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Durante las semanas que llevamos de esa ‘nueva normalidad’ decretada por el gobierno español, hemos visto cómo se insiste a la población en que para nada conviene relajarse, en que el virus sigue presente, que la distancia de seguridad se mantiene como un factor clave, que el uso complementario de la mascarilla es necesario, que se han de continuar con las medidas de higiene, que deben evitarse las aglomeraciones, etc. Todo un conjunto de recomendaciones que debían facilitar el tránsito hacia una situación con el menor número de rebrotes y el mayor control de los mismos.

Nada más lejos de la realidad. La desobediencia de una parte importante de la población ha sido palmaria, rayando en el exhibicionismo del incumplimiento. Paseos sin mascarilla, protecciones mal puestas, terrazas con distancias de seguridad inexistentes, fiestas con alcohol y sin ningún respeto a directriz alguna, en definitiva, una larga lista de barbaridades que han generado sorpresa en muchas personas, indignación en parte de las autoridades sanitarias y ciertas reprimendas por parte de las autoridades.

Mención aparte merece el repunte de casos entre los jóvenes. Sin ánimo de ser exhaustivo, en el enlace que se adjunta aparece la evolución de los contagios por cohortes de edad, evidenciándose un incremento sustancial entre la gente joven en Catalunya. Los casos entre menores de 40 años han pasado del 15% al 46% desde mediados de marzo: https://www.eldiario.es/catalunya/menores-40-anos-suponen-46-contagios-detectados-catalunya_1_6096798.html

De hecho, las autoridades sanitarias catalanas consideran ‘insostenible’ el aumento de casos entre jóvenes de entre 15 y 29 años, llegándose finalmente al confinamiento de Lleida y otras localidades de su entorno, así como otras medidas que ya se están tomando en estos momentos en l’Hospitalet de Llobregat, como el cierre de las pistas deportivas al aire libre.

La relajación ha sido evidente, no sólo entre la juventud, pero preferentemente en una parte de la misma. Hace unos días, antes del rebrote en l’Hospitalet, varias señoras mayores huían despavoridas del Parc de la Torrassa ante la avalancha de chavales en patinete y sin mascarilla. En los trenes de la costa, hay familias que se cambian de vagón ante las hordas de muchachos que entran sin distancia de seguridad, con alcohol y música a todo volumen. Se sabe perfectamente que en emplazamientos como estos se producen actos masivos de irresponsabilidad colectiva, pero vemos con sorpresa que las autoridades no siempre lo controlan para evitarlo.

Seguimos esperando estudios más precisos sobre los contagios por cohortes de edad, sobre la capacidad de contagiar a otras personas, sobre el efecto combinado de la gripe estacional con el coronavirus, etc. Pero ya sabemos lo suficiente como para deducir con un alto grado de certeza que en la franja 3-6 años el ritmo de aumento de casos es inferior a la de 15-18 años. Es decir, todos aquellos planes educativos sustentados en los grupos estables de convivencia sin apenas diferencias entre toda la enseñanza obligatoria han quedado superados por la evidencia disponible. Sin embargo, las escuelas siguen con las mismas directrices de hace dos semanas. Un sinsentido más dentro del marco de desorientación colectiva con el que muchas instituciones autonómicas están afrontando un reto de considerables dimensiones.

No cabe duda de que los rebrotes en julio están siendo mayores de los previstos, y que esto se debe en buena medida al incivismo de personas de todas las edades, aunque los menores de 40 años encabezan el ránking. Las autoridades no pueden limitarse a seguir mendigando recomendaciones. El uso obligatorio de la mascarilla es un paso adelante, pero insuficiente. La concienciación es condición necesaria, pero no suficiente, y las medidas coercitivas han de ser el justo complemento, porque el libertinaje individual está atacando la salud colectiva.