Alfonso Salmerón
“…mucho mucho ruido
Tanto, tanto ruido
Tanto ruido y al final,
Por fin el fin…”
Joaquín Sabina
Primeros de diciembre, me escribe D, el editor con permiso de J, del maravilloso refugio de debate que es este blog, para pedirme un artículo. Le contesto que en estos momentos no puedo comprometerme, me encuentro en la vorágine de un cambio laboral, cierre de año y algunas turbulencias que, aunque no demasiado graves, sí requieren más energías de las que dispongo en aquellos momentos.
Primeros de año, D vuelve a escribirme y esta vez no sé decirle que no. Anoto en mi agenda la fecha de entrega y reservo algunos momentos en la semana para redactar el artículo. Me invade una sensación de agobio. Llevo días bastante espeso, abrumado por la información sobre la pandemia, la ansiedad que percibo en mi entorno y la que me trasladan mis propios pacientes. Las elecciones catalanas como una nueva capa que cubre de niebla la realidad.
“Me cuesta muchísimo opinar” decía por aquellos días el bueno de Iñaki Gabilondo al despedirse de su columna de opinión política en el “Hoy por hoy” de Àngels Barceló. Y yo pienso, si te cuesta a ti, Iñaki, ¿qué diablos puedo escribir yo que resulte digno de ser leído?
Y aquí estamos. Sigo abrumado por el ruido mediático. El asalto al Capitolio, el nuevo culebrón de las elecciones catalanas, la pandemia, la designación de Illa como candidato. La realidad de este año que acabamos de estrenar como inevitable y previsible epílogo al nefasto 2020, tienen para mí el denominador común de la perplejidad. No me acostumbro a que los titulares de prensa se parezcan tanto a un mal sueño o a al pésimo guión de una película de sobremesa.
Entre tanto, duele ver cómo el debate ha sido secuestrado más que nunca por los gabinetes de comunicación de los partidos políticos sin distinción alguna. Se ha renunciado a cualquier intento de acceder a la verdad a través del conocimiento. El ágora pública se ha convertido en un mercado de mediocres sofistas que pugnan, no ya por imponer su relato, si no por tapar con su ruido el relato del adversario. Los responsables de comunicación marcan la pauta y la tropa de opinadores se lanzan detrás sin ningún interés por aproximarse a la verdad. El pensamiento está secuestrado por una trama invisible de intereses.
Me cuesta muchísimo opinar así, entre tanto ruido. Da mucha pereza este simulacro de debate en el que absolutamente todo se acaba politizando de manera partidista, en su peor acepción, en beneficio de un reducido grupo dirigente. Un debate que soslaya los parámetros de la realidad objetiva y que en algunos casos se ha acostumbrado, peligrosamente, a prescindir de manera interesada, incluso, del razonamiento jurídico, aquél que, en última instancia, ayuda a establecer las reglas del juego democrático, por imperfecto que este sea. El trumpismo va mucho más allá de Trump y de la extrema derecha. Algo de eso también está detrás del intento de suspensión de las elecciones por parte del ejecutivo catalán, como sugería recientemente Juanjo Cáceres en estas páginas.
Estos días tenemos varios y notorios ejemplos de este fenómeno de banalización de las instituciones democráticas. Las elecciones catalanas son paradigmáticas en ese sentido. Un Parlament que renuncia a investir a un nuevo president de la Generalitat, después de la anunciada inhabilitación de Quim Torra, un gobierno que decreta las elecciones el 21 de diciembre y las suspende tres semanas después, volviendo a demostrar un desconocimiento o lo que es peor, un inaceptable menosprecio del funcionamiento institucional. Un ministro de Sanidad, filósofo de formación, que abandona el ejecutivo coincidiendo con el pico máximo de la tercera ola de la pandemia para presentarse como candidato. Una decisión respetable, pero de difícil justificación desde las coordenadas del más elemental comportamiento ético que se le debe exigir a un responsable político. Y para colmo, un govern que en menos de una semana ha pasado de intentar suspender las elecciones alegando motivos de causa mayor como es la protección de la salud pública, a autorizar la asistencia a los mítines políticos, a pesar de que ello comportara el incumplimiento del confinamiento municipal que ellos mismos decretaron. Una decisión esta última, que deja entrever que fueron unas motivaciones mucho menos honorables las que inspiraron el intento de suspensión de las elecciones.
