Trump en guerra con todo dios

LBNL

Contra todos. Nosotros incluidos. Digámoslo abiertamente: Trump es un matón, acostumbrado a abusar de su posición de privilegio, ya sean los millones de su padre o la primacía de Estados Unidos. Su única receta es aplastar al adversario, amenazando al máximo y haciendo concesiones mínimas cuando el rival se pliega. Pero las relaciones internacionales son un poquito más complejas que las negociaciones de negocios en las que lo único que cuenta al final es cuánto se gana y cuánto se deja de perder. China no va a ceder sobre Taiwan haga lo que haga Trump, como tampoco Irán, Corea del Norte o los palestinos. Prefieren perder, llegado el caso, una guerra, a rendirse a la imposición extranjera. Saben, además, que Trump va de farol porque prometió en campaña – y en eso es muy coherente – sacar a Estados Unidos de las guerras – Irak, Afganistán, Siria… – en las que está metido. El problema más gordo es para los demás. Para Japón, Canada, México o la Unión Europea, aliados democráticos tradicionales que se ven cada vez más amenazados por la locura unilateral del narcisista misógino mayor del imperio. Por no hablar de su negación del cambio climático, que casi todo el mundo reconoce ya como la mayor amenaza para la humanidad.

Lejos de mi los anti-americanos ideológicos. No los quiero a mi lado. Ni a los españoles que todavía supuran por la humillación del 98, ni a los progres resentidos por la derrota sin paliativos en la guerra fría ni a los gaullistas que pretenden recuperar la grandeur europea. En el colegio  a veces me llamaban yanqui por mi querencia a todo lo norteamericano: música, comida, deporte, idioma… Pero Trump no es Estados Unidos. Estados Unidos es mucho más. Desde la revolución afrancesada -pero mucho más duradera- contra el imperio inglés, hasta Bruce Springsteen, Walt Disney, Martin Luther King, Malcom X y los Lakers, pasando por la llegada a la luna, la derrota del nazismo y del comunismo totalitario soviético y la creación de las Naciones Unidas y el derecho internacional.

Trump reniega de casi todo ello y se gusta en su papel de cacique paleto de O.K. Corral. Sus diatribas contra tirios y troyanos no tienen consecuencias vitales para Estados Unidos por mor de su lejanía geográfica y preeminencia en el continente americano y su macarrez puede brindarle la reelección de sus forofos, que votarán al albur de la buena situación económica y solo sufrirán las consecuencias de su insensatez después.

Si yo fuera jesuita elaboraría una teoría particularísima del magnicidio legítimo para el sujeto porque ni siquiera es demócrata: ha pervertido las convenciones democráticas al máximo, incluyendo la complicidad activa con las interferencias rusas y el uso criminal de las redes sociales para propagar bulos calumniando a cualquiera que se interpusiera en su camino.

Pero no lo soy, así que me tengo que limitar a exponer la magnitud de la amenaza que supone, en particular para la Unión Europea, directa e indirectamente.

La Unión Europea coadyuvó activamente para lograr el Acuerdo de París contra el Cambio Climático. Los cambios de actitud de Estados Unidos con Obama y de China fueron determinantes. Trump niega la mayor y ha ordenado a sus diplomáticos oponerse a rajatabla a todo lo que suponga reconocer que el calentamiento global es una amenaza a la que es necesario responder eficazmente. Podría criticar el Acuerdo de París y proponer alternativas. Pero no. Como hace años hiciera el primo de Rajoy, desafía la realidad sin empacho y niega la existencia del problema. Punto pelota. Ya lo arreglarán otros cuando las consecuencias sean todavía más tangibles y evidentes. O no, pero para entonces él ya estará pudriéndose en el infierno.

No es que yo crea en el cielo, el limbo y el infierno, pero me parece un aspecto importante de la idiosincrasia del personaje porque cuando uno ha hecho tanto mal en todos los ámbitos a lo largo de su vida, ¿para qué va a intentar arreglarlo a última hora? A un personaje que ha pactado con la mafia neoyorkina sin ambages, que ha traicionado a todos los que le han acompañado en su trayectoria vital y que es completamente ajeno al concepto de escrúpulo, no le libra nadie del infierno, si lo hubiera, y si no lo hay, para qué preocuparse.

