LBNL
No se asusten que me refiero a Estados Unidos. La muerte de la anciana juez liberal del Supremo Bader Ginsburg el viernes ha incrementado sustancialmente el riesgo si Trump y los republicanos consiguen llevar a buen puerto su intención de nominar a un sustituto conservador antes de las elecciones presidenciales del próximo 3 de noviembre. Como salió a la luz con el fiasco de las elecciones Bush- Gore en Florida en el año 2000, el sistema electoral norteamericano es muy robusto en la medida en la que todos los participantes acepten las reglas del juego. Pero completamente tercermundista en términos de avances tecnológicos, uniformidad (cada Estado tiene sus propias reglas) y garantías. Y Trump tiene un largo historial de “terrorismo judicial” a sus espaldas: cuando no tiene razón, litiga sin fin, retrasando la solución lo más posible. Ya ha preparado el terreno hablando del fraude que se avecina con el voto por correo, que será mucho más usado que en el elecciones anteriores por el COVID. De forma que, salvo derrota morrocotuda en los Estados clave – o en Texas donde debería ganar – está listo para impugnar los resultados de los distritos urbanos de mayor concentración de voto demócrata, cuya anulación supondría su victoria en el Estado correspondiente. Lo hará confiado en que, tras un largo proceso, al decidirá el Tribunal Supremo que, con un balance 6-3 de conservadores frente a liberales, le dará la razón. Tan solo resta un mes y medio para la elección pero en realidad el plazo es más largo porque la elección – indirecta – del Presidente solo tiene lugar el 14 de diciembre, cuando los compromisarios elegidos por sufragio popular en cada Estado ratifican el mandato, que el Gobernador de cada Estado envía a Washington. Y algo más largo todavía porque el Congreso no cuenta los votos y oficializa el resultado hasta el 6 de enero, siendo el Presidente investido (“inaugurado”) solo el 20. En otras palabras, el 3 de noviembre Trump dirá que en realidad ha ganado y mantendrá las espadas en alto hasta que el Supremo le dé la razón, acelerando el nombramiento del noveno juez cuyo apoyo, por otra parte, no es indispensable porque sin Bader Ginsburg el balance ya es de 5-3.
Biden tiene una amplia ventaja en voto popular (alrededor de un 10%) a escala nacional pero eso no le sirvió a Clinton para evitar la derrota porque perdió los 10 votos electorales de Wisconsin por 23 mil votos. Aventaja a Trump solo en un 1% en Carolina del Norte (15 votos), 2% en Florida (29 votos), alrededor de un 4% en Pennsylvania (20 votos) y Arizona (11), y de más de un 6% en Michigan (16) y Wisconsin, mientras que va perdiendo en Ohio (18) por un 1%. Será por tanto técnicamente posible impugnar las votaciones en distritos clave, así como el voto por correo según convenga, para cuando menos paralizar la proclamación de los distintos resultados. En tal caso, serán los tribunales supremos de cada Estado tendrán que decidir pero ni siquiera se puede descartar que algún gobernador republicano, con el apoyo del Senado estatal, decida enviar a Washington los resultados electorales de su Estado haciendo de su capa un sayo.
Cuanta más confusión, cuanta más polarización, mejor para Trump, que seguirá en el cargo hasta que el Congreso y el Senado no acuerden conjuntamente quién es el nuevo Presidente. De ahí que el resultado de las elecciones parciales al Congreso y al Senado que se celebran conjuntamente con la presidencial, sean también cruciales. Porque ambas Cámaras pueden validar “objeciones electorales” y cambiar el resultado que les llegue. En la actual relación de fuerzas ello es prácticamente imposible pero si los demócratas consiguieran alcanzar la ansiada mayoría en el Senada, el panorama institucional sería menos inquietante.
Aunque no necesariamente así el riesgo de enfrentamiento civil porque difícilmente “la izquierda” va a aceptar, habiendo ganado el voto popular y las elecciones sin impugnaciones en los Estados clave, que Trump sea ilegítimamente revalidado como Presidente. Y mucho menos la derecha trumpista, fanatizada y armada hasta los dientes, aceptará que la presión popular doblegue los ardides leguleyos republicanos. Eso si, una cosa está clara. Si Trump gana en buena lid – dios no lo quiera – la izquierda volverá a tragar con las reglas de la democracia y aceptará el resultado. Lo que no está claro es que Trump y los suyos vayan a hacer lo mismo en caso contrario. Más bien está claro todo lo contrario. Solo nos queda rezar para que Biden gane con suficiente claridad y el núcleo del Partido Republicano imponga orden entre los suyos y mande a Trump al estercolero de la Historia, que bien merecido lo tiene.