No me acostumbro, eso es todo. Probablemente, los que crecimos políticamente en el siglo XX, aunque en mi caso ya se tratara de las postrimerías del mismo, seamos una especie en extinción, dotados de un aparato mental que tiene dificultades para adaptarse a los parámetros de la realidad actual. Busco, aunque fuera parcialmente algún rastro de la cultura en la que me he educado durante tantos años en las formaciones políticas que teóricamente debieron heredarlas, pero no obtengo demasiado éxito.
Porque en este contexto, la nueva política, ha comportado también una cierta decepción. El otro virus que ha ido entrando en todos los partidos políticos sin excepción alguna y que ha llevado a los partidos que surgieron al calor del del 15M a alejarse progresivamente de algunos de sus principios fundacionales. Ahora más que nunca, la política se diseña en los laboratorios, cada vez más desprovista de la materia que nutre el conflicto social. Es el signo de los tiempos y no es exclusivo de nuestro país. Hace ya algunos años, coincidí en el tren con un viejo camarada de luchas. Se acababa de incorporar al equipo de politólogos de la dirección de uno de esos partidos de nuevo cuño desde las vanguardias comunistas catalanas, apréciese la ironía. Un servidor que hacía poco que había salido de la vida política para reincorporarse a la vida civil, le manifestó que lo que más echaba de menos de la política no eran las instituciones ni las moquetas, si no el debate político, partidario, que se producía en los órganos. Analizar la realidad, debatir, construir pensamiento colectivo “Entonces, estate tranquilo – me espetó – eso ya ha desaparecido por completo. Hoy hay uno que manda y el resto nos limitamos a redactar los argumentarios”
Como cantaba hace tiempo Joaquín Sabina, ruido, mucho ruido, demasiado ruido el que sale de los gabinetes presidenciales, el que se propaga por las redes sociales y las tertulias radiofónicas. Mucho ruido silenciando la voz del conflicto social, de los que enferman y mueren en los hospitales, de los que han perdido el empleo o su pequeño negocio, de los profesionales que combaten el virus en condiciones demenciales, de los docentes que se sacrifican y aguantan el tipo para sostenernos un poco a todos los demás, de los que pierden su vivienda. Voces sepultadas en bytes de banal información digital achicharrando neuronas. La excepcionalidad a la que nos ha obligado la pandemia ha silenciado en buena medida el conflicto y ha amplificado la capacidad de influencia de determinados grupos de poder para imponer su agenda. La democracia tal y como la hemos conocido, está en juego porque el fascismo acecha entre la apatía y el descontento una vez desactivada la movilización social. Me parece, queridos, que habrá que sobreponerse al letargo en el que nos sume este momento histórico, a esa especie de modorra que nos provoca la impotencia y el abuso sostenido, tal vez habrá que hacer más esfuerzos para no confundir la prudencia con la resignación y mucho menos con la renuncia a los valores fundacionales de cualquier sociedad democrática. Acaso esta lucha sorda también vaya de ganarle el pulso al ruido, de levantar la voz, de atreverse a disputarles la agenda política. Tanto ruido y al final, por fin el fin.
En mi opinión acierta cuando se lamenta de la pobre o nula calidad del debate político , sobre todo porque allí en donde es prioritario no se estima a juzgar por el cierre del parlamento. Pero en los medios es vivo, continuo y estimulante.
En cuanto a la elecciones en Cataluña y los desacuerdos para su celebración , no son patrimonio de España :
https://twitter.com/ivarelad/status/1354571758255304708?s=21
En mi opinión acierta cuando se lamenta de la pobre o nula calidad del debate político , sobre todo porque allí en donde es prioritario no se estima a juzgar por el cierre del parlamento. Pero en los medios es vivo, continuo y estimulante.
En cuanto a la elecciones en Cataluña y los desacuerdos para su celebración , no son patrimonio de España :
https://twitter.com/ivarelad/status/1354571758255304708?s=21
La nueva política nos iba a mejorar, y ciertamente nos ha hecho buenos