Albert Sales
La semana pasada participé en un consejo de barrio para explicar las políticas municipales de Barcelona en materia de atención a las personas sin hogar. Tras exponer brevemente el planteamiento del gobierno municipal frente la problemática el debate con vecinos y vecinas, se centró en los conflictos en el espacio público generados por los «sin techo» .
Sin lugar a dudas, hay plazas y rincones de Barcelona en los que las actitudes de algunas personas pueden ser molestas e incluso podrían ser consideradas delictivas. Que un grupo de personas alcoholizadas agredan verbalmente a las chicas que salen de un instituto, por ejemplo, es absolutamente intolerable. Pero resulta muy significativo que un debate vecinal sobre sinhogarismo se convierta de manera casi automática en una discusión sobre «civismo» y usos del espacio público.
¿Qué nos hace pensar que las personas que ocasionan estos problemas de convivencia son personas sin techo? En varios puntos conflictivos de la ciudad he podido constatar que buena parte de las personas que se congregan tienen domicilio y no pasan la noche en la calle. Por el contrario, la mayor parte de las personas sin techo que he conocido, nunca han generado ningún tipo de problema en el vecindario. Al contrario, hacen todo lo posible para pasar inadvertidas a los ojos de la gente y son muy reservadas con su intimidad a pesar de pasar las 24 horas en el espacio público.
Transmití este punto de vista a las personas que participaban en el consejo y una vecina me respondió que las personas que generan problemas en la calle y presentan una imagen de dejadez le parecen todas sin techo y que, en definitiva, el conflicto existe tengan o no domicilio. Decía que «éste es el problema que deberíamos solucionar con los planes del ayuntamiento». Obviamente estoy de acuerdo en la importancia de la convivencia en el espacio público; pero es imprescindible poner de manifiesto que el problema que se intenta combatir a través de políticas sociales es el de la incapacidad de nuestra sociedad para garantizar el derecho a la vivienda. Y que las víctimas más visibles y que reciben con mayor violencia del impacto de la exclusión residencial son las personas que tienen que sobrevivir en la calle.
Focalizar el debate sobre el sinhogarismo en conflictos en el espacio público provocados por personas alcoholizadas es la manera más efectiva de criminalizar a los miles de personas que sobreviven en las calles de las ciudades, de justificar nuestra indiferencia, de reducir el problema a actitudes individuales , de encontrar argumentos para enfrentar a quien sufre la precariedad con la que vive la extrema pobreza …
En el mismo consejo de barrio, un vecino anunció que un inversor había comprado el edificio donde vive de alquiler desde hace más de tres décadas y que estaba recibiendo presiones de todo tipo para abandonar su hogar. Otra vecina, con los ojos llorosos decía que «mientras discutimos sobre borrachos cada vez estamos más cerca de ser los próximos sin hogar».
Miles de aplausos por la reflexión y los ejemplos puestos sobre la mesa. Estigmatización y rechazo para no entender los problemas generales, ni tampoco los propios.