Carlos Hidalgo
A lo largo de estos días he tenido la oportunidad de cubrir las primarias del Partido Popular, una experiencia curiosa, habiendo vivido en primera persona y desde dentro tres primarias en el PSOE.Sabiendo las dificultades y las dudas de un procedimiento como ese, la verdad es que he estado abierto a empatizar con las dificultades de los “populares” en su estreno de la democracia interna. Sin embargo la actualidad del día a día de proceso, el contacto con las diferentes candidaturas y, sobre todo, la arrogante e inflexible incompetencia del presidente del Comité Organizador, Luis De Grandes, me hacen dudar de que esta elección vaya a ser un éxito.
En primer lugar, las primarias estaban planteadas como un paripé para legitimar a Rajoy o a quien Rajoy designara como sucesor. Todo el diseño de la votación, la campaña o los avales está destinado a que Génova maneje con puño de hierro cada etapa del proceso de elección. La huida de Rajoy a Santa Pola lavándose las manos ha dejado un inmenso vacío, además de unas normas y unas estructuras que no están diseñadas para la situación actual.
El vacío se está llenando de manera incontrolable por las ganas de opinar de una militancia demasiado acostumbrada a acatar órdenes. Y las estructuras del PP aún siguen funcionando como si no hubiera cambiado nada. Lo peor es que se les están viendo las costuras en el proceso: sabemos ya que el censo de militantes del partido popular está, como mínimo, sospechosamente hinchado -lo que además siembra serias dudas sobre su financiación, pues los ingresos declarados por cuotas no cuadran con la militancia al corriente de éstas-. Sabemos que las sedes del PP y sus barones han intentado manipular y controlar groseramente el proceso, pese a dejar a más gente fuera. Sabemos que los 100 avales mínimos para presentarse eran una fanfarronada diseñada por Maíllo y Arenas para presumir de democracia y que ahora ha servido para tener seis precandidatos encima de la mesa.
Y para colmo, de los seis precandidatos, tenemos dos bandos claros: el aparato del PP, representado por Soraya Sáenz de Santamaría y María Dolores de Cospedal y el “populista”, representado por un Pablo Casado que reivindica las ideas más reaccionarias del PP y que es el favorito de la militancia. Da un poco de pena escuchar al presidente de la Comunidad de Madrid, Ángel Garrido, pedir el voto para Cospedal como si alguien le escuchase, porque a quien escucha su militancia es a Federico Jiménez Losantos, a Alfonso Ussía o a Ignacio Arsuaga, de la asociación ultra “Hazte Oír”. Y estos van todos con Casado. Además de un José María Aznar que quiere reivindicar su legado, sin darse cuenta de que su legado es el erial corrupto perpetrado por los invitados a la imperial boda de su hija.
Cospedal reivindica un PP que sepa meter a los Bárcenas bajo las alfombras y mande a Trillo a comer con jueces para solucionar sumarios. Sáenz de Santamaría reivindica un PP que sepa ganar elecciones y usar todas las instituciones del Estado para parapetarse y saltarse los límites y la separación de poderes. Ambas pueden hacerlo. Pero ambas viven una ficción. El poder y la autoridad de ambas emanaba de la cúspide de la pirámide, que era Rajoy. Y sin un Rajoy que dicte que deben ser votadas, la militancia del PP a duras penas ocultará la antipatía que les producen.
Casado, sin embargo, suelta argumentos conservadores de barra de bar, de cena en casino que concluye con un “habría que fusilarles”. Representa al joven gerente que impresiona y cae bien a los socios. Y motiva más a una militancia que sabe que esta vez no tienen una orden clara de a quién votar.
¿Ganará hoy el PP gestor, de abogados del Estado que miran por encima del hombro a la izquierda? ¿O ganará el PP reaccionario, que quiere prohibir lo que no le gusta y quitar libertades por abajo para dar rienda suelta a los de arriba?
Yo sospecho que Casado quedará el primero en votos, seguido de Sáenz de Santamaría o de Cospedal. Y nos quedará más drama hasta que veamos si los compromisarios se deciden a corregir o no los votos que se emitan hoy. Los de ese 7,67% del censo con derecho a voto.
