¿Todo va a cambiar?

Carlos Hidalgo

En este confinamiento que llevamos unos días mejor y otros peor, hay varios mantras que se repiten. Algunos necesarios y otros que aumentan más la inquietud que tendremos cuando salgamos parpadeando de nuestras casas, inquietos por el mundo que nos vayamos a encontrar ahí fuera. ¿Seguirá todo donde lo dejamos o sentiremos que el universo ha seguido avanzando estas semanas sin pedirnos permiso? “Todo va a cambiar” se nos repite. Pero ¿qué va a cambiar? ¿Cambiará para mejor o para peor? ¿Haremos como si nada y seguiremos más o menos como antes? ¿Cambiará la economía? ¿Habrá más inversión en ciencia y en sanidad o aumentará la ola de antiintelectualismo que sufrimos los últimos años? ¿Cambiará el Estado de las Autonomías? ¿Seguirán los independentistas poniendo a la bandera por delante de las personas? ¿Tendremos una UE dedicada a la solidaridad y a la reconstrucción o estaremos otros diez años bajo la lupa de nórdicos y centroeuropeos que creen que los países del sur no merecemos ayuda ni piedad? ¿Habrá más o menos UE? ¿Se anticiparán elecciones?De momento la parte de la economía es la que más me preocupa, por eso de que tengo la impresión de que, tras la sanidad, es el área que más va a determinar nuestro bienestar al salir de todo esto.

Tras más de cuarenta años de predominio de las ideas de la Escuela de Chicago en la economía mundial, al fracasar las recetas keynesianas de entonces con la crisis del petróleo, se está empezando a ver que el mero control de la masa monetaria y la autorregulación perfecta del mercado son más dogmas de fe que fórmulas para la prosperidad.

Y sin embargo se están inyectando casi automáticamente billones en los bancos, poniendo al sistema financiero por delante de la economía real. Con sólo parte de esos millones de millones nos daba para pagar una renta básica varios años a un par de continentes.

Y si no recuerdo mal, eso es lo que se hizo en la crisis anterior: regar de millones a un sistema financiero reventado por una burbuja que él mismo creó, que se llevó por delante una gran parte de la economía productiva y que, además, no revirtió para nada en la gran mayoría de las personas. Porque esos millones no fueron aprovechados por los bancos para conceder un mayor número de créditos, sino que se usaron para asegurar sus dividendos y comprar deuda pública, pasando la pelota a unos estados que, por otro lado, no tenían margen para endeudarse lo suficiente como para hacer arrancar la economía.

De esa crisis, de la que se dijo que serviría para “reinventar el capitalismo”, salimos sin una mayor regulación, más políticas de austeridad, mayor desigualdad y una década de empeoramiento general de las condiciones de vida.

Dicen que ahora nos volveremos keynesianos de nuevo y que el Estado volverá encargarse de que el mercado no pegue esos tumbos violentos. Se habla hasta de un nuevo Bretton Woods a la salida de nuestro confinamiento. Pero la verdad es que, aunque me gustaría, lo veo difícil de creer. Al menos con una generación mundial de políticos más dedicados a epatar, marcarse faroles y a agitar la bandera que a pensar en cómo solucionar problemas reales de gente de verdad, no a mimar cifras de Instagram, ni porcentajes de encuestas.

¿Quiere decir esto que sea pesimista? No lo soy. Por un lado, estoy convencido de que nada será tan malo como nos lo pintan, pero no será tampoco todo lo bueno que sería deseable. Saldremos de esta en todo caso. Siempre se sale de todo.

Deja una respuesta