Piensa global, crispa local

Permafrost

O «no dejes para mañana lo que puedas crispar hoy». Tales podrían ser los lemas de algunos próceres en la presente legislatura. Sí, lo lamento, voy a incidir con cierta prolijidad en uno de los monotemas de nuestro tiempo. Pero antes de que huyan ustedes y dejen esta página más mustia que el cielo un sábado por la noche (Leonard Cohen dixit), les anuncio que mi enfoque de hoy en esto del calentamiento político es microclimático y, por ende, algo distinto de lo habitual. Y es que a veces el todo se aprehende de manera más vívida examinando una de sus partes. De este modo, una tarea que en principio se me antojaba sumamente tediosa, a saber, el análisis de las comparecencias periódicas de la hasta hace poco Directora General de RTVE, Carmen Caffarel, ante la correspondiente Comisión de Control del Congreso, se ha revelado como una joya para un crispólogo aficionado. Realmente, estas sesiones lo tienen todo.

Vean, si no, la esencia del encono partidista en versión PP: «Usted, con la radiotelevisión pública española, está haciendo lo mismo que su jefe, el señor Zapatero, está haciendo con España, acabando poco a poco con ella. Dos años más y habrán cumplido ustedes, usted y el señor Zapatero, su misión histórica» (Matarí, 26.4.06). Y en versión gubernamental: «Ustedes han decidido tensionar la vida política de este país y, para hacerlo, Televisión Española es un objetivo prioritario». (Caffarel, 27.4.2005). 

En efecto, en lo que atañe a la estrategia de la confrontación, es fácil identificar todos los males genéricos en su aplicación práctica por parte de los populares: 

a) La retórica del aspaviento y la hipérbole milenaristas: «[usted ha] conseguido la televisión pública más manipulada a lo largo de toda su historia» (Montesinos, 24.5.06). «[Impera] la rabia que les ciega de forma alarmante sin duda para la salud democrática. […] Ustedes son reincidentes […] en la aplicación de un terrorismo informativo disfrazado de una singular pluralidad, como la entienden ustedes, que es la pluralidad de su partido, el Partido Socialista, y de sus satélites» (Ramón-Llin, 28.6.06).

b) La reprobación preventiva, antes incluso de que el sujeto reprendido haya tenido oportunidad de pecar. Esto quedó de manifiesto inequívocamente en la primera comparecencia de Caffarel (26.5.04), apenas tres semanas después de su toma de posesión. Tras el discurso inicial de la directora, el presidente de la Comisión le señala: «Habrá visto que la acogida es un tanto afectuosa, y yo lo celebro». No tan rápido, caballero. En su intervención, la representante popular empieza por darle una «cordial bienvenida», para advertirle en seguida que «[usted] ha utilizado una serie de palabras que, dependiendo de quien las diga y de su origen, tienen un verdadero significado o no». Claro, como lo de la «cordial bienvenida», cuyo verdadero significado consiste en recordarle a Caffarel que «su nombramiento nace viciado»: «Lo que ha habido ha sido una ausencia absoluta de talante, de diálogo y de consenso […] con una actitud absolutamente partidista […] [J]amás en la historia de Radiotelevisión Española ningún director general del ente se había dado tanta prisa en desprestigiarlo. […] Usted fumiga al ente Radiotelevisión Española, el cual no va a tener ningún futuro. […] Por tanto, señora directora general, ni independencia ni regeneración ética ni pluralidad» (Montesinos). La representante popular tampoco desaprovechó la oportunidad de acusar muy cordialmente a la nueva directora, en su estreno, de «sectarismo» en al menos cuatro ocasiones y espetarle el cordialísimo calificativo de «auténtica comisaria política del Partido Socialista» en otras dos. Y todo esto tras veinte días de gestión. Una acogida muy afectuosa, ciertamente.

c) El obstruccionismo. La falta absoluta de colaboración del PP se refleja, por ejemplo, en el número inusitado de preguntas que se dirigen a la Directora General desde este grupo, en un aparente intento de trabar su actividad: «Respecto a las preguntas escritas, las contestamos con toda la eficacia y eficiencia que nos permite una máquina que única y exclusivamente está para contestar […] a las 600 preguntas semanales que entran en la dirección general y que no suponen más que un intento de bloqueo» (Caffarel, 25.5.05). «[R]espondo […] a un auténtico diluvio de preguntas escritas, que en algunos periodos es tan intenso que mantienen a parte de mi gabinete dedicado casi en exclusiva a contestarlas. […] [M]e he preocupado por averiguar el número de preguntas escritas que de promedio se hacían en la etapa anterior […], casi la décima parte» (Caffarel, 30.3.05). «He respondido […] a más de 400 preguntas de los consejeros. Por cierto, la mayor parte de las preguntas, más del 90 por ciento, realizadas por consejeros nombrados por su grupo parlamentario [PP] y que repiten, más o menos, las que ustedes me hacen aquí» (Caffarel, 28.9.05).

