Juanjo Cáceres
En las últimas semanas hemos asistido a un carrera de velocidad entre los grupos parlamentarios situados en el arco izquierdo del Congreso para promover un proyecto de ley regulador del cannabis.
Antes entrar en materia, creo que hay que hacer un ejercicio de honestidad y decir donde se sitúa cada cual. En mi caso, soy de espíritu abolicionista (y subrayo lo de espíritu). Me gustaría que sustancias tóxicas como el alcohol y el tabaco dejaran de ser, precisamente por su toxicidad, sustancias ampliamente demandadas y también por ello, sustancias fácilmente adquiribles en una gran diversidad de puntos de venta. Esas sustancias, como los alimentos insanos o el cannabis son precursoras de lo que denominamos enfermedades evitables, es decir, enfermedades que se desencadenan simplemente porque ese consumo se produce. Pero precisamente porque ese consumo existe y va a seguir existiendo, sean o no legales dichas sustancias, el enfoque que hay que ofrecer desde las políticas públicas es regulacionista. Y hay que ofrecerlo con un objetivo por encima de todo: el de maximizar la protección de la salud física y mental de la ciudadanía, tenga la edad que tenga y sea cual sea su condición social, pero muy especialmente la salud de los más jóvenes.
La sensibilización respecto a los efectos adversos de diferentes tipos de sustancias ha ido en las últimas décadas de la mano de diferentes medidas regulatorias que tienen una probada eficacia en la reducción del consumo de sustancias legales. Son ejemplos de ello elevar la edad autorizada para adquirir tabaco o bebidas alcohólicas a los 18 años o elevar las presión fiscal o prohibir el consumo de tabaco en el interior de los establecimientos. También ha existido una importante presión, con exiguos resultados, para limitar la publicidad de todo tipo de sustancias y para acabar con los mensajes que asocian las mismas con una mejora del estado de salud, como la famosa copa de vino al día, una recomendación que constituye un anatema para cualquier dietista-nutricionista o profesional sanitario medianamente riguroso.
Pues bien, el problema que nos encontramos hoy con las iniciativas regulatorias del cannabis que están llegando al Congreso es que se sitúan en premisas muy distintas, que quedan perfectamente reflejadas en el encabezamiento del artículo publicado recientemente en Huffingtonpost por Lilith Verstrynge -actual responsable de organización de Podemos- y Lucía Muñoz sobre su defensa de la regulación del cannabis (https://cutt.ly/rEZK3Ti): “No se trata de una medida que abra la puerta a las drogas, aunque muchos se empeñen en ridiculizar así un movimiento que supondría enormes beneficios para la economía, la salud y la industria”. Dicho artículo constituye por momentos un poema de amor al cannabis: “el Estado recaudaría 3.312 millones al año en concepto de impuestos”, “nuestra industria de cultivo es de las más importantes del mundo”, “supondría un gran paso adelante en la recuperación de esta España vaciada”, “podrían derivarse productos farmacéuticos”, “alternativa natural sin riesgos de adicciones”… Un sinfín de beneficios, algunos de los cuales son relativamente ciertos y otros absolutamente incorrectos, entre los que brilla por su ausencia cualquier inquietud desde el punto de vista de la salud pública, abducida por un compromiso genérico de garantizar el derecho a una toma de decisión informada sobre su consumo.
Igual es deformación profesional, pero me cuesta aceptar como riguroso cualquier diagnóstico sobre los beneficios de regular el cannabis que eluda la espinosa cuestión de su consumo poblacional. Porque en España se consume bastante cannabis en forma de marihuana o hachís. De hecho es la droga con mayor prevalencia, tal y como acredita la Encuesta sobre alcohol y drogas en España (EDADES), que se realiza periódicamente desde 1995 y que en su edición 2019-2020 sitúa en un 10,5% el porcentaje de población que ha consumido cannabis en el último año (en el caso de los hombres jóvenes de 15 a 24 años asciende al 28,7% y al 23,2% entre los de 25 a 34) y un 8% los que lo ha consumido en el último mes. Un consumo, además, estrechamente asociado al tabaco, ya que en el 98% de los casos tiene lugar en forma de porro. La misma encuesta explora mediante la escala psicométrica CAST el consumo problemáticode cannabis y detecta una prevalencia de consumo problemático en el 22,5% de sus consumidores, lo que por extrapolación poblacional supondría unas 590.000 personas afectadas por la misma.
