Marc Alloza
El pasado viernes Cathy y John fueron a buscar a sus hijos al colegio en su ranchera. Habitualmente van andando a buscarlos, pero los días de entreno lo hacen en su armatoste para poder llegar con tiempo suficiente para que se cambien e inicien la sesión sin estrés. Como todos los días, los niños salieron puntuales por la puerta dónde Cathy los esperaba merienda en mano y a las 16:50, hora local, ya enfilaban hacia el puente que les llevaría al centro deportivo al otro lado del río.
A escasos 150 metros de la entrada de colegio, la ranchera de los Smith-Wesson se cruzó con un equipo de recogida de jeringuillas de la American Red Cross (Cruz Roja Americana). John los distinguió por los polares rojos, las pinzas extensibles y el contenedor de jeringuillas amarillo.
– Mira. – le dijo a Cathy.
Ella los vio rápido a pesar de que John no indico ni dirección ni nada. Eran muchos años ya de “miras” sin decir más. A pesar de que alguna vez la fórmula había causado algún debate, al final un cierto sentido telepático se había desarrollado entre ambos que les permitía fijar la atención en lo mismo ante un “mira” independientemente de quien lo dijera.
– ¿Qué son?
– Recogedores de jeringuillas.
– ¿Aquí?
El itinerario del equipo de recogida probablemente consistía en realizar una batida bajo el viaducto, las zonas de arbustos a la orilla del río, bajar hacia el Astoria Park y cruzar el río revisando bien bajo el puente antes de cambiar de orilla. Ya en Mott Haven (el Bronx), ese mismo equipo u otro de soporte, debían revisar los descampados, la zona de vías y sobre todo el parque Saint Mary con su caseta de juegos. Esa zona debía quedar especialmente limpia para acoger a las familias que acuden diariamente con sus hijos a la ludoteca o para hacer los deberes. Igualmente cada día las empleadas de la caseta por su parte, hacen una última ojeada por si acaso los equipos no han llegado a tiempo o se han dejado algo. Desgraciadamente muchas veces siguen encontrándose alguna, que retiran y entregan en el contenedor especial.
Probablemente hubiera otro turno de recogida por la mañana que debían hacer una o varias rondas por la zona. No en vano en el Bronx, estaba probablemente el centro de venta de droga más grande de Nueva York y traficantes, drogodependientes y vecinos compartían los mismos espacios. Espacios en los que también hay comisarías de la NYPD que se limitan a hacer alguna redada periódicamente. Pero que parece que hacen más labor de contención de que de extirpación.
De repente a Cathy y a John les vino a la memoria la angustiosa situación que vivieron cuatro años atrás, cuando se encontraron jeringuillas por su barrio de Queens. Después de aquella época John había visto puntualmente equipos cerca del barrio pero no en esas latitudes. Igual que estos equipos operaban en el Bronx, quizás siempre habían estado por la zona en horarios en los que rara vez habían coincidido y ya se sabe, ojos que no ven corazón que no siente. Cuatro años atrás sí que tuvieron conocimiento de que se había puesto en funcionamiento dispositivos, supuestamente especiales, de recogida de jeringuillas a primera hora de la mañana y por la tarde. La municipalidad lo acompañó también con un refuerzo de la presencia policial en las calles. Aparentemente la problemática desapareció pero en realidad nunca se atajó si no que se desplazó. Los drogodependientes volvieron a no salir del Bronx y la policía volvió a no ser tan visible por las calles.
Lo que ni John ni Cathy sabían era que el pasado fin de semana unos activistas que realizan labores de voluntariado limpiando basura de la orilla del río, habían encontradoa la altura del parque Astoria una zona con numerosas jeringuillas ensangrentadas. Los activistas velaron que nadie accediera a la zona hasta que un equipo de la policía de Nueva York las retiró. Tal y como contaban en las redes sociales, numerosos perros e incluso algún niño, se habría podido acercar peligrosamente al sitio. El gobierno municipal rápidamente había actuado con la solución habitual que combinaba recolección, con contención y expulsión de drogodependientes hacia la otra orilla.
Mientras, en la radio del coche se escuchaba el discurso de la nueva presidencia de la Asamblea Estatal. En las recientes elecciones Cathy se tragó estoicamente los debates de los candidatos y desde luego ninguno sacó ese tema, apenas se habló del paro juvenil así como de otros problemas que a ella le parecían importantes. Cathy interrumpió sus pensamientos para ver si decía algo nuevo, novedoso aunque fuera inesperado pero tampoco fue el caso en esta ocasión. Entonces se preguntó si alguno de los miembros del gobierno sería conocedor de la situación que se estaba viviendo en su barrio de Queens y en el Bronx con el tema de la venta droga y las precarias condiciones de vida de los drogodependientes.
Al otro lado de la ranchera a John cada vez se le iba acomodando más la idea de mudarse a Brooklyn o dentro del mismo Queens más hacia la zona de Brooklyn. Como le dijo su amigo Carmelo hace cuatro años, no es que haya vuelto la época dura de la droga de los 70 y los 80, es que hay barrios de los que nunca marchó.
A mí me asalta la duda. El articulista estaba allí cuando pasó? Porque si es solo ficción, es muy creíble.