David Rodríguez
La ola de calor que acaba de vivirse en buena parte de Europa ha sido de las más intensas en los últimos tiempos. En Catalunya ha durado desde el 25 hasta el 30 de junio, y por primera vez en la historia el Servei Meteorològic de Catalunya (SMC) ha publicado un mapa de avisos del máximo nivel en todas las comarcas. Se ha alcanzado el récord de temperatura máxima en estaciones automáticas con series de datos de más de 30 años, con 43,8 ºC en Alcarràs. En 126 de 145 estaciones con más de 10 años de datos se han superado los registros máximos del mes de junio. Se han producido temperaturas máximas de más de 40 grados durante cuatro días consecutivos. En el Observatorio Fabra de Barcelona se ha alcanzado una mínima nocturna de más del 31 grados, hecho que el propio SMC califica de ‘insólito’. Y todos estos récords se extienden a otros territorios: Francia, sin ir más lejos, ha logrado la máxima histórica de 45,9 ºC en Gallargues-le-Montueux.
Sostienen los expertos que no puede vincularse un episodio meteorológico concreto al fenómeno del cambio climático. Sin embargo, la acumulación de estos episodios a lo largo de los últimos años es señal inequívoca del calentamiento global. A estas alturas, las posiciones negacionistas son meramente testimoniales, y el listado de efectos que provoca la alteración del clima ha sido documentado en diversos informes de diferentes instituciones, tanto nacionales como internacionales. Sin lugar a dudas, esto debería ser un elemento de preocupación para todas las fuerzas políticas, y tendría que estar en el centro del debate social. En cambio, hay algunos hechos que desgraciadamente parecen ir en dirección contraria a lo que sería sensato. Me refiero, por ejemplo, a lo que está ocurriendo con Madrid Central.
Efectivamente, el gobierno tripartito de las derechas madrileñas no ha dudado en suprimir una de las medidas más destacadas del mandato de Manuela Carmena, incluso retrocediendo casi dos décadas en lo que se refiere a la invasión del vehículo privado por el centro de la ciudad. Pese a los efectos positivos de la limitación del tránsito, reconocidos por expertos e incluso por instituciones europeas, la nueva alcaldía ha impuesto su talante puramente revanchista contra uno de los símbolos del anterior consistorio. La calidad del aire ha quedado en un segundo plano frente a las ansias de echar por tierra Madrid Central y frente a los deseos de quienes no entienden otra forma de transporte que el uso de su máquina de motor.
En Catalunya ya vivimos un hecho similar hace casi unos diez años. El gobierno tripartito, en este caso progresista (PSC, ERC e ICV-EUiA), aprobó un plan para la mejora de la calidad del aire en 40 municipios del Área Metropolitana de Barcelona. Este plan incluía, como medida más mediática, la limitación de la velocidad máxima a 80 kilómetros por hora en buena parte del Área Metropolitana de Barcelona. Esta propuesta fue bombardeada, desde el primer momento, por los amantes de la velocidad y de las prisas, haciendo que el conseller Francesc Baltasar se ganara varios semáforos en rojo en los medios de comunicación de la derecha. Cuando Artur Mas llegó al poder, una de sus primeras decisiones en 2011 fue levantar dicha limitación de velocidad, demostrando que el conjunto de la derechas de la Península Ibérica comparten el vicio del revanchismo, el desprecio hacia la salud de las personas, el olvido de las generaciones futuras y el amor a la contaminación sin límites. En este caso, además, el CREAL (Centre de Recerca en Epidemiologia Ambiental) acababa de publicar un estudio en el que demostraba que la reducción de partículas contaminantes en Barcelona y sus cercanías podría llegar a evitar hasta 3.500 muertes prematuras derivadas de los problemas de salud asociados a la contaminación.
Ante la falta de sensibilidad ambiental de las derechas, es imprescindible que las fuerzas políticas progresistas se pongan de acuerdo en combatir los efectos del calentamiento global. El último informe del IPCC (Panel Intergubernamental de Cambio Climático de las Naciones Unidas), publicado en 2018, explica las ventajas derivadas de limitar el aumento de la temperatura media global a 1,5 ºC. Por lo que a España se refiere, me parece una buena noticia que Unidas Podemos acabe de poner sobre la mesa el tema de la emergencia climática para un acuerdo con el PSOE, teniendo en cuenta además que esta es una de las prioridades que señala Pedro Sánchez para su hipotético próximo mandato. Sería deseable que se concretara lo antes posible el acuerdo de investidura, cuyos entresijos no voy a valorar aquí porque no es el objetivo del presente artículo. Pero el tiempo no espera, y los fenómenos meteorológicos extremos no entienden de demasiadas dilaciones. No es cuestión de que la ola de calor venga seguida de una ola de insensatez.