

  7. La objeción de conciencia es un invento que se han sacado de la manga los funcionarios públicos y los papás de niños en edad escolar en los últimos tiempos para no cumplir las leyes que no les gustan. Que yo sepa, es algo que existía sólo para negarse a empuñar las armas cuando el servicio militar era obligatorio. Pero nunca oí que un profesor pudiera alegar objeción de conciencia para que sus hijos no estudien matemáticas, por ejemplo, si por alguna razón no le da la gana que su hijo estudie tal materia. Pues ahora resulta que no. Que si uno es contrario al partido socialista, porque esa es la única razón, para qué nos vamos a engañar, uno puede objetar a que se enseñe una asignatura, la Educación para la ciudadanía, a sus hijos. Y no digamos los médicos que objetan para no practicar un aborto a una mujer que quiera abortar ajustándose a la ley. El ejemplo que trae Ossiana del supuesto médico testigo de Jehová que se niega a practicar una transfusión es clarísimo.
    Una vez, hace años, me pasó una cosa en la farmacia de mi barrio que me impresionó. Era un domingo por la mañana, yo estaba esperando para comprar algo y entró una chica joven claramente angustiada. Pidió la píldora del día después, y la farmaceútica, muy circunspecta, le dijo que no podía dársela porque podía tener contraindicaciones, que fuera al Centro de Salud. La chica, con una angustia que conmovía a cualquiera, le dijo que ya había ido y no se la habían dado. La farmaceútica le dijo entonce que fuera a las urgencias de un hospital. La chica, a punto de llorar, dijo que había ido al Puerta de Hierro y que tampoco habían querido dársela. La farmaceútica le dijo que lo sentía mucho pero que comprendiera que habiendo posibles efectos secundarios, ella no podía dársela. La chica se fue casi llorando. Y entonces la farmaceútica, me miró con gesto de complicidad y me dijo: «y mis principios, ¿qué?». Yo la miré estupefacto y no le dije nada a pesar de mi indignación. Me arrepentí muchísimo siempre de no haberla puesto verde. NO volví a entrar a esa farmacia. Seguro que esa farmaceútica está en contra del aborto. Pero no le importó contribuir a que aquella chica se quedara embarazada sin quererlo y tuviera que pasar por el trance de plantearse un aborto. Ante todo, «sus principios». Hipocresía pura.
    Respecto a los obispos que se escandalizan de la muerte de los embriones no seleccionados en los casos de embarazos buscados para salvar la vida de un hermano, yo he tenido la suerte de conocer bastante a una de esas madres heroínas, una que ya ha parido un hijo para salvar a uno de sus tres hijos enfermos de una muerte segura, y que lo ha salvado después de un proceso largo y difícil y que está embarazada hoy de dos gemelos que van a nacer y que van a salvar a sus otros dos hermanos. Es una de la mujeres más admirables que yo he conocido en mi vida. Lo que debían hacer los obispos es poner a las mujeres como ésta en sus altares y dejarse de decir disparates. Qué sabrán ellos de lo que es tener un hijo. Y de lo que es tener un hijo condenado a una muerte segura. Por qué hablarán de lo que no saben.

  8. Felicidades a Barañain por su artículo. Me ha gustado mucho el tema del artículo. Yo soy partidario de todo lo que sea favorecer el desarrollo y el progreso de la sanidad. Todo lo que sirva para mejorar la calidad de vida de los ciudadanos me parece positivo. Por un solo caso que resultase favorable, ya me parecería acertado. En cuanto a la posición de la Iglesia y la derecha…pues lo de siempre, es decir, van para atrás como los cangrejos. Vivimos en un Estado aconfesional y laico, lo que diga la Iglesia lo debemos respetar pero no nos tiene que marcar ni impedir el progreso y el desarrollo de la sociedad.

    Un saludo y buenas noches.

  9. Por cierto, precioso reportaje del pasado domingo en El País sobre este tema.

    Ahora sí, buenas noches.

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