¿Y por qué es un problema ese consumo? El dietista-nutricionista Julio Basulto daba algunas pinceladas en un artículo reciente (https://cutt.ly/0EZZ8FY): «En diciembre de 2020, la revista Journal of Addiction Medicine observó que un gran número de fumadores de cannabis aumentó su consumo en la pandemia… En abril de 2020, una revisión sistemática en European Neuropsychopharmacology constataba “una clara asociación entre el consumo de cannabis y la psicosis, los trastornos afectivos, la ansiedad, los trastornos del sueño, las fallas cognitivas, los eventos adversos respiratorios, el cáncer, los resultados cardiovasculares, los trastornos gastrointestinales […] el riesgo de colisión de vehículos de motor, los suicidios y la violencia de pareja e infantil”. Por último, la entidad científica Fundación Epistemonikos concluía en 2018 que “El uso de Cannabis en personas enfermas no produce mejoría y causa daño a la salud”». Podríamos profundizar en todos ellos y podríamos describir como esos riesgos aumentan en proporción al consumo, pero lo esencial es subrayar, como en cualquier sustancia con efectos adversos, que todos ellos tienen una causa conocida que su consumo desencadena. Y por lo tanto, ante cualquier nuevo marco regulatorio debemos preguntarnos si el mismo puede estimular el consumo, cosa que no parece suscitar grandes interrogantes entre sus promotores.
Como decía al principio, yo soy partidario de mejorar la regulación sobre la producción, comercialización y consumo de cannabis, pero mientras no tengamos conciencia de los riesgos de legislar a favor de una sustancia adictiva, de los que comporta considerarla una solución económica para la España vaciada y de los que se desprenden de sobrevalorar su beneficios farmacológicos, difícilmente constituiremos el marco regulatorio necesario. Porque pese a que se trata de una sustancia cuyo consumo y autoproducción está despenalizado, sí que es necesario ese marco para cuestiones tales como visibilizar los problemas del consumidor de cannabis y conocer mejor sus pautas de consumo o prevenir los riesgos que se desprenden de adquirir el producto en un mercado irregular. Y lo que seguro que no se puede hacer es impulsarlo sin una batería de restricciones respecto a la promoción del consumo de cannabis, especialmente en el espacio público y en ámbitos y en espacios de especial incidencia sobre los grupos de mayor riesgo: adolescentes y jóvenes.
Buenos dias Juanjo Cáceres,caballeros callejeros,cabelleras al viento sin coletas y a lo loco y cazadores de bulos varios:
Gracias por el artículo que me da pie para hablar de los beneficios de la legalización.
En principio eso permite un mayor control sobre la higiene del producto ,con las mismas medidas de control de calidad que se realizan con cualquier producto de consumo,como son las bebidas ,el tabaco , productos alimenticios o de cualquier otro uso.
Con la pandemia hemos aprendido que la higiene en las manos es fundamental a la hora de eliminar,virus,bacterias y otras sustancias susceptibles de acabar en nuestra boca,narices y estómagos.
Un estudio en nuestro país sobre los platitos con quikos,almendras,aceitunas,patatas fritas o altramuces que nos sirven para picar con la cervecita de turno,contenian orina y «caca» al ser manipuladas por aquellos que no se limpian las manos cuando van al WC.
Y si a esto le añadimos que hay consumidores de hachís que consumen los llamados «huevos culeros» llamados asi porque se transportan en el culo y que al ser expulsados entran en contscto con las heces y se contaminan con los jugos gastricos,por muy bien envueltos que estén,ni que decir tiene que la manipulación al hacer un porro sea de hachís o marihuana conlleva una falta de higiene en las manos que los realizan.
Conclusión si se legaliza,se asegura un producto de calidad,controlado y con las medidas higiénicas de cualquier producto legalizado.
La mayoría de los consumidores de estupefacientes no saben lo que se meten ni lo que consumen diariamente por mucha confianza que tengan con su camello de turno.
Otra cosa fundamental para la legalización y creo que la más importante ,es sustraer el producto del control de las mafias que convierten en una peligrosa y mortifera actibidad delictiva por el control de la materia prima.
Es evidente que la marihuana o el hachís ,como el tabaco y las bebidas alcohólicas tienen sus efectos contra la salud de los consumidores y podemos ver en los paquetes de tabaco las consecuencias en los pulmones de su ingesta,pero no he visto en los paquetes ninguna referencia a los productos añadidos para su conservación y estímulo de adición….pero si he visto productos alimenticios que ponen en letras grandes «Sin Gluten.
