Susurros hervidos

Arthur Mulligan

Por fin en Sierra Morena, disfrutando del silencio en un Cortijo del siglo XIX rodeado por bosques de encinos, adaptado por sus herederos para el turismo beatus ille que disfruta en paz de la poesía ascética de Fray Luis de León o la sencilla prosa de un Azorín describiendo el paisaje yermo de un cruce de caminos a pesar de que me persigue todavía un imaginario rumor de susurros en la Corte, un viene y va impreciso que cambia de tonalidad con las horas y sus temperaturas y se mezcla inopinadamente con la imagen del Presidente incombustible disfrazado de miembro de los Peaky Blinders en un zoco marroquí.

Silencio, se negocia.

Por ejemplo, con este Junts se puede negociar; con este PP, no.

¿Por qué? Porque lo dice Sanchez.

Bajo la ficción de que han ganado las elecciones, navajeros contratados por Moncloa ofrecen un mercado de derivados con mercancía que no les pertenece.

Esta izquierda posee un singular virtuosismo para calmar a los nacionalistas (nunca olvidemos su gran alma progresista) que se corresponde con un pensamiento creativo: fueron antes los separadores que los separatistas; más aún, aquellos son la causa de estos.

El secesionismo vasco y catalán, no sería sino reacciones a un previo nacionalismo centralista, español, adoptado rígidamente por una derecha conservadora enemiga de la diversidad y que es la que construyó a su modo y desde 1840 el Estado.

Los nacionalismos no se deberían a factores socioculturales endógenos, sino que serían reactivos a una forma de gobernar, y por ello podrían integrarse pacíficamente con otra forma de hacerlo, una más federalista, por ejemplo, tal y como piensa este castigo de Dios en forma de secretario general que desea sentar cátedra.

No explica, sin embargo, cómo es posible que cuanto menor ha sido el centralismo, cuanta más autonomía territorial ha existido, más intensa ha sido la actividad política secesionista o su preparación mediante una política de “construcción nacional”.

Así piensa también Illa, otro héroe del silencio, al asumir implícitamente que España está en deuda permanente con los nacionalismos vasco y catalán porque habría una especie de pecado imborrable en la construcción centralista de su Estado moderno.

La política nacional moderna es la de una conllevancia orteguiana teñida de entreguismo.

Nada más estrambótico, si se mira con distancia suficiente, que ver a la izquierda enlazar instituciones, ideas y políticas acusadamente reaccionarias, simplemente porque son hegemónicas por tradición en este o aquel territorio obviando el hecho patente de que rompen con principios como la igualdad de oportunidades y la libertad de los ciudadanos para elegir su vida buena.

La ambiciosa Chivite es un vivo ejemplo de atolondramiento, oportunismo y mediocridad que juega a no enterarse que se lo debe todo a un enemigo del estado, ayer con las armas y hoy con la complacencia culpable de un Sánchez agobiado al filo de la navaja.

Con este sí se puede pactar.

Es la amalgama de toda la izquierda y todo el separatismo entorno a un único propósito, expresado por el activista y exvicepresidente en varias ocasiones: que a la derecha le sea imposible gobernar aun disponiendo del partido más votado.

Page por su parte se lamenta de las dificultades objetivas de un Frankenstein ll.

Periodistas cortesanos no dejan de repetir que el anterior monstruo funcionó a pesar de las dificultades y ahora solo sería cuestión de apretar las tuercas.

Ya poca gente recuerda cómo arrancó todo, lo excepcional de una pandemia y la ruptura de las reglas fiscales.

Pero ahora han cambiado las circunstancias.

Sumar tiene un problema angustiante: de interlocución con el PSOE y de liderazgo que se vería comprometido en caso de nuevas elecciones.

ERC ha perdido mucho peso y rivaliza con Junts y ambos con el PSC que ha ganado con las colaboraciones.

Podemos en ERE. Vox se parte.

No hay un mar prodigioso capaz de acoger a todas sus criaturas con desenvoltura.

Especialmente a los Cefalópodos con seis de sus ocho tentáculos asidos al pasado o con la gigantesca cabeza que choca a la entrada de la vieja gruta submarina.

Pero aquí estamos bien, como esos gansos que no necesitan hipertrofiar sus hígados con alimentos que no han pedido. Como el cerdo ibérico que unifica la experiencia mística de los españoles con arrebatos de éxtasis. Como el toro de lidia, seguro de su destino.

O sea, la mar de bien.

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