¿Por qué hay desigualdades raciales en una sociedad sin racistas?

Oscar de la Torre

Cuando se estudia el racismo y las desigualdades raciales en el presente, tanto en el estado español como en todo el mundo, hay una paradoja que llama poderosamente la atención. ¿Cómo es posible que siendo el racismo una ideología mayoritariamente superada a nivel intelectual y político sigan existiendo desigualdades raciales flagrantes en el mundo occidental? Esta pregunta es de especial interés en España. En Europa, en general, se ve el racismo y la xenofobia como un problema secundario, pese a que es uno de los principales motivos por los cuales las clases populares europeas pasaron de votar a los partidos de izquierda a votar a los de derechas durante la revolución conservadora de los años ochenta y noventa. Y el racismo y la xenofobia explica acontecimientos recientes y cruciales, como por ejemplo el Brexit, ni más ni menos. Así es, lisa y llanamente. El Brexit ganó principalmente gracias a los discursos xenófobos.Volviendo a la pregunta inicial, veamos el caso de Estados Unidos, por ejemplo, o el de Brasil. Ambos países adoptaron políticas activas contra el racismo y las desigualdades raciales en la segunda mitad del siglo XX. Estados Unidos lo hizo a consecuencia de la lucha por los derechos civiles, poniendo en marcha una serie de políticas sociales a nivel federal, estatal, y local en los años sesenta. Algunas de ellas sufrieron un retroceso en los años noventa y dos mil, como las políticas de acción afirmativa relativas a las cuotas raciales de admisión a las universidades, por ejemplo. Brasil lo hizo después de dejar atrás su dictadura militar, ya a finales de los años noventa, cuando los debates nacionales e internacionales (sobre todo la conferencia internacional de Durban en 2001 contra el racismo y la xenofobia) llevaron al gobierno federal a admitir finalmente la existencia de racismo en el país y la necesidad de actuar contra él.

El caso es que, a pesar de que la mayoría de la ciudadanía declara no ser racista en ambos países, las desigualdades raciales persisten, y en algunos casos los estereotipos raciales también lo hacen. Naturalmente, parte de las causas de esta están relacionadas con lo difícil que resulta combatir la desigualdad social, en general. Es decir, todas las formas de desigualdad (de género, raciales y étnicas, etarias) son difíciles de erradicar, y requieren una acción decidida y coordinada de actores públicos y privados que normalmente es difícil de conseguir. Y más en el momento histórico en que vivimos, cuando la distribución de la renta continúa haciéndose gradualmente más desigual, y a nadie parece importarle demasiado. Es decir, hasta cierto punto, las diferencias de renta, educación, empleo, y vivienda entre población gitana y paya en España, o blanca y negra en Brasil, continúa siendo grande porque las diferencias sociales, en general, continúan siendo grandes. Las diferencias raciales persisten en buena medida porque las sociales también lo hacen.

Pero hay otra serie de causas que explican la dificultad de combatir la desigualdad racial, incluyendo la étnica. Y esta es la menos conocida, tanto en España como en Europa. Se trata de la profunda influencia de los estereotipos raciales, y se manifiesta no solo de manera consciente, como también inconsciente. Importa poco que un profesor, un departamento de recursos humanos, un empresario, o un miembro de un tribunal de becas argumenten que no son racistas y que la etnicidad de los candidatos a los que ellos enseñan, dan trabajos, u otorgan becas no importa. Sí lo hace, y lo hace no porque estos individuos actúen de manera consciente – aunque esto en algunos casos todavía sucede- si no por los estereotipos y los sesgos que pesan en sus decisiones.

Podría usar multitud de datos empíricos para sustentar mi argumento, pero esto puede comprobarse con un experimento muy simple. Si tú, que lees este blog, estás tomando clases (o enseñando) en cualquier institución del tipo que sea, el próximo día que vayas a clase, cuenta cuantas veces tu profesor o profesora hace preguntas a hombres, y cuantas a mujeres. Al final de clase compara esa ratio a la de alumnas y alumnos en clase. Como verás, estas ratios no suelen ser proporcionales. Suelen estar sesgadas en favor de los hombres. Y esto sucede incluso en el caso de profesores con una conciencia anti-sexista. Ahora haz lo mismo en una clase de una escuela pública (las escuelas privadas y concertadas catalanas, las que yo conozco, tienen pocos alumnos inmigrantes, una segregación cortesía de CiU). Como verás, los alumnos inmigrantes son sistemáticamente llamados menos veces por sus profesores para responder preguntas y ofrecer opiniones. Y los profesores normalmente no son conscientes de esto. O si lo son, racionalizan esta operación justificándola por motivos de rendimiento, nivel intelectual, destreza lingüística, etc. Pero cómo lo justifiquen importa poco. Lo que importa son los efectos de este sesgo.

En Estados Unidos, donde vivo, la legislación anti-discriminación es bastante avanzada, gracias al movimiento por los derechos civiles – pese a darse en una realidad, repito, de tremendas desigualdades raciales y racismo exacerbado. Aquí existe una conciencia acerca de los prejuicios raciales inconscientes, así que en cualquier proceso de selección de personal de una empresa o de una institución existe un entrenamiento específico para aquellos que deciden en el proceso. Normalmente estos entrenamientos de centran en clarificar y detallar los criterios usados en estas decisiones, porque solo al hacerlo así salen a la luz los prejuicios implícitos que todos llevamos con nosotros. Y en la mayoría de los casos, no puede presentarse una lista de finalistas para un empleo o para un puesto directivo compuesta de hombres blancos. Simplemente no se admite.

En Cataluña, en España y en Europa, en cambio, las empresas, las instituciones, y los medios de comunicación exhiben rutinariamente una falta de diversidad escandalosa, y no parece importarle demasiado a nadie. Sólo hay que ver una serie de televisión cualquiera, para ver que todos los personajes son blancos y tienen nombres tradicionales. Sea Centro Médico o Merlí, no hay gitanos, ni magrebíes, ni africanos subsaharianos, ni europeos del este, ni alemanes, ni ingleses, ni latinoamericanos. Bueno, en el caso de Merlí se han dignado a poner algunos de estatua, pero naturalmente no dicen ni mu. Este es un indicador escogido al azar, pero no deja de ser significativo. Tomemos los gabinetes directivos de cualquier universidad, empresa, o institución. El resultado es el mismo.

La existencia de este tipo de sesgos a menudo inconscientes hace que las desigualdades raciales se reproduzcan ad eternum. No sólo porque perpetúan la falta de acceso de los no-blancos a los empleos con mayor nivel de ingresos, sino porque además también reproducen la falta de modelos de éxito para personas no-blancas. O sea, una persona gitana o magrebí no va a ver nunca alguien como él o ella en un puesto directivo, o en una serie de televisión, o como alcalde. Y esto tiene efectos deletéreos en los objetivos profesionales de esa persona. Para eliminar estos sesgos son necesarios entrenamientos específicos que en este momento parecen lejanos a nuestra realidad catalana (para los lectores que sean de allí), española, y europea. Y por desgracia, mientras estos no existan, seguiremos viviendo en una realidad en la que está perfectamente aceptado usar grotescos estereotipos raciales y étnicos en las conversaciones sobre inmigración, racismo, y diversidad. Y cuando esto pasa, los debates los gana la derecha. Justamente como ahora.

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