Dicho lo cual, no está descartado en absoluto que Biden humille a Trump con un resultado contundente. Aquí se razona (en inglés): https://edition.cnn.com/2020/09/20/politics/poll-of-the-week-joe-biden-blowout-donald-trump-election/index.html
Bueno al final siempre se ponen de acuerdo los dirigentes de ambos partidos. Lo que quede por abajo ya se verá.
De todas formas ya podrían poner su técnica electoral un poco al día…. Y aún podría hacer algún negocio empresas españolas, ya de paso.
El panorama descrito por LBNL pone los pelos de punta, a pesar de la primera frase de su análisis: «No se asusten que me refiero a Estados Unidos».
El susto es nuestro, o por lo menos mío, que vemos como un presidente sin escrúpulos está dispuesto a mantenerse en el poder a cualquier precio. ¿Tan fácil era la cosa? ¿Cuatro años de su mandato han bastado para que semejante energúmeno esté poniendo en serio peligro los pilares de la democracia en EEUU?
Yo hubiera pensado que existían más y mayores mecanismos de control en la democracia americana. Pero parece que no. Que un presidente como este, Trump, puede, por ejemplo, nombrar a más de 300 jueces en los EEUU en su primer mandato (cuando solo otro presidente antes que él había nombrado 185, y el resto bastantes menos) — dos de ellos en el Tribunal Supremo, hasta la fecha— y actúa como si aquí no pasara nada.
Un presidente que está anunciando desde el minuto uno después de conocerse la muerte de la popular y progresista jueza del Supremo, R. B. Ginsburg, el viernes pasado, que él, Trump, va a ser quien nombre a su sucesora, otra mujer. Pero una mujer en las antípodas de Guinsburg ideológicamente, y tiene cincuenta y dos años. Son cargos vitalicios. Trump dice que anunciará su nombramiento el viernes o sábado próximo.
En este momento, como dice LBNL en su artículo, la mayoría de jueces conservadores en el Supremo era de 5-3. La muerte de Guinsburg, si el presidente Trump llegara a nombrar a otro magistrado, aumentaría esa mayoría conservadora a 6-2. Y son muchas las políticas americanas que acaban dilucidándose en el Supremo. Empezando, probablemente, en estas elecciones históricas y excepcionales, por el propio resultado electoral. Y siguiendo con el Obamacare, que, si se fulmina en el Supremo, dejaría sin ninguna cobertura sanitaria a algunos millones de estadounidenses que carecen de recursos para comprarse un seguro médico.
Ayer vi a Biden, en Filadelfia, apelando encarecidamente a “la conciencia y al deber constitucional” de unos pocos senadores republicanos, cuatro, que en algún momento habían manifestado públicamente su disconformidad con que fuera Trump quien nombrara al sustituto de Guinsburg, y no el presidente elegido en las urnas en noviembre. Faltan solo unas pocas semanas para las elecciones y se calcula que, a día de hoy, hasta un 20% de la población haya emitido ya su voto por correo, antes de producirse la vacante de Guinsburg en el Supremo. Y este es un hecho que va a influir en los votantes. ¿Cómo no?
El líder de la mayoría republicana del Senado, MacConnel, fue el artífice, hace cuatro años, de que el senado votara en contra del juez propuesto, entonces, por el presidente Obama para el Supremo . Su argumento: que “solo faltaban diez meses” para las elecciones presidenciales y que lo razonable era esperar a que el nuevo presidente fuera elegido. Hoy solo faltan unas pocas semanas.
Pero McConnell se retracta y está trabajando enconadamente para impedir que los senadores republicanos díscolos no voten en contra de esperar a hacer el nombramiento después de las elecciones de noviembre.
A día de hoy, dos senadoras han confirmado su voto en contra de que Trump nombre al sustituto/a de Guinsburg. No está claro lo que decidirán los otros dos senadores.
Es una batalla encarnizada. Se necesitan cuatro votos republicanos en el Senado.