Jelloun
Los recientes viajes de autoridades españolas a Marruecos primero y a Argelia posteriormente –con la primera vista del rey a ese paÃs en casi un cuarto de siglo-, han vuelto a poner de actualidad, para la opinión pública española, la cuestión del Sahara Occidental. Cierto es que en esta ocasión, la cuestión apenas ha podido asomar a las primeras planas en mitad del fragor de la batalla desatada por el PP sobre el caso De Juana. Pese a ello, han vuelto a manifestarse viejos fantasmas, los que vienen caracterizando el modo en que los españoles, mayoritariamente, abordamos esta cuestión. Un abordaje que a partir de un extraño complejo de culpa y de una visión un tanto simplista del origen y naturaleza de la disputa sobre el Sahara Occidental, suele resumirse en la invocación de fórmulas rituales con ingredientes inamovibles: el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui, el apoyo humanitario a los refugiados en los campos instalados en el Tinduf argelino, la idealización del Polisario y su monolÃtica República Arabe Saharaui Democrática, la denuncia de la represión que ejerce Marruecos. Y un no-ingrediente: el silencio sobre el papel que juega en esta historia Argelia.
Aunque sobre este conflicto y las peripecias sufridas por el proceso negociador auspiciado por Naciones Unidas, la polÃtica exterior española ha seguido unas pautas mas o menos comunes con los distintos gobiernos de la democracia, con los vaivenes propios de un asunto que se prolonga desde hace tanto tiempo, en la última época tampoco este asunto se ha librado del ambiente de crispación y descalificación tan presentes ahora en la polÃtica española.
Estos dÃas, la prensa mas intoxicadora no ha dejado pasar la ocasión sin denunciar una supuesta entrega de Zapatero a los intereses de Marruecos en el Sahara, vinculando esto con supuestas represalias argelinas que los españoles pagarÃamos en la factura del gas. Paranoias.
En realidad, el Gobierno español no ha hecho mas que reiterar por un lado una posición históricamente mantenida de «respeto» a los derechos del pueblo saharaui y su apuesta por una resolución basada en un acuerdo que acepten tanto el Frente Polisario como Marruecos. De ahà el interés mostrado por el Presidente Zapatero sobre el “plan de autonomÃaâ€? diseñado por Marruecos para el Sahara y su invitación expresa a Argelia y al Polisario a dialogar sobre el mismo cuando Marruecos lo presente en la ONU el mes que viene.
El rey Juan Carlos ha reiterado en Argelia –donde ha viajado con los Ministros de Exteriores e Industria-, que la postura española sigue siendo la defensa de una solución «justa, duradera, mutuamente aceptable y que prevea la libre autodeterminación».
Â
Pero lo cierto es que el llamado “proceso de arregloâ€? llevaba más de una década estancado, carente de horizonte polÃtico y sin expectativa de resultado alguno. Afortunadamente, el fracaso de las diversas iniciativas diplomáticas no ha llevado en este tiempo a una reapertura de las hostilidades en el plano militar. El alto el fuego vigilado por la misión de Naciones unidas (MINURSO) sigue en vigor. Pese a su enemistad cronificada, la pugna entre Marruecos y Argelia sobre el Sahara tampoco parece que pueda llegar a constituir un `casus belli’ entre ambos paÃses del Magreb, como enfatizaba dÃas atrás el propio presidente argelino Buteflika.
Â
Suele hablarse del papel de España en este conflicto en términos de “responsabilidad históricaâ€?, “obligación moralâ€?, etc… Pero la responsabilidad polÃtica que, de algún modo, tiene España –por su condición de antigua potencia colonizadora y por su actual relación de buena vecindad con los paÃses implicados-, no implica que tenga la llave de la solución. La única solución posible será la que surja del común acuerdo de las partes, no de imposiciones unilaterales ni de fórmulas mágicas externas a los contendientes. Asà las cosas, el objetivo de la polÃtica española es promover la dinamización o reactivación del proceso polÃtico. Lo importante es incentivar el diálogo entre las partes y, en ese sentido, las propuestas de autonomÃa que ultima Marruecos –sin duda, mejorables-, posibilitan la exploración de nuevas vÃas. Porque de nada sirve refugiarse en la reiteración de viejas fórmulas y clichés condenados al fracaso. Lo explicaba el Ministro Moratinos: “Si el gobierno ha aceptado incluir una referencia (a la propuesta marroquà de autonomÃa) ha sido sencillamente para constatar que Marruecos ha puesto un elemento novedoso, de indudable interés, sobre la mesa y que ello podrÃa generar una nueva dinámica de diálogo para superar el impasse actualâ€?. Pero mas allá de la labor de los gobernantes y del éxito que pueda alcanzarse en la resolución del conflicto, siempre me ha llamado la atención la ligereza con que se enfoca el asunto en muchos ámbitos polÃticos de nuestro paÃs y la extraña unanimidad que se logra en el manejo de conceptos, inimaginable con respecto a otras situaciones. Si se suscita una declaración al respecto en cualquier ayuntamiento o parlamento regional de nuestro paÃs es fácil prever el acuerdo de todos –PP, IU, PSOE, nacionalistas-, en la reiteración de los clichés tan polÃticamente correctos como inútiles para abrir de veras una vÃa de solución. Y se habla con rotundidad de autodeterminación, palabra tabú cuando se pretende invocar para otros contenciosos –sea en las nacionalidades históricas o para Gibraltar-, o se idealizan los campos de refugiados y las guerrillas del partido único saharaui, sin cuestionarse nunca si las cosas son tan simples o evidentes como se pretende. En algún momento este paÃs nuestro deberá enfrentarse a ese discurso único que se ha impuesto en España desde los años setenta, según el cual la única salida legÃtima que podÃa darse a la cuestión sahariana era la independencia del territorio. Quizás cuando la necesaria memoria histórica deje de ser tema de confrontación, llegue el momento de abordar lo ocurrido no en los años de la guerra y postguerra sino en periodos mucho mas cercanos en el tiempo. Y pueda debatirse en qué medida la negativa del franquista Carrero Blanco a incorporar el Sahara a Marruecos en el momento de la descolonización, después de la guerra de Ifni (1958) y el cúmulo de errores posteriores de España y de Marruecos contribuyeron a crear años después (apenas entre 1970 y 1973) un hasta entonces inexistente nacionalismo saharaui pronto instrumentalizado por Argelia y un drama polÃtico y humano que persiste, y a dejar como secuela una mayor incomprensión entre pueblos vecinos: españoles, marroquÃes y saharauis. Pero eso es otra historia. De momento, nos valen los clichés.  Â
Â
Â
Â