Una noticia y un chste resumen lo que es el PP en su mas prísitina y depurada expresión: «Mucha gente llama a las sedes para preguntar a quién debe votar»
http://cadenaser.com/ser/2018/07/03/politica/1530595848_398545.html.
No es una broma, es la noticia, no es de «Elmundotoday», es así. La realidad dándole en las narices a politólogos, sociólogos y a quien se ponga por delante. la teoría del «votante mediano»..enternecedor y descarnado, que contribuye a explicar muchas cosas y a confirmar una desagradable impresión: «piensa mal y acertarás» se queda corto refiriéndose a «lo PP».
La propina, como señala Carlos Hidalgo, es que los 800.000 afiliados son un invento y que ahí, parafraseando a Marcos Benavent alias «El yonki del dinero» da la impresión de que sobre todo «hay mierda a punta pala».
Si bien la mierda no es patrimonio privativo de nadie, ni monopolio, hay organizaciones que se han cosntruido alrededor de ella, nutriéndose de ella, y es mas, siendo esencialmente ella. por salud democrática el PP deberia desaparecer. Sus votantes posiblemente encontraran otros destinos que les cuadren, siempre se encuentra. Muchos de ellos porque hay abanico hacia el centro y hacia la (ultra)derecha al que abrirse. Otros porque ya habrá un teléfono al que puedan llamar y recibir las pertinentes orientaciones.
Carlos Hidalgo que ha cubierto eleccioens primaria del PSOE y del PP posiblemente sepa hasta que punto , por mucho que nadie tenga el monopolio de la verdad y de la virtud, hay diferencias entre unos cuerpos electorales y otros, donde se puede encontrar un rastro de vergüenza y donde, en fin, pues eso.
A la derecha lo que no le gusta es la izquierda y viceversa. Ambas forman parte del sistema de que nos hemos dotado. No existe una moral superior de una sobre otra , solo son negocios, como dirían los Corleone.
Para conquistar el poder hay que hacer ver eso de que todos estamos en lo mismo. Por eso Sánchez reparte suerte , promete , niega, dialoga , y dialoga mucho. Esa incoherencia hay que admitirsela , al menos como recurso , al adversario – nuestro semejante -, porque es condición necesaria para lo importante : la conquista del poder y conservación.
Por eso el estrambote de Laertes sobre la desaparición del PP es injusto , por desproporcionado.
La derecha política y social existe y es bueno reconocerlo. Está hecha unos zorros y es deudora de su decantamiento histórico , tan bien representado en nuestro cine.
Autoritaria , presidencialista , no ha sabido modernizarse para defender valores para todo el electorado. Tampoco los fascistas y los supremacistas catalanes o los muchachotes del PNV , estos estúpidamente
excitados por su protagonismo sobrevenido gracias a un Sánchez arrollador e incendiario que cabalga el tigre de su impostura.
La Soraya Saénz de Santamaria ha demostrado ser una nulidad en la gestión del desafío nacionalista catalán.
Su desaparición de la escena es el principal asunto del PP.
El profesor Manuel Arias Maldonado, en el curso Anatomía del ‘procés’ celebrado esta semana en la Universidad Internacional Menéndez Pelayo y cuyas principales aportaciones serán publicadas por Debate en forma de libro en septiembre, recordaba que la democracia moderna se basa en la capacidad para gestionar las frustraciones. Y es en este sentido en el que el caso catalán nos aporta una inmensa paradoja: el ‘procés’ ha sido un inmenso fracaso colectivo que ha hecho compatible la frustración política de más de dos millones de personas por no haber conseguido sus objetivos con la felicidad y el orgullo por haber participado en él. Y precisamente por ello, previsiblemente, lo seguirán haciendo.
Aclaro que aunque ni de lejos sea mi mejor respuesta queda bastante claro que yo lo que digo con claridad, es que el PP debe desaparecer porque es una organizacion corrupta. Obviamente no la derecha, que tiene otros sitios donde dirigirse. Hubiera quedad más claro si hubiera dicho un PP refundado, -y que se financie con arreglo a la ley, y ya de paso abandone otras excrecencias si es posible- como ha pasado en muchos otros países europeos cuando a un partido le han pillado como le han pillado.
El no gustarse es una cosa, el odiarse es otra, y el despreciarse otra distinta.