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Como estaba previsto, a principios de semana la Unión Europea adoptó sanciones contra Rusia por su anexión de Crimea tras la celebración de un referéndum de independencia ilegal – es decir, no permitido en la legislación ucraniana – en presencia de varios miles de soldados que hablan ruso, llevan armamento ruso y conducen vehículos rusos, por más que no lleven signos identificativos del ejército ruso (lo cual ya constituye una violación del derecho internacional, por cierto). En concreto, el Consejo de Ministros de Exteriores de la UE decidió congelar los activos financieros y negarle la entrada en la UE a 21 individuos, 8 de Crimea y 13 políticos rusos que se habían destacado por su retórica anexionista.
La semana anterior, la UE ya había suspendido las negociaciones con Rusia para una posible exención generalizada de visados, para concluir un nuevo acuerdo marco entre la UE y Rusia, y se había sumado a la suspensión de los preparativos para la cumbre del G-8, que debería celebrarse en junio en Sochi, dado que Rusia ostenta este año la presidencia rotatoria del grupo. Dado que la situación no sólo no mejora sino que empeora a marchas forzadas – firma de la anexión, toma por la fuerza de los cuarteles ucranianos en Crimea, incidentes cada vez más frecuentes en otras ciudades del este y sur de Ucrania – es previsible que los jefes de Estado y de Gobierno de la UE, que se reúnen hoy y mañana en Bruselas, decidan adoptar medidas complementarias.
La opción más sencilla es cancelar hasta nueva orden las Cumbres bilaterales semestrales entre la Unión y Rusia y ampliar la lista de rusos sometidos a sanciones individuales, incluyendo a algunos influyentes consejeros del Kremlin a los que se considera urdidores de la operación. Es posible que el Consejo Europeo imponga también un embargo de armas a Rusia y quizás medidas comerciales limitadas, sobre productos de lujo, oro, etc. Contra lo que comúnmente se piensa dada su producción armamentística, Rusia sí importa un volumen considerable de armas de algunos países de la Unión Europea. En concreto, Francia – que no es la única que le exporta – tiene pendiente la entrega de un pedido de cuatro buques de guerra por valor de unos 1.700 millones de euros.
Lo que no es previsible es que la Unión vaya a adoptar medidas contra las importaciones de gas y petróleo rusos, que son las que verdaderamente le harían daño a Rusia. No es previsible porque la Unión no puede permitírselo. En general se suele pensar que nuestra dependencia energética de Rusia está ligada a los suministros de gas. Siendo muy importantes, lo son todavía más las importaciones de petróleo. También para Rusia, cuyos ingresos públicos por las exportaciones de petróleo son muy superiores a los que devengan las exportaciones de gas. Esa es una parte del problema. Si Europa cortara las importaciones de gas, Rusia no podría exportárselo a otros países a corto plazo porque la mayoría del gas transita por gasoductos. Pero precisamente por ello, Europa tampoco encontraría fácilmente suministros alternativos, por más que Noruega y otros incrementaran drásticamente sus envíos en forma de gas licuado (GNL). Sería más fácil cortar las importaciones de petróleo y comprar los barriles de otros suministradores, pero a Rusia también le resultaría relativamente sencillo encontrar otros clientes. Además, cualquier medida en este sentido provocaría un inmediato repunte de los precios del crudo con lo que Europa tendría que comprar más caro a otros mientras que Rusia se beneficiaría vendiendo igualmente más caro a otros. Y nuestra economía no está lo boyante que sería necesario como para permitirnos esa alegría, por más que la rusa esté igualmente frágil.
Tampoco son previsibles medidas comerciales en otros sectores porque en casi todos ellos, es Europa la que le exporta a Rusia – por ejemplo coches – y llevamos años batallando precisamente para que Rusia deje de poner trabas ilegales dentro del marco de la Organización Mundial de Comercio. Marco que, por cierto, tampoco nos permite adoptar medidas comerciales con una motivación política en ausencia de una resolución del Consejo de Seguridad de la ONU que obviamente nunca llegará en vista del derecho de veto ruso.