d) Una actitud zahiriente y faltona (al límite de la cortesía parlamentaria) con un tono muy personal. Así, se somete a la Directora a un perruno marcaje gestual: «debe cuidar sus gestos, señora directora, para no distraerme» (De Luis, 22.2.06). «â€¦por mucho que usted me ponga ese gesto» (Montesinos, 24.5.06). «Y no se ría porque esto es importante»; «Téngalo en cuenta señora directora general y no sonría» (Guerra Zunzunegui, 26.4.06). «[Sus antecesores] tenían la cortesía parlamentaria de no estar echando permanentes sonrisitas a ningún grupo —desde luego, al Grupo Popular—, con un alarde de sectarismo que ningún director ha hecho en esta Comisión» (Ballestero, 25.5.05). Este acoso llega en ocasiones a la marrullería: «mientras esta diputada ha estado en la sala la directora general de Radiotelevisión Española no ha condenado los atentados de esta mañana. […] Yo no me sonreiría con un tema de esta gravedad, porque no solamente es muy importante lo que se dice, sino el estilo de las personas que dirigen» (Montesinos, 25.5.05). Las respuestas de Caffarel a veces son neutras: «Yo soy una mujer risueña y sonrió mucho pero en este momento no lo estaba haciendo, pero da igual» (26.4.06). Otras veces, se lo toma con buen humor: «sonrío cuando usted hace un chascarrillo, que me ha parecido francamente gracioso, pero también permítame que sonría en otras ocasiones y no me regañe usted sistemáticamente cuando sonrío porque parece que le molesta» (26.4.06). «Voy a intentar hablar sin gesticular, sin sonreír. A ver si soy capaz, ¿vale?» (22.2.06). Pero, en ocasiones, no puede evitar la exasperación: «Desde luego, usted me puede preguntar, pero no puede decirme si puedo tener una cara sonriente o seria. ¡Hasta aquí hemos llegado!» (22.2.06). En particular, tras la alusión al terrorismo: «Señora Montesinos, me parece lamentable, y soy muy suave utilizando la palabra lamentable, que usted aproveche un atentado o a unas víctimas de un atentado como un arma política también hoy aquí, aunque es totalmente coherente con la política que defiende su partido» (25.5.05). Y, evidentemente, no podían faltar los émulos del célebre «Â¡Váyase, Sr. González!»: «lo más correcto [es] irse a casa. Está a tiempo, no lo dude, por el bien de todos» (Moreno, 25.5.05); «lo que parece inevitable viéndole a usted al borde de un ataque de nervios […] es que usted se vaya de Televisión Española» (Ballestero, 25.5.05); «Dé usted voluntariamente el paso y finalice hoy mismo su gestión. […] [E]l mejor modo de no estropear todavía más el tránsito […] a un servicio público […] sin sectarismo […] es irse» (Montesinos, 26.4.06). 

e) La acusación a los demás de los males que uno mismo provoca y/o practica. Así, los representantes populares imputan continuamente a Caffarel falta de respeto y malas maneras. Y lo hacen, en ocasiones, con modos, digamos, autoexplicativos: «Â¿Sabe a quién me recuerda usted? Sí, al señor Zapatero. Talante para con los míos, para los que opinan como yo, pero para los que no opinan como yo, menos lobos, Caperucita» (Matarí, 28.9.05). Para no alargarme en demasía, valga por todas la intervención de Moreno Bustos en la sesión de 25.5.05: «hoy le vamos a poner nota en cuatro asignaturas: preguntas escritas, urbanidad parlamentaria, asistencia a clase y deberes para casa». ¿La nota? Suspenso, obviamente. El diputado popular acusa a la directora de «vagancia» y «falta de diligencia» en la respuesta a sus preguntas, y, en cuanto a modales, añade: «Bajo el tono, como comprobamos a diario, de la amargura, la altivez, el rencor y sobre todo las constantes intervenciones repletas de juicios de valor —inapropiados, creo yo— sobre el papel de este grupo parlamentario y sobre la actuación de sus antecesores, traslada a la opinión pública una irritación permanente, muchas veces marcada por el trago que le supone venir a esta Comisión y tener que envolver permanentemente la realidad de su penosa gestión.» No es de extrañar la respuesta de Caffarel: «paciencia hay que tener para aguantar las descalificaciones que usted y su grupo hacen sobre mi persona».

Y, curiosamente, todo esto ocurre en un momento en que, a diferencia de anteriores legislaturas, ningún otro grupo parlamentario habla de manipulación en la Televisión Pública. En un momento en que se han acometido valientemente las reformas largamente esperadas para resucitar, en palabras de Labordeta en la Comisión, a «esa especie de cadáveres que teníamos de Televisión Española y de Radio Nacional» (26.5.04). Con un plan de saneamiento arduamente elaborado y un cúmulo de medidas salvíficas sin parangón en la historia de la televisión pública. Oh, maravilla, hasta el barón crispante por excelencia, el Sr. micrófono-de-oro Losantos, tituló una de sus columnas «Caffarel», afirmando: «tengo la impresión de que esta vez lo de la reforma de RTVE va en serio. […] ¿Estaré enfermo?» (El Mundo, 27.4.04).

No me hace falta añadir nada como conclusión. La ya ex-directora lo expresó estupendamente en la sesión de 26.4.06, dirigiéndose a los herederos espirituales de U.R.D.A.C.I.: «Cuando se haga balance dentro de unos años sobre Radiotelevisión Española […] lo que se recordará de lo que ustedes dicen o hacen será nada, porque nada están aportando, solo ruido […] Todo lo que ustedes dicen o hacen solo tiene un propósito: desgastar a esta dirección, poner palos en las ruedas para que nada funcione. Es ahí donde la realidad les enmienda la plana día a día, porque no solo Radiotelevisión, sino este país, siguen funcionando a su pesar.»Â 

 

 

 

  

 

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