Palabras que se cuelan

Frans van den Broek

De cuando en cuando el lenguaje científico le da oportunidad al lego de ampliar su vocabulario y, con suerte, de parecer inteligente o al menos informado, en un proceso que involucra a los medios de comunicación en no poca medida, pero también al propio mundo académico y al estamento intelectual en su conjunto. Este fenómeno es natural y no tiene por qué lamentarse, si no fuera porque suele también resultar en degeneraciones semánticas (¿nota el lector a lo que me refiero? Hasta llegado el siglo veinte a nadie se le hubiera ocurrido utilizar la palabra “semántico” de manera tan comodona) o en simples caricaturas que más confunden que aclaran. Que una palabra se añada a nuestro acerbo léxico tiene que agradecerse, si es que contribuye a una mejor precisión expresiva y conceptual, pero lo contrario es más bien el caso. Veamos un par de ejemplos de ello, convocados más o menos al azar. Debo indicar que no me circunscribo a la lengua castellana tan solo, pues si este fenómeno está presente en nuestro idioma, lo está de manera aún más curiosa en el de la pérfida Albión. A fin de cuentas, no es que los pueblos hispanohablantes se hayan distinguido demasiado por sus contribuciones científicas.

Tomemos la palabra “adrenalina”. Como se sabe es una sustancia hormonal –una catecolamina, para ser más exactos, palabra que me encanta- que se produce sobre todo en las cápsulas suprarrenales y en el sistema nervioso, y que sirve para transmitir información entre diferentes partes del cuerpo y como neurotransmisor. Los efectos de la adrenalina son varios y complejos, pero sirven en general para liberar energía que el cuerpo puede usar para pelear o huir, o durante tareas que exigen esfuerzo físico. Para el vulgo, sin embargo, ha acabado por significar “sustancia, de cuya química, dinámica o efectos no entiendo ni papa, pero que hace que me excite o que aparece cuando me excito” (la secuencia no es del todo clara en el lenguaje popular). Bien podría haber sido otra palabra, como la elusiva nor-adrenalina o epinefrina (el nombre original), e ignoro las razones por las que esta palabra, y no otra asociada al mismo proceso, ha alcanzado tal popularidad. Me imagino que tiene que ver con la manera en que los avances científicos son difundidos a través de los medios, y por su relativa importancia, claro está. El caso es que ahora la usa mucha gente y no hay manera de quitársela de en medio. Bueno es recalcar que la palabreja se usa menos en español que en inglés, donde ha alcanzado un estatus casi shakesperiano. Como dije, nada habría de problemático en este proceso, si no fuera porque ha terminado por contribuir al empobrecimiento del lenguaje. Mientras que antes se decía que uno estaba excitado, entusiasmado, inspirado, asustado, impresionado, dispuesto a romperle la pierna al que más o a correr los cien metros en dos segundos, ahora se dice que se nos subió la adrenalina y punto. Lo seguro es que a cualquier homo sapiens se le sube no sólo la adrenalina en las situaciones que originan este comentario, sino un cóctel espeso de sustancias alborotadas, pero la capacidad reductora del lenguaje científico y su vulgarización nos ha provisto de una vía fácil para evitar pensar en palabras alternativas, no tener que exigirle a nuestra memoria semántica y léxica (otra vez las palabrejas) más trabajo y en general para no tener que hacer un uso más preciso del lenguaje, y todos tan contentos. Se nos subió la adrenalina cuando vimos aquel accidente, o un perro nos quiso morder o la vecina se dejó ver las tetas en el edificio vecino. También cuando alguien nos contrarió y quisimos romperle la crisma o cuando subimos a aquella montaña rusa. Todo adrenalina, que al parecer explica un espectro de emociones humanas tan amplio que ya parece sustancia mágica, no hormonal.

