Carlos Hidalgo
Este pasado domingo se celebraron las elecciones generales en Portugal. La coalición de izquierdas saltó por los aires a la hora de aprobar los presupuestos. El Bloque de Izquierdas y los comunistas sentían que tenían que hacer oír más su voz y el Partido Socialista portugués, con el primer ministro Costa al frente, estaba ya un poco harto de las salidas de tono y el afán de protagonismo de sus socios. Se convocaron elecciones y la suerte quedó echada.
Las encuestas no pintaban para Costa. Le daban empate técnico con el centro derecha y un preocupante ascenso de la ultraderecha. La “verdadera” izquierda se apresuró a anticipar la derrota y parte del Partido Socialista afiló los cuchillos para pedir la dimisión de Antonio Costa.
La derecha, que aún se estaba recuperando de los avatares sucesorios tras la caída de sus antiguos líderes, también se aprestaba a tantear posibles coaliciones, desde una Gran Coalición con el Partido Socialista a pactos con la ultraderecha.
Y resulta que Costa, pese a todos los pronósticos, ha conseguido la mayoría absoluta para al PS. No necesita a sus antiguos socios para gobernar, que ahora se ven como los grandes perdedores, y a la derecha se le ha quedado cara de pasmo al ver cómo sus votos se han ido al propio Partido Socialista y a la ultraderecha.
Lo malo de estas cosas es que nos suenan muy cercanas, no sólo por ocurrir en el país vecino, sino porque todos vemos reflejos de la política española y queremos que los hechos nos den la razón.
Ya he visto a gente del PSOE advirtiendo a Podemos de que se aplique el cuento. Y a gente del PP hablar de los malos resultados que dan los líderes bisoños y a la ultraderecha tomar nota de que en Portugal también crece.
Pero el caso es que Portugal no es España y las similitudes entre partidos se vuelven muy resbaladizas si te pones a mirar al detalle.
Por otro lado, pese a que Portugal se ha puesto de ejemplo por parte de cierta izquierda como modelo de políticas izquierdistas y una armoniosa coalición donde se vivía en armonía, Portugal, aunque no lo parezca, sigue muy castigado por las medidas aplicadas para aplacar la crisis de 2008, es tremendamente desigual y tiene serios problemas de ineficiencias públicas y de peores ineficiencias en los servicios públicos que se privatizaron.
Os pongo un ejemplo: en Portugal no se puede votar por correo. Porque Correos, que se privatizó, funciona tan tremendamente mal que ni se contempla esa posibilidad. Antes se prefieren tantear fórmulas de voto electrónico, que tratar de implementar lo que nosotros vemos como lo más normal.
Tampoco nos parecemos en temas como el de la política territorial. Portugal es tremendamente centralista y ni se plantea la posibilidad de conceder autonomía a las regiones. Tienen una relación diferente con la inmigración, están por detrás de nosotros en nivel económico y sus áreas de interés cultural y de política exterior divergen bastante de las españolas, pese a estar tan cerca y se tan parecidos. Pero sólo en apariencia.
En cualquier caso, sí que podemos sacar la lección de que las elecciones no están decididas hasta que no se cuenta el último voto, de que las encuestas no son infalibles y de que puede que los gobiernos Frankenstein sean inestables, pero derribarlos no ofrece ninguna seguridad a los partidarios del río revuelto.
Hombre , las encuestas y sobre todo la estadística , es ciencia aplicada , claro que si entra un manazas como Tezanos a cocinar pues salen desviaciones como las elecciones en Madrid.
Por otro lado, en Portugal no ha habido gobierno Frankenstein y el Partido Socialista carece del peso muerto de Sánchez o Lastra …
Así que ninguna enseñanza , salvo tal vez la de no meter al enemigo en casa ( se negó con determinación a gobernar en coalición ) .
Sus políticas han sido liberales y moderadas .
En fin , hay más cosas , pero no caerá esa breva !
Como se nota que en Portugal no hay Ayusos ni Casados.