La legalización no acabará con las plantaciones clandestinas,ni con los que quieran evadir impuestos,pero los consumidores podrán escoger ,entre un cigarrito de marihuana o de hachís,o entre un porro liado con hachís curro o con marihuana cultivada con pesticidas.
¡¡Legalización Ya!!
Ante mi doy fe.
AC/DC
firmado:…JAJAJA…que nervios.
Nada que objetar al post de Juanjo Cáceres, que señala, yo creo que muy bien, la contradiccion inherente que hay en legalizar algo cuyo uso es nocivo. También los excesos que se producen en las argumentaciones «a favor de…», esto para mi es menos llamativo porque en las «ventas de moto» todo el mundo derrapa y pisa la línea.
Topamos ni mas ni menos con este tema tan complicado , pero tan apasionante, de cuanto se trasladan los valores de uan sociedad, o de las distintas sensibilidades de una sociedad, a sus sistema juridico, a los códigos que rigen la convivencia.
Historicamente parece que hemos decidido que con el tabaco y el alcohol se puede convivir. Con otras cosas como heroina, cocaina etc, hemso decidido que no.
Con el juego hemos decidido no solo convivir sino incluso nos vinimos arriba y dijimos que era un vector de competitividad, impulso tecnológico blah blah blah, pero parece que se le está dando una muy necesaria vuelta.
Con la prostitución más bien optamos por ignorar como es en realidad y nos decantamos por pensar que «todas son empresarias», como los repartidores.
Con los combustibles etc contaminantes no tenemos no ya que convivir, sino que son recursos fundamentales, aunque su uso debe irse eliminando, asi que hemos decidido encarecerlo poco a poco hasta que no haya, pero si qeu se aboga por «abolir» alguna conducta ligada (vehiculos de combustion interna en 2030)
y que pasará en el siglo XIX y siguientes
¿Que pasará con determinados habitos alimenticios ? (Rfrescos azucarados o chuletones imbatibles)
¿Que pasará con algunas redes sociales o algunos contenidos si se ve que causan un efecto claramente dañino en sus usuarios?.
¿Cómo lidiaremos con lo malo?
Es el signo de los tiempos.
Los tiempos cambian.
Steve Urkel ha entrado en la industria de la marihuana. El actor Jaleel White, que saltó a la fama hace ya dos décadas por dar vida al recordado protagonista de ‘Cosas de Casa’, ha lanzado su propia línea de cannabis.
En colaboración con la marca estadounidense 710 Labs, Jaleel White lanzó el pasado abril una línea de marihuana llamada Purple Urkle, rescatando así al personaje que le hizo popular en todo el mundo. Aprovechando la nostalgia millennial, el logo es la cara de Steve Urkle envuelta en una nube de humo morado.
Jaleel White, siempre a favor de la legalización de la marihuana para uso recreativo.
https://images.app.goo.gl/ZsoV5uk8dbcwvHY87
¿He sido yo?…jeje.
Cuestión espinosa, sin duda, y desde luego los alegatos a favor tipo el de Podemos, son irresponsables. Pero coincido en que:
a) dado que la prohibición no erradica el consumo
b) la prohibición adultera y hace más dañino el producto
c) la corrupción brutal inherente a la prohibición es tremendamente dañina y
d) el consumo regulado permite informar mejor a los usuarios y paliar parcialmente las consecuencias nocivas,
conviene la legalización regulada, tipo entregas de metadona a los registrados, etc.
Yo aceptaría las plantaciones particulares pero establecería un monopolio de venta en estancos para la maría, por ejemplo. Y las «duras» en farmacia, con receta de médico que verifique periódicamente la salud del consumidor, por ejemplo.
Pero sí, prefiero legalización controlada al descontrol de la prohibición actual.
Buenos días. Agradezco tremendamente los comentarios, tanto esta vez como en ocasiones anteriores. Coincido también en buena medida con lo que se dice en los mismos, lo que nos permite concluir que nos podríamos poner fácilmente de acuerdo en que hay que regular y el debate estaría en como regulamos exactamente. Por falta de tiempo no pude entrar en el ejemplo canadiense, del cual hay mucho que aprender respecto a los beneficios reales de la legalización, ni tampoco en lo que puede suponer facilitar el acceso de esta sustancia a los jóvenes, cuando las secuelas de la pandemia sobre su salud mental se han hecho más que evidentes y donde ya es probable que existe un consumo problemático mayor que el detectado. Pero bueno… Lo dicho, muchas gracias.