Podrá decirse tal vez que he elegido un caso particularmente extremo de vulgarización léxica, lo cual es cierto, pero los hay peores. Piénsese si no en la influencia nefasta del psicoanálisis hasta la mitad del siglo veinte, una disciplina que pasaba por científica hasta entonces. ¿No le han acusado nunca de ser demasiado anal? Pues si no lo han hecho, significa que usted es joven y adrenalínico, perteneciente a una generación que se libró del neurótico vienés. Pero en mi época esta acusación equivalía a ser considerado poco menos que un paria en medio del espíritu de paz y amor que prevalecía entre la juventud despeinada o revolucionaria de entonces. A fin de refrescar la memoria, le recuerdo al respetable que ser anal no significaba tener almorranas o preferir la sodomía a otra forma de comercio sexual o sufrir de parásitos intestinales que incitaban a la rascadura constante de dicha parte de la topografía humana. No. Era algo mucho más serio. Tener una personalidad anal significaba ser un reprimido psíquico (o sea, en la calenturienta mente freudiana, un reprimido sexual) e inclinado a comportamientos rígidos e ideas intolerantes, poco menos que un victoriano fascista. O al menos alguien obsesionado con el control y la disciplina, incapaz de disfrutar del goce sensual con desparpajo. Un tullido, en otras palabras, en un tiempo en que la norma era lanzar por la borda toda inhibición que impidiera el libre florecimiento de nuestra sexualidad y nuestros deseos. Dicha cualificación procedía de una de las teorías más extrañas que haya concebido mente humana jamás, la del desarrollo del niño según etapas de despliegue del principio del placer y formación del principio de realidad. Una persona anal era quien padecía una fijación anal, esto es, quien no había sorteado con bien su pasaje por la etapa anal y había tenido problemas con la retención de las heces durante el proceso de socialización. Cómo el universal hecho de cagar y tener que retener la mierda por motivos de simple decencia y convivencia devino en respetable teoría psicológica es algo que dice más sobre la cultura en la que creció Freud y nuestra cultura que aceptó sus ideas que sobre el ser humano, fascista o no. Se dirá que la palabra anal no es nueva, pero Freud y sus secuaces introdujeron un nuevo y retorcido uso para la misma, aliándola además al adjetivo correspondiente al acto de retener, con lo que el término técnico se hizo retentivo-anal. Antes uno podía decir que tenía un dolor anal, o una enfermedad anal, si acaso, pero jamás que la personalidad total era cualificada según la palabra que designada la parte final del aparato digestivo y sus pormenores, con lo que ser retentivo-anal se hizo equivalente a algo así como aquella vieja clasificación griega que nos hacía flemáticos o melancólicos. Ahora uno era retentivo-anal y que nos salven los dioses del Olimpo.

La lista de palabras puede extenderse mucho y no estaría mal que alguien las compilara para su mejor evaluación, pero mencionemos al paso unas cuantas más. ADN o DNA (en inglés) ha venido a significar aquello que pertenece de suyo a algo, generalmente vivo, pero también inerte. De ácido desoxirribonucleico a atributo esencial han pasado muchos programas de la national geographic o discovery channel, mal digeridos y entendidos, lo que se evidencia en la coexistencia en la población de una creencia generalizada en la transmisión de caracteres adquiridos (un lamarckismo popular, si se quiere, demostrado en las encuestas) con el uso irrestricto del ADN como término. Sutilezas como el hecho de que el genotipo no necesariamente se manifiesta en el fenotipo son irrelevantes a su uso. De modo que donde antes podíamos hablar de atributos esenciales, caracteres inherentes, propiedades inmanentes o hábitos o virtudes incorporados a la personalidad, ahora se dice que están en el ADN de uno. Incluso cosas como la identidad étnica no es cultural: está en el ADN. Me pregunto hasta qué punto el uso corriente de este término irá a contribuir a un nuevo biologismo en la cultura, con el peligro que todo se atribuya al ADN. ¿Que nos robó un gitano? Debe de estar en su ADN. ¿Qué los alemanes son mandones y arrogantes? Ha de ser genético.