En Estados Unidos el personaje vive del enfrentamiento contra el establishment, a lomos de Fox News y del primitivismo de una parte importante de la población norteamericana, que siempre ha tenido una querencia aislacionista para la que viene muy bien también el enfrentamiento con el resto del mundo.

China es el enemigo número uno. Evidentemente la dictadura capitalista china tiene muchos flancos débiles, incluido el robo sistemático de propiedad intelectual. Pero nada de eso le importa a Trump: ha calculado que China tiene más que perder que Estados Unidos en una guerra comercial a muerte y por tanto espera que cederá. Podría ser en el ámbito comercial. Lo malo es que ahí están Bolton y Pompeo para defender la primacía “civilizacional” promoviendo el enfrentamiento geoestratégico, incluido el envío de barcos al mar del sur de China. Y los chinos son muy suyos. Y son muy conscientes de que la primacía mundial estadounidense es una anomalía para el país del centro, que la ha ejercido en dieciocho de los últimos veinte siglos.

Irán es el enemigo número dos. Por muchas razones. Por Arabia Saudí, por Israel, por el apoyo a Hezbolá, por el petróleo y el gas y, sobre todo, por la humillación nunca vengada de los rehenes de la embajada estadounidense tras el triunfo de la revolución islámica, que a su vez vengaba el golpe de estado organizado por la CIA contra el presidente Mosadek en los años cincuenta. En este tema, además, Trump no está solo en Estados Unidos. El Congreso nunca habría ratificado el pacto internacional para poner coto al programa de proliferación nuclear iraní firmado por Obama. Así que le resultó muy sencillo retirarse del mismo. Lo malo es que ha exigido al resto del mundo alinearse con su militantismo anti-iraní, amenazando con extender las sanciones contra cualquiera que comercie con Irán. Incluida la Unión Europea, garante del acuerdo anti-nuclear respaldado por el Consejo de Seguridad de la ONU.

Vene-Cuba es el enemigo número tres. A Maduro no le apoya nadie pero de ahí a preconizar una intervención de los marines en Venezuela media un trecho. Un gran trecho que ni siquiera los gobiernos derechistas de Brasil y Colombia parecen estar dispuestos a saltar. Y mucho menos la Unión Europea, que sigue abogando, infructuosamente de momento, por un acuerdo político entre el cada vez más autoritario régimen y la fraccionada oposición. El problema es que el apoyo cubano a Venezuela ha espoleado la reactivación de las sanciones norteamericanas contra cualquiera que invierta en Cuba. En consecuencia, los ejecutivos de las empresas hoteleras españolas y mineras canadienses que tienen inversiones en Cuba están empezando a recibir cartas desde Washington en las que se les advierte de que van a perder su visado de entrada a Estados Unidos. Ellos, sus cónyuges y sus hijos. Con un par. Por estar invirtiendo en negocios sustentados en terrenos u otros activos expropiados por la revolución cubana a sus antiguos propietarios a principios de los años sesenta.

Hace una semana una delegación diplomática europea planteó a sus homólogos en Washington la necesidad de preservar la alianza transatlántica. Es legítimo que impongáis sanciones contra Irán o Cuba, aunque quizás no las compartamos en todos los casos. Pero no tiene sentido que nos castiguéis a nosotros, que somos vuestros aliados, vinieron a decirles. La respuesta fue inequívoca. Mirad, nuestras sanciones funcionan, consiguen su propósito pese a lo que se nos advertía. Y son moralmente correctas. Así que lo mejor que podéis hacer para que no os afecten es sumaros a ellas. La delegación europea quedó sumida en un silencio estupefacto: la alianza transatlántica no tiene ningún valor en la medida en la que Europa no siga a la administración Trump a pies juntillas.

No va a pasar. Puede que China, Irán, Cuba, Venezuela, Canadá, México, Japón y la Unión Europea no puedan doblegar a Trump y sus adláteres mientras aquel siga siendo Presidente de Estados Unidos. Pero la sanidad mental prevalecerá y el progreso seguirá su curso tras esta anomalía histórica. China seguirá su compleja evolución hacia convertirse en un país del primer mundo, Irán derrotará a la teocracia que la oprime, Cuba se despojará de la burocracia soviética que la encorseta y Venezuela se quitará de en medio a Maduro más pronto que tarde. Y Canadá, México, Japón y la Unión Europea seguirán avanzando hacia un mundo más sensato y mejor regulado, frente a China, Rusia y, lamentablemente, los Estados Unidos en tanto Trump los gobierne.

