Meritxell Nebot
No sé cómo no me había dado cuenta antes. Tantos días dándole vueltas al asunto y resulta que la respuesta estaba justo ahí, pero no podía verla. Quizá sea porque andaba yo absorta leyendo, contrastando, tratando de comprender cada debate estéril que se iniciaba a mi alrededor presa de ese defectillo que padecemos algunas mortales que es el informarse antes de hablar. O quizá sea porque no quería verla, sin más. A veces las cosas son tan evidentes que las descartamos por simples cuando después resultan ser de una certeza aplastante.
Siempre me ha fascinado nuestra especie: Ahí, erguiditos mirando por encima del hombro a los demás compañeros del reino animal, con las manos libres para crear, con esos cerebros tuneados al milímetro preparados para las más complejas empresas. No dejan de sorprenderme la cantidad de cosas que podemos emprender y destruir en cuestión de semanas sin siquiera despeinarnos. Me atrae irresistiblemente el curioso comportamiento humano capaz de las más brillantes obras y las respuestas más idiotas a la vez. Pero sobre todo me alucina la capacidad que tenemos para complicarnos las cosas las unas a las otras y para repetir una y otra vez los mismos errores como si no los hubiéramos vivido nunca antes. Y no es que no considere que la duda, o la confusión sean características inherentes a nuestra condición, que lo son. No es eso.
Hemos vivido y vivimos cambios políticos, crisis, guerras. Hemos firmado tratados, escrito libros de historia, creado leyes para combatir, regular, proteger y aún así seguimos dándonos cabezazos contra la misma pared una y otra vez. ¿Cómo puede ser? Pues después de mucho pensar creo que he hallado la respuesta: nuestra especie, a pesar de sus miles de años de existencia no ha llegado, ni por asomo, a la edad adulta. Los humanos vivimos en un limbo comprendido entre la inocencia despreocupada de la niñez y la rebeldía hormonal de la adolescencia, y cada vez que a algún espécimen se le ocurre dar un paso hacia la madurez, es catapultado de vuelta con tanta fuerza que, del golpe, parece haber olvidado todo lo aprendido.
Estamos en tiempos de pandemia global. Al menos eso cuentan los medios de comunicación. Lo digo por si alguien, al pasear por las calles de su barrio o su pueblo se había hecho una idea equivocada. El caso es que estamos viviendo uno de los episodios más duros de la historia reciente, que nos ha obligado a parar de forma abrupta a nivel global y que dejará secuelas económicas y sociales difíciles de paliar sobre todo en los colectivos más vulnerables. Al inicio de esta situación, crecían las iniciativas sociales, las redes de ayuda entre vecinos, los mensajes de apoyo a quienes estaban sufriendo, los de ánimos a los que trabajaban en la primera línea para combatir el virus. A pesar de la compleja y desconcertante situación, se respiraba un ambiente de comprensión y se lanzaban al aire consignas con voluntad de cambio: todo irá bien, lucía en carteles y pancartas; esto nos hará mejores personas, decían algunas; son tiempos de aprendizajes profundos, comentaban otras. Y entre mensajes en las ventanas y aplausos en los balcones, llegó el momento del desconfinamiento y sin querer no nos ha dado tiempo a terminar el máster en buenas intenciones que nos habíamos propuesto acabar.
Ni dos días hemos tardado en saltarnos las restricciones, olvidar los sentidos mensajes al heroico personal de los servicios de salud o lapidar a los maestros. Ni dos días. Ya hemos podido ver noticias de gente quejándose en los centros de atención primaria, de tipos peleándose por obtener plaza en una terraza de bar o de gente quejándose porque tal o cual comercio no atiende como él espera. No hemos aprendido nada.
Ni dos días hemos tardado en volver a lo de siempre: a la queja por la queja, al ataque al más débil, al hablar por hablar y a la poca consciencia de lo colectivo. Y es que por lo menos aquí, en el país que habito, que es el que conozco de primera mano, hay demasiada gente instalada en la indignación perpetua. Gente que cree que ejercer sus derechos es como pedir a papá que le deje salir hasta las diez. Gente que cree que pataleando en la caja del súper mercado le compraran esas galletas tan ricas que le prometieron en televisión.
Parecía una buena oportunidad para madurar. Pero creo que no podrá ser esta vez. Qué lástima.
Yo también soy muy escéptico. Trabajo rodeado de gente ilustrada, que ha estudiado mucho, sabe idiomas, da conferencias, gana dinero (tiene mucho que perder) y está muy bien informada y no se pone la mascarilla apenas nadie, incluso cuando vamos a estar reunidos noventa personas en la misma sala durante tres horas. Alucino. Como para pedirle mayor responsabilidad al «hombre de a pie»…
¿ Pero quién había dicho que la humanidad avanza al unísono ?
Pienso que tal y como ha transcurrido la pandemia en nuestro país y descontando la perturbadora acción política de este gobierno de coalición , la ciudadanía se está comportando bastante bien.
Algún día nos dirán cuántos han muerto de verdad y si se ha reforzado nuestro sistema sanitario con abundante material para prevenir y en su caso combatir otra oleada.
Por lo demás en Euskadi siguen las estatuas de Sabino Arana en parques mientras los socialistas descuelgan retratos del emérito en Navarra ( lo que para Lastra solo son variaciones del gusto en interiorismo institucional ) .
Confusión moral muy propia de los tiempos en que vivimos.
A mi el artículo de hoy me recuerda esas estrofas de una canción de Serrat.
Esos locos bajitos que se incorporan
con los ojos abiertos de par en par,
sin respeto al horario ni a las costumbres
y a los que, por su bien, hay que domesticar.
Niño,
deja ya de joder con la pelota.
Niño,
que eso no se dice,
que eso no se hace,
que eso no se toca.
….
La cuestión es que para que un niño no te moleste cuando juega con una pelota es ponerse a jugar con el.
Es decir si yo saliera a la calle y viera como se comporta la juventud,me dedicaría a ser como ellos ,llevaría una ristra de bombas fetidas y las iría tirando a todos esos grupos que no llevan mascarilla ni guardan la distancias….jeje.
Si me topara con Mr Mulligan saldría corriendo….JAJAJA…que nervios.
Me parece normal que se ponga nervioso como Iglesias porque casi siempre huye de la cuestión ¿ cuántos han fallecido por COVID 19 ? ¿ No lo sabe o le da lo mismo ?
Lo que diga el Dr Simón.