Pero donde el uso de términos científicos ha adquiridos rasgos caricaturescos es en el propio mundo intelectual de raigambre humanística. Por decenios el estamento intelectual ha derivado todo tipo de conclusiones de teorías y terminologías que entiende apenas y tergiversa a mansalva. El ya famoso caso Sokal es un ejemplo de esta tendencia perversa que hace que llamemos cuántico a las parrafadas de algún francés o americano posmoderno. Hubo un tiempo en que el vulgo –incluido el que habla, claro está- se refería a Einstein cada vez que se quería conceder soporte científico a su uso del término “relativo”, de tal manera que todo lo que dijera alguien contrario a nuestras opiniones podía ser reconsiderado a la luz de la física moderna. “Eso es relativo, compadre, como en la teoría de la relatividad”, era no sólo una manera de excusarnos de más argumentación, sino de sentirnos apoyados por la más avanzada ciencia moderna. En fin, muchos términos seguirán colándose en nuestro lenguaje desde la ciencia, muchas veces para bien, pero me temo que tantas otras para eximirnos de usarlo bien. Pero así es la vida, un chip lleva a otro, y otros niveles cuánticos de conciencia exigen su propio principio de indeterminación en el campo energético que es el universo desde el big bang. Supervivencia del más fuerte, ya se sabe.

2 comentarios en “Palabras que se cuelan

  1. Buenos dias Frans van den Broek,caballeros callejeros y cabelleras al viento:

    Me encanta,como escribes,comienzas hablando de un granito en el vocabulario y acabas con una explosion universal….cosa que me lleva a pensar que hay palabras que actuan con espoleta retardada.
    Una de esas palabras,es eta,y ,en vasco,que si la convertimos en siglas se convierte en la personificacion del terrorismo,E.T.A.
    Pero de tanto usarla las mentes de la derecha, como Dios manda, la palabra, eta, se ha convertido en criminalizacion del adversario o tendria que hablar de la palabra «enemigo» y el uso que hacen de esta palabra los antidisturbios,bueno practicamente lo mismo «enemigos publicos».

    En esta España que hemos creado a fin de cuenta ,nosotros mismos,sin el subconciente colectivo del franquismo no seriamos verdaderamente españoles,lo llevamos en el adeene ,donde la adrenalia sube tanto como la bilirrubina,por mucho que llueva cafe en el campo,jamas lograremos que un fascista deje de serlo,pueden relativizar su respuesta ,encontrar el Vellocino de Oro o arrancarse la piel a tiras,que cuando le señalen diciendo «Usted es ETA»,tendra que poner sus barbas a remojar….asi que no sea usted un retentivo-anal,es hora de que ellos esten en la mierda.

    En fin,si usted oye a alguien decir esto: -«De Cataluña, sostiene que el Gobierno regional fomenta la inmigración musulmana desde Pakistán, Argelia, etc porque ellos pueden integrarlos lingüísticamente con más facilidad, en oposición a los inmigrantes hispano-hablantes. Y así también es el lugar del país [España] donde más imanes radicales hay» – vaya con tiento,es un espia de la CIA hablando sobre las clases magistrales que Aznar va impartiendo en el extranjero.

    ¿Cuando devolveremos la dignidad a la palabra vasca que significa «y» ?

  2. Off topic: Tengo muchos amigos abogados cuyos análisis de la condena del caso de las condenas de Garzón determinan que fue muy profesional e impecable. Pero curiosamente, desde fuera del mundo del derecho, resulta que acerté con que le condenaban por el primero, le inocentaban por el franquismo y quedaría absuelto del tercero por falta de pruebas. Se trataba de condenarle por algo y probaron 3 vías diferentes y le condenaron por la más legalista. Y ya está. Tengo muchas ganas de leer el fallo del Supremo sobre el franquismo a ver como justifican absolverle sin poner a caldo la instrucción.

Deja una respuesta