Y si no, al tiempo. Hace solo diez años parecía imposible que diferentes Estados norteamericanos prohibieran la pena de muerte y legalizaran los matrimonios homosexuales. Y sin embargo, cada vez son más los que lo hacen. Trump es un espejismo, muy peligroso pero espejismo al fin y al cabo.

2 comentarios en “Trump en guerra con todo dios

  1. Habrá que quedarse con la lectura positiva que hace LBNL aunque cabe advertir que a la hsitria le paso algo parecido a la economia:

    Hay una tendencia secular de fondo positiva, pero en donde realidad vivimos los mortales es los shocks, las anomalias, las grandes recesiones, las guerras las dictaduras etc.
    LBNL
    Por si no la hubiera visto, aunque ya me extrañaría , le recomiendo a LBNL o a cualquiera de los presentes ,»Veep». Serie de HBO, comedia en episodios de 25 minutos donde a toda velocidad e ingenio caústico, se presenta y hace mofa de la política . Un poco sería el ojo paródico de «El ala oeste de la casa blanca», sin que tenga referencia a esta. Si les gusto la mencionada, o Borgen, o House of cards, o cosas así, «Veep» les va a hacer mucha gracia.

  2. Entre las fabulaciones de Borges , un biombo de seda con motivos del infierno chino de realistas imágenes de torturas que contemplé en Aránzazu y la profunda impresión que me causaron mucho más tarde centenares de sus ciudadanos deambulando por las calles de Jabugo dispuestos a encarecer este manjar tan bien servido en cualquiere ciudad española pero especialmente en Sevilla con unos finos , mi interés por ese país y su historia no ha dejado de crecer, siempre bajo la dura mirada vigilante del malvado Fumanchú.

    China es ya la mayor economía del mundo y de seguir esa tendencia parece llamada a relevar a los Estado Unidos en su papel hegemónico mundial. ¿ Es inevitable ?

    Desde principios de 2018 la administración americana intenta controlar el logro de la primera posición alcanzada por China , al menos en términos de tamaño económico , no así en el plano militar y monetario, con una circunstancia muy especial : su orden interno permite realizar inversiones internacionales sin una moneda propia de reserva , siendo la que debe acumular como sustitución la que controla justamente el pais al que intenta sustituir en el liderazgo y , en consecuencia , el yuan de China apenas se utiliza en el exterior.

    Mientras esto sucede , el régimen de partido único – socialismo con rasgos chinos -impide de facto las inversiones del exterior en condiciones homólogas y amasa todo el poder sin rendición de cuentas desde la reforma de la Constitución en 2017. Esto se traduce en que Xi Ping cuenta , si este es su deseo, con un mandato de por vida. Ni se ha producido una apertura relevante a la competencia extranjera ni se ha reducido el papel del Estado en la producción. China no quiere reproducir en su territorio la disolución de la Unión Soviética, su colapso económico y la desmembración de su territorio, por eso se explica que haya una colaboración masiva de la población con el régimen por los miedos compartidos.
    Es , en este contexto, se hace muy difícil pensar en que los americanos se crucen de brazos y apuntalen mediante la transferencia de tecnología sin contrapartidas, un
    crecimiento amenazante.

    Cosa distinta es constatar que sea Trump el impulsor del mejor gobierno para lograr esos objetivos estratégicos. No es en absoluto deseable una imitación global de los métodos chinos para competir por la hegemonía. Históricamente los cambios de esa magnitud han sido muy pocos y han cursado en la mayoría de las veces con gran violencia.

    Confundir gobiernos y pueblos es injusto y no ayuda a la convivencia de las naciones, sobre todo en momentos como el actual en el que el populismo intenta empastarlos.

    Los problemas que señala el articulista trascienden a la biografía de un Trump que empieza a notar resistencias para su reelección; no nacieron con él ni tampoco morirán con su desaparición de la escena política.

    La solución , si la tiene , deberá contar con la colaboración de la comunidad internacional y es imprescindible el concurso americano ; pero sobre todo , más allá de los buenos deseos de la oración final de LBNL , necesita que los pueblos cuyos gobiernos describe recuperen el control de su destino. Lo que en occidente llamamos simplemente , la libertad.

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