Por tanto, no habrá guerra comercial con Rusia con independencia de lo que suceda en el Este y Sur de Ucrania. Sin embargo, es cada vez más evidente que hemos entrado en una nueva guerra fría, que durará bastante tiempo, en parte también porque interesa a poderosos sectores de ambas partes.
Del lado ruso, Putin y sus adláteres salen ganando con la demostración de fuerza y la polarización resultante. Por un lado, dejan sentado que no van a tolerar el menor atisbo de “revolución ciudadana”, ni en Ucrania ni mucho menos en Rusia. No olvidemos que hace muy poco hubo un conato de “primavera ciudadana” en Moscú. Por otro, la defensa nacionalista de Crimea y de las zonas mayoritariamente ruso parlantes de Ucrania, es un fuerte acicate de cohesión nacional en Rusia.
¿Quién gana en nuestro lado con esta deriva de enfrentamiento? Los que siguen contemplando el mundo como un tablero de rivalidad geoestratégica – lucha de civilizaciones – entre el Oeste democrático y liberal en lo económico y el resto y el denominado complejo industrial militar. No es demagogia. Ya les he oído argumentar en reuniones restringidas que ojalá la toma de Crimea sea un revulsivo para que las sociedades occidentales acepten destinar muchos más recursos a la defensa.
Yo mismo he escrito en este blog un artículo a favor de invertir más en defensa. Lo cortés no quita lo valiente. Unas fuerzas armadas capaces son un elemento indispensable para asegurar la defensa de nuestra independencia y nuestra democracia frente a quienes pueden querer atentar contra ellas. Y haberlos haylos. Además, la industria de defensa es un motor de desarrollo económico fuertemente multiplicador, con reverberaciones muy positivas también en el plano civil – piénsese en internet, por ejemplo.
Ahora bien, ni en sus sueños más húmedos está Putin pensando en invadir Europa Occidental y no tiene sentido tratar de utilizar su agresión a Ucrania para regenerar los ejércitos occidentales al nivel de la guerra fría. Aun así, ya han empezado a aprovechar que el Pisuerga pasa por Valladolid.
En todo caso, lo que está pasando es una tragedia de la que sólo salen ganando los “malos”, que están en todas partes. Los ucranianos tienen demasiados problemas políticos, económicos y sociales como para tener que, además, enfrentarse a una polarización cultural y a una agresión militar. Los europeos las estamos pasando canutas con la crisis y apenas nos estamos dando cuenta de que nos están dando gato por liebre con el desmantelamiento del Estado del Bienestar: nos bajan los salarios y al mismo tiempo las prestaciones públicas. Y los rusos ya tienen demasiados problemas internos – economía lamentable basada casi exclusivamente en la exportación de materias primas, demografía menguante, alcoholismo rampante, corrupción brutal, autoritarismo… – como para enfrentarse de nuevo al mundo occidental, recreando una versión eslava del modelo chino que sólo beneficia a la élite gobernante.
Pero así están las cosas y no parece que nadie sea capaz de remediarlo.
Muy buen artículo. Explica muy bien por qué las opciones son limitadas. Y tanlimitadas añdiría yo. Simplemente que Francia esté construyendo 4 destructores para Rusia, pone de manifiesto la enorme debilidad de Europa. Si, además, cortamos importaciones de petroleo de Rusia, como dice muy bien el articulista, nos subiría el precio del petroleo….lo que beneficiaría a Rusia. Hay que evitar por todos los medios instalarnos nuevamente en la guerra fria. A Servia le hemos quitado Kosovo y Rusia nos ha quitado Crimea. Empate. Ademas, lo cierto es que Crimea simpre fue rusa. El tonto de Kruschev se lo regaló a Ucrania, pensando que Ucania seguiría siempre en la URSS. Lo que mas interesa a Occidente es que China,India y, con menos posibilidades, irán no sean amigos de Rusia y asi evitaremos una guerra muy fría. Los europeos tenemos que comprender que ya no somos nadie.