Juanjo Cáceres
El pasado 28 de julio presentábamos la segunda entrega de esta trilogía de reflexiones monárquicas. Casi dos meses después, con todo lo transcurrido desde entonces, puede resultar cansino volver sobre el tema: en julio no se había producido todavía la marcha de Juan Carlos de Borbón, ni habíamos asistido a ese alud de respuestas políticas a la misma, ni tampoco a la resurrección del mensaje republicano que la huida ha suscitado. Pero sí que resulta útil relacionar ese terremoto político con la robustez de la monarquía constitucional: ¿ha supuesto ese escándalo algún cambio en la agenda política del país o ha hecho vislumbrar algún nuevo horizonte? La respuesta es negativa y las causas son más que evidentes.
El fuerte blindaje de la Constitución del 78, difícilmente abordable mediante la fórmula reivindicada las últimas semanas de convocar un referéndum para decidir entre monarquía y república, no se ha visto ni mínimamente alterado. Mientras los partidos de un signo cerraban filas con la Familia Real, los de otro signo decían aquello de que “España, mañana, será republicana”, subrayando después: “Pero no hoy”. Los tiempos de Covid-19 no han propiciado manifestaciones masivas impugnatorias de la monarquía y tampoco es evidente que, en caso de darse un contexto sanitario más propicio, estas hubieran superado los compartimentos ideológicos habituales en este tipo de pronunciamientos.
Si para algo ha sido útil el viaje del Rey emérito a Abu Dabi, es para constatar una vez más la ausencia de itinerario republicano en España, la falta de voluntad política para plantear reformas constitucionales y la liviandad característica del debate monárquico en la agenda política. Que nos pasemos días discutiendo si el CIS debe o no preguntar sobre la monarquía, denota también el punto exacto en el que se encuentra el debate: en el plano abstracto, no en el plano político.
Así pues, tal y como está planteada la situación, creo que hay tres sencillas tesis que me pueden servir para concluir esta serie sobre el pasado, presente y futuro de la monarquía en España.
La primera es que la monarquía borbónica goza de buena salud, dado que existe una amplia mayoría política que apuesta por su continuidad y cuenta con el apoyo de los representantes de los tres poderes del Estado (ejecutivo, legislativo y judicial), como ha quedado meridianamente claro estos días. Su principal baza es esa vocación de estabilidad de la arquitectura institucional que todos los poderes comparten. De ahí que esperar que de alguna de esas esferas surja algún tipo de iniciativa tendente a superar el modelo monárquico es ilusorio. Sí que asistiremos, en cambio, a acciones tendentes a reforzar esa arquitectura cuando el suelo tiemble, como hemos visto de nuevo estas semanas y como vimos durante el proceso de abdicación del que sería Rey emérito. Porque la monarquía no es ni se percibe como un elemento secundario del entramado constitucional: es un pilar básico para sostenerlo.
Aunque tal vez gran parte de la ciudadanía esté distanciada del imaginario monárquico y haya adquirido ya una visión profundamente democrática de las instituciones del Estado, eso no es en modo alguno un factor determinante para que el modelo de Estado cambie. Ocurre lo mismo con la justicia social: creer mayoritariamente en ella no garantiza, ni mucho menos, que exista.
La segunda tesis es que, sin los estímulos institucionales necesarios, queda en manos de la sociedad civil y la ciudadanía impulsar el cambio desde abajo. No va a poder haber república en España sin una oleada real de republicanismo. Así ha sido en las dos repúblicas anteriores, ya que el republicanismo no solo se ha nutrido históricamente del deterioro de la institución real, sino del descrédito de todo el sistema institucional, y de ese modo se ha acabado convirtiendo en la mejor reacción contra el mismo. Es así también como la voluntad republicana se ha convertido en el pasado en una cuestión políticamente transversal, yendo mucho más allá de un único espectro ideológico fuertemente escorado a la izquierda.
Seguramente sea condición necesaria para dar una oportunidad al republicanismo un nuevo periodo de descrédito institucional e indignación, como el vivido en el marco del 15M. Pero precisamente ese movimiento proporciona un buen ejemplo de falta de itinerario para convertir indignación en reformas. El 15M podría haber sido una buena ocasión para ejercer un republicanismo del siglo XXI, con un enfoque radicalmente democrático, pero carecía de sustento republicanista real y de maduración previa de objetivos republicanistas en la sociedad. Quizás la próxima vez sea diferente, quién sabe, pero si el republicanismo no evoluciona primero socialmente más allá de un sentimiento nostálgico o una aspiración difusa, parece improbable que pueda hacerse hegemónico en momentos de crisis y que ejerza la presión necesaria para que el entramado institucional se mueva.
La tercera es que perdura, no obstante, un factor de cuestionamiento institucional en el Estado que procede de Catalunya y que va ligado a todo lo acontecido en 2017, tras lo cual ha sobrevenido una dinámica de bloqueo. Un bloqueo frente al que se siguen reclamando referéndums y repúblicas, pero que sigue sin concretarse en nada y parece anclado ahora mismo en la invocación de un diálogo que no va a fructificar ni en una cosa ni en la otra.
El Procés en Catalunya comparte con el 15M la falta de nutrientes republicanistas, a pesar de haber supuesto un factor de desestabilización institucional mucho mayor e incluso haber plasmado, emulando tiempos pasados, una declaración republicana secesionista. El futuro dirá hacia donde evoluciona un relato divorciado de la realidad, que durante los últimos tiempos previos a la pandemia, no caminaba hacia el refuerzo del republicanismo sino hacia una quema de contenedores sin horizonte político, que precisamente ha reaparecido en los últimos días de forma leve, asociada a las protestas contra la monarquía.
Por todo ello, concluyo aclarando que no es que la monarquía no pueda desaparecer en España sino que simplemente no va a desaparecer a través de los actores y dinámicas políticas actualmente en marcha. Condiciones teóricas hay y seguirá habiendo para el cambio en la jefatura del Estado, pero al final los cambios no se dan en abstracto, sino que requieren de las circunstancias y de los actores necesarios para que la transformación se active. Unos actores y unas circunstancias que ahora mismo no se dan ni por arriba ni por abajo.
La política no es el arte de lo posible: es el arte de lo concreto. Y auguro que tardaremos en ver cualquier concreción en este sentido.
Me ha gustado mucho el post de Juanjo Caceres, creo que revela los aspectos asi mas desapasionados del asunto este, resumiendolo un poco yo diría que es : “vale la república es preferible en un debate abstracto, pero las cosas concretas que habría que hacer para pasar a ella dan toda la pereza del mundo, hasta a sus partidarios”. No peudo estar más de acuerdo con esa lectura, a la que se añada que, además hay una cantidad de gente que prefiere la monarquía, por variopintas razones. Me parece muy refrescante ver las cosas con esa dosis de realidad.
Creo que ya se ha comentado en artículos previos, a la vez que es digamos “imposible-”- cambiar a una república en España, convive otro hecho difícilmente discutible: la monarquía ha perdido muchísimo respaldo social. Muchísimo. Esto para empezar. Encima súmale que está pérdida de respaldo esta correlacionada con ese eje que no termina de satisfacer, pero para el cual no hemos encontrado un sustituto mejor : izquierda/derecha .
Yo diría que veo dos posibles evoluciones futuras no forzosamente excluyentes:
Por un lado, como dice la plegaria de alcohólicos anónimos, es bueno para uno, anivel personal, “aceptar aquello que no puedes cambiar”, y quizás dedicar tus energías a otra cosas más fácilmente alcanzables.
Por otra, y contradiciendo un poco la frase final del artículo “la política es el arte de lo concreto” , yo diría que tenemos abundantes ejemplos de como se puede construir un partido pilítico, una corriente política, con buena implantación social, a base de mensajes sobre asuntos nada concretos. Desde el nacionalismos, al independentismo, al “antiprogresismo” etc, ahí hay elementos de sobra para afirmar que sobre lo que no se puede tocar, también se puede construir.
Al final, si lo que hay no te gusta, y tampoco se puede cambiar, se queda ahí enquistado, como un factor divisivo más, como si tuviéramos pocos. Al que no le gusta, traga con ello, pero al que le gusta sabe que ya no es esa institución que concita apoyos y restaña divisiones. Ya sabes que no vas a poder llevarlo en loor de multitudes a ningún sitio, ya sabes que ahi no tieens una solución para anda, sino que tienes otro problema que gestionar y poco a poco te hartes, ya posiblemente acabas escondido, acallado, oculto etc,.
Perdóname Laertes,pero quiero hacerte ver un error en el comienzo de tu comentario,cuando escribes:
«Me ha gustado mucho el post de Juanjo Caceres».
Lo de Juanjo Cáceres es un artículo y lo tuyo es un post…porque si no te has dado cuenta,lo tuyo es «post…erior»..A lo escrito por él….ejem.
Espero que mi «post»,no me haga perder tu Amistad…jeje.